Jamás imaginé que la pantalla de mi móvil pudiera cambiar mi vida y mucho menos destruirla.
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Entre decisiones y chantajes
El domingo por la tarde, después de comer, mi mamá me pidió que la acompañara a la sala. Mi abuelita ya estaba ahí, esperándonos. Sentadas las tres, supe que por fin venía esa plática que había evitado desde que salí del hospital.
Mi mamá se aclaró la garganta y me tomó de la mano.
—Hija… queremos hablar contigo —empezó, con voz suave.
Me mordí el labio.
—Lo sé. Hay mucho por hablar.
—Sabemos lo que te dijeron los médicos —continuó mi abuela—. Y lo que eso significa. No queremos presionarte, pero tienes que decidir pronto. Tú salud está en juego.
—No es una decisión sencilla —respondí, con la voz quebrada—. Ustedes hablan como si fuera elegir entre cambiarme de cuarto o comprarme una blusa. Esta es mi vida. Mi cuerpo. Mi futuro. No puedo tomar una decisión así de golpe es muy difícil para mí.
Mi mamá suspiró, bajando la mirada.
—Lo sé, hija. Pero también tienes que entendernos. Cuando te vi en ese hospital, tan mal, tan débil… sentí que te perdía. Y si hay una forma de evitar que te pase algo grave, prefiero que tomes esa opción antes de arriesgarte a una cirugía. Prefiero que tengas un bebé y una abierta en el abdomen a una en la cabeza, piénsalo de esta manera.
—¿A cambio de qué? —pregunté, dolida—. ¿De tener un bebé que ni siquiera sé si quiero? ¿De casarme con alguien que me ha hecho llorar más veces de las que me ha hecho reír? ¿De renunciar a todo por quedarme encerrada en una vida que ni siquiera estoy segura de desear? Yo quiero ser alguien en la vida y no sólo ser la mujer de alguien que no sabe ni siquiera tener su propio cuarto arreglado. Me siento como si fuera un matrimonio arreglado con Elías y apenas lo estoy conociendo, no estoy segura de querer casarme con él. Un hijo no me va amarrar a él, vea a mi mamá con 3 hijas y mi papá por su lado se acaban de separar y mi mamá aguanto tantas infidelidades por sus hijas. Yo no quiero esa vida para mí.
Mi abuela me miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Hijita… yo solo quiero verte viva. Que estés bien y siempre has querido ser madre, no hay ningún problema de serlo ya. Yo me case con tu abuelo y con el tiempo aprendí a amarlo aunque él nunca lo hizo.
Me cubrí el rostro con las manos.
—Yo también quiero vivir, abue… pero no a cualquier costo. Estaría encadenada a un hombre que él no sabe amarme de una manera sana siempre me hace llorar, por cualquier cosa aunque sea muy tonta y siempre lo hace porque menciona que no quiere una mujer débil a su lado, eso no es amor.
El silencio fue largo. Doloroso.
Mi mamá suspiró, acariciándome la cabeza.
—Entonces dime, hija… ¿qué quieres hacer?
Antes de que pudiera contestar, mi teléfono sonó.
El nombre de Elías apareció en la pantalla.
Mariana, que había entrado a dejar una bandeja de jugo, se detuvo al ver el nombre.
Mi mamá y mi abuela se miraron entre ellas.
—Contesta —dijo mi mamá.
Mariana negó con la cabeza.
—No tienes por qué —susurró.
Pero yo, como tantas veces antes, lo hice.
—Hola… —dije, con la voz apagada.
—Amor… —su voz sonaba distinta, como contenida—. Necesito verte. No aguanto más. Estuve pensando en todo. En nosotros, en el bebé, en lo que nos espera. Y ya no quiero esperar. Tengo tantas ilusiones con nuestra familia, pensando en que quiero una niña y que sea hermosa cómo su mamá aunque me daría celos porque estarían diciendo suegro cualquier niño.
Me quedé en silencio.
—Isabelita… dile a tu familia que ya decidiste. Que te vas a casar conmigo. Que vamos a formar una familia. Que no hay vuelta atrás. Yo ya hablé con mi mamá. Todo está listo. Cuando llegues compraremos el anillo de compromiso y todo sólo trae tus papeles para podernos casar primero por el civil y después ante Dios.
Me llevé la mano al pecho, sintiendo que me faltaba el aire.
—Elías… acabamos de hablar aquí. Mis papás… yo… no estoy segura de nada. Esto es demasiado. No estoy lista para casarme contigo ni con nadie aún soy muy joven, también para tener hijos no quiero todavía. Conozco mi situación médica pero me da miedo ser madre, soy tan inmadura que no criare bien al bebé.
Su voz se endureció.
—¿Qué no entiendes, Isabella? Te estás jugando la vida. ¿O prefieres que te abran la cabeza? ¿Prefieres morir? ¿Dejarme solo? Porque si eso quieres, dímelo de una vez. Para saber a qué atenerme. Y buscarme a otra mujer que si quiera casarse y tener hijos conmigo.
Mariana me arrebató el teléfono y le gritó:
—¡Ya basta, Elías! ¡Déjala en paz!
Mi mamá se levantó de golpe.
—¡Mariana!
Pero ella no se detuvo.
—¡Eres un egoísta! ¡Solo piensas en ti! Mi nenita está enferma, confundida, asustada… y tú lo único que haces es apretarle la cuerda al cuello. ¿De verdad la amas? Entonces suéltala. Busca a otra para hacerle la vida imposible, pero con mi nenita no. ENTIENDE
—Tú cállate, metiche de mierda —escupió Elías al otro lado—. Esta es una decisión de Isabella y mía. Y tú sobras.
Mariana colgó.
Se hizo un silencio sepulcral.
Yo no podía dejar de temblar.
Mi mamá me miró, dolida.
—Isabella… ¿qué quieres hacer?
Mi voz fue apenas un susurro.
—Quiero tiempo. para pensar bien en la situación aún no estoy preparada para decidir que hacer con mi vida.
Mi abuela tomó mi mano.
—Te lo vamos a dar.
Mariana se quedó a mi lado, en silencio. Nadie dijo nada más.
Esa noche, mientras todos dormían, me asomé por la ventana de mi cuarto. El viento movía las cortinas y yo solo podía pensar en una cosa.
Que a veces, las personas no te atan con cadenas. Si en verdad te aman como dicen.
Te atan con promesas, con miedos, con la culpa.
Y ese, era el peor de los cautiverios.
A veces llegué a pensar que estar presa era mil veces mejor, que estar viviendo esto.