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Cuando Me Miras Así

Cuando Me Miras Así

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Mujeriego enamorado / Malentendidos / Dejar escapar al amor / Amor-odio / Autosuperación
Popularitas:2.8k
Nilai: 5
nombre de autor: F10r

Emma ha pasado casi toda su vida encerrada en un orfanato, convencida de que nadie jamás la querría. Insegura, tímida y acostumbrada a vivir sola, no esperaba que su destino cambiara de la noche a la mañana…
Un investigador aparece para darle la noticia de que no fue abandonada: es la hija biológica de una influyente y amorosa pareja londinense, que lleva años buscándola.

El mundo de lujos y cariño que ahora la rodea le resulta desconocido y abrumador, pero lo más difícil no son las puertas de la enorme mansión ni las miradas orgullosas de sus padres… sino la forma en que Alexander la mira.
El ahijado de la familia, un joven arrogante y encantador, parece decidido a hacerla sentir como si no perteneciera allí. Pero a pesar de sus palabras frías y su desconfianza, hay algo en sus ojos que Emma no entiende… y que él tampoco sabe cómo controlar.

Porque a veces, las miradas dicen lo que las palabras no se atreven.
Y cuando él la mira así, el mundo entero parece detenerse.

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capítulo 4

Narra Emma.

Creo que ya me acostumbré a no acostumbrarme a nada.

Pasé diecisiete años sin padres, sin que nadie me buscara para nada. Siempre esperando en silencio, con la cabeza agachada, pensando que a lo mejor si me hacía pequeñita y buena alguien me iba a elegir. Nunca pasó.

Yo solía esconderme en los rincones feos del orfanato, los que olían a polvo y a jabón rancio. Me gustaba quedarme ahí porque nadie me veía y no tenía que sonreírle a nadie. Decían que no debía perder la fe, pero yo la perdí a los doce, cuando me di cuenta de que solo se llevaban a los bebés o a las niñas chiquitas con coletas.

Pensaba que cuando cumpliera los dieciocho tendría que salir a la calle, dormir en una acera o buscar un trabajo fregando pisos. No sé si lo hubiera logrado. Me daba miedo. Mucho miedo.

Pero entonces llegaron ellos. Mis verdaderos papás.

Todavía no lo entiendo. A veces me despierto pensando que estoy soñando y que en cualquier momento voy a abrir los ojos y voy a volver a mi colchón duro del orfanato. Ellos son tan buenos conmigo que hasta me siento mal, como si no me lo mereciera. Siempre tienen paciencia cuando no entiendo las cosas, cuando no sé qué decir o qué hacer.

Hoy, por ejemplo, mi mamá —Silvia— entró a mi cuarto sonriendo y con un montón de bolsas en las manos.

—Cariño, te compré unos conjuntos preciosos para que te los pruebes —dijo.

Yo me levanté rápido porque… no sé, me da miedo que piensen que no quiero. Y la seguí. Todavía no estoy acostumbrada a tantas cosas nuevas.

[...]

Es de madrugada. No puedo dormir.

Doy vueltas y vueltas en la cama y no quiero salir del cuarto, pero tampoco quiero quedarme aquí sintiendo este nudo en el estómago. Me da miedo que si cierro la puerta ya no pueda abrirla, así que puse una almohada para que no se cierre del todo. Las puertas aquí son enormes y pesadas, como de castillo.

Camino despacito por los pasillos hasta los ventanales que dan al jardín. Afuera todo se ve muy bonito, hay luces en las fuentes y las flores parecen brillar un poco. Me quedo ahí un rato, pegada al vidrio frío, con los brazos cruzados porque hace frío y salí con una blusita de tirantes y shorts. Ni siquiera pensé en traer una bata. Siempre pienso tarde.

Después de un rato, decido regresar.

Cuando doblo la esquina del pasillo, me choco con alguien.

—¡Ay! —digo, dando un paso atrás, asustada.

Él también se detiene. Es Alexander.

Está apoyado en la pared, con las manos en los bolsillos, mirándome con esos ojos claros que parecen siempre saber algo que yo no.

—¿Qué haces aquí? —pregunta, con voz baja, como para no despertar a nadie.

Yo me quedo mirándolo un segundo, nerviosa. Luego bajo la vista y me encojo de hombros.

—No podía dormir.

Alexander asiente, como si mi respuesta fuera suficiente.

—¿Te perdiste? —pregunta, ladeando un poco la cabeza.

—No… creo. —Me doy cuenta de que suena más como pregunta que como respuesta.

Él se cruza de brazos y me mira de arriba abajo, deteniéndose en mis pies descalzos y mi blusa fina.

—Tienes frío —dice, más como una afirmación que como preocupación.

—Un poco —murmuro.

—No trajiste bata. —Su tono tiene algo de burla, pero no es cruel.

—Se me olvidó… —admito, sintiéndome todavía más tonta.

Alexander se despega de la pared y camina despacio hacia mí. Yo doy un paso atrás, instintivamente. Él nota mi gesto y alza las manos como diciendo tranquila.

—No te voy a comer —dice.

Yo niego con la cabeza, apretando los labios, sin saber qué contestar.

Se queda parado frente a mí, con las manos otra vez en los bolsillos. Luego, con un gesto rápido, se quita la sudadera que lleva puesta y me la tiende.

—Toma. —Su voz es seca, pero no parece enojado.

—No… no hace falta… —murmuro, sin atreverme a mirarlo a los ojos.

—Sí hace. —Me la coloca sobre los hombros antes de que pueda protestar y se aparta de nuevo, apoyándose en la pared.

Yo aprieto la tela contra mí. Huele a jabón y a un perfume suave que no reconozco.

—Gracias —digo, muy bajito.

Él no responde de inmediato. Solo me observa unos segundos, con una expresión que no entiendo, y finalmente dice:

—Deberías volver a tu habitación antes de que te enfermes.

Yo asiento y doy un paso para irme, pero cuando ya estoy a medio pasillo lo escucho decir, casi en un susurro:

—Emma…

Me detengo y giro un poco la cabeza.

—No todos aquí son tan… pacientes como tus papás. Ten cuidado.

Me quedo quieta, sin saber qué significa exactamente eso. Pero no pregunto. Solo sigo caminando, apretando la sudadera contra mí, con la sensación extraña de que él sabe muchas más cosas de las que dice.

Cuando cierro la puerta de mi cuarto, todavía puedo sentir su mirada clavada en mi espalda.

Dejo la sudadera a un lado de la cama.

Ese chico… me da miedo.

No entiendo para qué me la dio. Si estamos dentro de la casa, no afuera. Solo tenía que decirme que volviera a mi cuarto y ya. Aquí tengo mis propias sudaderas. Pero no, él tuvo que dármela. Y ahora está aquí, tirada sobre mi cama, oliendo a hombre.

Frunzo la nariz y me encojo entre las sábanas.

Debería usar el sentido común, ¿no? Eso me digo a mí misma mientras acomodo la almohada.

—No pienses tanto, Emma —murmuro en voz baja—. Solo… duérmete.

Cierro los ojos con fuerza y trato de dejar de darle vueltas al asunto. La verdad es que mis padres ocupan mucho más mi mente que él. Todo lo que han hecho por mí, todas las cosas nuevas, el cariño, la paciencia. Ellos son los importantes, no ese muchacho con cara de sabelotodo que aparece de la nada y me dice que tenga cuidado.

Así que respiro hondo y dejo que el sueño me gane.

[...]

Despierto con la luz del sol entrando por las cortinas.

Tardo unos segundos en recordar dónde estoy.

La cama enorme, las sábanas suaves, el olor a flores… Ah, sí. La mansión. Mi casa.

Me estiro y me siento en el borde de la cama. La sudadera de Alexander todavía está ahí, hecha un bollito junto a la almohada. La miro y niego con la cabeza antes de guardarla en un cajón cualquiera, bien al fondo.

—Listo. Fuera de la vista. —susurro, como si así pudiera desaparecer también de mi cabeza.

Me pongo unas pantuflas y bajo a desayunar. En cuanto llego al comedor, escucho las voces de mis padres.

—¡Ah, ahí está nuestra princesa! —exclama mi mamá en cuanto me ve, con una sonrisa enorme.

Mi papá levanta la vista del periódico y también sonríe.

—Buenos días, Emma —dice—. ¿Dormiste bien?

Asiento tímidamente y me siento en una de las sillas.

—Sí… gracias.

—Eso espero —añade mi mamá mientras me sirve un vaso de jugo—, porque este fin de semana te necesitamos con toda la energía del mundo.

Levanto la vista, confundida.

—¿Por qué?

—Oh, nada importante —dice mi papá con una sonrisita divertida—. Solo que avisamos a toda la familia que ya estás aquí.

Parpadeo.

—¿Toda… la familia?

—Claro. —Mi mamá parece a punto de estallar de emoción—. Tus abuelos, tus tíos, las primas, los sobrinos… Todos vienen el sábado a almorzar. No veas lo emocionados que están por conocerte.

Dejo la tostada en el plato, un poco atónita.

—¿Todos… vienen… aquí?

—Por supuesto. —Mi papá toma un sorbo de café—. Es tu bienvenida oficial.

—Pero… yo no… —trago saliva, insegura—. ¿Tengo que… hablar con todos?

Mi mamá suelta una risa suave y se acerca a acariciarme la mejilla.

—Solo sé tú, cariño. Ellos ya te adoran sin siquiera conocerte.

Yo bajo la mirada al plato, sin saber qué decir.

—Puedo… intentarlo —murmuro.

—Eso es suficiente —dice mi papá con una sonrisa amable.

Mi mamá se sienta a mi lado y me toma las manos.

—No te preocupes por nada, ¿sí? Yo estaré contigo todo el tiempo. Y si te cansas, podemos subir a tu habitación y descansar un ratito.

Asiento, un poco más tranquila.

—Está bien… gracias.

Ellos se miran entre sí con complicidad, como si estuvieran orgullosos de algo.

—Bueno —dice papá, poniéndose de pie—. Tengo que ir a la oficina un momento, pero regreso a la hora del almuerzo.

—Y yo te acompañaré a elegir un vestido para el sábado —añade mamá—. Tenemos que verte preciosa.

Me ruborizo un poco y asiento.

—Está bien.

—Eso me gusta —dice mamá, dándome un beso en la frente antes de irse a buscar su bolso.

Me quedo sola unos minutos en el comedor, jugueteando con el borde del vaso.

No puedo evitar pensar en lo raro que es tener “una familia”. Tener gente que me espera, que me sonríe, que parece quererme sin ningún motivo.

Cierro los ojos un momento y me digo a mí misma:

—Por favor… no estropees esto, Emma.

Cuando me levanto de la mesa, por el rabillo del ojo noto algo que me sobresalta: Alexander, apoyado en el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos y esa misma expresión de siempre.

Me detengo en seco.

—¿Qué… qué haces ahí? —pregunto, torpe, sin atreverme a mirarlo mucho.

—Nada. —Encoge los hombros—. Solo vine a por un café.

Me muevo para dejarlo pasar, pero él no se mueve. Se queda ahí, con la cabeza ladeada, mirándome como si quisiera decir algo.

—¿Qué? —pregunto al final, sintiendo que me quemo por dentro.

Él niega despacio y murmura:

—Nada. Solo pensé que seguirías usando mi sudadera.

—Ya no la necesito —respondo rápido—. Tengo las mías.

—Claro. —Una ligera sonrisa aparece en su cara, pero no es burlona. Más bien… extraña—. Ya veo.

Se aparta al fin y camina hacia la cafetera. Yo aprovecho para escabullirme por el pasillo, sintiendo todavía sus ojos en mi espalda.

Mientras subo las escaleras, aprieto los puños y susurro:

—Definitivamente… es más raro que yo.

Pero no puedo evitar sonreír un poquito. Solo un poquito.

[...]

Nunca había visto una casa tan viva.

Desde que terminé el desayuno, la señora Silvia no ha parado de dar órdenes con una energía que cansa solo de mirarla. Camina por los pasillos con un cuaderno en la mano, apuntando cosas, hablando con las personas del servicio: que las sábanas de lino para los abuelos, que cambien las flores del comedor, que las habitaciones del ala este también estén listas “por si acaso” y que todos los chocolates en las mesitas sean de avellana porque “a papá le gustan así”.

Yo la sigo a todas partes con pasos pequeñitos, sin saber muy bien qué hacer.

—Mamá… —me atrevo a llamarla bajito, en un momento en que parece respirar—. ¿Puedo ayudarte?

Ella se gira, como si le hubiera dicho algo extraordinario, y sonríe ampliamente.

—¡Ay, mi vida, no! Tú eres la invitada de honor este fin de semana. ¡Mi princesa no mueve un dedo!

Yo me quedo callada, con las manos juntas frente a mí, un poco abrumada. La palabra *princesa* me hace sentir incómoda. No porque suene mal, sino porque no sé cómo se supone que actúa una princesa.

El señor Felipe, por su parte, no se despega de nosotras. Va y viene con su teléfono en la oreja, pero cada vez que cuelga, me mira con una sonrisa enorme, como si hubiera ganado algo. A veces incluso me pasa el brazo por los hombros y me pregunta cosas:

—¿Qué quieres para el almuerzo, princesa? —dice él, y se ríe solo de verme nerviosa—. ¿Carne? ¿Pasta? ¿Lo que tú digas, lo mandamos a hacer.

Yo abro la boca para responder, pero no me da tiempo porque él ya sigue hablando con otra persona.

Mientras tanto, Alexander está ahí también. Claro que está. Sentado en uno de los sofás, con una pierna cruzada sobre la otra, observando todo con sus ojos claros y esa expresión de aburrimiento superior que parece clavado en su cara.

Lo que no entiendo es cómo cambia tan rápido.

—¿Y tú, muchacho? —le pregunta Felipe en tono jovial, dándole una palmada en la espalda—. ¿Cómo van las cosas en la universidad?

Alexander le dedica una sonrisa tranquila, como si nada lo alterara.

—Bien, padrino. Nada nuevo.

—¿Y Verónica? —insiste Silvia, mirándolo con esa ternura con la que me mira a mí—. ¿Cuándo la traes a cenar otra vez?

Alexander hace una pausa. Apenas perceptible. Luego, con calma, responde:

—No creo que eso pase, Silvia. Creo que… vamos a terminar pronto.

—Oh… —ella hace un gesto triste—. Pero era tan linda…

—Sí. Pero no funciona —dice él, encogiéndose de hombros. Luego toma su taza de café y da un sorbo, como si nada.

Ahí es cuando me doy cuenta de que yo lo estoy mirando demasiado, y bajo la vista enseguida, ruborizada.

En cuanto sus padrinos se distraen, su mirada cambia otra vez, como si apagara el encanto en un segundo. Me lanza una mirada fría. Una que me hiela por dentro.

—No tienes que mirarme así —murmura él, apenas audible.

—¿Así… cómo? —pregunto, más por reflejo que por valentía.

Alexander me dedica una sonrisita que no es amable, pero tampoco completamente cruel.

—Como si creyeras todo esto. Como si fueras tan… buena.

Yo parpadeo, confundida.

—No… entiendo.

—Exacto —dice él, levantándose con la taza en la mano—. No entiendes.

Y se va, dejando tras de sí solo el olor del café y una sensación extraña en el estómago.

Me quedo allí de pie un momento, insegura, deseando tener el valor para preguntarle qué quiere decir con eso. Pero no lo hago. Solo me voy con mamá, que ya está de nuevo diciendo que hay que cambiar las cortinas del salón porque “esas ya no combinan con la alfombra nueva”.

Durante la tarde seguimos recorriendo la casa. Mamá no deja de hablarme, de preguntarme si me gustan las flores del jardín o si prefiero que la fuente esté encendida cuando lleguen los invitados. Yo no sé qué responder a casi nada. Solo asiento y murmuro cosas como: “Sí… está bien”, o “me gusta así…”

Papá también aparece a ratos, con carpetas en la mano, y cada vez que me ve me despeina con cariño y dice:

—¿Cómo está mi niña? ¿Todo bien?

Yo asiento y él me guiña un ojo, antes de volver a hablar por teléfono.

Por un instante, mientras los veo moverse por la casa como si hubieran estado esperando toda la vida por este día, me pregunto si de verdad merezco tanto. Si de verdad soy la hija que creen que soy.

Pero entonces mamá vuelve a tomarme de la mano y a llamarme *princesa*, y papá me revuelve el cabello con una sonrisa orgullosa, y por un momento… el miedo se me olvida un poquito.

Hasta que levanto la vista y lo veo a él.

Alexander está en el umbral del salón, apoyado contra la pared. Sus ojos claros me miran fijo, como si pudiera ver dentro de mi cabeza.

Frunce apenas el ceño, pero no dice nada. Solo me observa unos segundos antes de girar sobre sus talones y desaparecer por el pasillo.

Y yo… me quedo temblando por dentro.

Porque por más que trato de convencerme de que no me importa…

…algo en su mirada me hace sentir como si me estuviera juzgando.

Y no estoy segura de poder rebatirle nada.

1
Arie1
Alexander se va volver loco🤭
Arie1
Oigan y ¿porque no? Alexander esta loco o no quiere verla en su cabeza como una mujer
Arie1
🤣🤣🤣😭🤣😂
Arie1
Hasta que por fin te enteraste mijo
Arie1
Jack siemore esta en sus piernas
Arie1
Alexander deja el delirio mijo que te pasa , ya quiero leer su version🤭
Arie1
yi ni quirii milistirlos- muchacha y si te hubieras morido
Arie1
Pobres de los padres apenas la tienen y casi se le desvive
Arie1
🤣🤣🤣 siento que Alexander me va caer bien
Arie1
Eres tu mi ser amado?
Arie1
El le dice a su esposa que este tranquila pero el no puede estarlo (llora en recuentro de padre e hija😭)
Lorena Espinoza
Está muy interesante la historia 😍
F10r: Me alegra que te este pareciendo interesante☺
total 1 replies
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