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Mi Prometido de Alquiler es un Príncipe

Mi Prometido de Alquiler es un Príncipe

Status: Terminada
Genre:Romance / Matrimonio contratado / Amor tras matrimonio / Mujer poderosa / Traiciones y engaños / Juego de roles / Completas
Popularitas:5
Nilai: 5
nombre de autor: Denise Oliveira

Beatriz sufre una gran desilusión amorosa y deja de creer en el amor; sin embargo, el día de la boda de su exnovio conoce a un hombre que parece dispuesto a hacerla cambiar de opinión.

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Capítulo 24

El sol poniente teñía el cielo de tonos dorados y rosados cuando Amira condujo a Beatriz por los extensos jardines del palacio. Caminaban lado a lado, con pasos lentos, mientras una brisa suave cargaba el perfume embriagador de las flores raras que se esparcían por canteros artísticamente dispuestos.

—Estas flores… —murmuró Beatriz, impresionada—. Nunca he visto nada así.

Amira sonrió, orgullosa.

—No podría verlas en realidad. Solo existen aquí, en Nurabia. Son cultivadas hace generaciones, cada variedad cargando un poco de nuestra historia.

Pararon delante de un cantero especial, repleto de pétalos blancos y rosados que parecían centellear bajo la luz suave del atardecer. Amira se arrodilló levemente, pasando los dedos por los pétalos con una ternura casi infantil.

—Estas… —dijo en voz baja— fueron cultivadas por mi madre. Ella misma cuidó de cada brote cuando aún era princesa, antes de casarse con mi padre.

Beatriz se inclinó, tocando una de las flores con reverencia.

—Son maravillosas.

—Leila. —Amira alzó los ojos vidriosos, pero firmes—. Ese es el nombre de ellas. En homenaje a mi madre.

Beatriz sonrió, conmovida.

—Tiene todo el sentido. Esas flores tienen la misma delicadeza de ella.

Amira suspiró, desviando la mirada hacia el horizonte.

—Un día… espero estar a la altura de lo que ella representa.

Beatriz iba a preguntar qué quería decir con aquello, pero notó la sombra en su mirada. Optó por no insistir, apenas sujetó la mano de la princesa. Amira apretó de vuelta, en silencio, pero dentro de ella el recuerdo de las palabras de Emir resonaba con más fuerza que nunca.

Mientras tanto, en uno de los salones privados del palacio, Emir se reclinaba en un sillón, el semblante cargado. Delante de él, la Reina Leila servía té como si fuese el más natural de los gestos, pero sus ojos, atentos y serenos, no dejaban escapar nada.

—Hijo mío —empezó ella, con suavidad—. Tu padre está furioso, pero lo que más me preocupa no es la rabia de él. Eres tú.

Emir alzó una ceja, irónico.

—¿Yo? ¿Desde cuándo soy su mayor preocupación?

Leila posó la taza delante de él y se sentó.

—Desde que vi cómo miras a Beatriz.

El príncipe se congeló por un instante, antes de soltar una risa breve.

—Está viendo cosas, madre.

—Estoy viendo a mi hijo enamorado —dijo ella, firme—. Y también estoy viendo a alguien dispuesto a enfrentar a un reino entero por ella.

Emir desvió la mirada, tamborileando los dedos en el brazo del sillón.

—No me importan los viejos decrépitos del consejo. Ellos pueden hablar lo que quieran.

—¿Y el trono? —Leila se inclinó levemente hacia adelante—. ¿Estás dispuesto a renunciar a él por amor?

Emir quedó en silencio por algunos segundos, los ojos fijos en un punto distante.

—Si es preciso… sí.

Leila suspiró, pero una leve sonrisa surgió en sus labios.

—Entonces tal vez este reino esté a punto de ver una revolución.

Por la noche, la familia real se reunió en el gran salón de comedor. Los candelabros iluminaban el ambiente, reflejándose en los cubiertos de plata. Beatriz, al lado de Emir, intentaba mantenerse calma bajo las miradas curiosas de los criados y miembros menores de la corte.

La cena transcurría en una falsa tranquilidad, hasta que las puertas se abrieron de súbito.

—Su Majestad —anunció el mayordomo, visiblemente constreñido—. Tenemos… visitantes.

Todos se giraron cuando Nadine surgió, impecablemente vestida en seda roja, seguida por sus padres. La sonrisa de ella era calculada, venenosa.

—Espero que no estemos interrumpiendo —dijo ella, caminando sin esperar invitación, como si tuviese todo el derecho de estar allí—. Apenas pensamos que sería apropiado… felicitar al príncipe y a su novia.

El silencio pesado que se siguió fue quebrado apenas por el tintineo de un cubierto que cayó de la mano de un criado.

El rey Malik frunció el ceño, su voz firme y cortante resonando en el salón:

—No recuerdo haberlos invitado.

Nadine, sin embargo, mantuvo la sonrisa, ignorando el tono de reprensión. Sus ojos, sin embargo, estaban clavados en Beatriz… como láminas listas para cortar.

Beatriz narrando....

La cena seguía en tono sereno, acunada por el aroma de las especias de Nurabia y el leve murmullo de la música tradicional que los músicos tocaban en el fondo. Yo intentaba relajarme al lado de Emir, que se empeñaba en hacerme sentir a gusto, pero la mirada constante del rey Malik a la cabecera de la mesa me recordaba que cada gesto mío estaba siendo evaluado.

De repente, el silencio fue quebrado por una entrada inesperada.

—Su majestad —anunció el mayordomo, en tono de incomodidad—. Tenemos...visitantes.

Las puertas se abrieron, revelando a Nadine en un vestido exuberante, los ojos chispeando como si ya fuese parte de la familia real. Detrás de ella, sus padres se inclinaban respetuosamente, pero el rey Malik frunció el ceño.

—No recuerdo haberlos invitado —dijo él, con frialdad contenida.

Nadine, sin embargo, ignoró la reprimenda. Su mirada encontró a Emir y, luego, se deslizó hacia mí con una sonrisa venenosa.

Antes de que la tensión se extendiese, Khalid entró en el salón cargando una pequeña caja de terciopelo. Él se acercó a Emir y se inclinó discretamente.

—Alteza, llegó lo que pidió.

Los ojos de todos se volvieron hacia la escena. Emir se levantó, abrió la cajita y retiró un anillo de quitar el aliento, un diamante raro, lapidado en forma de lágrima, cercado por pequeñas piedras que reflejaban la luz como estrellas.

Sentí mi corazón dispararse.

—Beatriz… —dijo él, la voz firme, pero con un brillo de emoción—. Este anillo es el símbolo de lo que escogemos delante del mundo. Él substituye lo que usted perdió.

La mentira que yo había inventado sobre un supuesto asalto en Miami sustentaba ahora la escena. Emir, sin dudarlo, tomó mi mano y deslizó el anillo en mi dedo, delante de la mesa entera.

El salón pareció contener la respiración. El odio estampado en el rostro de Nadine era imposible de disimular; sus labios se curvaron en una sonrisa falsa, pero sus ojos quemaban en furia.

—Es… lindo —murmuré, intentando sonar natural, cuando en realidad estaba ahogada de emoción.

La reina Leila aplaudió levemente, contagiando a los demás. Amira sonrió para mí con complicidad, como si dijese: ahora es oficial.

Después de que Emir colocó el anillo en mi dedo y el salón explotó en aplausos contenidos, el rey Malik carraspeó, incómodo. Su mirada dura se volvió hacia Nadine y sus padres.

—Ya que están aquí… acomódense y únanse a la cena —dijo, seco, pero firme, dejando claro que aquella presencia no era deseada, una sorpresa para mí, ya que pensé que todos eran amigos, pero tarde Emir me explicó que el rey detesta que interrumpan sus comidas en familia aún más sin ser invitados incluso siendo personas de la convivencia de ellos.

Nadine sonrió como si hubiese vencido una batalla y se sentó con la levedad de quien se juzgaba dueña del lugar. Sus padres, Fátima y Omar, se acomodaron al lado de ella, intercambiando miradas de aprobación.

Durante algunos minutos, la cena siguió en silencio tenso, hasta que Nadine resolvió quebrar el clima.

—El anillo es realmente magnífico, Emir —comentó, con la mirada venenosa vuelta hacia mí—. ¿Pero será que Beatriz está acostumbrada a tanto brillo? ¿O prefiere fiestas más… digamos… escandalosas?

—¿Escandalosas? —Amira frunció el ceño.

Nadine rió, saboreando cada palabra.

—Ah, querida, tal vez ustedes no sepan… —Ella posó la copa de vino sobre la mesa, triunfante—. Pero existe un video circulando hasta hoy. El casamiento de la señorita Martins que no sucedió. Una escena inolvidable… cuando ella expuso a su propia prima, sin ropa, en medio de un salón de hotel. —Nadine hizo una pausa dramática—. Todo porque pilló al novio de ella, Jake Wellington, en los brazos de la tal prima.

La mesa entera quedó en silencio. Algunos de los invitados más distantes intercambiaron miradas, curiosos. Los ojos del rey Malik se estrecharon, y la reina Leila apretó levemente la mano de Emir, preocupada.

Yo respiré hondo, sintiendo el calor subir al rostro. Esa era la jugada de ella: avergonzarme, transformarme en una intrusa indigna de la realeza.

Antes de que Emir pudiese reaccionar, hablé con firmeza:

—Es verdad. —Todas las miradas se volvieron hacia mí—. Yo expuse la traición de dos personas en quienes confiaba. No por venganza, sino porque no acepto ser humillada en silencio. Prefiero enfrentar la verdad que vivir de apariencias.

Amira abrió una sonrisa satisfecha, y la reina Leila asintió discretamente, como quien aprueba mi coraje.

Nadine intentó disimular la irritación.

—Qué… osadía. —Sus ojos chispeaban.

Fue entonces que Fátima, la madre de ella, se inclinó en la dirección del rey.

—Majestad, perdóneme la franqueza… ¿pero no sería arriesgado permitir que una joven de orígenes tan… simples… venga a unirse a la familia real?

Omar completó, con un falso tono diplomático:

—Claro que Beatriz parece encantadora, pero su ascendencia… no es noble, ni siquiera ligada a familias influyentes.

Las palabras flotaron sobre la mesa como veneno disfrazado de cortesía. Yo sentí la opresión en el estómago, pero Emir se adelantó antes de que el silencio me aplastase.

—¡Basta! —Su voz resonó firme, cortando el salón—. No toleraré que nadie, sea quien fuere, hable de Beatriz con desprecio. El linaje de ella no importa. Lo que importa es que ella tiene más dignidad y coraje que muchos aquí que nacieron dentro de palacios.

El rey Malik observó en silencio, indescifrable. Pero la reina Leila alzó el mentón, orgullosa del hijo.

Nadine intentó sonreír, pero su máscara de dulzura ya se deshacía. Sus dedos apretaban el cubierto con fuerza, como si pudiesen clavarse en mí.

—Naturalmente, Alteza… no quise ofender. —Su voz era dulce, pero los ojos quemaban de rencor.

Yo me mantuve firme, erguendo la cabeza, sin dejar traslucir la emoción que latía dentro de mí. En el fondo, Nadine no había conseguido lo que quería. Ella quería avergonzarme, pero todo lo que consiguió fue darme la chance de mostrar quién yo era delante de ellos.

Y Emir… Emir me había defendido con una convicción que arrancó mi aliento.

El silencio pesado pairaba sobre la mesa después de las palabras afiladas de Emir. Nadine, con la sonrisa deshecha, aún intentaba recomponer la pose. Sus padres mantenían la expresión de falsa diplomacia, como si no hubiesen derramado veneno segundos antes.

El rey Malik carraspeó, intentando retomar el control de la situación.

—Basta de eso. —Su voz sonó firme, pero cansada—. Estamos aquí para una cena en familia. No quiero discusiones inútiles estropeando la noche. —Él lanzó una mirada de reprobación para Emir y después para la familia de cobras—. Estoy seguro de que Fátima y Omar no hablaron por mal.

Yo percibí el modo como Nadine erguía el mentón, satisfecha, como si el rey le hubiese devuelto parte de la victoria.

Pero Emir no dejó pasar. Él se inclinó ligeramente hacia adelante, los ojos chispeando como láminas.

—No, padre. —Su voz grave cortó el aire—. Ellos hablaron, sí, por mal. Y todos aquí saben de eso. —Él fitó a Nadine con desdén—. Y ya que estamos dejando todo claro esta noche… voy a repetir: yo nunca me casaré con Nadine.

El color desapareció del rostro de ella.

—Emir… —El rey Malik intentó intervenir, pero el hijo levantó la mano, firme.

—No, padre. No voy a fingir más. Esos planes idiotas de casamiento arreglado entre familias nunca sucederán. —Emir golpeó el cubierto en la mesa, haciendo que algunos invitados al fondo contuviesen la respiración—. Prefiero ser devorado por osos salvajes que vivir al lado de Nadine.

Un murmullo corrió discretamente por el salón. Amira casi dejó escapar una risa, pero se contuvo al ver la tensión en el aire.

Nadine estaba pálida, los ojos brillando de humillación. Sus padres se removían incómodos en las sillas, como si buscasen una salida para la vergüenza.

Emir se reclinó en la silla, imponente, y completó:

—Si quieren permanecer, permanezcan. Pero en silencio. Porque yo no aceptaré más una única palabra contra Beatriz.

El rey Malik cerró los ojos por un instante, respirando hondo, como quien intentaba contener la furia. Cuando los abrió, encontró la mirada inquebrantable del hijo. No dijo más nada.

La mesa permaneció en silencio por algunos segundos que parecieron una eternidad. Hasta que la reina Leila, serena como siempre, alzó su copa y quebró el clima:

—Que continuemos nuestra cena.

Y, poco a poco, los cubiertos volvieron a moverse, pero la tensión permanecía vibrando en el aire como una tempestad a punto de explotar.

Después de la cena, cuando finalmente tuvimos un momento a solas en los corredores del palacio, Emir paró delante de mí. Sus ojos estaban intensos, sin la ironía habitual.

—Ese anillo no es apenas un símbolo —dijo él suavemente—. Mandé hacerlo en un joyero en la Riviera Francesa. No existe otro igual en el mundo, Beatriz. Fue hecho para ti. Y desde Miami yo lo traje conmigo, esperando el momento cierto.

Miré para el anillo, el brillo reflejándose contra la luz dorada de los corredores. Mi garganta se apretó.

—Es… demasiado lindo para ser mío —respondí, con la voz embargada—. Y cuando todo eso acabe, yo lo devuelvo.

Él arqueó una ceja, una sonrisa breve surgiendo en los labios.

—Si crees que te vas a librar de él tan fácil, estás muy equivocada.

Intenté esconder la emoción, pero mi pecho estaba en llamas. Por más que fuese un acuerdo, una escenificación, aquel gesto me desarmaba de una forma que yo no quería admitir.

Beatriz:_Emir basta con eso.

Emir:_Habibti dame una oportunidad.

Beatriz:_Voy para mi cuarto, mañana tengo que trabajar, buenas noches Emir.

Emir:_Buenas noches Habibti.

Mientras tanto, en la casa de Nadine...

Fatima:_Yo dije que al rey no le gustaría nuestra visita aún más en la hora de la cena y sin avisar dio en lo que dio.

Nadine:_¡Droga! ¿Usted vio padre cómo la cretina estaba? ¿Vio el anillo que él le dio a ella? ¡Debe haber costado una fortuna!

Omar:_Nadine, fuimos imprudentes.

Nadine:_Ah padre, el rey perdona, usted va a ver que luego él olvida, ¡yo voy a aplastar a aquella Beatriz! ¡Voy a dar un jeito!

Fatima:_Basta de ese asunto y vamos a dormir.

Nadine:_Pero madre...

Omar:_Tu madre tiene razón, mañana es otro día.

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