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Brujas

Brujas

Status: En proceso
Genre:Viaje a un mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:126
Nilai: 5
nombre de autor: Ninja Tigre Lobo

Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro

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Ejecución de Bruja

El traqueteo del carro retumbaba bajo el crujido de las ruedas de madera. Tora estaba sentado en la parte trasera, completamente atado e inmóvil, los brazos sujetos con correas que le impedían moverse un solo centímetro. A su lado, una figura encapuchada permanecía en silencio, inmóvil como una sombra. El aire olía a polvo y resentimiento.

Al entrar en el pueblo, el murmullo se transformó en un rugido.

—¡Abajo las brujas! —gritó un hombre con la cara enrojecida por el odio.

—¡Hoy caes! —chilló una mujer con un niño en brazos.

Las voces se multiplicaron. Piedras y escupitajos golpeaban la madera del carro, acompañando los insultos que parecían atravesar la piel. Tora mantenía la cabeza gacha, la mirada clavada en el suelo, como si todo aquello no le sorprendiera.

De repente, el carro se detuvo. Una nueva figura subió con brusquedad y se inclinó hacia él. La voz del recién llegado era seca, cargada de rencor.

—Y bien, bruja, ¿viniste con la ilusión de que este pueblo te salvaría y te cubriría? —una risa amarga lo acompañó—. Bienvenida a tu ejecución pública. Las brujas solo atraen a los espíritus que desean devorarnos.

El viaje culminó en el extremo del pueblo, donde una horca esperaba como un símbolo inevitable. Lo empujaron fuera del carro, lo llevaron hasta la tarima y le colocaron la soga alrededor del cuello. La multitud enardecida aullaba como si aquel acto fuese una fiesta.

—Otra bruja más para sacrificar —exclamó el verdugo, alzando la voz para que todos escucharan.

Tora no levantó la cabeza. La mirada baja, casi perdida, formuló una única pregunta en un hilo de voz:

—¿Por qué matan a las brujas?

El verdugo lo miró como si fuese una pregunta absurda, pero respondió sin titubear:

—Porque es sinónimo de bendición. Todo pueblo que tiene una bruja está maldecido con el desamparo y el infortunio. Al matarla, las runas resuenan más, absorben su maná… y los cristales florecen. —Hizo una pausa, como si realmente lamentara lo que hacía—. Lo siento, no es nada personal. Solo es trabajo.

La figura encapuchada, quien había viajado junto a Tora, recibió entonces una bolsa repleta de monedas. Sin decir palabra, descendió de la tarima y comenzó a alejarse entre la multitud.

Los pueblerinos rugieron con furia renovada:

—¡Fuera!

—¡Ahí caes!

—¡Tumba todas tus redes!

Pero esa última voz no sonó humana. Era metálica, distorsionada, como salida de una máquina.

Un escalofrío recorrió a Tora cuando, en ese preciso instante, un destello en su visión le notificó algo. Era como si todo estuviera siendo transmitido en vivo: líneas de texto, comentarios crueles, uno tras otro.

"¿Esto es todo?"

"Tumba tu red, eres un desperdicio de oxígeno."

"Yo en tu lugar los extinguiría a todos."

Tora alzó lentamente la mirada, observando el mar de rostros deformados por la ira y la burla. Sus labios no se movieron, pero su mente se hundió en un silencio abrasador.

La soga se tensó, y el mecanismo cedió. La multitud estalló en carcajadas, pasando de la rabia al escarnio.

En ese instante, la figura de la túnica volvió la cabeza hacia él. La voz, esta vez más familiar, le susurró entre la multitud:

—Espero que sepas lo que haces.

La capucha cayó levemente, revelando el rostro de Syra. Su mirada era enigmática, imposible de descifrar. Luego, sin más palabras, se marchó entre la gente, dejando a Tora suspendido entre la condena y la burla, atrapado en un teatro cruel donde la línea entre ilusión y realidad se desdibujaba.

El cuerpo de Tora quedó colgado en el aire, balanceándose suavemente bajo el peso de la soga. La multitud gritaba, aplaudía y celebraba como si se tratara de una victoria largamente esperada. Hubo música improvisada, carcajadas y jarras de licor chocando. La horca se convirtió en el centro de una fiesta macabra.

Pero al llegar la tarde, el fervor se apagó. El pueblo, satisfecho con su espectáculo, regresó a la rutina. Nadie se acercó a retirar el cuerpo. Nadie quiso tocarlo. Lo dejaron colgado hasta entrada la noche, como un trofeo de odio.

Y así pasó el tiempo. El día siguiente llegó con el sol golpeando sin piedad, secando la piel de Tora. Las horas se convirtieron en un suplicio silencioso: los niños lo miraban desde lejos, los adultos desviaban la vista. Nadie se motivaba a bajarlo. El peso muerto oscilaba al vaivén del viento, con la soga crujiendo un poco más cada día.

Al segundo atardecer, cuando el cielo se tiñó de naranjas y violetas, el destino decidió romper la quietud. Con un chasquido seco, la cuerda cedió. El cuerpo de Tora cayó pesadamente contra la tierra, levantando polvo.

Hubo un silencio inquietante. El aire parecía contener la respiración del mundo.

De pronto, un espasmo recorrió sus pulmones. Tora tosió con violencia, expulsando aire como si arrancara el filo de la muerte de su garganta. Sus manos temblaron, sus dedos rasgaron la tierra húmeda.

Abrió los ojos. Los lentes estaban intactos sobre su rostro, brillando con un destello extraño a la luz moribunda del sol. Su cabello, antes desordenado y de un tono apagado, había recuperado un negro intenso, profundo como la noche. Y su vestimenta ya no era la de un prisionero: ahora vestía un traje café, elegante pero sobrio, como si algo —o alguien— lo hubiese reconfigurado para un nuevo propósito.

Se incorporó lentamente, con la respiración aún entrecortada, mientras el viento del anochecer jugaba con su cabello oscuro.

Nadie lo reconocía. Para los pueblerinos, aquel hombre de cabello negro y traje café no era más que un viajero más, uno de tantos que pasaban con pasos cansados por las calles de tierra. Nadie lo señaló, nadie lo atacó. Su muerte había quedado atrás, y con ella la memoria de su rostro.

Tora caminó despacio, con los lentes reflejando el resplandor tenue del atardecer. A cada paso que daba, la multitud lo rodeaba sin sospecha alguna, como si jamás hubiese sido el mismo que colgó en la horca. Su respiración era calma, pero en su interior, un recuerdo emergía con claridad, como si una voz del pasado se activara en su mente.

"Este es el plan, espero que escuchen, yo seré la carnada, espero que la infiltración sea exitosa…"

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Ninja Tigre Lobo
hola
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