Tutora De Un Rebelde

Y ahí estaba Leo frente a su celular, dudando si enviar un mensaje o no. Las tardes sin compañía eran realmente aburridas para él. Su práctica en el club había finalizado hacía una hora y al llegar a casa se dio cuenta de que estaba vacía. Al revisar una nota pegada al refrigerador, aupo que su madre había salido a dar un paseo romantico con su padre luego de que él regresara del trabajo. Iván, por otra parte, seguramente estaba de camino hacia su trabajo. Era real cuando le gente decia que la soledad era el primcipal enemigo del hombre. no habia algo interesantenque hacer, o quizas si, pero él no estaba motivado. La tele era una completa porquería y hacer tarea definitivamente no era una opción para alguien que detesta estudiar.

Fue así como el joven chico de lentes decidió con valentía levantarse de su cama tras dar un sin fin de vueltas y tomar las llaves de la casa antes de salir. Tras un par de minutos, se encontraba frente a mi casa con dudas sobre tocar o no el tiembre. No tuvo mayores complicaciones para encontrarla, pudo recordar el camino a la perfección.

Sin embargo, una ola de corbadía anemazaba con golpearlo. Mas no tuvo mucho tiempo para reaccionar, pues en ese instante abrí la puerta y lo encontré mirándome directo a los ojos, con esa expresión serena que ocultaba la sorpresa y el nerviosismo. De entre todas las personas, jamás me imaginé conseguirlo a él. Llevaba puesto una pijama vieja y muy desgastada, así que era inevitable para mí no sentir una pizca de vergüenza.

—¿Leo? ¿Qué haces acá?—inicié la conversación disimulando la pena.

—Pues, pasaba simplemente. Tenía algo que hacer—respondió tajantemente, como solía hacerlo.

—¿Si? ¿Puedo saber sobre ello?—indagué inocentemente.

—Pues no es nada del otro mundo...—esperé en silencio a que él contestara mi pregunta y soltando un suspiro pesado y lleno de timidez, continuó—...solo me preguntaba si estabas bien. Ya sabes, por los exámenes. Y como no hemos podido vernos...tu entenderás.

No sabía exactamente que decir. No quería pensar mal, pero sus palabras me dejaron con muchas dudas. Tenía miedo de preguntar y sentirme luego patética. Eso era extraño en mí, no solía tener problemas en decir lo que pensaba aun si hería o era inoportuna.

—Estoy bien. Aunque tengo algo de estrés encima, lo normal.

—Ya veo. Espero salgas bien—él jugaba con el cierre de su abrigo.

–Entonces...¿viniste solo para saber como estaba?—me atreví a preguntar aun si era algo arrogante de mi parte.

—¿Algún problema con eso?

—Para nada—me limité a decir. tal vez soné un poco brusca.

—Bien—hizo una pausa—también quería verte—confesó desviando su mirada hacia la calle—¿Ibas a algún sitio ahora?

—Eh, ah. Si. Iba a botar la basura en el botadero que queda a unas calles de acá.

—Vamos. Te acompaño—informó.

Me sentía algo extraña a su lado. El ambiente entre nosotros se percibía diferente. Él estaba siendo más tranquilo de lo usual y más interesado en hablarme. Y yo, por otro lado, no podía dejar de pensar y hacerme ideas equivocadas sobre él.

—¿Cómo te ha ido en clases?

—Igual que siempre. Aunque hoy las mujeres de mi salón se acercaron a hablarme.

—Vaya, que bueno. Quizás se están dando cuenta de que no eres un caso perdido como todos te pintan.

—Vinieron a joderme con preguntas sin sentido sobre cual era mi chica ideal—de haber sido posible, me habría ahogado con mi propia saliva.

—Ha de ser porque alguna debe estar interesada en ti.

—Eso mismo dijo una.

—¿Y?

—¿Qué?

—¿Qué les dijiste?

—Qué me gustaban raras.

—¿Raras? Que curioso. ¿así consideras a tu novia?

—¿Cuál novia?

—Creí que un chico como tú tendría una novia—la conversación no estaba fluyendo hacia la mejor dirección, lo se. estaba diciendo cosas incoherentes.

—¿Por qué creerías algo como eso?—dijo mientras me veía dejar la bolsa negra de basura dentro del contenedor.

—Un tipo como tu siempre tiene mujeres al asecho.

—Soy inmune a eso. O más bien no me doy cuenta.

—Lo más seguro. Tu solo piensas en basquetbol—bromeé.

—No es lo único en lo que pienso...—mumuró

—Disculpa, ¿Qué dijiste?

—Qué también pienso en ti—soltó sin anestesia—Eres como una maldita alucinación. Miro al techo y pienso en ti, veo los libros en clases y pienso en ti, duermo e incluso apareces en mi sueños a perturbar mi paz—estaba anonadada—A diario espero con ansias a que llegues a mi casa, y aunque las clases son un verdadero fastidio, tenerte ahí conmigo no las hace tan molestas. Tal vez para ti todo esto te parece un montón de palabras sin sentido de un niño que ni siquiera tiene idea de lo que va a hacer en la vida, aferrado a un sueño difícil de lograr; pero es que sencillamente me niego a aceptar que todo esto me está pasando porque he empezado a tener sentimientos por ti. Y de verdad me dis ulpo de antemano, porque sé que esto será un problema para ti.

Ambos nos detuvimos en medio de la acera, él mostrando una determinación que jamás había visto y yo fría en mi sitio tratando de procesar todo aquello que dijo. ¿Qué debía decir? ¿Cómo tenía que actuar? No podía perder la calma. Leo esbozó una tierna sonrisa.

—Tienes que ver tu cara de cabra en risco. Si sigues haciéndola, solo me darán ganas de molestarte...—Leo me estaba engatusando con su encanto, no podía apartar mis ojos de los suyos. Ya no sabía si decía la verdad o si era parte de un truco para burlarse de mi. Él acortó la distancia entre nosotros y acarició mi cabello. Debí apartarlo en ese momento, y responder como una mujer adulta lo haría. Pero había perdido toda mi fuerza de voluntad y caído en el pecado.

Sus grandes y pesadas manos sostuvieron mis mejillas con toda la delicadeza del mundo y sus pulgares las acariciaban con una dulzura que nunca antes había conocido. Él tenía temor, al igual que yo. Nuestros corazones latían con fuerza y gran velocidad. Inconscientemente, cerré mis ojos, a la espera de lo que tanto anhelaba: su aliento caliente golpeaba contra mi rostro hasta que finalmente nuestros labios se encontraron en el beso más puro de toda mi vida. Era un beso lento y tembloroso, lleno de dudas y miedo. Era hermoso, cálido y vibrante. Al poco tiempo nos separamos y al abrir mis ojos vi a un Leo desconocido.

Frente a mí no estaba ese niño rebelde y sarcástico que acostumbraba a ver cada día, sino un chico serio, grande y fuerte, capaz de poner mi mente en blanco y a la vez hacerme sentir segura y auténtica. Frente a mí estaba un hombre.

—Lamento si no ha sido un buen beso. Es el primero que le doy a una chica...