Gabriela Estévez lo perdió todo a los diecinueve años: el apoyo de su familia, su juventud y hasta su libertad… todo por un matrimonio forzado con Sebastián Valtieri, el heredero de una de las familias más poderosas del país.
Seis años después, ese amor impuesto se convirtió en divorcio, rencor y cicatrices. Hoy, Gabriela ha levantado con sus propias manos AUREA Tech, una empresa que protege a miles de mujeres vulnerables, y jura que nadie volverá a arrebatarle lo que ha construido.
NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Tú no me amas
GABRIELA
Cecilia irrumpió en mi oficina como un huracán, con la tableta en la mano y la cara blanca como un papel.
—Gabriela… tienes que ver esto. —Su voz temblaba.
Me levanté de golpe.
—¿Qué pasó?
Ella me pasó la tableta con unos documentos abiertos. El corazón me dio un vuelco al leer las cifras: balances alterados, ingresos desaparecidos, gastos inflados. Todo un rompecabezas que no cuadraba.
—La contadora… Nicole —susurró Cecilia—. Tenemos pruebas. Está manipulando los estados financieros desde hace meses.
No lo pensé dos veces. Caminé con pasos furiosos por el pasillo hasta la oficina de Nicole. Abrí la puerta de golpe. La encontré encorvada sobre su escritorio, como si supiera que ya no tenía salida.
—¿Qué demonios hiciste con mi empresa? —mi voz retumbó.
Ella alzó la mirada, temblando
—Y-yo… Gabriela, déjame explicar…
—No hay nada que explicar. —Golpeé la mesa con un puño—. ¡Estabas saqueando ÁUREA desde adentro! ¿Sabes cuántas mujeres dependen de este proyecto, cuántas vidas están en juego?
Nicole empezó a llorar.
—No tenía opción… tu empresa está débil, yo necesitaba el dinero…
—¿El dinero, Nicole? —me incliné sobre ella, cada palabra cargada de rabia—. Porque lo que hiciste no es solo traición: es un delito y voy a denunciarte.
El llanto se cortó. Su cara cambió de miedo a desesperación.
—¡No, por favor! Gabriela… no entiendes… Yo no actué sola.
La miré fijamente, helada.
—Habla.
Ella bajó la voz, como si temiera que las paredes tuvieran oídos.
—Fue el señor Valtieri. Me contactó hace meses.
Me ofreció dinero para infiltrar tus cuentas, desestabilizar todo, llevar ÁUREA a la quiebra. Yo solo seguí órdenes…
Mi sangre se congeló. No necesitaba preguntar de qué Valtieri hablaba.
Cerré los ojos un segundo, controlando la furia que me quemaba las venas. Luego me enderecé, respirando hondo.
—Recoge tus cosas. Estás despedida. Y reza para que no te vea en los tribunales.
Salí de la oficina, con Cecilia detrás. Mis tacones repicaban contra el piso como disparos.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella.
—A Valcorp —dije entre dientes—. Es hora de que Sebastián me mire a la cara como el maldito hijo de puta que es.
Cuando llegamos a las oficinas de Valcorp, el contraste fue brutal: paredes de cristal, mármol reluciente, recepcionistas impecables. Todo lujo, todo imponía poder.
Nos anunciamos en recepción, pero yo no esperé a que nos dieran pase. Caminé directo al ascensor, ignorando los intentos de detenernos.
Y ahí estaba él. Sebastián Valtieri, en su oficina panorámica, de pie frente a un ventanal, con la ciudad a sus pies como si fuera suya. Giró lentamente al escucharme, con esa maldita sonrisa soberbia en los labios.
—Vaya, vaya… —dijo con voz calmada, como si esperara este momento—. Si no es mi querida exesposa.
Lo odié. Odié su seguridad, su frialdad, su arrogancia.
Pensé que, con la discusión que habíamos tenido hace días con Valentina, ese hombre iba a tener conciencia. ¿Es que no piensa en cómo esto perjudicada a su hija igualmente?
Pero sobre todo, odié saber que tenía razón: estaba jugando con mi vida y la de mi empresa como si fuéramos piezas en su tablero.
—Eres despreciable, Sebastián —escupí, avanzando hacia él—. Y no voy a permitir que destruyas una de las cosas buenas que tengo.
Su sonrisa me encendió más que cualquier palabra. Esa misma sonrisa altanera que años atrás me enamoraba, hoy solo me revolvía el estómago.
—¿Despreciable? —Sebastián ladeó la cabeza, como quien juega con una presa—. No, Gabriela. Visionario. Práctico. Tú siempre fuiste muy ingenua para este mundo.
—¿Ingenua? —sentí un escalofrío recorrerme. Mis manos temblaban, pero de rabia, no de miedo—. ¡He construido ÁUREA con mis propias manos! Con noches en vela, con sacrificios que tú jamás entenderías.
Él dio un par de pasos hacia mí, acercándose demasiado.
—¿Sacrificios? —su voz bajó, grave, peligrosa—. No te engañes, Gabi. ÁUREA es un capricho… un juego de niña que te está quedando grande.
Lo empujé con ambas manos en el pecho, con tanta fuerza que Cecilia dio un paso adelante por si escalaba más.
—¡Ese “juego de niña” le da trabajo a cientos de mujeres que tú y tu familia siempre han tratado como servidumbre! Y no voy a dejar que lo destruyas solo porque no soportas verme libre, haciendo lo que se me da la maldita gana.
Por un instante, algo brilló en sus ojos. ¿Orgullo herido? ¿O esa obsesión disfrazada de amor que siempre me tuvo?
—Libre… —repitió, casi con sorna—. No, Gabriela. No entiendes. Yo no quiero destruirte. Lo que quiero es… salvarte.
Lo miré incrédula.
—¿Salvarme? ¿Condenando todo lo que he construido?
—Valcorp puede absorber ÁUREA —dijo con esa calma venenosa—. Te compraríamos. Yo mismo me encargaría de que no te falte nada. Dejarías de jugar a la empresaria, y yo… —se inclinó apenas hacia mí, con esa cercanía que me revolvía— yo me ocuparía de ti.
Un frío me recorrió la espalda.
Ya se enloqueció ese hombre…
—Jamás. Prefiero ver ÁUREA arder que entregártela a ti.
La máscara de serenidad se resquebrajó. Su mandíbula se tensó, los nudillos se le marcaron al cerrar los puños.
—Ten cuidado, Gabriela. Porque la próxima vez, puede que no tenga tanta paciencia contigo.
Cecilia me sujetó del brazo, susurrándome:
—Vámonos ya.
Lo miré una última vez.
—Puedes tener el dinero, Sebastián. Puedes tener la empresa más grande, el apellido, el poder. Pero hay algo que nunca tendrás: amor. Estas solo, incluso el único amor que tenías…el de tu hija, lo estás echando a perder por tus idioteces.
Ya me estaba dando la vuelta, dispuesta a largarme de su oficina para no seguir desgastándome con un hombre que no entiende de respeto… cuando lo escuché decirlo.
—Y todavía me pregunto —su voz retumbó fría, venenosa— de dónde sacaste tanto dinero para esa casa y para montar ÁUREA… —hizo una pausa, disfrutando de mi rigidez—. Quizás los rumores de la universidad eran ciertos. Que te estabas vendiendo sexualmente a mis socios.
El mundo se detuvo.
Un zumbido me llenó los oídos, como si alguien me hubiese abofeteado primero a mí.
Lo miré, incrédula, con la rabia trepándome desde el estómago hasta la garganta.
—¿Qué acabas de decir? —mi voz me temblaba. Era furia pura.
Él dio un paso hacia mí, implacable, con esa media sonrisa cruel.
—¿Me oíste bien, Gabriela? Al fin y al cabo… ¿qué otra explicación hay?
Antes de pensarlo siquiera, mi mano voló contra su rostro.
El sonido de la cachetada resonó en toda la oficina.
—¡Hijo de puta! —le grité con la garganta desgarrada, la rabia incendiándome—. ¡Eres una basura, Sebastián! ¡Un imbecil de mierda!
Él giró la cara, sorprendido por el golpe, y por un segundo vi en sus ojos el mismo destello que años atrás me asustaba: esa mezcla de ira y orgullo herido.
Yo estaba fuera de control.
—¡Toda mi vida me la he partido el alma para salir adelante! ¡Para criar a tu hija sola mientras tú jugabas a ser el príncipe de tu maldita familia! —mi voz se quebró entre gritos y lágrimas de impotencia—. ¡Y ahora vienes a desvalorizar mis esfuerzos diciendo que me prostituí para tus socios para conseguir lo que tengo! ¡Maldito seas, Sebastián!
Sentí los brazos de Cecilia rodeándome desde atrás, empujándome hacia atrás antes de que lo golpeara otra vez.
—¡Gabriela, basta! —me susurró con firmeza—. ¡No le des ese poder!
—¡Suéltame! —me sacudí entre sollozos, pero la fuerza de Cecilia me mantenía firme, como un ancla—. ¡Déjame acabar con este desgraciado!
Sebastián se llevó la mano al rostro, enrojecido por mi golpe. Me observaba con esa sonrisa que siempre me repugnó.
Pero no respondió. No intentó defenderse. Solo me sostuvo la mirada, como si mi furia lo alimentara.
—¿Ves? —dijo finalmente, con un tono grave, cínico—. Esta es la Gabriela que siempre supe que estaba ahí.
Me revolvió el estómago.
Las lágrimas me ardían en los ojos, cayendo sin control. Lo miré temblando, con el corazón desgarrado, y solté entre sollozos una verdad que me rompía el alma:
—¿Qué te pasó? ¿Qué pasó contigo, Sebastián? —mi voz salió quebrada, casi un lamento—. En serio te amaba… por eso aguanté todo al principio. Pensé que era tu familia la que te tenía en esa jaula, la que te nublaba la visión de la vida. Pero ahora veo que eres peor que ellos. No entiendo cuándo empezaste a cambiar, cuándo dejaste de ser ese hombre del que estaba enamorada… al que me entregué por completo.
Me llevé la mano al pecho, intentando contener la rabia y el dolor.
—Ahora… —continué, con la voz rota— desearía volver atrás y nunca haberme cruzado contigo. Maldigo el día en que te conocí. Lo único bueno que me diste fue Valentina… y hasta eso quieres destruir. ¿En serio no sientes nada, Sebastián?
Él me sostuvo la mirada, pero su silencio decía más que mil palabras.
—Te aborrezco —escupí entre lágrimas—. Tú nunca me amaste realmente. Y yo… yo fui una estúpida por creer que sí.
Cecilia me apretó con más fuerza, arrastrándome hacia la salida.
—Vámonos ahora mismo.
Mientras me alejaba de esa oficina, lo último que hice fue maldecir en silencio a ese hombre que un día amé… y que ahora solo me daba asco.
Jurándome que ese hombre no volvería a humillarme jamás.
Primera en comentar.
Primera en enviar una solicitud de actualización.
(No creen que merezco un especial saludo de la autora?)