No era necesario que ocultaran todo. Yo, Bianca Chevalier, primera princesa de este imperio y heredera del archiducado Chevalier, rompo mi compromiso contigo, duque Paul Mesellanas. — Bianca habló con tanta fuerza en su voz que todos escucharon con claridad.
Bianca se dio la vuelta, ignorando el torrente de lágrimas que caían por las mejillas de la novia. Los presentes la miraban con desaprobación, considerando que había arruinado un momento tan especial y que había ofendido a la novia.
Pero, ¿quién era la verdadera ofendida? ¿La mujer que lloraba desconsolada porque su matrimonio había sido opacado, o la mujer que había sido traicionada por su prometido y decidió enfrentarlo ante todos?
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¿Por qué tengo que ser tan infeliz?
Habían pasado dos meses desde que Bianca habló con su tío, un total de cuatro meses desde que asumió el cargo de archiduquesa.
La desesperación de Bianca por ver a su prometido resaltaba su poca paciencia; estaba a punto de enloquecer. Las cartas no eran suficientes para sentirlo cerca; ella necesitaba abrazarlo, sentir su olor y no volverse a separar de él.
Su suegra le obsequió unos cuantos libros que la hacían ruborizarse en las noches, no solo por lo impropios que eran, sino también porque se imaginaba con su amado en todas esas formas descritas minuciosamente.
—Excelencia, tienes una invitación para mañana a una reunión en el club de caballeros. Asistirán las cuatro casas fundadoras del imperio y socios muy importantes del archiducado —le informó Lady García, que ya se encontraba instalada en el archiducado desde hacía más de cuatro semanas. A ella le había delegado ciertas funciones, como recordarle a Bianca sus comidas y las reuniones a las que tenía que asistir.
—Formas de evadir esa reunión —Bianca suspiraba, anhelando a quien no tenía presente. La distancia corporal era una agonía; ella solo quería sentir el olor de su perfume por más tiempo. En las cartas, su aroma duraba muy poco; solía dormir con ellas muy cerca de su nariz para aspirar su fragancia en todo momento.
— No las hay, es una reunión muy importante; además, tengo entendido que tu prometido estará presente en dicha reunión —comentó intencionalmente Lady García para que Bianca se animara a asistir. En esa reunión se propondrían muy buenos negocios que ayudarían a aumentar las arcas del archiducado.
— ¿Qué tan segura es esa información? —preguntó Bianca con un atisbo de duda.
— Tan segura como que el mensajero tiene cierto interés en mí. Verifiqué la información de fuentes muy seguras; no hay nada que unos ojos de cordero a punto de ser sacrificados no resuelva —comentó la joven, orgullosa de su hazaña. Tenía un don natural para fingir inocencia, cosa que la volvería vulnerable a ciertos hombres.
— Lady García tiene un comportamiento peculiar —comentó la asistente, arreglándose los lentes. Para él, su joven señora solo había traído una molesta ave al archiducado.
— ¿Qué estás insinuando? —inquirió la joven, disgustada. El joven secretario era un ogro de lo peor.
— No los quiero discutiendo de nuevo. Diego, confirma mi asistencia a dicha reunión. Lady García me acompañará a la boutique más cercana; debo buscar un vestido apropiado para la situación —Bianca estaba entusiasmada en conseguir un hermoso vestido, pero fue frenada abruptamente.
— Excelencia, recuerda que no puedes usar un vestido hasta tu boda —le recordó el secretario; su joven señora olvidaba ese detalle con regularidad.
— ¿Por qué tengo que ser tan infeliz? — protestó Bianca, cayendo dramáticamente en un mueble.
— Excelencia, usted se ve hermosa con cualquier prenda. Su prometido estaría encantado de verla con cualquier atuendo. No se desanime, recuerde que tiene tiempo sin verlo — le recordó Lady García, dándole una mirada desaprobatoria al secretario Diego.
— Ya que no puedo ir por un vestido decente, iremos por uno para ti. Tu imagen es tu carta de presentación. Tú irás a recogerme al club; así podrás visualizar algunos prospectos que sean buenos candidatos a esposos. No hay que dejarle la oportunidad a la marquesa para que termines casada con alguien desagradable — le recordó Bianca a Lady García, quien no debía perder tiempo en ese tema; la marquesa era una mujer muy astuta.
— Excelencia, pocos candidatos favorables se fijarían en mí. Aún no he debutado; lo más probable es que solo aprovechadores conozcan a qué casa pertenezco — dijo la joven resignada. Ella era muy consciente de que su madre posiblemente ya tuviera un candidato a esposo que se lo presentaría apenas debutara.
— Dentro de esos pocos candidatos podremos encontrar a alguien. Eres una joven hermosa, de buena familia y con un título que heredar. Eres un muy buen prospecto de esposa. Necesitamos que alguien envíe una propuesta de matrimonio con una dote deslumbrante al marquesado antes de que tu madre anuncie algún compromiso planeado. No podemos confiarle tu seguridad a tu madre. ¿Qué es lo que buscas en un prometido? — preguntó Bianca con curiosidad.
— Que mi madre no pueda manipularlo; llevar una relación cordial sería lo ideal —respondió la joven sin titubear.
— ¿Solo eso? —Bianca estaba consternada con la respuesta; ella había sido educada con otros ideales, pero era consciente de que en otras casas nobles la situación era diferente.
— No es mucho a lo que pueda aspirar; con que sea un caballero y podamos llevar una relación cordial por el bien del territorio, estaría magnífico —ella sabía muy bien los condicionantes de la sociedad; su ideal no era vivir una vida pacífica.
— ¿Dorothea, no buscas amor? —Bianca se atrevió a llamarla por su nombre. Para una joven como Bianca, que había visto el eterno amor de sus padres, era inconcebible que una joven que está cerca de debutar no sueñe con el amor. En el fondo de sus corazones, todas sueñan con eso; hay unas que son más frías y buscan posición, pero eso dependerá de la casa en la que nacieron. Analizando más de cerca las acciones de Dorothea, podía ver que ella era diferente a todo lo que había visto en la sociedad; sin duda alguna, era digna de ser una princesa. La joven parecía no saber el linaje al que pertenecía; ese mismo linaje es lo que la hace resaltar entre las demás señoritas.
— Sería tonto si buscara eso; no todas corremos con suerte de casarnos con alguien que nos ame y respete. El amor suele ser cambiante, por eso prefiero el respeto; considero que es lo más sólido que podemos buscar. — Dorothea no quería vivir una vida igual a la de sus padres. Su padre amó tanto a su madre que incluso se ofreció como alfombra para que la marquesa pasara por encima de él. Ella no quería una vida así; prefería el respeto y la confianza ante cualquier indicio de amor o autoridad.
— ¿Por eso buscabas casarte con el gran general? — Bianca aún tenía esa interrogante, no porque desconfiara de la joven, sino más bien por su anterior actuar. Una joven, por más desesperada que estuviera, no pondría su reputación en juego. Dorothea estaba ocultando algo con respecto a su madre; Bianca comenzó a temer por la seguridad de su amiga.
— En parte sí, es un hombre de buen parecido y, sobre todo, un hombre que mi madre no tendría el poder de manipular. Estaría segura sin preocuparme por mi seguridad. Bianca lamentó tanto mi actuar; si hubiera sabido que era comprometido, no habría intentado nada con él. Mi comportamiento fue deshonroso. — Dorothea se reclamaba todos los días por haber actuado tan vergonzosamente.
— ¿Qué opina el marqués de todo esto? — Como cabeza de familia, el marqués era quien tendría que decidir con quién se casaría su hija.
— No puede hacer mucho. Mi padre cometió el error de enamorarse de mi madre. Él era un comerciante muy bien posicionado en la sociedad burguesa, aunque sus sentimientos no eran correspondidos por mi madre, que prefería un hombre de mayor posición que ella. Aceptó el acuerdo de matrimonio con mis abuelos; originalmente, la heredera era mi madre, por lo tanto, las decisiones más importantes las toma ella. Aunque mi padre sea el marqués, ella es quien toma el control. Mi padre interviene en sus decisiones cuando me afectan, pero no siempre puedo salir bien librada.
Bianca no preguntó más. Lo único que podía hacer por Dorothea era buscar un buen prospecto para ella; no confiaba en la marquesa García.