Ella una divorciada de 40 años...
Él un rock star de 26... una pareja que no debía formarse, pero aun así... ambos luchan por su amor y la crítica publica.
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capítulo 4
La noche se había deslizado como una copa de vino entre risas y confidencias. Allí, en la azotea cálida y perfumada por las hierbas del pequeño huerto, Rous y Liam habían conversado como si no existiera el mundo más allá de aquella terraza. La ciudad brillaba debajo, difusa, envuelta en neblina y luces lejanas, pero ellos estaban suspendidos en su propio universo, uno hecho de historias, heridas compartidas y una atracción inesperada.
Pero como todo hechizo, la magia empezó a diluirse cuando Rous, al ver el reloj interno de sus propios miedos, se incorporó lentamente. Algo en su mirada había cambiado. Sus ojos se habían apagado un poco, y la sonrisa suave que adornaba sus labios durante la conversación se desvanecía como el calor de un plato servido y olvidado.
—Creo que ya deberías irte —dijo, su voz sonando más firme de lo que en realidad se sentía.
Liam, que hasta ese momento la observaba con una mezcla de asombro y ternura, parpadeó sorprendido.
—¿Por qué? —preguntó mientras se ponía de pie y la seguía, con pasos suaves, hasta la barandilla donde ella se había detenido a mirar las luces de la ciudad como si buscara respuestas en el horizonte.
Sin esperar más, él se acercó hasta que su pecho rozó su espalda. Ella no se apartó. Las manos de Liam se deslizaron lentamente por los brazos de Rous, acariciando su piel con una dulzura que hizo que un escalofrío involuntario recorriera su espalda.
—No me digas que tú no lo sientes —susurró cerca de su oído—. Esta conexión… es real. La sentí desde el primer momento en que te vi.
Rous cerró los ojos. Era peligroso lo que estaba ocurriendo, porque no se trataba de una aventura fortuita. Había algo más, algo que removía fibras que ella había creído adormecidas hacía años. Y sin embargo, no podía permitirlo. No debía.
—Soy… muy vieja para ti —murmuró, con una mezcla de tristeza y resignación.
Liam ladeó el rostro y, con una mano en su cintura, la giró suavemente hasta quedar frente a él.
—No es cierto —replicó sin titubear.
Y sin darle tiempo a procesar nada más, la besó.
Fue un beso lento, cuidado, como si él supiera que cualquier movimiento brusco podría romper ese momento tan frágil. Y, sin embargo, tuvo toda la fuerza de una ola estrellándose contra un dique. Rous, por primera vez en muchos años, sintió el vértigo de las mariposas en el estómago. Ese nudo cálido que creía enterrado bajo el peso de las decepciones y los años. No supo en qué instante exacto dejó de resistirse, ni cuándo colocó sus manos sobre el pecho de Liam, sintiendo los latidos firmes de su corazón.
Al separarse, aún con los ojos cerrados, apoyó su frente contra el pecho de él. Respiraba de forma entrecortada, como si acabara de correr una maratón emocional. Liam le acariciaba el cabello con una mano, mientras la otra permanecía sobre la curva de su cintura.
—Esto no es correcto —susurró ella, en un suspiro.
—¿Por qué no lo es?
Rous levantó la cabeza, sus ojos brillaban, no de felicidad, sino de un dolor suave, interior.
—Liam... soy una mujer divorciada con una hija adolescente. ¿Qué dirán las personas de esto?
—¿Qué importa lo que digan? —replicó él con tranquilidad—. Si los papeles estuvieran invertidos y yo fuera el mayor, nadie levantaría una ceja. He lidiado con la crítica desde que tengo memoria. Desde que empecé en la música, todos han opinado sobre lo que debo o no hacer. ¿Sabes qué aprendí? Que lo único que importa es lo que yo sienta. Y tú... —la miró con intensidad—. Tú eres una mujer inteligente, interesante, divertida... y sexy.
Rous parpadeó sorprendida por la última palabra. Se mordió el labio inferior, entre avergonzada y divertida.
—¿Sexy? —repitió con una ceja levantada.
Liam sonrió, sin dejarse intimidar.
—Lo dije al final... no es la principal razón por la que me atraes.
Rous bajó la mirada, su mente era un torbellino. Acariciaba la idea de ceder, de permitirse sentir, pero la realidad la devolvía a tierra. Era madre, era adulta, y él... él era demasiado joven para cargar con su historia, con su hija, con sus heridas.
—Es mejor dejar esto hasta aquí —dijo finalmente, separándose de su abrazo con suavidad—. Me siento halagada... en verdad. Pero no creo que sea una buena idea. Es momento de que te vayas.
Liam suspiró. No discutió. Sabía que empujarla solo haría que se cerrara más. Asintió en silencio, dando unos pasos hacia la puerta de la azotea. Pero antes de cruzarla, se giró una vez más.
—Muy bien... me iré. Pero piénsalo, Rous. No todos los días encuentras a alguien con quien puedas hablar durante horas sin mirar el reloj. No todos los días sientes esto.
Ella no respondió. Solo lo observó mientras se marchaba. Cuando la puerta se cerró, el aire pareció pesar más. Rous se dejó caer en una de las sillas, exhalando largamente.
Había sido una noche perfecta. Y por eso dolía tanto.
---
Esa madrugada, Rous no pudo dormir.
Cada vez que cerraba los ojos, recordaba el roce de sus manos, el sabor de aquel beso, la forma en que Liam la había mirado… como si fuera la mujer más deseable del mundo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien la miraba así? ¿Desde que ella misma se sentía viva?
Se regañó a sí misma más de una vez. “¿En qué estás pensando, Rous? Es un muchacho... por poco podria ser tu hijo.” Pero no era verdad. Liam era adulto. Independiente. Sabía lo que quería.
Y sin embargo, el juicio social era implacable. Había pasado demasiado tiempo intentando reconstruir su vida, poner orden, criar bien a su hija, y ahora… ahora se sentía al borde de un precipicio emocional que la asustaba.
***
Mientras tanto, Liam caminaba por las calles de Los Ángeles con las manos en los bolsillos y el corazón latiendo con más fuerza de la habitual. No estaba confundido. Sabía lo que sentía. Rous le atraía de una forma que iba más allá de lo físico. Su historia, su fortaleza, su manera de reírse de sí misma, su pasión por la cocina… Todo en ella era real, sin filtros, sin máscaras.
No era la primera mujer mayor con la que hablaba, pero sí la primera con la que quería algo más que una noche o una conversación casual. Le molestaba no haber podido convencerla, pero al mismo tiempo, admiraba su sentido de responsabilidad.
“Piénsalo”, le había dicho. Y lo decía en serio.
***
A la mañana siguiente, Rous se encontró frente al espejo con la misma expresión de siempre… pero algo había cambiado. Tal vez era la forma en que sus mejillas aún conservaban un leve rubor. Tal vez era el modo en que se detuvo al ponerse el lápiz labial, sonriendo de lado.
Había algo que no podía negar: por primera vez en años, alguien la había hecho sentirse deseada… no por su rol de madre, no por ser una buena cocinera, no por educación, sino por ser simplemente Rous.
Y esa sensación, aunque la negara con palabras… la había removido hasta los huesos.