Issabelle Mancini, heredera de una poderosa familia italiana, muere sola y traicionada por el hombre que amó. Pero el destino le da una segunda oportunidad: despierta en el pasado, justo después de su boda. Esta vez, no será la esposa sumisa y olvidada. Convertida en una estratega implacable, Issabelle se propone cambiar su historia, construir su propio imperio y vengar cada lágrima derramada. Sin embargo, mientras conquista el mundo que antes la aplastó, descubrirá que su mayor batalla no será contra su esposo… sino contra la mujer que una vez fue.
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CAPÍTULO 6. Llamas y apuestas.
Capítulo 6
Llamas y apuestas.
Gabrielle se acercó a Giordanno con precisión, su figura atlética y tes clara apenas recortada por la luz mortecina de los faroles.
Su paso era silencioso, pero el leve roce de sus zapatos contra el mármol alertó a Giordanno.
—Señor —susurró Gabrielle, inclinando apenas la cabeza—. Encariñarse con una mujer casada es como jugar con fuego.
Giordanno lo miró con una sonrisa lenta, sus ojos aún fijos en la puerta por la que Issabelle había partido.
—Quizá —respondió, con su voz grave—, pero hay llamas que merecen el riesgo.
Gabrielle apretó los labios. Conocía la lealtad férrea de su jefe, pero también sabía cuándo debía advertirle algo.
—Mi deber es prevenirlo —insistió—. No permita que el calor de la pasión nuble su juicio. Esa mujer… tiene un pasado que la une a otro hombre.
Giordanno ladeó el rostro, como sopesando cada palabra. Luego apoyó la palma contra la pared, dejando caer el peso de su cuerpo con despreocupación.
—Gabrielle, por esa mujer estaría dispuesto a quemarme entero —confesó—. Y aun así, si las cenizas fueran el precio, lo pagaría sin dudar.
Un silencio cargado de promesas y presagios se extendió entre ambos. Gabrielle contuvo el aliento; sabía que no había argumento capaz de apartar a su jefe de su determinación.
—Como desee, señor —murmuró finalmente—. Pero no diga que no lo advertí.
Giordanno asintió con suavidad, sus labios curvados en una confianza indomable. Cuando Gabrielle se alejó, él volvió la mirada al pasillo vacío, como si esperara ver aparecer de nuevo a Issabelle.
Tres días después, el sol de Sicilia caía oblicuo sobre las columnas del palacio donde se celebraría la gran subasta.
Esta fecha trajo consigo recuerdos amargos a la mujer que yacía firme frente al guardarropa.
En la habitación del loft donde residía Issabelle, llegaron unas cajas que guardaban en su interior un recuerdo despreciable de su vida pasada: un vestido color esmeralda, bordado con hilos de plata. Un collar de esmeraldas y diamantes a juego con unos pendientes.
El personal lo dispuso con reverencia sobre un diván de terciopelo. Issabelle observó las piezas, palpándolas con la punta de sus dedos hasta que ese recuerdo invadió su memoria y la detuvo por completo.
Flashback:
La luz de la sala se fijó sobre Issabelle, tranquila y serena. Eva, con una sonrisa afilada, la señaló ante un grupo de invitados:
—¡Miren! ¡La señora Milani plagió mi vestido exclusivo de Zominhó!
El susurro se expandió como un veneno. Issabelle, vestía aquel modelo original: un diseño único del gran diseñador Bruno Zominhó. Pero Eva había plantado la acusación.
Los socios rieron; los murmullos se convirtieron en carcajadas.
El corazón de Issabelle se hundió mientras su esposo aplaudía con indulgencia cruel.
Aquella noche, la habían despojado de su dignidad junto con su vestido.
Eva, acompañada de un par de amigas, incluso trataron de romperle el vestido encima. Humillándola de la peor manera, haciendo de esa noche la peor de toda su vida.
Fin del flashback.
Issabelle regresó al presente con un gesto brusco.
Tiró las cajas al suelo: el vestido esmeralda y las joyas tintinearon contra el mármol.
El personal retrocedió, horrorizado.
—No —susurró—. No volveré a atarme con cadenas ajenas. ¡Llévense eso ahora mismo!
Abrió su armario y extrajo un vestido rojo pasión: drapeado en seda, con la espalda descubierta y una caída que recordaba llamas vivas. Su maquillaje era sencillo: labios carmesí, párpados delineados en negro suave. El cabello, su azabache natural, cayó en cascada hasta la parte baja de la espalda, con leves ondas al final.
Cada hebra brillaba con salud y desafío. Cada línea de su cuerpo proclamaba libertad.
Cuando estuvo lista, cerró la puerta con un golpe seco.
Cada paso hacia la sala de subasta resonó como un martillo que forja un nuevo destino.
El gran salón estaba dispuesto en semicírculo. Al fondo, la mesa del subastador, flanqueada por dos antorchas gigantes.
Los invitados ocupaban sillas de terciopelo crema; el murmullo crecía y menguaba como olas.
Enzo Milani estaba sentado junto a Eva y dos socios. Lucía imponente en su traje oscuro, pero su expresión era una máscara tensa. Eva, a su lado, jugueteaba con una copa de champán, los labios curvados en una sonrisa triunfal.
Issabelle entró y buscó con la mirada. Vio un asiento libre, o mejor dicho, solitario, a dos filas más atrás, caminó hacia su asiento con paso firme y colocó su abanico rojo sobre sus piernas, como una bandera de guerra.
Sintió el calor del vestido, el ligero roce de la seda contra su piel, el pulso acelerado en cada latido.
El primer lote apareció en escena: un centro comercial en el corazón de Sicilia. El Conde Ferrara lo había comprado en su vida pasada y ahora también lo reclamaba.
La ficha técnica prometía rentabilidad a corto plazo, pero un crecimiento limitado a futuro.
Enzo susurró algo a sus socios. Eva alzó la paleta con aire confiado: oferta inicial, quinientos mil dólares. Los socios asintieron y luego bajaron la paleta en silencio.
Issabelle respiró hondo. Su estrategia no era este lote, ni el siguiente. Sino el terreno baldío que todos desprestigiaban.
El siguiente un resort costero que, bien gestionado, podría duplicar su valor.
Finalmente, Enzo terminó pagando un millón por ese resort, mismo que con suerte pueda pagar a mediano plazo su inversión.
El verdadero objetivo de Issabelle apareció: un terreno baldío a las afueras de la ciudad. Se había vendido originalmente por quince mil dólares al Conde Arthur; luego su valor se disparó considerablemente dejando una tasa de ganancias muy altas.
Ahora salía a subasta con una base de diez mil.
Sonrió con suficiencia, decidió intervenir: alzó la paleta con determinación.
—Veinte mil—anunció Issabelle con su voz clara.
Un murmullo rodó entre los presentes. Enzo alzó las cejas y clavó la mirada en ella. Eva ladeó el rostro, sorprendida. Los socios de Enzo intercambiaron gestos.
—Cuarenta mil—dijo otro postor al otro extremo de la sala.
Issabelle sintió el sudor en la espalda, el pulso en las sienes. Su límite era cuarenta mil. Pero no titubeó.
—Sesenta mil—subió el precio, sintiendo la adrenalina recorrer su columna.
》"Para, deja de apostar. ¿Te has vuelto loca?" Escribió Enzo en un mensaje de texto a su celular.
—Ochenta mil —pujó el otro postor.
—Cien mil —dijo sin preámbulos y de pronto, la sala quedó en silencio.
》"No me hagas perder tanto dinero por un capricho estúpido" Volvió a escribir Enzo, e Issabelle apagó el celular.
El subastador golpeó el mazo: “¿Alguien más?”
El silencio contestó.
—Cien a la una...
—Cien a las dos...
—Vendido por cien mil dólares a la dama del asiento número 42.”