Entre Las Sombras

La caballería avanzó bajo el manto estrellado, y el trote constante de los caballos rompiendo el silencio de la noche. Cada kilómetro recorrido aumentaba la tensión en mi pecho, con una mezcla de ansiedad por Adeline y una furia fría hacia Canserbero.

Bruno cabalgaba a mi lado, en un muro silencioso de apoyo, mientras mis guerreros seguían nuestra estela, con una fuerza imparable.

El camino fue largo, pero mi mente estaba lejos de la fatiga. Recordaba los enfrentamientos pasados con Canserbero. Su manada, o lo que quedaba de ella, era un reflejo de su liderazgo: un lugar en ruinas, donde la desesperanza se palpaba en el aire. Desde mi reino, habíamos intentado en varias ocasiones ofrecer ayuda a su gente, especialmente a los niños y mujeres que sufrían bajo su yugo. Los rumores de abusos, de violaciones, eran constantes y desgarradores. Pero Canserbero, con su aire de superioridad y su orgullo podrido, siempre había rechazado cualquier intervención, viendo la ayuda como una intromisión.

Nuestra relación era, por decir lo menos, inexistente, marcada por la desconfianza y el desprecio mutuo.

Finalmente, al amanecer, una silueta desolada apareció en el horizonte.

La manada de Canserbero.

Las construcciones eran viejas, algunas derruidas, y la atmósfera general era de abandono. No había la vitalidad que se esperaría de una comunidad.

Nos detuvimos a una distancia prudente, lo suficiente para que nuestra presencia fuera innegable, pero sin invadir directamente. El polvo se levantó de los cascos de los caballos, anunciando nuestra llegada.

Canserbero no tardó en aparecer. Salió de la estructura más grande, una especie de casa principal que, aunque en mejor estado, no dejaba de ser lúgubre. Venía acompañado por un par de sus hombres, pero su postura era de arrogancia, y su sonrisa una mueca de superioridad.

Desmonté de mi caballo, con mis ojos fijos en él. Mis guerreros se mantuvieron firmes detrás de mí, listos para cualquier señal. Bruno se quedó a mi lado, y su mano cerca de la empuñadura de su espada.

—Canserbero—

Él se rió, en un sonido áspero y desagradable.

—Kaiden. A qué debo el placer de esta... visita inesperada. ¿Vienes a ofrecerme más de tus migajas de caridad que tan amablemente rechazo?—

Ignoré su provocación. Mi objetivo era Adeline.

—No, Canserbero. He escuchado rumores. Rumores de boda, y como pasaba por aquí. Pase a saludar— Lo observé, buscando cualquier indicio en su expresión. —Me preguntaba si eran ciertos. Y si lo son, ¿quién es la afortunada que ha capturado el corazón de un hombre tan... distinguido como tú?—

Canserbero infló el pecho, y su sonrisa se ensanchó en una expresión de orgullo repulsivo. Se rió de nuevo, esta vez con más fuerza, su mirada de suficiencia estaba clavada en mí.

—¡Ah, los rumores! Siempre tan rápidos. Pues sí, Kaiden, son ciertos. ¡Mi loba predestinada, por fin ha llegado! Y déjame decirte, ha insistido mucho en casarse conmigo. Siempre supe que no podría resistirse a mi encanto y mi poder—

Mi mandíbula se tensó con tanta fuerza que sentí el dolor. La imagen de Adeline, tan fuerte y orgullosa, "insistiendo" en casarse con este cerdo, era una burla cruel. Pero no podía mostrar mi furia. No aún. Necesitaba que hablara, que me llevara a ella.

Le seguí el juego, forzando una expresión de curiosidad. —Interesante. Siempre pensé que tu tipo era... diferente. ¿Y dónde está esta misteriosa loba predestinada? Me gustaría felicitarla personalmente por su... elección—

Canserbero se encogió de hombros, con su sonrisa arrogante e inalterable. —Está descansando. Después de un largo viaje, necesita reponer energías para el gran día. No te preocupes, Kaiden. Tendrás muchas oportunidades de verla para darle tus felicitaciones. Después de la boda, por supuesto—

Cada palabra era un golpe, un recordatorio de que Adeline estaba en sus manos. Pero la rabia me daba claridad. Él no sabía que yo sabía. Y eso era una ventaja que no pensaba desaprovechar.

Mi mandíbula seguía tensa, pero logré mantener la compostura. Una risa seca escapó de mis labios, una risa que sonaba forzada incluso para mí.

—Un viaje largo, dices. Y tan cansada que no puede ni presentarse a saludar a un viejo... ¿conocido?— dije, arqueando una ceja, intentando inyectar un toque de escepticismo en mi voz.

Canserbero frunció el ceño ligeramente, y una fisura momentánea se asomó en su fachada de prepotencia. —Tiene un carácter fuerte, sí. Pero eso solo la hace más deseable. Y créeme, Kaiden, ha estado muy... ocupada—

"Ocupada". La palabra resonó en mi cabeza, encendiendo una chispa de furia que tuve que aplacar rápidamente. No podía perder el control.

—Entiendo— mentí, asintiendo lentamente. —Bueno, supongo que tendré que esperar a la boda para felicitarla. Aunque me gustaría verla antes. Quizás para asegurarme de que está en perfectas condiciones para un evento tan importante. Ya sabes, necesito ver que tan digna es por la reputación de la manada. No querrás que tu futura luna se vea... decaída—

Intenté jugar con su ego. Canserbero valoraba su imagen, por más decadente que fuera su reino.

Él dudó por un momento, sopesando mis palabras. —No hay necesidad. Está perfectamente. Y no es asunto tuyo—

—Quizás tienes razón— dije, dando un paso atrás, como si me diera por vencido. —Pero ya que estoy aquí, y viendo el estado de tu... reino, ¿no querrías una mano de ayuda? Mis guerreros son expertos en reconstrucción. Podríamos ayudarte a preparar el lugar para la gran boda. Un gesto de buena voluntad entre... vecinos—

La oferta era una trampa. Una excusa para infiltrarnos, para buscar. Canserbero me miró con desconfianza, pero había una pizca de interés en sus ojos avariciosos. Su manada estaba en ruinas, y reconstruirla con mis recursos le ahorraría los suyos.

—¿Y qué ganarías tú con esto, Kaiden?—preguntó, entrecerrando los ojos.

—Paz. Una buena relación con mis vecinos. Y ya sabes, por el protocolo. No querría que se dijera que el Alfa Kaiden no fue lo suficientemente cortés—

Canserbero se rió de nuevo, —Siempre tan formal, Kaiden. Muy bien. Puedes quedarte. Pero tus guerreros no entrarán armados. Y tú tampoco. Solo unos pocos. Y estarán bajo mi supervisión—

—Por supuesto— acepté, sin dudar. Desarmados no significaba indefensos. Y la supervisión de Canserbero era algo que podía manejar.

Me giré hacia Bruno, dándole una señal casi imperceptible. Él entendió.

—Bruno, elige a los mejores. Los más discretos. Nos quedaremos para "ayudar" con los preparativos de la boda. El resto de la caballería regresará al reino.

Mis guerreros, aunque sorprendidos, obedecieron sin cuestionar. Sabían que había un plan. El resto de la caballería, con el corazón pesado pero la confianza en su líder, se dio la vuelta y comenzó el regreso.

Me acerqué a Canserbero, ofreciéndole una sonrisa que no llegó a mis ojos. —Excelente. Ahora, ¿por dónde podemos empezar a ayudarte?—

Canserbero me guio hacia el interior de su desolada fortaleza. Mis ojos escanearon cada rincón, cada sombra. Adeline estaba aquí. Y yo la encontraría. Mi plan era simple pero efectivo: infiltración. Mis guerreros y yo nos moveríamos por la manada bajo la excusa de la "ayuda", buscando cualquier señal, cualquier indicio de su paradero. Necesitaba saber dónde la tenía, cómo estaba. Y una vez que la encontrara, la sacaría de aquí, a cualquier costo. Este no era un rescate impulsivo. Era una operación calculada.

Mientras Canserbero me mostraba las áreas "necesitadas" de reparación, mi mente ya estaba trazando rutas de escape, identificando puntos débiles, memorizando cada detalle del lugar.

Adeline, resiste. Estoy aquí...