A sus 19 años, arina de lucas parece ser una estudiante común: bonita, callada y aplicada. Trabaja en la cafetería de su abuelo y aparenta ser una joven más de preparatoria. Pero bajo esa máscara se esconde la futura heredera de un poderoso imperio criminal. Entrenada en artes marciales, fría cuando debe serlo y con un corazón marcado por el rechazo de sus propios padres, dirige en secreto a los hombres de su abuelo, el único que la valora.
Del otro lado está ethan moretti, de 21 años. Inteligente, atractivo, respetuoso y aparentemente un estudiante modelo. Sin embargo, también arrastra un legado: pertenece a otra familia mafiosa rival, dirigida por su abuelo, que pretende heredarle el trono del poder. A diferencia de la chica, sus padres sí conocen la verdad, aunque intentan disimularlo bajo la máscara de ejecutivos ejemplares.
Lo que ninguno sospecha es que sus vidas están unidas por un destino retorcido: enemigos en la sombra, pero vecinos en la vida real.
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capitulo 21
Ethan la vio a lo lejos. Ariana estaba sola, de pie en el borde del balcón, empapada por la tormenta, como si el mar quisiera tragársela junto con la lluvia. Su silueta frágil bajo el agua helada le arrancó algo en el pecho que no quiso nombrar. Sin pensarlo demasiado, tomó una sombrilla negra apoyada en la entrada y salió hacia ella.
Sus pasos fueron firmes sobre el césped encharcado, la lluvia tamborileando sobre la tela extendida. Cada metro que lo acercaba a Ariana hacía más evidente su soledad, el temblor de sus hombros, la forma en que lloraba sin importar que alguien pudiera verla.
Se detuvo a pocos pasos, dejando que la sombra del paraguas cubriera ambos cuerpos. Ella no se movió, ni siquiera lo miró, como si temiera que hacerlo la terminara de romper.
—No eras lo que esperabas, ¿verdad, Ariana? —murmuró, con un tono que sonaba más a verdad que a pregunta.
Ella siguió callada, mirando al mar, intentando contener un dolor que la desbordaba.
Ethan bajó el paraguas un poco más, hasta crear un refugio íntimo entre los dos, y dio un paso adelante, quedando justo frente a ella. La lluvia resbalaba por la tela, marcando un límite entre el mundo caótico afuera y ese espacio pequeño donde solo existían ellos.
Su voz, fría pero firme, le llegó como un filo que cortaba el aire:
—Puedes odiarme, puedes maldecirme, incluso puedes creer que me perdiste… pero recuerda algo, Ariana: siempre termino donde tú estás. Y no es casualidad.
El corazón de ella se apretó con esa frase. Las lágrimas le cayeron sin control y, con rabia, lo golpeó con los puños cerrados en el pecho. Ethan no se apartó; aguantó el embate con la mirada fija en la suya, como si sus golpes fueran solo la traducción física de todo lo que él ya sabía que llevaba dentro.
Cuando sus fuerzas flaquearon, él levantó la mano y, con una calma desconcertante, le limpió las lágrimas con el dorso de los dedos. Luego la atrajo un poco hacia sí, cubriéndola con el paraguas, y le susurró apenas audible:
—Ya basta, no voy a dejar que nadie más te vea así.
El mar rugía detrás, la lluvia seguía cayendo, pero en ese rincón solo se escuchaba la respiración de ambos, contenida entre tensión, dolor y algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.
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—Solo mírate… —murmuró, con un tono bajo, casi paternal pero cargado de rabia contenida—. Estás temblando como si quisieras que el mundo te viera derrumbarte.
Ariana lo miró apenas de reojo, los ojos enrojecidos por el llanto.
—¿Y qué más da? —susurró con voz quebrada—. No soy nada para ti, ¿cierto? Solo un estorbo.
Ethan inclinó la cabeza, acercándose un poco más, hasta que la sombra de su cuerpo se mezcló con el suyo.
—No digas estupideces. Si fueras un estorbo, hace tiempo estarías muerta.
Ella tragó saliva, la frase cortante le clavó un escalofrío, pero no apartó la mirada.
—Entonces dime por qué sigues aquí… si no somos nada, si solo soy tu enemiga.
Él la sostuvo con los ojos, esa mirada que parecía leerle hasta la médula. Luego sonrió con ironía, apenas una curva peligrosa en sus labios.
—Porque ni aunque quieras, ni aunque lo jures frente al mismo infierno… jamás podrás ser “nada” para mí.
Ariana bajó la mirada, el corazón acelerado, y apretó los puños.
—No deberías decir eso, Ethan. No después de todo lo que hiciste.
Él inclinó la cabeza hacia ella, lo suficiente para que la punta de su nariz rozara casi la suya.
—Y aún así aquí estoy. Cubriéndote, buscándote, sacándote de la tormenta… ¿Quién de los que dices que te quieren hizo eso?
Un sollozo se escapó de Ariana, y con rabia le golpeó el pecho con los puños cerrados.
—¡Cállate! ¡No me confundas más!
Ethan no se movió. Aguantó los golpes como si no dolieran, como si fueran la única manera que ella tenía de sacar lo que llevaba dentro. Cuando sus manos empezaron a temblar, las atrapó con las suyas, firmes pero sin lastimarla.
—Ya basta —dijo en un murmullo grave—.
Ella, temblorosa, lo miró con los ojos inundados en lágrimas.
—¿Por qué? —susurró apenas audible—. ¿Por qué no me dejas en paz?
Ethan se inclinó un poco más, hasta quedar tan cerca que podía sentir el calor de su respiración. Sus palabras fueron un filo directo al corazón:
—Porque aunque quieras, aunque te mueras odiándome… yo siempre voy a terminar donde tú estás. Y no es casualidad, Ariana.
Las lágrimas rodaron por su rostro. Ethan, con calma inquebrantable, las secó con el dorso de sus dedos y la cubrió más bajo la sombrilla.
Luego, con un leve gesto de cabeza, dijo con voz más suave, casi protectora:
—Vamos. Aquí no. El médico dijo que no debías sufrir estrés y mírate, empapada… si sigues así vas a enfermar. Yo invito, vamos a otro lado.
—No quiero… —susurró ella, dudando.
Él sonrió apenas, esa sonrisa peligrosa que mezclaba ternura con dominio.
—No te pregunté si quieres, te estoy diciendo que vengas conmigo. Y no te preocupes por ese idiota, me encargo yo. Eso no se queda así, te lo prometo.
El corazón de Ariana dio un vuelco. Ethan bajó el paraguas aún más, creando un refugio íntimo. Ella lo miró fijamente, y por un instante, olvidó el dolor que sentía por dentro.
Ariana tragó saliva, intentando sonar fuerte:
—¿Y qué vas a hacer, Moretti?
Ethan sonrió con un aire calculador, su voz baja y firme:
—Lo que mejor sé hacer: proteger lo que es mío, aunque no lo acepte.
El silencio que siguió fue tan intenso que hasta la lluvia pareció apagarse un instante.
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La lluvia no cesaba cuando Ethan tomó de la mano a Ariana y la condujo bajo la sombrilla hasta su auto. No le dio oportunidad de negarse; abrió la puerta del copiloto y, con un gesto, la obligó a entrar. El silencio del trayecto estuvo cargado de respiraciones contenidas, miradas de reojo y una tensión eléctrica que ninguno se atrevía a romper.
Finalmente, llegaron a un bar elegante, con luces bajas y un aroma fuerte a madera y licor. Ethan la guió hasta una mesa en la esquina, lejos de las miradas curiosas.
—¿Ron, vino, whisky? —preguntó él, quitándose la chaqueta empapada y dejándola a un lado.
—Lo que sea… —susurró Ariana, la voz aún quebrada.
Ethan la miró fijo y luego le indicó al mesero:
—Trae ron para los dos. Y vino. Y no te detengas hasta que yo lo diga.
El mesero asintió y en pocos minutos la mesa se llenó de botellas y copas. Ariana tomó la primera copa de vino de un solo trago, como si quisiera apagar el fuego que sentía por dentro. Ethan arqueó una ceja, observándola con calma peligrosa.
—Despacio, princesa. Nadie gana nada ahogándose en alcohol.
Ella lo miró desafiante, con las mejillas ya sonrojadas por el calor del licor.
—¿Y qué? ¿Ahora también me vas a controlar lo que bebo?
Ethan soltó una risa baja, ronca. Se inclinó sobre la mesa, reduciendo la distancia entre ellos.
—Si pudiera, controlaría cada maldito movimiento que haces.
El corazón de Ariana se agitó, pero fingió seguridad. Tomó otra copa, esta vez de ron, y la bebió rápido. Tosió un poco, los ojos brillantes por el ardor del alcohol. Ethan la miró con una mezcla de diversión y preocupación.
—Mírate… —dijo, empujando suavemente la botella hacia su lado—. Eres puro fuego y destrucción, ¿sabes? Por eso no puedo dejarte sola.
Ella le sostuvo la mirada, el alcohol empezando a darle valentía.
—¿Y quién te pidió que me siguieras, eh? No necesito que me rescates. Ni de la lluvia, ni de nadie.
Ethan acercó su copa, rozando la de ella en un brindis silencioso. Luego bebió un sorbo lento, sin apartar los ojos de los suyos.
—Puede que no lo necesites… pero lo quieres.
El silencio se volvió pesado, intenso. Ariana bajó la vista, y al segundo volvió a llenarse otra copa. Esta vez la bebió aún más rápido, sintiendo el calor recorrerle el cuerpo.
—No me leas así —dijo con voz temblorosa, pero firme—. No sabes nada de mí.
Ethan apoyó el codo sobre la mesa y llevó su rostro más cerca del de ella, susurrándole con esa voz grave que la desarmaba:
—Lo sé todo, Ariana. Sé cuándo lloras, cuándo mientes, cuándo sonríes de verdad. Sé hasta cómo respiras cuando te duele.
Ella se quedó helada, con el corazón martillando en el pecho. El alcohol le dio valor para responder, aunque la voz le salió más vulnerable de lo que quería.
—¿Y qué vas a hacer con todo eso, Moretti? ¿Usarlo contra mí?
Él sonrió de lado, esa sonrisa calculadora que tanto la sacaba de quicio.
—Usarlo para que no huyas de lo que ya es inevitable.
Ariana sintió un nudo en la garganta y, de pronto, la necesidad de escapar. Pero el ron ya estaba haciendo efecto; se tambaleó un poco al levantarse y Ethan, rápido, la sujetó del brazo con fuerza.
—Ya basta por hoy —murmuró él, serio, sujetándola contra su pecho—. No pienso dejar que te pierdas en esta mierda.
—¡Suéltame! —exclamó, forcejeando.
Él la sostuvo con firmeza, inclinándose a su oído para que solo ella lo oyera:
—Podrás pelear conmigo todo lo que quieras, Ariana… pero al final siempre terminas en mis brazos. Esa es la verdad que más te aterra.
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El ron ya empezaba a nublarle la cabeza a Ariana. Se había apoyado en la mesa, con las mejillas sonrojadas y los ojos brillando entre rabia y tristeza. Ethan, sin apartar la vista de ella, sacó su celular y marcó rápido.
—Tráeme un juego de ropa de mujer, ahora. Algo seco, elegante… y que le quede bien —ordenó con esa voz firme que no dejaba espacio a dudas.
Ariana lo miró entre molesta y confundida.
—¿Qué demonios haces? ¿Ahora también me vas a vestir como si fuera una muñeca tuya?
Él apoyó el codo sobre la mesa y, con calma, se inclinó hacia ella.
—No. Te estoy cuidando porque alguien tiene que hacerlo. Estás empapada, y si te enfermas, ¿quién diablos va a detenerte cuando decidas lanzarte contra el mundo?
Ella lo fulminó con la mirada, pero no pudo responder; su garganta se cerró.
Minutos después, uno de los hombres de Ethan entró al bar con una bolsa en las manos. Ethan la tomó y la colocó suavemente frente a Ariana.
—Anda. Ve al baño, cámbiate. No pienso dejar que sigas con ese vestido mojado.
—No voy a ponerme algo que tú elegiste.
Ethan sonrió de medio lado, esa sonrisa cargada de ironía.
—Créeme… si yo lo hubiera elegido, no llevarías nada puesto ahora mismo. Pero tranquila, no soy tan cruel… todavía.
Ariana abrió los ojos de par en par, indignada.
—¡Idiota!
Él se inclinó más, dejando apenas unos centímetros entre sus rostros.
—Ve a cambiarte, Ariana. Y hazlo antes de que decida acompañarte al baño.
El corazón de Ariana dio un salto. Chocó su copa contra la mesa, tomó la bolsa y se levantó sin mirarlo. Caminó rápido hacia el baño, con la respiración agitada. Al entrar, cerró la puerta y se apoyó contra ella, llevándose las manos al rostro.
El espejo reflejó su estado: cabello desordenado, ojos enrojecidos por el llanto y el alcohol, y ese vestido que aún estaba húmedo y pegado a su piel. Abrió la bolsa y encontró un conjunto sencillo pero elegante: un vestido negro ajustado, chaqueta ligera y zapatos que parecían hechos para ella.
—Maldito Moretti… —susurró mientras se quitaba la ropa mojada y se vestía con lo que él había mandado—. Siempre tienes que controlarlo todo.
Cuando salió del baño, Ethan ya la esperaba de pie, con los brazos cruzados y esa mirada que parecía devorar cada detalle.
—Perfecta —dijo sin titubear, dejándola sin aire—.
Ariana regresó del baño con el vestido negro ajustado y la chaqueta ligera que Ethan había mandado traer. Caminaba con paso firme, aunque por dentro aún ardía de rabia. Se sentó frente a él, cruzando las piernas con un aire desafiante.
Ethan levantó su copa de ron y la miró sin pestañear.
—Sabía que te quedaría bien. No me equivoqué.
—No soy tu muñeca de exhibición, Moretti —replicó ella, tomando su propia copa y bebiendo de un solo trago.
Él la observó en silencio unos segundos, luego inclinó la cabeza con una media sonrisa peligrosa.
—No, no lo eres… eres peor. Eres una bomba de tiempo con tacones. Y lo peor es que sé que en cualquier momento vas a explotar… conmigo cerca.
Ariana dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco.
—¿Y qué? ¿Piensas que voy a necesitarte cuando eso pase?
Ethan se inclinó hacia ella, lo suficiente para que pudiera sentir su respiración mezclada con el olor fuerte del alcohol.
—No, Ariana… pienso que voy a disfrutar viéndote arder.
Ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no iba a darle la satisfacción. Se sirvió más vino y bebió de golpe. Sus mejillas ya estaban encendidas, y sus manos temblaban un poco.
—Eres un maldito arrogante —murmuró, con la voz cargada de enojo.
Ethan sonrió, apoyando su codo sobre la mesa mientras jugaba con el vaso entre sus dedos.
—Y tú eres tan terca que prefieres envenenarte con alcohol antes que aceptar que, aquí y ahora, soy el único que puede sostenerte si caes.
Ariana apretó los labios, conteniendo las ganas de responderle con otra cachetada. Pero en lugar de eso, lo miró fijo y susurró:
—Tal vez prefiera caer sola.
Ethan no apartó la mirada. Se inclinó aún más, hasta quedar apenas a centímetros de sus labios.
—Pues entonces caerás… pero caerás conmigo.
Las palabras retumbaron en ella como un golpe directo al pecho. El aire entre ambos se volvió denso, casi insoportable. Ariana desvió la mirada, con el corazón acelerado, y buscó su copa para seguir bebiendo, pero Ethan fue más rápido: tomó la copa y la alejó de su alcance.
—Ya bebiste demasiado —dijo con firmeza.
Ella lo miró desafiante.
—No eres mi padre para decirme qué hacer.
Ethan sonrió de forma calculadora.
—No. Soy mucho peor que tu padre.
El silencio los envolvió un instante. La música del bar, las risas, el murmullo de los demás clientes… todo quedó en segundo plano. Solo estaban ellos dos, frente a frente, con la tensión a punto de romperse.
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Continuará...