¿Qué pasa cuando el amor de tu vida está tan cerca que nunca lo viste venir? Lía siempre ha estado al lado de Nicolás. En los recreos, en las tareas, en los días buenos y los malos. Ella pensó que lo había superado. Que solo sería su mejor amigo. Hasta que en el último año, algo cambia. Y todo lo que callaron, todo lo que reprimieron, todo lo que creyeron imposible… empieza a desbordarse.
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Lo que pasa en el viaje, se queda en el viaje
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No hay nada que genere más drama, ansiedad y emoción que un viaje escolar o bueno, eso decía Sofía mientras metía en mi maleta un set completo de sombras, delineadores y tres outfits que claramente no estaban aprobados por el colegio.
—Es un viaje institucional, no un desfile de Victoria’s Secret, Sofi.
—¿Y eso qué? Uno nunca sabe si va a tener un momento hot en la piscina del hotel o en un descanso después del ensayo —dijo ella con tono dramático mientras cerraba mi maleta de un golpe.
—Yo no estoy pensando en besos.
—¿No? ¿Ni siquiera con cierto italiano de ojos verdes?
—¡Sofía!
Ella solo se encogió de hombros.
—Di lo que quieras, pero que Nico se entere. Ya sabes cómo se pone cuando te ve con otros.
Yo no respondí.
La verdad… sí lo sabía.
Maldito celoso.
Al día siguiente, el bus nos esperaba a las siete en punto en la entrada del instituto.
Sofía y yo llegamos temprano, como siempre, pero los chicos ya estaban ahí.
Matteo estaba apoyado contra el bus con sus audífonos puestos, cantando bajito.
Al verme, se los quitó y me sonrió.
—¿Lista para ser la estrella del viaje?
—¿Y si desafino y hago el ridículo frente a toda la región?
—Entonces me paro contigo, cantamos a dúo y todos se enamoran. Así de simple.
Reí nerviosa.
Y entonces lo vi.
Nicolás.
Cargando su bolso con cara de pocos amigos. Kevin lo seguía atrás, hablando sin parar.
—Te juro que metí solo lo esencial —decía Kevin—. Tres camisetas, dos pantalones, una sudadera, y un frasco de gomitas por si acaso. ¿Eso cuenta como botiquín?
Nico se acercó.
—¿Ya subieron las maletas?—preguntó.
—Sí —dije
—Por cierto, Mamá te envío algo para que comieras en el camino, ya que supuse que no desayunaste porque ibas tarde— como siempre—le pedí el favor que te lo preparara.
—Dios bendiga a tu mamá. —Me quedo mirándolo con un sonrisa dulce—y gracias, Nico.
Sofía nos miró a todos, cruzando los brazos.
—Ok, ¿quién se sienta con quién? Porque esto es muy importante.
—¡Yo contigo! —gritó Kevin.
—¡Perfecto! —dijo ella—. Así puedo dormir sin que alguien me ronque encima.
—¡Yo no ronco! —Exclamo
—¿Y quién te dijo que me refería a ti?
Todos nos reímos.
Matteo se me acercó.
—¿Te molesta si me siento contigo?
Antes de que pudiera decir algo, sentí la mirada de Nico clavada como láser en mi nuca.
—No, dale —respondí, sin pensarlo demasiado.
Y subimos al bus.
Nico se sentó solo.
Con los audífonos puestos.
Mirando por la ventana.
Y yo, al lado de Matteo…intentaba no mirar hacia atrás.
Pero ya lo sentía.
Esto iba a ser largo.
Y más complicado de lo que esperaba.
Sentarme solo en el bus fue idea mía.
Lo juro.
No tenía ganas de hablar, ni de que Kevin me metiera en una de sus teorías locas sobre “cómo saber si estás enamorado sin darte cuenta”.
Solo quería silencio y observar.
Porque sí… desde donde estaba, podía verlos.
A Lía y a Matteo.
Hablando como si se conocieran de toda la vida.
Él sonriendo como si fuera su cumpleaños, Navidad y el Mundial al mismo tiempo.
Y ella… sonriendo también.
Nada exagerado. Nada fuera de lugar.
Pero igual me molestaba.
Y cuando digo “molestaba” quiero decir:
me daban ganas de pararme, cambiarme de asiento y gritarle al italiano que si podía dejar de respirar tan cerca de ella.
Obviamente no lo hice.
Porque soy maduro.
Y civilizado.
Y porque Sofía me miraba de vez en cuando con cara de: “Te estoy observando, idiota. No la cagues.”
Así que me limité a ponerme los audífonos…
Y mirar por la ventana.
Y de reojo, claramente.
Matteo le ofreció su chaqueta cuando ella estornudó.
Le sostuvo el termo.
Se rió con ella más de la cuenta.
Y cuando se le acercó para mostrarle una canción en el celular, yo casi mastico el cable de mis auriculares.—“Relájate” —me susurró Kevin desde el asiento de al lado, que claramente había invadido sin preguntar.
—Estoy relajado.
—Ajá, sí. Se te ve en el ojo tenso ese que te tiembla cada vez que alguien se le acerca a Lía.
Lo miré sin decir nada.
Y él se rió, como siempre.
—Tranquilo, bro. Solo está compartiendo música con su compañero. No le está proponiendo matrimonio.
—Puedo ver sus oscuras y pervertidas intenciones—digo entre dientes.
—¿Y si la besa mientras ensayan? ¿Qué harías? —preguntó con malicia.
Le lancé un codazo sin mirarlo.
—Te juro que en algún momento voy a dejar de hablarte.
—No puedes. Soy tu psicólogo gratis.
...🏀...
Llegamos al hotel cerca del mediodía.
Una hora más tarde, después de varios gritos del profesor de música, la entrenadora de básquet y el pobre recepcionista, nos dividieron por habitaciones:
Chicos con chicos. Chicas con chicas.
Básico. Sencillo.
Insoportablemente lógico.
Lía claramente se fue con Sofía.
Y yo… bueno, terminé con Kevin.
Otra vez.
—Bienvenido al reino de las papitas, las gaseosas escondidas y las charlas incómodas sobre tus sentimientos —dijo él tirándose a la cama.
Yo tiré la maleta y revisé el cronograma en el celular.
Tres días.
Ensayos. Partidos. Presentaciones.
Y demasiado tiempo viendo cómo otro se roba sus sonrisas.
Genial.
Pensé que este primer día estaría tranquilo, solo descansaríamos del viaje y hablaríamos tonterías pero no. Con Kevin las cosas tranquilas no existen.
Todo empezó con un mensaje de Kevin.
Tres emojis: fuego, carita de diablito, y mapa.
Seguido de:
“Mi bro de esta ciudad tiró la casa por la ventana. Ya invité a la mitad del grupo. ¿Te animás o vas a quedarte a ver documentales con tu cara de viudo?”
Obviamente no le respondí.
Pero media hora después, ahí estaba.
Cruzando la puerta de una casa enorme con luces de colores, música fuerte y ese típico olor a hierba, alcohol y posiblemente descontrol en progreso.
Kevin me saludó con un vaso en la mano y una sonrisa como si hubiera ganado la lotería.
—¡Esto está prendidísimo! —me gritó por encima del ruido—. Allá está el DJ, la barra y por allá… Sofía.
Miré hacia donde señaló.
Sofía estaba en la terraza, riéndose con un grupo de gente, claramente en su mundo.
Kevin se le acercó, le susurró algo y ella le devolvió una sonrisa lenta… demasiado lenta.
Vi cuando uno de los chicos les ofreció algo.
Y Sofía y Kevin se miraron como si ya supieran la respuesta sin decir una sola palabra.
Rieron, aceptaron, y desaparecieron tras una cortina de humo y luces púrpuras.
Los dejé ahí.
Lo último que necesitaba era ser testigo de lo que claramente iba a pasar.
Entonces la vi a ella.
Lía.
Sentada en el filo de una repisa con un vaso en la mano, escuchando a Matteo hablarle de no-sé-qué mientras movía las manos como si estuviera en una obra de teatro.
Ella se reía.
Le brillaban los ojos.
Tenía un vestido rojo que no le había visto antes, y el cabello suelto cayéndole en ondas sobre los hombros.
Y ahí estaba yo.
Con otro vaso en la mano y mil cosas en la cabeza. Me acerqué a la barra, solo por aparentar que tenía algo que hacer.
Uno de los chicos sirvió vodka con jugo y lo acepté sin pensar.
Uno.
Dos.
Empecé a sentir el calor. El ritmo.
La música en el pecho.
Y los celos.
Matteo le susurró algo al oído.
Ella bajó la mirada, mordiéndose el labio, como si no supiera qué decir.
Me estaba volviendo loco.
—Tranquilo, tigre —dijo una voz a mi lado.
Kevin.
Con los ojos brillosos, el pelo más revuelto que de costumbre y una risa floja.
—Estás apretando el vaso como si fuera la cara de Matteo.
—No estoy celoso.
—No dije eso —sonrió—. Pero gracias por confirmarlo.
—¿Estás…? ¿Fumaron?
—Un poquito —se rió, sin culpa—. Sofía casi me deja sin alma por la segunda vez. No sé si fue el humo o que en realidad me ama.
Lo dejé hablando solo.
Tenía que moverme. Hacer algo o terminaría gritándole a Matteo en frente de todos.
Así que caminé entre la gente, esquivé a dos parejas que ya se estaban comiendo vivos en un sofá, y me detuve a unos pasos de donde estaba Lía.
Ella me vio.
—¡Ey! —dijo, contenta—. No sabía que habías venido.
—Me trajeron arrastrado —mentí más o menos.
Matteo se puso rojo de nuevo y nervioso. Se despidió con una mirada de esas que sobran y entonces Lía se bajó de la repisa y me miró con esa carita que mezcla ternura con peligro.
—¿Quieres bailar?
Tragué saliva.
Y antes de poder decir que no, ya me estaba llevando hacia la sala. Se notaba que había bebido.
Nunca pensé que vería a Lía bailando así.
Y no porque no pudiera.
Porque tiene ritmo y un cuerpo que, honestamente, nunca había notado como lo estaba notando ahora.
Pero ahí estaba.
Frente a mí.
Con ese vestido rojo subiéndole apenas con cada vuelta, y ese maldito cabello suelto que me hacía querer enterrarle las manos en la cintura y no dejarla ir jamás. Y cuando me dijo “bailamos”, pensé que serían esos pasos bobos que siempre hacíamos.
Pero no.
Lía estaba en otra sintonía.
Me dio la espalda, apoyó su cuerpo contra el mío… y se empezó a mover.
Lento.
Sin vergüenza.
Como si no supiera que con cada roce estaba borrando la poca decencia que me quedaba.
—¿Estás bien? —me dijo, girando la cabeza con una sonrisa.
No. Claramente no.
No estaba bien.
Estaba teniendo pensamientos inadecuados sobre mi mejor amiga de la infancia…
… mientras tenía una erección en medio de una sala llena de adolescentes.
—Sí, sí —mentí con la voz más quebrada de la historia—. Todo tranquilo.
Y ahí apareció Sofía.
Flotando entre la gente, con una sonrisa traviesa y una bandeja.
—¡Brownies! —canturreó—. Hechos por mí misma y un amigo de confianza.
Tú necesitas uno, Nico. Estás más tenso que palo de escoba.
—¿Qué tienen?
—Amor —dijo ella con tono angelical—. Amor y chocolate.
Nos dio uno a cada uno y desapareció, riéndose con Kevin, que ahora tenía una corona de cartón en la cabeza.
Comí el brownie. Lía también.
Y seguimos bailando.
Al principio era risa.
Luego carcajadas.
Después palabras que no entendíamos muy bien, y un calor que no era solo por la gente.
Media hora después…
—¿Por qué estás tan rojo? —me preguntó ella, tirada en una cama de una habitación random de la enorme casa.
—Porque estás hermosa —respondí sin filtro, desde el suelo.
Silencio.
Lía bajó la mirada, mordiendo su labio.
Yo me senté en la alfombra.
Ella se deslizó del colchón como si flotara y se sentó a mi lado.
—¿Y si jugamos algo? —dijo de repente, acercándose un poco.
—¿Como qué?
—No sé…tipo… “el que parpadea pierde”. O “decime qué parte de mí te gusta más”.
Me atraganté con mi propia saliva.
—Estás muy drogada —me reí
—Un poquito.
Rió.
Se le caía el cabello por la cara y me dieron ganas de apartárselo. Así que lo hice y en ese momento, quedamos así:
Frente a frente.
Cerca.
Demasiado cerca.
Y sin pensarlo, empezamos a empujarnos jugando, como hacíamos siempre.
Un codazo. Un empujón. Un “pará, bobo”.
Pero con otra energía.
Más lenta.
Más eléctrica.
Más… peligrosa.
Ella me empujó hacia atrás.
Yo me dejé caer y cuando se acercó para hacer otra broma…quedó encima mío. Sus manos a los lados de mi cabeza.
Su cara frente a la mía y los dos dejamos de reír por un momento.
Solo nos miramos.
Respirando rápido, con los corazones fuera de ritmo.
—¿Nico?
—¿Sí?
—…
No respondió.
Solo bajó la cabeza.
Y me besó.