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Status: En proceso
Genre:Terror / Aventura / Viaje a un juego / Supersistema / Mitos y leyendas / Juegos y desafíos
Popularitas:429
Nilai: 5
nombre de autor: Ezequiel Gil

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Un juego perdido. Una leyenda urbana.
Pero cuando Franco - o Leo, para los amigos - logra iniciarlo, las reglas cambian.
Cada nivel exige más: micrófono, cámara, control.
Y cuanto más real se vuelve el juego...
más difícil es salir.

NovelToon tiene autorización de Ezequiel Gil para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 22: Limpieza.

Me pasé todo el día pensando en las preguntas que no hice. En las respuestas que pude tener y dejé escapar.

Me carcomía la idea de que, por idiota y por no saber discutir, perdí la oportunidad.

El cuaderno estaba ahí, enfrente mío, y yo no le pedí a Rocío el código. ¿Por qué no le pregunté cómo carajo descifrarlo? ¿Por qué mi boca no respondió en ese momento?

Ahora, otra vez, estaba encerrado con ese montón de símbolos que parecían mirarme el alma y rasguñar un poco mis entrañas.

No quería volver a hablar con ella. Me incomodaba. Me miraba distinto, como si yo le recordara algo repulsivo. Y yo no quería verme en su mirada.

Así que me senté en el piso, con las hojas abiertas, y traté de avanzar un poco más. La hora pasó, pero nada. Me quedé en lo mismo: tres símbolos que ya reconocía, dos que sospechaba, y el resto era como mirar manchas en un vidrio sucio. Como un niño que inventa formas en las nubes amorfas del cielo.

Aparte las hojas y abrí el juego.

Cada vez que avanzaba, el intento de juego parecía distorsionarse más y más.

Imágenes partidas, sonidos que se cortaban, luces que explotaban. Al principio me mareaba, como siempre. Pero lo entendía: como si entrenara una habilidad o un deporte, empezaba a captar más y más. Como si en medio de ese caos hubiera una forma de orden. Como si el error tuviera reglas, y yo las estuviera descifrando.

Desde afuera cualquiera habría pensado que estaba mirando un desastre. Pero para mí empezó a tener sentido. Una coherencia rara, torcida. Y cuanto más jugaba, más sentía que lo que estaba en el nivel y lo que estaba en el cuaderno se tocaban. Como si hablaran el mismo idioma.

Paré un rato. Hacía un paso en el juego y una anotación en el papel, hasta que me cansé.

El piso estaba lleno de hojas, símbolos dibujados en los márgenes, en pedazos de papel sueltos. Había escrito hasta en la pared, como si necesitara verlo todo junto para que encajara.

Juraba que si miraba las cosas desde lejos iba a entender algo.

No pasó. Seguí con mi trabajo detectivesco.

Y justo ahí me llegó un mensaje.

Era de Lucas.

—Cuchame pichón. Esta noche vamos con la ma a tu home a comer. Estás invitado.

Me reí del mensaje, pero la alegría se desmoronó al segundo cuando me di cuenta de que la casa era un desastre. Platos sucios, ropa tirada, el piso lleno de hojas y símbolos que, dependiendo de quién los viera, podían mandarme directo a un psiquiátrico. Empecé a limpiar a toda velocidad, como si estuviera borrando evidencia de un crimen atroz. Cerré la puerta de mi pieza para que no se viera nada y pasé al comedor.

Mientras barría, me vibró el celular otra vez. Un mensaje. Lo miré desde arriba sin abrirlo.

“...”

Era de Alana.

Suspiré. Lo dejé ahí. Dos minutos después, otro.

“👀”.

Lo abrí. Le contesté que estaba por venir mi familia, que después, más tarde, podíamos salir al centro, tomar algo.

Me respondió con un tajante: “ok”.

Me quedé mirando la pantalla, sin entenderla. Después tiré el celular al sillón y seguí limpiando.

Me bañé rápido. Vi la pila de ropa sucia, los platos acumulados. Intenté dejar todo lo más prolijo posible. Y justo cuando terminé, llegaron.

La mesa se llenó. Mamá sonreía, Lucas hacía chistes, hablaban de cualquier cosa. Lucas contaba que en el club le estaba yendo bien y, entre broma y broma, empezó su habitual interrogatorio.

—¿Y? ¿Pasó algo con la tal Tami? —yo solo lo miré, con ojos que decían “maldito, ya me voy a vengar”.

Creo que lo entendió, porque su respuesta fue clara.

—Mmm, ya veo que no. Más suerte la próxima —soltó, junto a una carcajada que desbordaba superioridad.

—Callate vos, que la Alana te dijo que te quiere como amigo nomás.

—¡Eh, ma! Eso es traición —gritó Lucas.

Y yo me quedé pensando.

—¿Qué Alana? —pregunté.

—Lana, pues. La hermana de Esteban —dijo mi madre—. Yo le dije que era muy grande para él, pero como siempre no me hizo caso.

—Y… te lleva tres años —dije yo, ocultando el nudo que tenía en los intestinos.

Mientras silenciaba las notificaciones para que por ninguna casualidad se viera el nombre desde la pantalla.

—Para el amor no hay edad, ¿sabés? —argumentó Lucas—. Ya va a caer, es cuestión de tiempo.

Fuera de la sorpresa, el momento era agradable. Se sentía bien estar con ellos otra vez. Ver la calma de mi madre, que siempre fue un sol para mí. Las risas que me provocaba ese molesto insoportable que se hacía llamar mi hermano... me alegraban el día.

Pintaban un poquito de color mi alma.

Al cabo de unos minutos, Lucas avisó que iba a visitar a un amigo que vivía a unas casas de donde yo estaba y salió sin despedirse.

Me quedé a solas con mamá.

Sonreí un poco, me sentía raro.

Liviano y pesado al mismo tiempo.

Después, en un silencio corto, mamá me miró.

—Te ves cansado, amor —dijo inclinando su rostro— Y esas ojeras… ¿estás durmiendo bien?

Le contesté que estaba todo bien. Que tenía que entregar unos trabajos y me había desvelado, nada más.

Ella me creyó a medias. Sonrió con ternura y me dijo que cualquier cosa le hablara.

Ya había pasado la hora y ella se tenía que ir. No dijo mucho, pero siempre supo cómo hacerme sentir mejor.

Me quedé solo. Y como si la soledad fuera un disparador, volví a sacar las hojas, a tirarlas en el piso y a dibujar. La cabeza me latía, pero quería encontrar algo más.

Y en eso, la puerta se abrió.

Lucas entró de golpe.

—Me olvidé la mochila —dijo, transpirado y agitado.

Vio todo.

El piso lleno de símbolos, papeles pegados en la pared, anotaciones cruzadas. Y yo en el suelo, sobre mis rodillas como un perro.

Se quedó en silencio unos segundos.

Y después soltó una risa.

—¿Y esto qué es? —preguntó, con los ojos brillando, como si le pareciera divertido—. ¿Te estás haciendo el detective?

No supe qué decir.

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