LA FAMILIA OLVIDADA DEL CEO

En el bar, Samuel seguía bebiendo como si el whisky fuese agua. Su mirada estaba perdida, y el peso de sus pensamientos lo mantenía hundido en la copa.

Marcos ya se había marchado con una mujer hacia un lugar más privado, dejándolo solo en aquella mesa apartada y Kevin a su casa al igual que Julio.

En la mesa contigua, Rocío Walton lo observaba de reojo. Había visto llegar a Julio y, con igual sorpresa, marcharse temprano.

El mujeriego de Julio sin mujer al lado… y retirándose antes de la medianoche. Algo estaba cambiando, y aquello la desconcertaba más de lo que admitiría.

Con un suspiro, decidió distraerse, se levantó y fue a la pista de baile. Su silueta elegante atrajo miradas de inmediato, pero apenas empezó a moverse al ritmo de la música, sintió unas manos indeseadas rodear su cintura.

"Suéltame" ordenó con frialdad, girando para enfrentar al atrevido.

El hombre, embriagado de arrogancia, sonrió con descaro "Vamos, preciosa, no te hagas la difícil"

Antes de que Rocío pudiera reaccionar, una voz grave y autoritaria interrumpió "Te dijo que la sueltes" Samuel se había puesto de pie, firme, con la mirada oscura fija en el intruso, el tono de su voz no dejaba lugar a dudas.

El tipo bufó, molesto, pero al ver la imponencia del hombre y el peso de su presencia, retiró las manos de mala gana y se alejó mascullando insultos.

Rocío respiró profundo, sorprendida por la intervención, lo miró con un atisbo de gratitud.

"Gracias…" dijo con voz baja.

Samuel apenas asintió y extendió su mano "¿Bailamos?"

Ella lo observó unos segundos, dudando, hasta que finalmente aceptó. Se dejaron llevar por la música, acercándose lo suficiente para sentir el calor del otro.

Entre risas cortas y copas una tras otra, la tensión inicial se transformó en complicidad.

En medio de la pista iluminada por luces tenues, Samuel y Rocío comenzaron a perderse en una burbuja propia, hecha de alcohol, ritmo y la inesperada atracción de dos personas que jamás habían imaginado coincidir de esa manera.

La música del bar seguía vibrando con fuerza, pero para Samuel y Rocío el mundo alrededor parecía difuminarse. Copas iban y venían, cada sorbo acercaba sus miradas, cada paso en la pista los sincronizaba más.

Rocío, que siempre mantenía una coraza fría y calculadora, se sorprendió a sí misma riendo con naturalidad. Samuel, con su porte elegante pero herido por dentro, encontró en ella una compañía inesperada, un refugio contra la soledad que lo carcomía.

Al cabo de un rato, la pareja termino en un salón privado del bar, la conversación fluyó, entre tragos compartidos, hablaron de negocios, de las cargas familiares, de lo difícil que era ser siempre los fuertes.

Poco a poco las palabras comenzaron a sobrar, y lo que quedaba era la proximidad de sus cuerpos, la intensidad en sus miradas.

El ambiente se fue cargando de un magnetismo difícil de ignorar. La cercanía era insoportable, y en un instante inevitable, Samuel inclinó el rostro hacia el de Rocío y la besó.

Al principio, fue un roce inesperado, casi inseguro, pero cuando Rocío correspondió, el beso se transformó en fuego.

Lo que empezó como un impulso, contenía toda la pasión que ambos habían estado reprimiendo, una mezcla de soledad, deseo y la necesidad de sentirse vivos.

Las manos encontraron caminos, los cuerpos se buscaron sin palabras, y la conversación quedó atrás. Todo se redujo al momento, a la entrega, esa noche sin planearlo.

Mientras en la ciudad otros se entregaban a placeres y desahogos, en una residencia apartada Ema descargaba su frustración entre sollozos y rabietas.

"¡No soporto más, mamá!" se quejaba, apretando los puños.

Olga, sentada en un sillón con un aire calculador, la observaba sin perder la calma. Cuando Ema se desplomó a su lado, la madre la abrazó con una sonrisa amarga.

"Tranquila hija, nadie dijo que sería fácil... pero recuerda algo: Dalila siempre estuvo por encima de nosotras. Ella fue la favorita de tu padre, la que tuvo respeto, y hasta se casó con ese hombre poderoso" exclamó Olga.

Ema hundió el rostro en el regazo de su madre, como una niña buscando consuelo "¿Entonces qué hago, mamá?"

Olga acarició su cabello, con ternura fingida y veneno en la voz "Lo que tienes que hacer es seguir con tus planes. No importa lo que cueste, Ema, Dalila no merece nada. Ya le quitamos su fortuna, ya le quitamos a su propio padre"

El silencio se apoderó del lugar, madre e hija compartieron una mirada cargada de ambición y rencor.

Los primeros rayos de sol atravesaban las cortinas del salón privado, el silencio de la habitación solo era interrumpido por la respiración acompasada de dos cuerpos que, hasta hacía unas horas, habían ardido en una pasión arrebatada.

Rocío abrió lentamente los ojos, con la garganta seca y la mente nublada. Un dolor leve en las sienes le recordaba las copas de la noche anterior, al intentar incorporarse, pero un brazo masculino descansaba sobre su cintura, firme y posesivo.

Su corazón dio un brinco, giró con cautela y vio a un guapo hombre , profundamente dormido, con el ceño relajado y el cabello revuelto, la escena la descolocó.

Un torbellino de pensamientos la invadió "¿Qué hice?" Susurró, sin más se levantó con cuidado de no despertarlo, recogió su bolso y comenzó a vestirse, ignorando al hombre.

Salió del cuarto con paso firme, como si escapara de una trampa en la que ella misma había caído.

Mientras tanto en la Mansión Mars reinaba un silencio distinto, impregnado por la calma de la madrugada.

Julio Mars se había levantado mucho más temprano de lo habitual. Una llamada avisandole el problema con el sistema del consorcio. Habían intentado vulnerar la red de seguridad interna, un movimiento calculado para robar información sensible.

El CEO no era solo un hombre de negocios frío y calculador. En el mundo oculto de la tecnología, era también un experto, un crack en sistemas.

Pocos lo sabían, pero desde muy joven se había obsesionado con el código, la seguridad informática y los algoritmos que podían decidir el futuro de una empresa.

Se vistió rápido, dejó la chaqueta colgada en un brazo y salió de la mansión con paso firme.

"Señor Mars, ¿al consorcio?" preguntó con cautela a el chofer, que ya había sido avisado de la salida.

Julio asintió con seriedad "Sí, me dejas en la empresa y cuando Aron despierte, lo llevas al kínder. Después yo mismo iré a recogerlo"

El chofer asintió de inmediato, no había espacio para dudas cuando Julio daba una orden.

Mientras tanto, en la habitación principal, el pequeño Aron seguía profundamente dormido. El contraste era enternecedor: en medio de aquella cama gigante, con sábanas de seda que parecían mares infinitos, su pequeño cuerpo se veía aún más diminuto.

Su pelo revuelto descansaba sobre la almohada, y entre sueños, balbuceaba palabras que solo un niño podía mezclar entre la fantasía y la realidad.

Abrazaba al peluche que le regalo su tío Marcos, el perfume de Julio impregnado en la tela le daba una sensación de seguridad, un recordatorio inconsciente de que, aunque su madre estuviera lejos, no estaba solo.

En el consorcio, el ambiente era totalmente distinto, Julio entraba a la sala de servidores con el rostro endurecido.

Los técnicos corrían nerviosos revisando líneas de código, alertas y pantallas rojas que parpadeaban sin cesar.

"Señor Mars, el sistema central está en peligro" informó uno de ellos con voz temblorosa "Si logran entrar, toda la información financiera quedará comprometida"

Julio se arremangó la camisa, tomó asiento frente a uno de los equipos y empezó a teclear con precisión quirúrgica.

Las teclas sonaban como ráfagas, los códigos de bloqueo se desplegaban en la pantalla, y con cada comando, Julio contrarrestaba los intentos de intrusión.

El sol ya bañaba con fuerza los ventanales de la habitación principal de la mansión. Aron abrió lentamente los ojos, restregándose con sus pequeños puños.

Por un instante se quedó quieto, confundido al no sentir el calor de su padre a su lado. Con un suspiro, se incorporó, a pesar de tener solo cinco años, era un niño sorprendentemente independiente.

Se levantó, dobló torpemente la manta como había visto hacer a los soldados en la base y buscó entre la ropa que la nana había dejado lista la noche anterior.

Escogió unos pantaloncitos y una camiseta cómoda. Después abrió su mochila escolar y, con gesto calculador, guardó algunos de sus juguetes favoritos: un pequeño camión militar, un muñeco de acción y el iPad que su tía Rocío le había regalado.

"Nunca se sabe cuándo habrá que entretenerse…"murmuró para sí. Colgó la mochila sobre sus hombros, la ajustó con un tirón firme y se miró en el espejo.

Fue hacia el cajon de su padre y se aplicó perfume que le encantaba, con su cabello rebelde y los ojitos brillantes de determinación, salió de la habitación.

Sus pasitos resonaban en los largos pasillos de mármol, demasiado grandes para un niño tan pequeño, pero Aron avanzaba con la seguridad.

Bajó las escaleras con cuidado, sujetándose del barandal. El aroma del desayuno recién preparado flotaba desde la cocina, y el murmullo de las empleadas organizando la mesa lo guió hasta el comedor.

Allí encontró a la nana, quien al verlo entrar con la mochila a cuestas se llevó una mano al pecho, sorprendida "¡Aron, mi niño! Que lindo y guapo como su padre. Hubieses esperado para ayudarte" exclamó con ternura, corriendo a su encuentro.

El pequeño sonrió, era muy vanidoso al igual que su padre "Tienes toda la razón nana hermosa. Soy muy guapo" dijo con orgullo, luego se cruzó de brazos por un instante antes de preguntar "Umm… Por cierto, nana ¿y mi papá?"

La mujer lo miró con dulzura, acariciándole la mejilla "Tu papá salió muy temprano a la empresa. Tenía algo importante que resolver, creo que algún problema, esperemos que venga el chofer o algunos de tus tíos par que te lleven al kínder"

Aron asintió despacio, procesando la información con la lógica de un adulto en miniatura "Mmm… está bien"

La nana no pudo evitar reír, ese niño le había traído años de vida "Ahora vamos a que tomes desayuno mi pequeño vanidoso" la nana lo llevo al comedor y lo sentó frente al nutritivo y delicioso desayuno que estaba servido.

Mientras Aron disfrutaba de la comida, su reloj inteligente vibró en su muñeca.

Alzó la vista con ojos brillantes era una llamada de su madre "¡Mamá!" gritó, con una mezcla de sorpresa y emoción que lo hizo casi caer de la silla.

La Sargento, aún con el uniforme de campaña, ingresaba de la base militar del país a entregar el informe de la misión.

Sus labios dibujaban una sonrisa que dejaba entrever el alivio de haber regresado sana y victoriosa.

"Hola, mi campeón" dijo con voz cálida "Ya estoy por terminar todo aquí. Y tendré unas vacaciones para pasarla juntos, hoy me tienes que esperar listo"

El niño abrió los ojos con asombro. De pronto recordó que su madre le había advertido ayer sobre su regreso, pero lo había olvidado por completo.

No podía arruinar la sorpresa, así que disimuló con toda la astucia que heredo de sus progenitores.

"¡Qué emoción, mamá! Te he estado esperando mucho tiempo" respondió con voz dulce, aunque por dentro se mordía la lengua por su descuido.

Dalila no sospechó nada "Asi es mi amor. Pórtate bien, en un rato estaré contigo. Te amo muchísimo, te amo hijito hermoso" decía la mujer mientras le mandaba muchos besos a su hijo.

"Ok mamá. Te espero, te amo mamita hermosa, te amo" contestó, escondiendo la travesura detrás de una sonrisa angelical.

La llamada terminó. Aron quedó mirando la pantalla unos segundos, con el pecho latiendo de emoción.

Su mamá estaba de vuelta y quería que los minutos pasen rápido para verla.

Se giró hacia la nana con dulzura "Nana, necesito cambiarme de ropa. Tengo que esperar a mamá, me ayudas por favor"

La mujer lo miró, confundida "¿No vas al kínder, mi niño? El señor Mars no le va a gustar, y si…"

Aron la interrumpió, hizo ojitos para convencerla "Nada de nada nana, hoy llega mí mamá y tengo que ir a la empresa, ella no conoce aquí… por favor, yo le explico a papá"

La nana lo observó con gran cariño y tristeza, el hermoso niño pronto se ira con su madre, rogaba que Julio impida eso.

Al ver su carita llena de emisión comprendió que discutir sería inútil. Suspiró y se levantó resignada "Está bien, Aron… te buscaré algo bonito para que vayas con tu papá"

El niño sonrió satisfecho y corrió a la habitación, la mujer lo siguió con pasos lentos, la edad ya no le permitía seguir el ritmo de ese pequeño travieso.