Mário, Mariano y Marisa son tres hermanos que viven en São Paulo. Mário y Mariano son gemelos, lo que hace que uno esté bastante ligado al otro. Mientras uno de ellos tiene su rutina de fiestas y chicas todas las noches, el otro se queda en casa junto con su hermana, que, por la ausencia de los padres que están viajando por trabajo, se ve obligada a cuidar de la casa y de sus dos hermanos.
Los padres de los chicos trabajan con las mayores industrias, productoras de papel higiénico y otras de chocolates y café. En un día común, Mário sale a una de sus fiestas, Mariano se queda en su cuarto acostado en su cama, y en cuanto el hermano regresa con otra de sus chicas, terminan discutiendo. Al día siguiente, los hermanos van a la escuela, y una vez más Mário está con resaca.
En la escuela hay un chico en particular con el que a los dos hermanos les encanta practicar bullying: Erick, un muchacho tierno y dulce, que sufre tanto en su casa como en la escuela. Pero un día su vida cambia de rumbo cuando es invitado a ir a una fiesta.
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Capítulo 24
Mário Narrando
Estos días que han pasado, todo transcurrió de manera extremadamente normal. Después de dejar a Erick en casa el domingo, recibimos la maravillosa noticia de que tendríamos la compañía del primo James.
Tan pronto como llegó, mi hermano comenzó a comportarse de manera extraña, sabía que ocultaba algo, pero quería dejarlo hablar cuando se sintiera cómodo.
Estaba en el coche junto a Marisa, dirigiéndonos al mercado.
- ¿por qué no trajimos a los chicos? -pregunté sin apartar los ojos de la carretera.
- eres bien despistado, hermano. James ya tuvo un lío con Mariano, me lo contó cuando íbamos hacia la sala de la directora; en realidad, solo me comentó por encima, se notaba que ocultaba detalles -dijo ella, dejándome en shock.
- lo sabía, no era normal que se pusiera nervioso -dije sonriendo.
- por eso decidí dejarlos solos en casa, a ver si se arreglan de una vez por todas -dijo mi hermana sonriendo.
En pocos minutos llegamos al mercado, Marisa recogió todo lo que necesitaba y, después de pagar, salimos del establecimiento, entramos de nuevo al coche y conduje hacia casa.
Llegué, estacioné el coche en la garage y entramos en la sala. En el sofá estaba Mariano acostado boca abajo.
- hermano, ¿estás bien? -pregunté llamando su atención.
- estoy bien -dijo él con leves sollozos.
Era evidente que había estado llorando, así que algo malo debía haber sucedido.
- cuéntanos qué pasó -preguntó Marisa dejando las bolsas en el suelo y sentándose cerca de él -échate aquí -dijo ella dándole una palmadita en su pierna.
Mariano se recostó con la cabeza en el regazo de la chica.
- puedes llorar, hace bien -dijo la chica acariciando el cabello de Mariano.
Me senté en la butaca que había frente al sofá. Tras algunos minutos, Mariano dio más sollozos.
- cuéntanos qué pasó, tal vez podamos ayudarte -dije tratando de evitar que alguna lágrima cayera.
Los dos crecimos juntos, y verlo sufrir de esa manera me dolía por dentro.
- yo lo arruino todo -dijo él dejando caer más lágrimas.
- ¿qué arruinaste? -preguntó Marisa sin apartar las manos de su cabello.
Mariano se sentó en el sofá y rápidamente limpió las lágrimas que aún insistían en caer.
- cuando éramos más pequeños, el tío Josh vino a hacernos una visita y trajo a James con él. Creo que te acuerdas, Mário, cuando papá nos explicó sobre parejas homosexuales -dijo él sollozando algunas veces.
- sí, recuerdo ese día; Marisa había ido a casa de nuestros abuelos -dije esbozando una media sonrisa.
- ese día llevé a James a mi habitación, y en una conversación sobre esas cosas, terminamos... -sollozó nuevamente y dejó caer lágrimas- me dio un beso, fue difícil de olvidar, hasta que logré hacerlo, pero hoy me di cuenta de que no había olvidado nada -dijo él llorando.
Yo ya lloraba junto a él, al igual que Marisa, que escuchaba todo atentamente y limpiaba las lágrimas que caían. Me senté en el otro lado vacío del sofá y lo abracé.
- hermano, no sé lo que es sufrir por amor, pero sé que debe ser un dolor horrible -dije pasándole la mano por la espalda.
- pero ¿qué pasó hoy? -preguntó mi hermana secando algunas lágrimas más.
- él... él me besó, y yo, idiota como soy, le di una bofetada -dijo él dejando caer más lágrimas.
- hermano, si él te ama, te perdonará -dije sonriendo y dejando caer algunas lágrimas más.
Marisa nos abrazó y nos quedamos allí sentados en un abrazo triple.
- ven, necesitas acostarte un poco o acabarás sintiéndote mal -dije secando las lágrimas que aún caían.
Sin cuestionar nada, se levantó y subió las escaleras; Marisa y yo lo seguimos para evitar que algo peor sucediera. Se acostó en su cama y pronto cerramos la puerta de la habitación.
Bajamos de nuevo a la sala y nos sentamos en el sofá.
- nunca lo había visto así -dijo Marisa mirándome.
- las pasiones reprimidas son dolorosas -dije sin mostrar reacción -junto con ellas vienen muchos acontecimientos a la superficie.
- Yo pensé que estaba haciendo lo correcto al dejarlos aquí a los dos. Pero parece que causé algo peor - dijo Marisa llorando.
La abracé y pasé la mano por su cabello.
- No has causado nada, ellos solo están confundidos con sus sentimientos, no te culpes - dije dejando que algunas lágrimas cayeran.
- Si no los hubiera dejado aquí solos, nada de esto habría sucedido, soy una pésima hermana - dijo ella sollozando.
- No hables así, solo quisiste ayudar, tus intenciones fueron las mejores - dije sonriendo.
La chica no escuchó nada de eso y solo siguió llorando; se recostó en mi regazo y, llorando mucho, terminó por dormir. Lentamente, coloqué su cabeza sobre una almohada y la cubrí con un tejido que tenía en otra silla.
Entré a mi carro y salí acelerando. Llegué al condominio donde Erick estaba residiendo. Después de que la recepcionista me diera acceso, tomé el ascensor y pronto di unos golpes en la puerta.
Ahí estaba él, parado, mirándome e intentando descubrir qué estaba pasando. Simplemente lo abracé sin decir una palabra, subimos a su cuarto y me acosté en su cama.
- ¿Quieres explicarme qué pasó? Se nota que estabas llorando - dijo él sentándose en la cama.
- Son problemas familiares, branquito - hablé acariciando mi rostro.
- Está bien, cuando quieras contarme, estaré aquí - dijo él.
- Ahora, solo quiero que me abraces - le dije mirándolo a los ojos.
Él se acercó a mí y me abrazó con fuerza, sus manos se fueron a mi cabello y pronto comenzó a hacerme un suave masaje en esa zona. Poco a poco, mis ojos se fueron cerrando y terminé durmiendo abrazada a él.