Por Amor O Por Dinero

—Dejaré que él les responda esa pregunta —declaró Xavier con firmeza, poniéndose de pie.

La sala entera guardó silencio mientras lo veían moverse con la seguridad de quien está acostumbrado a dominar cada escenario que pisa. Sus zapatos resonaban suavemente contra el piso mientras caminaba hacia la parte trasera del salón. Sus pasos eran lentos, casi calculados, como si cada movimiento estuviera ensayado con antelación. Se detuvo frente a Oliver, quien estaba apoyado contra la pared, con los hombros tensos y la mirada perdida en el suelo. Su piel tenía un matiz más pálido que de costumbre y sus dedos jugueteaban con el dobladillo de su camisa, un gesto involuntario que delataba su ansiedad.

Xavier se inclinó hacia él, y con la boca muy cerca de su oído, le susurró en voz baja, apenas audible para alguien que no fuera él:

—Da el mejor puto show que hayan visto —ordenó con una sonrisa tan falsa como encantadora, esa sonrisa que tantos envidiaban y temían a partes iguales.

Oliver no dijo nada. Asintió apenas con un gesto leve, consciente de que esa mirada seductora y esa sonrisa dulce no eran más que parte de una gran farsa. Y sin embargo… en ese momento, eligió no pensar en eso. Eligió creer. Aunque fuera solo por un instante.

Tomó la mano de Xavier sin previo aviso, sin dudar ni un segundo, y se dejó guiar hacia el escenario como si ese acto tuviera algún tipo de poder para protegerlo de lo que vendría. Como si entrelazar sus dedos fuera suficiente para contener la tormenta mediática que estaban a punto de enfrentar.

Apenas cruzaron el umbral y aparecieron frente a las cámaras, una lluvia de flashes los envolvió con una violencia cegadora. Las luces explotaban una tras otra, como si fueran disparos. Los reporteros comenzaron a lanzar preguntas a gritos, atropellándose unos a otros, intentando destacar por encima del murmullo colectivo. Las redes sociales estallaban en tiempo real. Los comentarios no se hicieron esperar: ¿Quién era ese joven? ¿De dónde había salido? ¿Era real o simplemente una distracción mediática? ¿Un amante o una víctima?

En medio de ese caos perfectamente organizado, los empleados de relaciones públicas ya habían dispuesto una cuarta silla en el escenario. Xavier y Oliver se sentaron uno al lado del otro, justo al centro, como si fueran los protagonistas de un espectáculo cuidadosamente planeado. El murmullo fue apagándose poco a poco hasta que el silencio volvió a reinar. Todos los presentes aguardaban expectantes.

Oliver respiró hondo, más por necesidad que por voluntad, y sin darse cuenta, apretó con fuerza la mano de Xavier. Era un gesto inconsciente, un ancla a la realidad en medio de la marea. Sus ojos recorrieron a cada periodista en la sala, deteniéndose brevemente en cada rostro, intentando reunir la valentía que necesitaba para hablar.

—Hola… soy Oliver Hayes —se presentó con voz firme, aunque su sonrisa apenas logró ocultar la tensión que se dibujaba en sus mejillas. Era una sonrisa ensayada, profesional, pero los más atentos podrían notar que también había algo de fragilidad detrás de ella. Como si estuviera al borde de romperse.

Xavier lo observó con atención. Notó el temblor en sus manos, la palidez en su rostro, y por un segundo… solo por un segundo, algo parecido a la duda cruzó por su mente. Entonces se inclinó con suavidad, como si fuera a susurrarle una promesa, y deslizó sus dedos por el dorso de su mano mientras le hablaba al oído con una voz baja, casi íntima.

—Tranquilo —dijo, su aliento cálido rozándole la piel—. Hazlo como si de verdad me amaras.

Oliver sintió un escalofrío recorrerle la espalda. A pesar del público, de las cámaras, de la mentira, esas palabras tenían un peso distinto en él. No porque las creyera, sino porque, en el fondo, no necesitaba fingir.

—Piensa en la persona que te gusta… o que amaste alguna vez —añadió Xavier, con esa voz envolvente que podía convencer a cualquiera de cualquier cosa—. Y todo saldrá bien.

Oliver lo miró por fin. Sus ojos, brillantes, capturaron la luz de los focos y revelaron más de lo que él hubiera querido. No tenía que imaginar a alguien más.

Porque él lo amaba.

Siempre lo había amado. En silencio, en secreto, en la sombra de lo imposible. Y si ese momento iba a ser la única oportunidad que tendría para mostrar lo que sentía, entonces no pensaba desaprovecharlo.

Así que inspiró profundamente, enderezó la espalda y se preparó para hablar. Por una vez, las palabras no le temblarían en la garganta, porque no iba a mentir.

Todo lo que estaba a punto de decir… sería verdad.

Aunque el mundo no supiera que lo era.

—¿Es usted la persona misteriosa que aparece en la fotografía? Y, de ser así, ¿es verdad que está saliendo con el señor Belmont? —Madeline se adelantó, alzando la voz con esa mezcla de urgencia y oportunismo que solo los periodistas más astutos dominan a la perfección.

Oliver parpadeó ante la pregunta. Durante un instante, el mundo pareció quedarse en suspenso.

Podía escuchar el zumbido de las cámaras, los clics constantes, el murmullo contenido de los presentes, como si todos estuvieran aguantando la respiración a la espera de su respuesta.

Y entonces habló.

—Sí… —dijo, su voz serena pero firme, proyectándose con una claridad que sorprendió incluso a él mismo—. Sí, soy la persona que aparece con él en esa fotografía —confirmó, y luego hizo una pausa.

Giró levemente el rostro hacia Xavier, lo suficiente para encontrar su mirada. Sus ojos se encontraron, y aunque Xavier mantenía la compostura que lo caracterizaba, a Oliver no se le escapó el sutil destello de inquietud detrás de su expresión calculada.

Oliver sonrió apenas. Sus ojos, verdes y llenos de una ternura silenciosa, se encendieron con una verdad que llevaba años guardando.

—Y sí… —continuó con voz más suave, casi íntima, como si por un momento se olvidara del público—. Estoy saliendo con él desde hace poco más de un mes. Pero lo he amado… lo he amado en silencio desde hace años.

El efecto fue inmediato. Los murmullos estallaron. Las cámaras capturaron cada gesto, cada mirada, cada detalle. Los micrófonos se acercaron como buitres. La sala, antes en tensa espera, se convirtió en un hervidero de reacciones y preguntas atropelladas. En cuestión de minutos, las redes sociales comenzaron a arder. Las tendencias cambiaban a cada segundo: Xavier Belmont, Oliver Hayes, relación secreta, escándalo o verdad. Los medios debatían entre el asombro, el morbo y la crítica.

Pero Oliver no escuchaba nada de eso.

En medio del caos mediático, él solo sentía calma.

No había rastro de vergüenza en su expresión. Tampoco nerviosismo. Lo único que experimentaba era una serenidad nueva, desconocida, como si una pesada carga hubiera sido retirada finalmente de sus hombros. Una paz que le nacía desde lo más hondo del pecho.

Porque por primera vez en mucho tiempo, se había permitido decir la verdad. No una verdad a medias, ni una que tuviera que disfrazar de amistad o silencio.

Una verdad completa.

Esa verdad que lo había hecho llorar en la oscuridad de su habitación cuando descubrió, tiempo atrás, que Xavier salía con otra persona. Esa verdad que lo había ahogado en inseguridad, que lo había hecho sentirse insuficiente. La misma verdad que su madre, preocupada por su futuro y su reputación, le suplicó que enterrara, que olvidara, que nunca dejara salir a la luz.

Y aun así, allí estaba.

Confesándolo ante el mundo.

Sabía que su amor no sería correspondido. Lo había sabido siempre. Pero eso ya no importaba. Porque, en medio de una mentira construida para proteger la imagen pública de Xavier, él había podido, por un instante, decir lo que llevaba años ocultando.

Y eso, para él, era suficiente.