En las calles vibrantes, pero peligrosas de Medellín, Zaira, una joven brillante y luchadora de 25 años, está a tres semestres de alcanzar su sueño de graduarse. Sin embargo, la pobreza amenaza con arrebatarle su futuro. En un intento desesperado, accede a acompañar a su mejor amiga a un club exclusivo, sin imaginar que sería una trampa.
Allí, en medio de luces tenues y promesas vacías, se cruza con Leonardo Santos, un hombre de 49 años, magnate de negocios oscuros, atormentado por el asesinato de su esposa e hijo. Una noche de pasión los une irremediablemente, arrastrándola a un mundo donde el amor es un riesgo y cada caricia puede costar la vida.
Mientras Zaira lucha entre su moral, su deseo y el peligro que representa Leonardo, enemigos del pasado resurgen, dispuestos a acabar con ella para herir al implacable mafioso.
Traiciones, secretos, alianzas prohibidas y un amor que desafía la muerte.
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Capitulo 4
Zaira sintió cómo la respiración se le enredaba en el pecho cuando Leonardo, sin apartar su mirada gris y penetrante, abandonó su centro.
—Aah... —susurró, apenas un soplo de voz.
Él gruñó bajo, un sonido primitivo que vibró contra su garganta mientras la alzaba en brazos sin esfuerzo, llevándola a través de la habitación.
Zaira se aferró a su cuello, sintiendo el latido firme bajo su piel, el aroma envolviéndola, marcándola. Cada paso que daba retumbaba en sus oídos como un tambor de guerra.
Leonardo la dejó caer sobre la cama, con una rudeza medida, como un lobo depositando su presa.
Las sábanas crujieron bajo su peso.
El techo giró sobre su cabeza unos segundos, pero su visión se enfocó en él: de pie frente a la cama, terminaba de desabrochar la camisa con una lentitud que la torturaba.
Cada centímetro de piel expuesta era una promesa peligrosa: el pecho firme, marcado por músculos tensos; tatuajes dibujando una línea hasta desaparecer bajo el cinturón de sus pantalones. Una cicatriz cruzaba su abdomen, una marca que hablaba de historias no contadas.
Zaira tragó saliva, sintiendo cómo la boca se le secaba mientras su vientre se apretaba de anticipación.
Leonardo lanzó la camisa a un lado, y en dos zancadas estuvo sobre ella, cubriéndola con su sombra.
Sus manos encontraron el borde del vestido y lo deslizó lentamente hacia arriba, como desnudándola palmo a palmo, mientras sus labios exploraban el camino: su vientre tembloroso, la curva de su cintura, el suave valle entre sus costillas.
Zaira jadeó, arqueando la espalda contra la cama, su cuerpo reaccionando a cada caricia como si su piel fuera pólvora y Leonardo la chispa que la incendiaba.
Cuando finalmente el vestido quedó arrugado alrededor de su cintura, Leonardo se incorporó lo suficiente para mirarla: la ropa interior de encaje apenas cubriéndola y muy empapada, su piel erizada, sus ojos entrecerrados suplicando algo que ella no podía nombrar.
—Estás preciosa así... —murmuró, su voz rasposa como terciopelo gastado.
Sus dedos, firmes, pero reverentes, trazaron la línea de sus costillas, bajaron hacia sus caderas, apretándola como para memorizar cada curva.
Zaira soltó un gemido ahogado cuando sintió sus labios en la parte interna de su muslo, su aliento cálido deslizándose hacia zonas donde ningún hombre había tocado jamás de ese modo.
Leonardo mordisqueó suavemente la piel sensible, arrancándole un espasmo, antes de deslizar lentamente la tela de su ropa interior por sus piernas.
El aire frío rozó su intimidad desnuda, haciéndola temblar.
Entonces, sin advertencia, Leonardo se inclinó y la besó allí, directo, sin pudor.
Zaira soltó un grito entrecortado, aferrándose a las sábanas como si pudiera anclar su alma a algo mientras su cuerpo se arqueaba involuntariamente hacia él.
La lengua de Leonardo era implacable, lenta y profunda, explorándola, saboreándola como si fuera un manjar exquisito.
Cada movimiento enviaba olas de placer brutales que la dejaban sin aliento, con lágrimas nublándole los ojos de pura intensidad.
—Aaah... —sollozó, sus caderas moviéndose erráticamente contra su boca, su voz quebrada entre súplicas y gemidos.
Leonardo gruñó algo ininteligible contra su piel, como si su deseo fuera un monstruo que apenas podía contener, y la sujetó de las caderas para dominar sus temblores.
Cuando Zaira estuvo al borde del abismo, llorando de necesidad, él se apartó.
Ella gimió de protesta, pero no tuvo tiempo de rogar.
Leonardo se desabrochó el cinturón, bajó la cremallera con un sonido casi obsceno en la habitación silenciosa, y liberó su erección pesada, gruesa, que palpitaba con urgencia.
Zaira lo miró con ojos dilatados por el deseo, el miedo y la fascinación.
—No temas... —susurró él, acariciándole el rostro con una ternura inesperada—. Esta noche solo sabrás de mí... de lo que puedo hacerte sentir.
Y entonces, lentamente, se acomodó entre sus piernas.
La punta de su pe** encontró su entrada ya húmeda y temblorosa, rozándola apenas, provocándola.
Zaira soltó un gemido quebrado, su cuerpo suplicando más.
Con un gruñido contenido, Leonardo empujó, entrando en ella en un movimiento firme y profundo que la dejó sin aliento.
Zaira soltó un grito ahogado, aferrándose a sus hombros, sintiendo cómo la llenaba, cómo la reclamaba desde dentro.
Él se detuvo unos segundos, jadeando contra su cuello, dándole tiempo para acostumbrarse a su tamaño, a la sensación abrumadora de ser poseída tan completa y brutalmente.
—Tan apretada, tan perfecta... —murmuró contra su oído, su voz cargada de un placer salvaje que la hizo estremecer.
Cuando Zaira movió las caderas, buscando más, Leonardo soltó una maldición y empezó a moverse.
El ritmo fue lento al principio, casi tortuoso, cada estocada profunda rozando un punto dentro de ella que la hacía ver estrellas.
La habitación se llenó del sonido de sus cuerpos chocando, de sus gemidos, de sus nombres susurrados como plegarias.
Leonardo la besaba con desesperación, alternando entre su boca, su cuello, sus pechos, dejando rastros ardientes de su lengua y dientes en su piel sensible.
El mundo desapareció.
Solo existía el vaivén de sus cuerpos, el calor que los envolvía, la electricidad que chispeaba en el aire cada vez que sus ojos se encontraban.
Cuando el ritmo se volvió frenético, salvaje, Zaira sintió cómo algo dentro de ella se rompía, una presa que se quebraba bajo la intensidad insoportable.
Gritó al correrse, su cuerpo sacudido por oleadas de placer brutales.
Leonardo la siguió poco después, enterrándose profundamente, derramándose dentro de ella con un gruñido gutural, temblando contra su cuerpo como si ella hubiera sido su condena y su salvación al mismo tiempo.
Durante largos segundos, solamente hubo respiraciones entrecortadas, corazones desbocados y el peso de sus cuerpos entrelazados.
Leonardo apoyó su frente en la de ella, sus ojos cerrados, su aliento mezclándose.
Zaira sintió lágrimas calientes resbalar por sus sienes, sin saber si eran de alivio, de miedo o de la intensidad brutal de lo que acababan de compartir.
Él las besó sin decir palabra, sus labios recogiendo cada lágrima con una devoción que la desarmó.
—Descansa muñeca —Susurro Leonardo.
No sabía que le pasaba, pero Zaira no había sido otra más del montón, con ella todo había sido diferente.
Desde el momento en que se para él, se hizo difícil hasta el momento en que su cuerpo reaccionaba a ella con un deseo abrumador.