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Entre el Deber y el Deseo

Entre el Deber y el Deseo

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mujer poderosa / Matrimonio arreglado / Completas
Popularitas:10
Nilai: 5
nombre de autor: Dana Cardoso

A los dieciséis años, fui obligada a casarme con Dante Moretti, un hombre catorce años mayor, poderoso y distante.
En sus ojos, nuestro matrimonio era solo un contrato; en los míos, era amor.
Fui enviada al extranjero para estudiar y, durante cinco años, viví con la esperanza de que algún día él realmente me viera.
Ahora, graduada y decidida, he vuelto a Florencia.
Pero lo que encuentro me destruye: mi esposo tiene a otra mujer y planea casarse de nuevo.
Solo que esta vez no será a su manera. Ya no soy la chica ingenua que dejó partir.
He vuelto para reclamar lo que es mío: el nombre, la fortuna, el respeto… y quizá, mi lugar en su cama y en su corazón.

NovelToon tiene autorización de Dana Cardoso para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 21

(POV: Mellinda)

Ya no consigo domar la rabia que hierve dentro de mí, es un volcán a punto de estallar. Cada reportaje que ensalza a Bianca, cada sonrisa fingida de elogio, cada contrato firmado bajo los ojos complacientes de Dante es una puñalada en mi vanidad, en mi historia, en aquello que considero mío por derecho. Siento el rostro arder cuando atravieso el pasillo hasta el despacho de él sin siquiera tocar. No quiero cortesía. No hoy.

La puerta está entreabierta; empujo con el hombro y entro. El gran gabinete parece más pequeño con mi presencia. Dante levanta la mirada del papel, y el frío de esa mirada me desgarra por dentro, me mira como quien mide una tempestad que ya ha pasado por allí. No espero disculpas, ni explicaciones. Vine a hacer ruido.

—¿Entonces es eso? —digo, tragándome las palabras cargadas de veneno—. Ella está tomando todo lo que yo creía que era mío.

Me quedo parada en el centro de la sala, con las manos cerradas, las uñas marcando la piel de la palma. Él permanece detrás de la mesa, una línea de madera entre nosotros. La distancia física refleja el abismo que construimos. Sé que, si me acerco demasiado, puedo perder el control. Y, de alguna forma, quiero eso, quiero que él sienta el impacto.

—Mellinda… —comienza, con aquella paciencia que me irrita hasta la médula. Siempre la voz mesurada, el tono que usaba cuando me calmaba. Pero hoy no hay calma que me detenga.

—¡No te atrevas a interrumpirme! —disparo, avanzando un paso—. Si me abandonas ahora, Dante… te vas a arrepentir. Nunca te olvides de eso.

En ese momento, el despacho se llena del sonido de mi respiración. Oigo mi propio corazón latiendo como un tambor militar. Él me conoce muy bien. Sabe hasta dónde puedo manipular, hasta dónde mi rabia puede llegar. Y aun así, no se mueve. Se mantiene firme, inmune a mi teatro, como si mis palabras fuesen solo viento.

—Estás confundiendo poder con obsesión —responde, firme, sin acercarse—. Yo tomé mi decisión. No hay vuelta atrás.

Esas palabras son un golpe limpio, quirúrgico. Es como si me arrancaran una máscara. Siento la furia crecer, una llama que promete consumir. Avanzo de nuevo, intentando invadir el espacio que él creó entre nosotros, pero Dante retrocede un paso como quien refuerza una barrera invisible. Él no me teme, no de la manera que yo desearía, y eso me enfurece aún más.

—¡No sabes lo que estás haciendo! —grito, la voz hecha añicos entre la desesperación y la rabia—. ¡No sabes lo que vas a perder!

Su rostro no revela clemencia. Por el contrario: hay una serenidad casi cruel en la respuesta que me da, como si mis amenazas fuesen órdenes para otra persona, no para él.

—Sé exactamente lo que estoy haciendo —murmura, la voz baja y firme, casi una sentencia—. Y no será tu furia la que va a cambiar eso.

Me trago el nudo en la garganta. Por detrás de toda esa furia existe algo aún más cortante: la sensación de haber sido sustituida, eliminada, reducida a una nota al pie. El vínculo que creía irrompible —aquel que nos unía por años de alianzas, poder y deseo— se evaporó, sustituido por una presencia nueva, fuerte, que ocupa cada sala, cada titular, cada reunión: Bianca.

Salgo de allí antes de que la vergüenza me consuma totalmente. No es la derrota la que me quema, sino la certeza de que él ya no me pertenece como antes. Siento las palabras moldearse en mi boca, afiladas como cuchillas. No hay arrepentimiento en mi paso, solo una promesa que crece a cada segundo.

Mientras cierro la puerta detrás de mí, dejo escapar, en un susurro que solo yo escucho y que el viento tal vez lleve hasta él: —Dante Moretti, vas a llorar lágrimas de sangre.

Las palabras son duras, tal vez exageradas, pero cargan lo que resta de mí: una voluntad inquebrantable de recuperar lo que me fue quitado, por derecho, por costumbre y por elección. Voy a transformar esa humillación en combustible. Y él va a ver, tarde o temprano, que meterse con Mellinda es encender un fuego que solo yo sé apagar.

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