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Entre el Deber y el Deseo

Entre el Deber y el Deseo

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mujer poderosa / Matrimonio arreglado / Completas
Popularitas:32
Nilai: 5
nombre de autor: Dana Cardoso

A los dieciséis años, fui obligada a casarme con Dante Moretti, un hombre catorce años mayor, poderoso y distante.
En sus ojos, nuestro matrimonio era solo un contrato; en los míos, era amor.
Fui enviada al extranjero para estudiar y, durante cinco años, viví con la esperanza de que algún día él realmente me viera.
Ahora, graduada y decidida, he vuelto a Florencia.
Pero lo que encuentro me destruye: mi esposo tiene a otra mujer y planea casarse de nuevo.
Solo que esta vez no será a su manera. Ya no soy la chica ingenua que dejó partir.
He vuelto para reclamar lo que es mío: el nombre, la fortuna, el respeto… y quizá, mi lugar en su cama y en su corazón.

NovelToon tiene autorización de Dana Cardoso para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 4

(Punto de vista de Bianca)

No conseguí dormir.

El reloj marcaba casi las dos de la mañana y, por más que lo intentaba, el sueño no llegaba. Hacía días que había regresado a Villa Moretti, y aun así me sentía una extraña dentro de las propias paredes que un día llamé hogar. El sonido del viento contra las ventanas, el olor de la madera antigua... todo parecía susurrar su nombre.

Dante.

Cinco años. Cinco largos años sin verlo. Y, aun así, bastaba recordar la forma en que él decía mi nombre para que algo dentro de mí se deshiciera.

Bajé las escaleras despacio, sosteniendo el robe de seda con las manos temblorosas. La casa dormía. Cada paso resonaba en el mármol frío, denunciando mi inquietud. Yo solo quería un vaso de agua —era lo que me decía a mí misma— pero en el fondo, sabía que esperaba por él.

Y cuando empujé la puerta de la cocina, allí estaba él.

De espaldas, frente al mostrador, vistiendo una camisa blanca con las mangas arremangadas, el cabello ligeramente desordenado, el cuerpo curvado sobre una taza de café. La luz amarilla de la luminaria lo envolvía, y por un instante, me quedé sin aire.

Él parecía más maduro, más firme… pero el mismo Dante que mi corazón reconocía.

Una sonrisa atrevida escapó antes de que consiguiera impedirlo.

— Marido… — susurré, dejando la palabra danzar en el aire.

Él se giró despacio, y cuando nuestras miradas se encontraron, sentí el suelo desaparecer bajo mis pies. Sus ojos —aquellos ojos intensos, tan oscuros y serenos— recorrieron cada rasgo de mi rostro como si intentaran reencontrar a la niña que un día partió.

— Creí que estabas durmiendo — dijo él, en un tono ronco, como si temiera quebrar el silencio.

— No conseguí — respondí. — La casa parece diferente… o tal vez yo sea la diferente ahora.

Él me observó en silencio. Aquella mirada me quemaba y me hacía temblar al mismo tiempo. Yo sabía lo que veía allí: sorpresa. Tal vez hasta un poco de confusión. Me aproximé despacio.

Cuando él finalmente habló, yo estaba a menos de un metro de distancia, el sonido de su voz me alcanzó como un recuerdo.

— Creciste, Bianca. Estás más alta.

Sonreí. — Y tú sigues igual. Solo pareces más cansado.

Por un instante, creí que él sonreiría también. Pero Dante desvió la mirada, como quien busca refugio dentro del propio silencio.

— Yo trabajo demasiado — murmuró.

Lo miré, sin miedo. — Lo sé. Es así como intentas evitarme.

Las palabras escaparon antes de que pudiera contenerlas.

Y el silencio que vino después fue tan pesado que casi me arrepentí. Casi.

— No estoy aquí para molestarte, Dante. Solo… quería ver al hombre con quien me casé. — Hablé bajo, como quien confiesa algo que no debía. Me aproximé más, ahora estaba tan cerca que podía oír su respiración volverse irregular. Él erguio el cuerpo quedando recto permitiéndome envolver su cintura con mis brazos — te extrañé. — dije al cerrar mis ojos sintiendo el calor de su cuerpo y oyendo su corazón acelerado en mi oído que reposaba en su pectoral firme. Él no corresponde a mi abrazo y eso dolió entonces me alejé.

Él quedó mirándome por algunos segundos, y en aquella mirada había algo que yo no veía hacía mucho tiempo: añoranza. Él no dijo nada más yo pude ver.

Salí despacio, el corazón acelerado. Antes de atravesar la puerta, miré por encima del hombro y susurré:

— Buenas noches, marido.

Oí su respuesta, ronca y breve:

— Buenas noches, Bianca.

Subí las escaleras con el corazón leve y pesado al mismo tiempo.

Porque, por primera vez en años, él me miró.

Y yo percibí que aún existía algo allí — adormecido, pero vivo.

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