Emiliano y Augusto Jr. Casasola han sido forjados bajo el peso de un apellido poderoso, guiados por la disciplina, la lealtad y la ambición. Dueños de un imperio empresarial, se mueven con seguridad en el mundo de los negocios, pero en su vida personal todo es superficial: fiestas, romances fugaces y corazones blindados. Tras la muerte de su abuelo, los hermanos toman las riendas del legado familiar, sin imaginar que una advertencia de su padre lo cambiará todo: ha llegado el momento de encontrar algo real. La llegada de dos mujeres inesperadas pondrá a prueba sus creencias, sus emociones y la fuerza de su vínculo fraternal. En un mundo donde el poder lo es todo, descubrirán que el verdadero desafío no está en los negocios, sino en abrir el corazón. Los hermanos Casasola es una historia de amor, familia y redención, donde aprenderán que el corazón no se negocia... se ama.
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Tienes que hacerte responsable de mí
La luz del amanecer comenzó a filtrarse tímidamente por las cortinas, acariciando con suavidad los cuerpos entrelazados en la cama. Augusto aún dormía, con una mano descansando sobre la espalda desnuda de Danitza, acariciándola inconscientemente en un gesto protector.
Los primeros rayos del sol lo hicieron parpadear lentamente. Se quedó un momento contemplándola, con el corazón lleno de una paz que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Con cuidado, se deslizó fuera de la cama para no despertarla. Caminó en silencio hacia la cocina, y con una sonrisa que no podía borrar del rostro, comenzó a preparar el desayuno: pan tostado con mantequilla, huevos revueltos con jamón, fruta fresca y café recién hecho. Todo lo colocó con mimo sobre una bandeja.
Mientras tanto, Danitza se revolvía entre las sábanas. Al no sentir el calor de Augusto junto a ella, abrió los ojos lentamente. Miró a su alrededor, encontrando la cama vacía. Un pensamiento fugaz, casi como un pinchazo en el pecho, la atravesó. ¿Y si se fue? ¿Y si solo fue una noche?
Se abrazó a la almohada, intentando espantar esa idea, cuando la puerta se abrió y allí estaba él, con la bandeja en las manos y una sonrisa de esas que iluminan el alma.
—Buenos días, dormilona —dijo con dulzura, acercándose a ella.
Danitza se incorporó, todavía medio adormilada, pero al verlo entrar, una sonrisa de alivio se asomó en sus labios.
—Pensé que te habías ido —murmuró, bajando la mirada.
Augusto dejó la bandeja sobre la cama y se inclinó para besarla suavemente.
—Jamás me iría sin ti... —susurró contra sus labios.
Ella sonrió, pero luego le lanzó una mirada de reproche juguetón.
—¿Y por qué me dejaste sola?
—Para prepararte esto —respondió señalando el desayuno—. Pero si me vas a reclamar, será el último que te haga.
—¿Así de rápido se acaban los privilegios? —preguntó en tono burlón, pero divertida.
Augusto se sentó a su lado, la miró fijamente y tomó su mano.
—Danitza... anoche terminaste de robar mi corazón, sin pedir permiso, sin tocar la puerta. Ahora eres responsable de él. Si no estás dispuesta a cuidarlo todos los días, mejor dime ahora.
Ella lo miró con los ojos grandes, sorprendida por sus palabras. El aire se volvió denso por un segundo. Luego, lentamente, apretó su mano.
—Entonces supongo que tendré que aprender a preparar desayunos contigo... porque no pienso devolverte ese corazón.
Augusto rió suavemente, la abrazó y murmuró junto a su oído:
—Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, Dani.
Ella cerró los ojos, apoyando su frente en su pecho, mientras el aroma del café y el amor recién estrenado llenaban la habitación.
—Ahora sí, desayuna, que tenemos un día importante por delante —dijo Augusto mientras le acercaba una cucharada de fruta a la boca.
—¿Ah sí? —preguntó Danitza, tomando la cucharada con una sonrisa traviesa— ¿Y qué tiene de importante?
Augusto ladeó la cabeza, con esa mirada que siempre la desarmaba, y con tono coqueto respondió:
—Tenemos que ir a la hacienda… tienes que hablar con mis papás… y mi abuela. Tienes que pedir mi mano, porque desde este momento no pienso soltarte jamás.
Danitza soltó una carcajada sonora y se cubrió la boca con la servilleta.
—¡Estás loco, Augusto! —exclamó divertida— ¿Cómo que voy a pedir tu mano? No voy a ir yo a pedirla, eso te corresponde a ti... delante de mis padres, como se debe.
Pero él negó con firmeza, acercándose a ella con una sonrisa pícara y segura.
—No, no, no. Tú fuiste la que me sedujo, Danitza. Me quitaste la paz, la cordura, la ropa… —susurró al oído, provocando un escalofrío en su piel—. Ahora tienes que hacerte responsable. Así que vamos los dos… y tú explicas por qué estás enamorada de este pobre hombre indefenso que cayó en tus redes.
—¿Indefenso? —Danitza arqueó una ceja, burlona— ¿Eso es lo que vas a decirle a mis padres? Porqé nadie va a creerte si sigues hablando así.
—Pues tienen que creeme, mientras tu pides mi mano —dijo entre risas, acariciándole la mejilla.
—Te juro que estás demente…
—Pero soy tu demente, y eso ya es un compromiso.
Danitza lo miró fijamente, y por un momento, la risa dio paso a una conexión más profunda. Sus dedos se entrelazaron sobre la bandeja del desayuno, y ella susurró:
—Si vas a hablar con ellos, más te vale estar seguro de lo que sientes, Augusto. Porque mi familia no da segundas oportunidades. Y yo tampoco.
Augusto asintió con serenidad.
—Estoy seguro de ti… desde que entraste a mi vida y le diste sentido. No necesito más tiempo, ni más pruebas. Solo quiero seguir mirándote así… cada mañana.
Ella se quedó en silencio, tragando saliva, con el corazón latiéndole fuerte en el pecho.
—Entonces termina tu desayuno, galán —dijo bajito —Porque si te vas a lanzar a pedir mi mano, vas a necesitar toda la energía del mundo… y tal vez algo más de suerte.
—¿Suerte? —repitió él divertido.
—Sí, suerte para que la abuela Analía no te interrogue como si fueras sospechoso y te espante antes de que acabes de hablar.
Ambos estallaron en risas. Se besaron con ternura, compartieron el desayuno y entre miradas cómplices se prepararon para el día que, sin duda, marcaría el inicio de una nueva historia para los dos.
Mientras Danitza terminaba de alistarse, Augusto ya había enviado desde temprano un mensaje a su mamá y a Mariana:
“Por favor, inviten a los Puentes a comer hoy en la hacienda. Llevaré una sorpresa… y necesito que todos estén.”
Dalia, al leerlo, sonrió con ternura y mostró el mensaje, Analía, que estaba bordando en el jardín.
—Mira, mamá… ya ves lo que te dije —comentó con una chispa de emoción en los ojos—. Mi pequeño se nos va a casar.
Analía alzó la vista de su bordado, ladeó la cabeza con una sonrisa cómplice y dijo:
—Ese niño no pierde el tiempo. Y Danitza tiene buena mano, se nota que lo tiene bien mareado.
Ambas rieron, pero no dijeron nada más. Las mujeres Casasola sabían leer entre líneas, y ese mensaje era claro: Augusto había caído... y no pensaba levantarse solo.
En la cocina, Mariana leyó también el mensaje mientras daba instrucciones al personal para la comida. Alzó una ceja con picardía, y murmuró para sí misma mientras se servía un café:
—Un pollito ya cayó… falta el otro —dijo entre risas, refiriéndose a Augusto y Emiliano—. Pero bueno, uno por uno. Esto va a estar bueno.
Tomó su celular y respondió el mensaje de su hermano con tono burlón:
“Todo listo, Cupido. ¿Quieres flores y violines también o lo vas a hacer a la antigua con discurso y anillo?”
Augusto solo mandó un emoji de guiño y otro de anillo, lo que provocó una carcajada en Mariana.
Mientras tanto, en el auto camino a la hacienda, Danitza jugaba con los dedos de Augusto mientras miraba por la ventana.
—¿Estás seguro de esto, Augusto? No me vayas a dejar en ridículo —dijo con una mezcla de nervios y emoción.
Él le tomó la mano y la besó suavemente.
—Nunca. Hoy empieza nuestro futuro… y quiero que empiece con todos sabiendo cuánto te amo.
Ella suspiró, tratando de contener una sonrisa tonta que se le escapaba a cada rato.
Cuando llegaron a la entrada de la hacienda, Danitza lo miró con los ojos brillantes.
—Te advierto que mi papá es serio, pero mi mamá… mi mamá te va a sacar hasta la hora en que te enamoraste de mí.
—Eso fue el primer día que nacimos y luego cuando empecé a hacerte enojar en todos lados —contestó él con una sonrisa burlona.
—¿Te enamoraste desde que nacimos? Estás loco.
—Claro… recuerda que yo soy unos meses mayor que tu y cuando mis padrinos te llevaron a la hacienda no quise separarme de ti —dijo con orgullo y sonriendo mientras veia a Danitza negar lo que decia como si estuviera loco. —Ahora dime desde cuándo te enamoraste de mi —le pregunto.
—Desde que estábamos en la primaria, cuando me defendías de los niños malos, y luego empezaste a hacerme enojar por nada, te juro que nadie me había hecho perder el control de esa forma. Fue como si el mundo se sacudiera. Ahí supe que algo me ibas a mover por dentro —Danitza lo miró fijamente, sin palabras por un segundo.
—Y todavía te sigo haciendo temblar —agregó él, besándola en la frente.
Ambos bajaron del auto. El ambiente de la hacienda estaba listo: la mesa larga en el jardín, arreglos florales sencillos, y el aroma a comida recién hecha llenaba el aire. Mariana los vio llegar desde el balcón y bajó de inmediato, mordiéndose el labio para no reír demasiado.
—Bienvenidos —dijo abrazando a Danitza con disimulo—. ¿Lista para ser la prometida oficial de mi hermano?
—¡Mariana! —exclamó Danitza, ruborizada— ¡Apenas estamos empezando!
—Sí, sí… claro. Pero aquí entre nosotras… —le susurró al oído—…ya eres parte de la familia. Solo falta la ceremonia.
Augusto negó con una sonrisa mientras abrazaba a su hermana.
—No empieces a meter presión.
—¿Presión? ¿Yo? Para nada. Ya le puse una copita a la abuela, así que prepara tu discurso —dijo guiñándole un ojo.
Los Puentes no tardaron en llegar, y al ver a Augusto tan elegante y a Danitza tomada de su brazo, Hortensia le apretó disimuladamente la mano a Rodrigo, mientras el señor Demetrio a su avanzada edad sonreía.
—Ya verás cómo esto termina con aplausos y lágrimas —susurró Maríana a su abuela Analía.
Analía simplemente sonrió, como si ya supiera el final de la historia.
,muchas gracias