Cuando Pase La Tormenta

El Centro Cultural amanecía lleno de vida una vez más.

Era martes, y aunque el ritmo de trabajo no era tan vertiginoso como los sábados, la energía de los talleres recién iniciados llenaba el ambiente. La luz del sol entraba a raudales por los grandes ventanales, reflejándose en los pisos de madera pulida y en los coloridos murales que decoraban los pasillos.

Ese día llegué temprano, como siempre, con mi bolso cargado de carpetas, papeles, y una taza térmica de café que esperaba no se hubiera enfríado. Saludé con una sonrisa a Alicia la recepcionista, y luego a algunos padres que esperaban que sus hijos ingresaran al taller de arte que comenzaba temprano ese día.

Por suerte me sentía bastante más tranquila que el fin de semana, la tormenta en casa había pasado. Después de lo ocurrido. con Charles mis hijos habían estado algo callados, pero también más cariñosos. Y yo, aunque todavía sentía el peso del dolor en el pecho, había decidido centrarme en mi trabajo.

Entré a la oficina, saqué mi agenda, encendí la computadora y me puse a revisar los correos, organizé los horarios de los profesores, y me dejé envolver por la rutina que había adoptado desde hacía unas semanas y que no sabía que necesitaba tanto.

Fue en medio de ese movimiento habitual que lo ví.

Desde la sala que compartía como oficina con Lorena y Sonia la bibliotecaria, a través del amplio ventanal, vi entrar a Alessandro Moretti.

El hombre se veía impecable, con su traje oscuro perfectamente entallado, su cabello algo alborotado por causa del viento que corría afuera, venía caminando con paso seguro, como si el edificio entero le perteneciera, que, de hecho así era.

No me dí cuenta, pero me quedé allí, observando, sujetando con demasiada fuerza la carpeta que tenía en las manos.

Él no se acercó, ni pareció notar que había más personas en el pasillo. Solo cuando pasó frente al ventanal de la oficina donde me encontraba levantó la mirada. Sus ojos grises se encontraron con los míos apenas por un segundo. Y me saludó. Fue un saludo mínimo, fugaz, una mirada seria y un leve movimiento de cabeza.

Formal. Distante.

Sin una palabra, Alessandro Moretti siguió su camino hacia la Oficina de dirección.

Yo seguí allí observándolo mientras se alejaba. Había algo en su forma de moverse, en su presencia imponente, que ¿me descolocaba? No. Pero no puedo negar que él tiene un aire diferente. No es solamente un hombre guapo que no pasaba desapercibido, su autoridad natural, su aire inalcanzable, hacían que fuera imposible ignorarlo.

Sacudí la cabeza y volví mi atención a la carpeta que sostenía.

"¿Pero qué me pasa?" pensé, sintiendo una molestia conmigo misma.

—¿Se puede saber qué miras tanto? —preguntó una voz risueña a mi lado, haciéndome pegar un pequeño salto.

Era Lorena, mi compañera y ahora mi amiga dentro del Centro Cultural. Ella era una muchacha con un carácter muy vivaz, que siempre tenía una sonrisa traviesa en el rostro y algún que otro comentario sarcástico para incomodar a la gente.

Intenté disimular, volviendo a mirar la carpeta como si allí estuviera el secreto del universo.

—¿Yo? Nada —repliqué, fingiendo inocencia.

Lorena soltó una risa baja y se cruzó de brazos, dándome una sonrisa cómplice.

—Te vi como te quedaste mirándolo —me dijo.

—¿A quién? —pregunté.

—¡Al jefe, Sam! No intentes disimular. Te quedaste viéndolo como si fuera un cuadro de museo, de esos a los que es imposible quitarle la vista.

—¡No es cierto! —me defendí, o al menos eso intenté sintiendo cómo el calor volvía a invadirme las mejillas.

—¡Claro que sí! —insistió Lorena, claramente divertida por mi negativa —No te culpo sí te gusta. ¿A quién no le gustaría un hombre así? —agregó y suspiró.

—A mi no. ¡Claro que no! —exclamé, tal vez un poco más alto de lo necesario. Varias personas a nuestro alrededor alzaron la vista con curiosidad.

Bajé la voz de inmediato.

—¿Jamás podría gustarme un hombre como él? —añadí en tono más bajo, apretando la carpeta contra mi pecho.

Lorena arqueó una ceja.

—¿Un hombre como él? ¿Qué significa eso?

No supe que responder, me quedé en silencio y suspiré, buscando las palabras correctas.

—Todo el mundo dice que es un hombre difícil —expliqué —Distante, seco, que esta siempre de mal humor. No tiene paciencia para nadie. ¿Te imaginas salir con alguien que te mira como si siempre estuvieras molestándolo? Además, yo acabo de separarme y no necesito estar con nadie.

Lorena soltó una carcajada.

—Bueno, a mi no me importaría como me mire si puedo conseguir algo más que su atención, ¿Te imaginas como se debe ver sin toda esa ropa? —bromeó hechándose aire con unos papeles que traía en las manos.

Me hizo reír y le di un pequeño empujón en el hombro.

—¡Eres terrible!

—Y tú una negadora compulsiva —se burló Lorena, guiñándome un ojo —Pero no te preocupes, Sam, no te voy a delatar, tu secreto está a salvó conmigo, Igual, entre nosotras... —bajó la voz como si fueran a compartir un gran secreto —...dicen que el señor Moretti no siempre fue así. Que antes era más... humano.

—¿Humano? —repetí, con cierta ironía.

—Ajá —asintió Lorena —Parece ser que después de una historia personal complicada, se volvió como ahora. Cerrado, distante. Como una tortuga escondida en su caparazón.

—¿Qué tipo de historia? —pregunté con curiosidad.

Lorena se encogió de hombros.

—No lo sé bien. Algunos dicen que tal vez fue una traición. Otros que perder a su esposa lo cambió por completo —Hizo una pausa —Tal vez por eso siempre parece que está en guerra con el mundo.

Bajé la mirada, pensativa.

Si eso era así. ¿Qué podría haberle pasado para construir una muralla tan alta alrededor de sí mismo? Pensé sin siquiera darme cuenta, pero Lorena me sacó de mis pensamientos.

—En fin —dijo, dándome un golpecito en el brazo —No lo pienses tanto. Vamos, que tenemos que preparar el aula para el taller de la tarde.

Asentí, y mientras caminabamos por el pasillo, no pude evitar lanzar una última mirada hacia el fondo, hacia las oficinas donde Alessandro Moretti había desaparecido.