La vida de Camila en Florencia se convierte en una pesadilla cuando es víctima de un secuestro y un brutal asalto. Dos semanas después, vive atrapada por el terror y el silencio junto a su flamante esposo, Diego Bianchi, el poderoso CEO de una de las dinastías más acaudaladas de Italia. Para proteger la estabilidad de su nueva vida, Camila le oculta a Diego la verdad más oscura de aquella noche, catalogada oficialmente como un "secuestro normal".
Diego, un hombre que la sacó de su humilde vida como camarera, la ama con una posesividad controladora, pero al mismo tiempo la avergüenza por su origen, viéndola más como un trofeo que como una esposa. Esta mentira es el cimiento quebradizo de su matrimonio.
La tensión explota en la cena familiar de los Bianchi, donde Diego presenta a Camila sorpresivamente como su prometida. En medio de la fría y juzgadora élite, la belleza de Camila impacta profundamente al hermano menor de Diego, Alejandro, quien queda irremisiblemente atónito.
A medi
NovelToon tiene autorización de Isa González para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
¿Quienes Son Diego Y Alejandro?
¡Ay Camila! ¿Crees que con esa actitud vas a ganar mucho? La voz de Diego, cargada de una burla ácida y cruel, taladró el silencio del comedor. Su rostro reflejaba una absoluta superioridad, el desprecio habitual.
¿Si sabes que si me canso de esas respuestas y de esos modos con que me tratas, vas a terminar en un basurero? Vas a quedar peor que una indigente. La amenaza, tan recurrente como la salida del sol, resonó con un tono de victoria anticipada en sus palabras.
Camila solo sonrió. Era una sonrisa amarga, casi un rictus de hastío. Ya había escuchado esas amenazas, asi que ya le eran indiferentes.
Habían perdido su filo; ahora solo eran el ruido de fondo de su miseria. Su corazón, antes vulnerable, se había acorazado con una capa de indiferencia.
Diego, al percibir que la indiferencia de Camila era genuina y lo despojaba de su poder, se sintió frustrado. En un gesto de rabia contenida, tiró la servilleta de tela al piso con violencia y se levantó bruscamente de la silla.
Ella no levantó la mirada. Mantuvo la vista fija en el plato, fingiendo un interés en su desayuno que no sentía, esperando tensamente a que él se fuera. Quería evitar cualquier nuevo contacto visual que pudiera encender otra chispa de su ira.
Tan pronto como Diego se marchó, el sonido estridente de su celular rompió la quietud. Parecía que Alejandro, tenía instaladas cámaras invisibles en la casa, pues sabía con exactitud el momento de llamar.
— ¿Hola? Contestó ella, con la voz apenas un susurro. La prudencia era instintiva; el miedo a que Diego aún estuviera cerca, acechando, le oprimía el pecho.
— Hola, ternura. ¿Cómo estás hoy? Le preguntó Alejandro con una calidez que contrastaba brutalmente con la frialdad de su esposo. Su voz era un refugio.
— Igual que siempre... le respondió Camila, con un tono apagado que delataba su cansancio emocional.
— ¿Discutiste con Diego? Inquirió Alejandro, percibiendo la tensión en su tono.
— No. Eso ya no es discutir, es solo.. No importa. Su respuesta reflejó la resignación que sentía ante la toxicidad crónica de su relación.
— Quiero verte, Camila, le dijo él con una urgencia palpable.
— No, Alejandro, hoy no. Mejor mañana. Diego se va de viaje, al menos eso me dijo. Ella dudaba, pero la perspectiva de un breve respiro de Diego era demasiado tentadora.
— ¿Así? Muy bien, eso es perfecto, le contestó Alejandro, mientras una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su rostro. La noticia era más que una oportunidad personal; encajaba perfectamente en sus planes ocultos.
Minutos después, Diego llegaba a su lujosa oficina. Dejó su maletín de cuero sobre el imponente escritorio y, con una expresión sombría y concentrada, hizo una extraña llamada a un número cifrado.
— ¿Tienen todo listo? No quiero correr ningún riesgo mañana. Su voz era ahora grave y autoritaria, desprovista de la burla que usaba con su esposa.
— Todo está listo, no hay ningún problema, señor, le respondieron desde el otro lado de la línea, con una deferencia profesional.
Diego colgó la llamada. Una tensión nerviosa recorría su cuerpo. Caminó hasta el mueble bar y se sirvió una copa de whisky de malta añeja. No le importaba que el reloj aún no marcara las 10:00 a.m. Necesitaba quemar la ansiedad que le producía la inminencia de sus planes.
mendigo infiel
son fuego