Santiago Jr. y Maggie se casaron en una noche de copas en Las Vegas. Ella desapareció después de la noche de bodas y Santiago Jr. comenzó a buscarla para corregir su error y divorciarse. Pero Maggie después de esconderse por meses viene dispuesta a sacarle a Santiago Jr. hasta el último dólar a cambio de darle su libertad.
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CAPÍTULO 4
Maggie salió de la habitación con un nudo en la garganta. Era muy duro para ella verla así, pero mantenerla con vida hasta que llegara el milagro de Dios era su misión.
—No me falles — susurró Maggie con su mirada hacia el cielo a través del gran ventanal, mientras caminaba por el gran pasillo hasta salir de la clínica, luego entró a una tienda y compró algunos dulces y salió hacia la avenida.
Después tomó un auto y se relajó mientras avanzaba por la ciudad. Su corazón estaba lleno de esperanza, amor y mucha fe.
El auto se estacionó en un barrio pobre de la ciudad. Maggie observó con recelo la precaria vivienda y, aunque no se avergonzaba de sus orígenes, no quería seguir viviendo ahí. Su carrera como modelo estaba en ascenso y tal vez, le permitía mudarse a un lugar mejor. Pero ella había invertido cada dólar en la salud de su amada.
Sin embargo, había otra persona que merecía vivir de una manera más cómoda y era su otra razón de vivir.
—¡¡Titi!! —le gritó el pequeño y corrió hacia ella.
Maggie se agachó y lo levantó en brazos, para besar sus regordetas mejillas.
—¿Cómo está el bebé más bello del mundo?—le preguntó mientras lo llenaba de besos.
El pequeño reía a carcajadas, mientras recibía los mimos de su titi.
—Que bueno que llegaste, hija. El niño no deja de preguntar por ti.
—Si, mamá, lo entiendo. No quisiera estar tan ausente, pero tengo otros asuntos que resolver.
—Si lo entiendo hija, pero él necesita de ti. Yo lo cuido con mucho cariño, pero ya estoy vieja y no puedo llevar su ritmo.
Maggie sonrió al ver el pequeño terremoto correr de un lado a otro en la pequeña casucha. Entonces decidió darle un poco de alegría a su familia.
Ella sacó su teléfono y realizó una llamada que duró quince minutos. Después se metió a la habitación y contó dos fajos de dinero, para guardarlos en un sobre aparte.
Después se acercó a su madre.
—Male recoge tu ropa, voy a comprar una casa más grande, con un jardín hermoso para que mi pequeño corra y juegue como quiera.
La mujer frunció el ceño, puso una mano en cada lado de su cintura y fijó la mirada en su hija menor.
—Maggie Silver ¿en qué estás metida? Yo las críe humilde, pero decentes, y si desviaste tu camino, te advierto que todavía puedo darte un par de bofetadas.
Maggie sonrió a ver a su madre molesta, indignada. Magdalena Silver era una mujer de campo, trabajadora y decente que luchó incansablemente para sacar adelante a su familia.
Maggie caminó hacia su madre y la abrazó.
—Male, no seas mal pensada. Tampoco voy a comprar una mansión, que incluso está aquí mismo en el barrio, pero es una casa más grande. Ahí estaremos mejor.
La señora Silver, sonrió. Ella se sentía orgullosa de su hija. Era la menor, pero había madurado antes de tiempo y se había hecho cargo de la familia.
Maggie le dió un beso en la mejilla a su madre y corrió hacia la habitación.
—¡Derek! Recoge tus juguetes. Nos vamos.
El pequeño corrió hacia su habitación y comenzó a meter todo en una pequeña caja plástica. Maggie reía desde la puerta al ver al pequeño emocionado.
—A ver enano. Yo te ayudo. Solo llevarás tus juguetes y tu ropa nueva, lo demás no.
El niño corrió hacia su closet y sacó la única muda de ropa nueva que tenía y la trajo hacia Maggie.
Pasaron dos horas más, cuando la familia Silver emprendió su nuevo camino.
Solo tres bolsos y una pequeña caja de juguete los acompañaron en su viaje. Ellos caminaron por casi treinta minutos y una sonrisa se dibujó en el rostro de Maggie.
—Es aqui —Maggie se paró frente al gran portón y tocó el timbre.
Magdalena se quedó petrificada. Ella observó a su hija tratando de descubrir algún gesto de burla o de broma, pero al ver al hombre abrir la puerta y darles la bienvenida. Entendió que era cierto.
—Pasen adelante. Están en su casa —le dijo el hombre con una sonrisa amable.
Maggie sintió su corazón saltar de emoción al ver la cara de felicidad del pequeño y de su madre.
—Señor Olegario. Gracias por agilizar todo.
El hombre asintió con la cabeza.
—No tienes nada que agradecer. Me siento muy feliz de que seas tú quien te quedes con mi amada casa.
—Muchas gracias de nuevo. Aquí está su dinero. Puede contarlo.
El hombre tomó el sobre y negó con la cabeza.
—No hace falta, aquí tienes el documento, solo falta tu firma y listo.
—¿Asi de fácil? —le preguntó Maggie con desconfianza y el hombre soltó una pequeña risa.
—Alguna ventaja debo tener por haber sido notario por más de cuarenta años.
Todos comenzaron a reír y Maggie firmó con confianza sus documentos.
—Ja, ja, ja. ¡Qué tonta soy! Tiene razón.
El hombre le sonrió y se acercó al pequeño para acariciar su cabeza.
—Maggie, tal y como te lo prometí, te regalo todos los muebles. Incluso hay algunos juguetes de mis nietos.
Maggie fijó su mirada en el rostro del pequeño y disfrutó de su expresión de alegría.
—¡¡Titi!! Mira —le gritó el pequeño, mostrándole un carro de juguete.
Maggie sintió su corazón oprimido al ver a su pequeño alegrarse por unos juguetes viejos. Definitivamente, ella tenía que esforzarse más para darle a su pequeño todo lo necesario.