Salvando Otro Mundo Sin Ser Un Heroe

TANTA BELLEZA Y UN DESEO CON SABOR AMARGÓ

Llegando a la taberna del pueblo, Ayanos se topó con Beatriz, quien llevaba un vestido rosa que caía delicadamente sobre su cuerpo, dejando entrever su figura atractiva y curvilínea. Su cabello estaba suelto, y un fino collar adornaba perfectamente su escote. Se veía distinta; siempre había sido hermosa, pero esta vez irradiaba una belleza diferente.

Ayanos no pudo ocultar en su rostro la impresión que le causó. Por un instante, Beatriz lo eclipsó por completo, casi como lo habia echo la diosa. Sin poder contenerse, soltó espontáneamente:

—Wooo... Beatriz, te ves hermosa.

La joven, sonrojada y un poco apenada pero claramente feliz por esas palabras, respondió:

—Gracias, Ayi.

La brillante luz del atardecer bañaba a la bella joven, dándole un aire casi mágico. Con calma, continuó la charla:

—Debe ser muy bueno el motivo para que te vistieras así.

Beatriz sonrió tímidamente, bajando la mirada por un momento antes de responder:

—Asi es —dijo, jugueteando con el collar entre sus dedos.

Y tomando al joven de la mano lo arrastra con ella —Ven conmigo —dijo entre risas.

Ayanos no estaba en posision de negarse y la siguio sin saber el destino.

Cuando la brisa fresca del bosque acariciaba las hojas, creando un murmullo que acompañaba sus pasos. Ayanos sentía su corazón latir con fuerza, no sólo por el misterioso rumbo que tomaban, sino por la calidez de la mano de Beatriz entrelazada con la suya.

Cuando finalmente el paisaje le resultó familiar, una chispa de inquietud recorrió su espalda. Era el claro donde entrenaba a solas, un lugar secreto que, hasta donde sabía, nadie más conocía.

Beatriz se detuvo, tomaba aun su mano con una suavidad casi reverente, y giró para mirarlo con una expresión entre traviesa y dulce. La luz dorada del último suspiro del atardecer delineaba su silueta como si el propio sol la enmarcara.

—¿Reconoces este lugar, Ayi? —preguntó con una voz melodiosa, cargada de un matiz que no había escuchado antes en ella.

Él asintió, sin encontrar aún palabras para articular lo que sentía.

—Lo descubrí por accidente un día... te vi entrenar —confesó Beatriz, entrelazando sus dedos frente a sí de manera nerviosa, pero con una determinación que hacía que sus ojos brillasen aún más—.Desde entonces te vi progresar... haciendo cosas asombrosas —continuó Beatriz, con la voz temblorosa—. Y día tras día que venía a verte, te sumergías más en ese mundo tuyo... al que me da la impresión de que no puedo entrar... y quizá sea mejor así —dijo, en un tono lleno de ilusión y melancolía.

Girándose, soltó la mano de Ayanos y caminó hacia el centro del descampado, deteniéndose para admirar el cielo. Ayanos sintió como esas palabras le pesaban profundamente en el pecho, pero en ese momento no sabía si podría negarlas.

Mientras ella estaba de espaldas, mirando al cielo y casi sollozando, él extendió su mano derecha. Un círculo mágico de color rosa apareció flotando en el aire mientras proclamaba:

—Capricho.

Y otro círculo similar se desplegó bajo los pies de Beatriz, y esferas de luz rosa comenzaron a rodearla. Ella se giró hacia el muchacho, asustada pero a la vez fascinada por el espectáculo de luces.

—¿Qué sucede, Ayi? —preguntó, con la voz temblorosa.

Él se acercó hasta el borde del circulo y con una sonrisa tranquila, y en un tono dulce pero claro, le respondió:

—Expresa lo que deseas de corazón.

Viendo la expresión dudosa de la chica, añadió:

—Este hechizo lo creé por accidente... y nunca pensé que llegaría a usarlo tan pronto. Se llama "Capricho". Solo puede utilizarse si se cumplen ciertas condiciones. Pero si deseas algo de verdad, desde lo más profundo de tu corazón, y con una determinación insuperable dentro de ese círculo... yo pagaré el precio requerido para que se cumpla. Así que solo desea... y confía.

Beatriz sentía que era demasiado para ella, que ese obsequio implicara un sacrificio inmenso por parte de Ayanos. Pero su deseo de seguirlo era aún más grande, sabia que el pronto se iría del pueblo, ya que con tanto poder debía sentirse preso en ese rincon apartado de todo. Entonces cerró los ojos, y con todas sus fuerzas, gritó:

—¡Quiero hallar la fuerza para seguir a Ayi!

Tras esa petición, el círculo mágico aumentó su brillo y se deshizo en esporas brillantes que iluminaron todo el bosque, que ya era consumido por la oscuridad de la noche. El chico la tomó de la mano y se acercó a ella, que se sentía realizada. La besó en la frente y, con un tono algo afligido, dijo:

—Escucha, Beatriz... tu deseo se va a cumplir, tenlo por seguro. Pero trata de no olvidar estas palabras... ya queda poco tiempo.

La abrazó con fuerza mientras ella, confundida, comenzaba a ver todo borroso. Intentó decir algo, pero él la interrumpió suavemente:

—Esfuérzate cada día. Notarás un cambio enorme en ti. Ve a alguna gran ciudad y estudia en una academia. No lo olvides... solo esfuérzate, y te prometo que pronto tu deseo se cumplirá.

Ella lo miró sin soltarlo y preguntó con inocencia:

—¿Entonces funcionó? ¿Por qué lloras?

Le secó las lágrimas con ternura y añadió:

—Estare a tu lado siempre —con una sonrisa inocente y brillante.

Intentó besarlo, pero justo antes de lograrlo, sintió un fuerte latido en el pecho que la desconectó por un momento, nublando su visión. En ese instante, él se retiró lentamente, sumergiéndose en las penumbras sin dejar rastro.

Cuando Beatriz recobró el conocimiento, se encontró sola y confundida.

—¿Por qué estoy en este bosque...? ¿Y por qué estoy vestida así? —dijo en voz baja, desorientada.

Mientras tanto, el joven caminaba por la oscuridad con un semblante triste.

Beatriz volvió al pueblo, aún confundida, con una extraña sensación en el pecho. Como si le faltara algo. Como si hubiese perdido... algo muy importante.

Se topó con su abuelo, quien justo estaba llegando a la taberna. La noche ya había caído por completo, y la luna, con su luz tenue, iluminaba el ambiente de forma misteriosa.

—Hola, abuelo —dijo ella, caminando con delicadeza.

El abuelo la vio y respondió al saludo con una sonrisa pícara.

—Hola, Beatriz. ¿Cómo te fue con Ayano, picarona? —dijo con tono cómplice, guiñándole un ojo.

Ella frunció el ceño, visiblemente confundida.

—¿Quién, abuelo?

En la casa donde Beatriz, su abuelo y Ayanos habían compartido tantos momentos, no quedaba rastro de nadie. El silencio era absoluto, casi irreal. El joven pensó que tal vez todos estarían en la taberna, celebrando alguna cosa, como solían hacer en noches como esa.

Con paso lento y mirada pensativa, se dirigió hacia la puerta trasera. Pero antes de alcanzarla, una voz surgió de la oscuridad, desde un rincón del viejo cobertizo, como si hubiese estado esperando en las sombras.

El abuelo se mostro, dejando que la luz de la luna lo iluminara. Allí estaba Ayanos, cabizbajo, la silueta inmóvil, cargada de una tristeza profunda.

—¿Qué pasó en el bosque? —preguntó el anciano, con voz grave.

Ayanos no respondió de inmediato. Permaneció en silencio por unos segundos eternos, luego se giró lentamente hacia el viejo.

—Responde, muchacho —insistió el abuelo, esta vez con un tono más severo.

El joven dio un par de pasos hacia adelante, alzó la vista al cielo estrellado y, con una serenidad extraña, casi dolorosa, dijo:

—Ella quería volar... y yo le di las alas perfectas para eso. Pero todo regalo tiene un precio.

El anciano sintió cómo esas palabras le atravesaban el pecho. Comprendía, casi sin necesidad de más explicación.

—Y no hace falta que me diga nada —continuó Ayanos, con voz suave—. Pude ver en sus ojos lo que sentía por mí. Por eso no podía darme el lujo de no cumplir su deseo.

Entonces, su tono cambió. Fue más firme, más decidido, como una orden que no podía desobedecerse.

—Ella ahora podrá manipular maná… y usar manía. No sé a qué nivel, pero sé que se volverá fuerte. Envíela a alguna academia, que se entrene bien. Cuando sea una aventurera... nos volveremos a encontrar.

El anciano asintió. No dijo nada. Solo aceptó, con el peso de la comprensión clavado en el alma.

Ayanos entró a la casa por última vez. Reunió sus cosas en silencio. Al salir, Roman lo esperaba apoyado en la cerca, como si supiera que ese era el final.

El anciano lo miró, y con una voz sincera, cargada de gratitud, le dijo:

—Gracias… por no herirla. Y por soportar tú solo el dolor de la despedida. Haré lo que me pides.

Ayanos no respondió. Solo asintió una vez y se alejó.

Al pasar frente a la taberna, la algarabía se escapaba por las ventanas. Risas, música, voces alegres. A través del cristal, la vio a ella, a Beatriz, bailando con una sonrisa radiante, como si nada hubiera pasado.

Él sonrió apenas. Un gesto tenue, cargado de cariño y resignación.

Y sin mirar atrás, siguió su camino, alejándose del primer pueblo que conoció… y que, por un breve instante, lo hizo sentir en casa.

Comenzando asi su aventuraen otro mundo sin ser un heroe.