En una ciudad donde las apariencias son engañosas, Helena era la mujer perfecta: empresaria y una fiscal exitosa, amiga leal y esposa ejemplar. Pero su trágica muerte despierta un torbellino de secretos ocultos y traiciones. Cuando la policía inicia la investigación, se revela que Helena no era quien decía ser. Bajo su sonrisa impecable, ocultaba amores prohibidos, enemistades en cada esquina y un oscuro plan para desmantelar la empresa familiar de su esposo,o eso parecía.
A medida que el círculo de sospechosos y los investigadores comienzan a armar piezas clave en un juego de intrigas donde las lealtades son puestas a prueba
En un mundo donde nadie dice toda la verdad y todos tienen algo que ocultar, todo lo que parecía una investigación de un asesinato termina desatando una ola de secretos bien guardado que va descubriendo poco a poco.Descubrir quién mató a Helena podría ser más difícil de lo que pensaban.
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Capítulo 22: La Carta Sellada
Montero contempló el sobre entre sus manos, su nombre escrito con la inconfundible caligrafía de Helena. Un silencio tenso se apoderó de la habitación.
—¿Cuánto tiempo llevas guardando esto? —preguntó finalmente, dirigiéndose a Gabriela.
—Helena me lo entregó hace años, poco después de que comenzara a sospechar de las intenciones de Santiago —respondió ella—. Me hizo prometer que solo te lo daría si algo le sucedía y si llegábamos a este punto exacto.
Con dedos temblorosos, Montero rompió el sello del sobre. Dentro encontró varias páginas escritas a mano y una fotografía antigua. La imagen mostraba a una Helena mucho más joven, quizás de unos diecinueve años, abrazada a un hombre de aspecto académico en lo que parecía ser la entrada de una biblioteca. El parecido entre ambos era notable.
—Su padre —murmuró Montero, reconociendo al profesor Quintero por fotografías que había visto en artículos académicos.
—No —corrigió Gabriela suavemente—. No es su padre, Alejandro. Es su tío, Ricardo Quintero. El hermano menor de su padre y... —hizo una pausa— tu mentor en la academia de policía.
La revelación golpeó a Montero como una descarga eléctrica. Ricardo Quintero había sido director de la academia cuando él ingresó, un hombre reservado pero brillante que había visto potencial en él y lo había guiado durante sus primeros años. Nunca mencionó tener familia, y mucho menos una sobrina.
Comenzó a leer la carta con el corazón acelerado:
"*Querido montero :
Si estás leyendo esto, significa que he muerto y que te has involucrado exactamente como anticipé que lo harías. Siempre fuiste predecible en tu sentido de la justicia. Mi tío Ricardo te describió así la primera vez que te mencionó: 'incorruptible hasta la médula'. Fue por eso que te elegí.
Lo que no sabes es que nos conocimos, brevemente, hace veintidós años. Yo acababa de regresar de Alejandría, destrozada por la muerte de Valeria. Tú eras un joven cadete que visitaba a mi tío en su despacho. Intercambiamos apenas unas palabras, pero tu determinación dejó una impresión en mí que nunca olvidé.
Años después, cuando necesité alguien en quien confiar dentro del sistema, recordé al protegido de mi tío. Te investigué, seguí tu carrera desde lejos, confirmando que eras exactamente quien necesitaba: alguien incapaz de comprometer la verdad, incluso cuando fuera dolorosa.*"
Montero se detuvo, intentando recordar aquel encuentro fugaz, pero su memoria no arrojaba ninguna imagen clara. Continuó leyendo:
"*Lo que estás a punto de descubrir cambiará todo lo que crees saber sobre mí. El Ingeniero no es solo un algoritmo predictivo; es la culminación de un legado antiguo, un conocimiento que los Custodios de Venus han protegido durante siglos.
Y yo no soy solo su guardiana actual, sino parte de una línea que se remonta mucho más atrás de lo que podrías imaginar.
Pero hay algo más que debes saber, algo que he mantenido oculto incluso de Gabriela. Tengo una hija. Su nombre es Sofía. Tiene veinte años y hasta hace poco desconocía todo sobre mi trabajo y sobre su verdadero origen.*"
—¿Una hija? —Montero levantó la mirada hacia Gabriela, quien parecía tan sorprendida como él.
—Es la primera vez que escucho sobre esto —confirmó ella, pálida—. Helena nunca mencionó tener una hija.
Montero continuó leyendo, cada palabra aumentando su desconcierto:
"*Sofía nació en 2005, fruto de mi relación con Daniel Novak, un físico teórico que conocí durante una conferencia en Praga. Nuestra historia fue breve pero intensa. Cuando descubrí mi embarazo, Daniel ya había regresado a Estados Unidos. Tomé la decisión de criar a Sofía sola, pero manteniendo su existencia en secreto para protegerla.
Solo tres personas conocían la verdad: mi tío Ricardo, mi asistente personal Marta Herrera, y Eduardo Salazar, un antiguo amor de juventud que se convirtió en mi amigo más leal. Eduardo ha sido el guardián de Sofía todos estos años, criándola como su propia hija en un pequeño pueblo de la costa catalana, lejos de cualquier conexión conmigo.*"
Las piezas comenzaban a encajar en la mente de Montero. Helena había configurado todo como un elaborado juego de ajedrez, colocando a cada pieza exactamente donde la necesitaría cuando llegara el momento.
—Necesitamos encontrar a esta Sofía —declaró, guardando la carta en su bolsillo.
Como respondiendo a sus palabras, el teléfono de Carmen sonó. Su expresión cambió al ver el mensaje.
—Es de un número desconocido —informó—. Solo dice: 'El legado continúa. Estación de Santa Maria Novella. 30 minutos. Eduardo S.'
—Eduardo Salazar —murmuró Gabriela—. El guardián de Sofía.
Mientras se dirigían a la estación, Montero terminó de leer la carta en silencio. Las últimas palabras de Helena eran perturbadoras:
"*Sofía no es solo mi hija,montero . Es el verdadero catalizador emocional. Su ADN contiene la clave final para activar a Hypatia. Lo que los Custodios han protegido durante siglos no es un algoritmo, sino un linaje. Y ese linaje no comenzó conmigo, ni terminará conmigo.
Confío en ti para protegerla y guiarla. Es más especial de lo que puedes imaginar.
Con afecto y esperanza, Helena.*"
La estación de Santa Maria Novella bullía de actividad cuando llegaron. Campos se posicionó estratégicamente cerca de las salidas mientras Carlos vigilaba los andenes. Montero, Carmen y Gabriela esperaron en el punto de encuentro, escaneando constantemente a la multitud.
—¿Cómo sabremos quién es? —preguntó Carmen, nerviosa.
—Lo sabremos —respondió Gabriela con seguridad.
Un hombre de unos cincuenta años, vestido con sencillez y cargando una mochila desgastada, se aproximó a ellos con paso tranquilo pero decidido. Sus ojos, de un azul profundo, se fijaron directamente en Montero.
—Inspector Montero —dijo a modo de saludo—. Helena me dijo que lo reconocería por su mirada. Tenía razón.
—Eduardo Salazar —respondió Montero, extendiendo su mano.
—No tenemos mucho tiempo —continuó Eduardo, ignorando el gesto—. Sofía nos espera.
Los condujo a través de la estación hasta un pequeño café en una esquina discreta. Una joven de cabello castaño oscuro esperaba sentada junto a la ventana, absorta en un libro. Cuando levantó la mirada, Montero sintió un escalofrío. Tenía los mismos ojos penetrantes de Helena, la misma expresión de inteligencia aguda y observación constante.
—Les presento a Sofía Quintero —anunció Eduardo.
La joven los evaluó con una mirada que parecía atravesarlo.
—Así que ustedes son los aliados de mi madre —dijo finalmente, cerrando su libro—. Los que pretenden usar la clave genética que llevo en mi sangre para activar un algoritmo que podría cambiar el curso de la historia mundial.
Su directo planteamiento los dejó momentáneamente sin palabras.
—Helena te contó todo —dedujo Gabriela, recuperándose primero.
—No exactamente —respondió Sofía—. Mi madre me mantuvo en una burbuja de ignorancia durante veinte años. Fue Eduardo quien me reveló la verdad hace tres días, después de recibir un mensaje programado tras la muerte de mi madre.
Sofía extrajo de su bolso un pequeño dispositivo que Montero reconoció como similar al que Helena guardaba en su laboratorio.
—El último regalo de mi madre —explicó—. Un módulo de memoria cuántica con todo el conocimiento que acumuló sobre los Custodios de Venus. Incluyendo —miró significativamente a Gabriela— la verdad sobre Valeria Ricci.
Gabriela palideció. —¿Qué verdad?
—Que no murió en aquel accidente en Sicilia —respondió Sofía—. Que fue la primera en descubrir el verdadero propósito de El Ingeniero. Y que ha estado ocultándose durante décadas, rastreando a los verdaderos líderes de los Custodios.
Eduardo intervino entonces:
—Helena mantuvo a Sofía lejos de esto por una razón. No solo para protegerla, sino porque su ADN contiene una secuencia única. Una variación genética extremadamente rara que solo aparece cada varias generaciones en ciertas líneas familiares.
—Como la de Hypatia de Alejandría —concluyó Montero, recordando las notas de Helena sobre genealogías antiguas.
Sofía asintió. —Aparentemente, soy descendiente directa de una línea que se remonta a la biblioteca de Alejandría. Una línea que los Custodios han rastreado y, en ocasiones, intentado eliminar durante siglos.
Un mensaje de Campos interrumpió la conversación: "Movimiento sospechoso en las entradas este y sur. Posible equipo táctico."
—Tenemos que irnos —urgió Carlos—. Ahora.
Mientras se levantaban, Montero observó por primera vez un medallón que colgaba del cuello de Sofía. Un símbolo que había visto antes: una flor de loto estilizada, idéntica a la del dispositivo USB de Carmen.
—¿De dónde sacaste ese medallón? —preguntó.
—Era de mi abuela —respondió Sofía—. Y antes de ella, de su madre. Ha pasado de generación en generación durante más tiempo del que sabemos.
Salieron apresuradamente del café mientras Eduardo susurraba algo que heló la sangre de Montero:
—Lo que nadie sabe es que Helena tuvo otra hija.
Una que nació antes que Sofía y fue dada en adopción. Alguien que ahora está muy cerca del los aliados de Santiago Vázquez.