En un mundo donde la magia y la naturaleza están entrelazadas, Kael, un poderoso lobo beta, es desterrado de su manada por desafiar las reglas impuestas por su Alfa, Darian, un líder tirano que busca explotar a su gente. Mientras deambula por los bosques prohibidos, herido y solo, Kael encuentra a Selene, una bruja exiliada por su propio pueblo, temida por su inmenso poder.
Ambos, marginados y perseguidos, encuentran en el otro una razón para luchar y sobrevivir. A medida que su vínculo crece, una pasión ardiente nace entre ellos, desafiando las leyes de sus mundos. Pero el peligro los acecha: Darian ha hecho un pacto con fuerzas oscuras para mantener su dominio, y el consejo de hechiceros busca eliminar a Selene antes de que su poder se descontrole.
Juntos, Kael y Selene deben enfrentar enemigos implacables, descubrir los secretos de sus propias naturalezas y decidir si su amor es suficiente para desafiar el destino. En un juego de traición, magia y deseo, la batalla por la libertad.
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Capitulo 24
El fuego principal crepitaba, escupiendo brasas que flotaban como luciérnagas rojas en la penumbra del claro. El humo ascendía en espirales irregulares, cargando el aire con un olor antiguo y espeso: resina de pino ardiendo, sudor acumulado tras días de viaje, tierra húmeda y algo más... algo intangible. Una energía vibrante, eléctrica, que se aferraba a la piel como una promesa susurrada por los dioses. Como el preludio de una tormenta de cambio.
Las sombras danzaban en los rostros de quienes rodeaban la gran fogata. Más de cincuenta almas, unidas por el exilio y el dolor. Lobos de mirada aguda y postura tensa, brujas cubiertas con túnicas remendadas que olían a hierbas y ceniza, magos de ojos cansados, curtidos por guerras que solo se nombraban en murmullos. Niños con rostros sucios, aferrados al calor de sus madres, ancianos que portaban los tatuajes descoloridos de clanes que ya no existían. El círculo era una mezcla de tiempos rotos, memorias y esperanzas.
Kael se mantenía de pie en el centro, firme como una estatua esculpida por la batalla. Su silueta proyectaba una sombra alargada y temblorosa por la oscilación del fuego. El viento le agitaba el cabello oscuro, y sus ojos, dos carbones encendidos, miraban al grupo con una intensidad feroz. En su pecho latía un corazón que conocía demasiado bien el miedo… pero que había elegido no dejarse vencer por él.
A su lado, Selene irradiaba una presencia casi mística. Su cabello caía libre por sus hombros, meciéndose con la brisa como una cortina de oscuridad líquida. Sus ojos no brillaban como brasas vivas, reflejando no solo la luz del fuego, sino también la llama interior que ardía en su alma. Tenía la postura de una reina guerrera, de alguien que había cruzado el abismo y regresado con sabiduría… y cicatrices.
Kael dio un paso adelante, y el crujido de las hojas secas bajo sus botas resonó como un tambor sagrado.
Respiró hondo.
El silencio era tan espeso que casi se podía masticar. Hasta los grillos parecían haber guardado respeto.
—Escúchenme bien —dijo al fin, con una voz grave, afilada, que se coló en las entrañas de los presentes—. Sé lo que han pasado. He visto las marcas en sus cuerpos… pero también las que no se ven. Las ausencias en sus ojos. Nadie llega aquí sin cicatrices. Sin haber perdido algo. Sin haber perdido a alguien.
Un estremecimiento recorrió el círculo. Algunos bajaron la mirada, otros apretaron los labios con fuerza. Una mujer abrazó más fuerte a su hijo, ocultando una lágrima que se deslizaba por su mejilla terrosa. Un joven lobo cerró los ojos con rabia contenida, sus uñas temblando mientras contenía la transformación.
—Muchos de ustedes huyeron… como yo lo hice —continuó Kael—. Otros fueron obligados. Arrancados de sus manadas, de sus hogares. Marcados como débiles, como traidores. Como errores que debían ser borrados. Pero no lo somos. —Su voz subió, vibrando con un fuego indomable—. ¡No somos esclavos! ¡No somos residuos! ¡Somos sobrevivientes!
Un susurro recorrió el grupo, como si las palabras hubieran encendido mechas dormidas en el alma de cada uno.
—Y llegó el momento de dejar de correr.
Silencio. Otra vez, el claro contuvo el aliento. Un anciano dejó caer el bastón con el que se sostenía, y se mantuvo de pie sin ayuda. Sus ojos vidriosos brillaban.
Entonces, Selene dio un paso al frente. La tierra pareció escucharla.
—No basta con pelear con garras y dientes —dijo, su voz clara, resonante, como una campana de plata en medio del humo—. La guerra que se avecina no es una batalla común. No serán solo colmillos y fuerza. Es una guerra sucia. Oscura. Llena de magia corrupta, criaturas deformadas por el odio, lobos vacíos de alma que obedecen sin pensar. —Hizo una pausa, y su mirada recorrió los rostros uno a uno—. No todos sobrevivirán… si no están preparados.
Sus palabras cayeron como cuchillas, afiladas y necesarias. Algunos contuvieron el aliento. Otros se irguieron, como si algo en su interior reclamara la lucha.
—Yo les enseñaré —continuó ella—. A defenderse con sabiduría. A usar su magia, sus dones… con control. Porque el verdadero poder no está en destruirlo todo, sino en proteger lo que aún vale la pena.
Kael volvió a hablar, esta vez con un tono más grave, más íntimo:
—Quiero formar un ejército. No uno que conquiste. Si no uno que recupere lo que nos fue arrebatado. Nuestro derecho a existir. A elegir. A vivir sin miedo.
Un murmullo cruzó el círculo, como un viento cargado de esperanza.
Marek, un guerrero viejo, de rostro curtido por el frío y los años de exilio, se puso de pie. Su mirada era dura como la piedra. Sus cicatrices hablaban de batallas que no se contaban en historias.
—¿Y si fracasamos, Alfa? —preguntó, sin rodeos—. ¿Y si no somos suficientes?
Kael lo sostuvo con la mirada, y su respuesta no se hizo esperar:
—Entonces caeremos de pie. Con las garras alzadas. El corazón libre. —Se giró, abarcando a todos—. Pero no seremos los mismos cobardes que se esconden bajo las piedras. Si vamos a morir… será luchando. Gritando. Vivos.
Un nudo invisible pareció soltarse en el pecho de todos.
Entonces, una bruja joven, apenas una aprendiz con un bastón torcido y el cabello recogido con una cuerda, alzó la mano.
—¡Estoy con ustedes! —gritó—. ¡Prefiero morir como una loba que vivir como una sombra!
—¡Yo también! —rugió un mago con la túnica desgarrada, con el rostro manchado de ceniza.
—¡Por los que perdimos! —aulló un lobo transformándose a media forma, los músculos tensos, los ojos encendidos de furia y propósito.
Y entonces estalló. Un rugido colectivo, primitivo, salvaje. Como el aullido de los ancestros que se alzaba desde las raíces de la tierra misma. Fue un grito de unión, de furia, de liberación. El claro tembló. Los pájaros nocturnos huyeron en bandadas, el bosque pareció contener la respiración. Algunos lloraban abiertamente. Otros reían, con la garganta rota por la emoción.
Kael alzó los brazos, su silueta recortada contra las llamas.
—¡Seremos una manada nueva! No por sangre, sino por elección. Por convicción. Por lucha.
Selene se acercó a él. Su mano se alzó, envuelta en una llama blanca, brillante y temblorosa como una estrella viva.
—¡Y que el fuego nos guíe! —gritó, su voz rozando lo sagrado—. ¡Que arda en nuestros corazones, no para destruir… sino para iluminar el camino!
Marek miró a los dos… y por primera vez en décadas, sus labios se curvaron en una sonrisa. Pequeña, cansada. Pero real.
—Entonces que así sea —dijo, con voz ronca—. Empezamos mañana. Al alba.
Kael bajó la vista. El viento agitó su capa. Y cuando habló, su voz fue como un juramento ancestral:
—Juro por mis ancestros… por la luna… por las almas de los que ya no están… que no descansaremos hasta recuperar lo que nos fue arrebatado. No importa cuánto cueste.
Selene entrelazó sus dedos con los suyos. Las llamas proyectaban sombras danzantes en sus rostros. Él la miró, y en sus ojos encontró todo lo que necesitaba para seguir.
—Juntos, Kael —susurró ella—. Hasta el final.
El viento sopló entre los árboles, llevando consigo el eco de la promesa. Las estrellas titilaron, como si el cielo entero estuviera escuchando.
La guerra aún no comenzaba…
Pero esa noche, bajo el manto de la oscuridad. Nació una esperanza.