Nabí es el producto de un amor prohibido, marcada por la tragedia desde su más tierna infancia. Huérfana a los tres años tras la muerte de su padre, el vacío que dejó en su vida la lleva a un mutismo total. Crece en un orfanato, donde encuentra consuelo en un niño sin nombre, rechazado por los demás, con quien comparte su dolor y soledad.
Cuando finalmente es adoptada por la familia de su madre, los mismos que la despreciaban, su vida se convierte en un verdadero infierno. Con cada año que pasa, el odio hacia ella crece, y Nabí se aferra a su silencio como única defensa.
A sus dieciocho años, todo cambia cuando un joven de veintitrés años, hijo del mafioso más poderoso de Europa, se obsesiona con ella. Lo que comienza como una atracción peligrosa se transforma en una espiral de violencia y sangre que arrastra a Nabí hacia un mundo oscuro y despiadado, donde deberá luchar no solo por su libertad, sino también por descubrir quién es realmente.
NovelToon tiene autorización de Yoselin Soto para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPÍTULO 20: CICATRICES DEL OLVIDO
...Daemon...
El sol del mediodía caía a plomo sobre el asfalto. El Rolls-Royce se deslizaba por las calles, dejando atrás la iglesia y los ecos de un pasado que me negaba a reconocer. Conducía, las manos firmes en el volante, pero mi mente estaba muy lejos del camino. Nabí iba a mi lado, en el copiloto, y Dafne se acomodaba en los asientos traseros.
Había dudas que me carcomían por dentro, un malestar que la conversación con la monja Ana había encendido. Vi a Nabí conversar con la vieja antes, a pesar de su condición de muda, a través de los gestos de su cuerpo y los movimientos de su mano. Se veían tan cómodas, tan naturales la una con la otra, como si nunca hubieran dejado de verse. Pero la realidad era otra: Nabí no la reconocía. No la recordaba. Ni siquiera a mí, que había pasado años en ese mismo orfanato.
Mi mirada se movió lentamente hacia ella. La observaba mientras miraba el paisaje, su perfil sereno, ajeno a la tormenta en mi cabeza. ¿Cuánto había olvidado? ¿Era tan fuerte su bloqueo emocional que había borrado por completo parte de su niñez?
Había leído su expediente una y otra vez. Conocía los detalles como la palma de mi mano. El mutismo total que la afligía no era de nacimiento, sino el resultado de un golpe emocional tan fuerte que tuvo de niña, un trauma devastador que la dejó sin habla. Eso sucedió después de la muerte de su padre. La investigación sobre el accidente había sido un laberinto de inconsistencias. Nunca colaboró con las entrevistas. Las autoridades, a pesar de que el accidente de su padre fue repentino, llegaron a la conclusión de que fue provocado, un asesinato disfrazado. Pero la falta de pruebas fue el clavo en el ataúd, y cerraron el caso después de tres largos años. Y Nabí nunca recuperó su voz.
Consultaron a psiquiatras especialistas infantiles, los mejores en el campo. Todos llegaron a la misma, jodida, conclusión: Nabí solo podría recuperar su voz si presenciaba un evento igual o más traumático que el que la dejó muda. Una mierda. ¿Cómo se supone que provoque algo así en la persona que quiero proteger más que a mi propia vida?
La ironía me quemaba la garganta. Yo, el hombre que controlaba casi todo, me sentía impotente ante esto. Pensar en forzarla a revivir un infierno solo para que recuperara la voz era una tortura. ¿Y si fallaba? ¿Y si el trauma la destrozaba por completo? El riesgo era inmenso. La solución era brutal.
No, había otra forma. Tenía que haberla. Mi mente comenzó a trabajar, fría y calculadoramente, buscando cada recoveco. No podía arriesgarme a dañarla. Mi objetivo era protegerla, no someterla a más dolor. No como lo habían hecho con ella en el pasado.
Justo en ese momento, mi móvil vibró con fuerza en el bolsillo de mi pantalón. La pantalla se iluminó con el nombre de Damián. La señal que había estado esperando. Me detuve en un semáforo en rojo, el corazón latiéndome con una expectativa feroz. Respondí.
—Hemos localizado el cargamento extraviado —dijo Damián al otro lado de la línea, su voz con un matiz de satisfacción apenas disimulada.
Mi mano se apretó en el volante, la ira y la emoción burbujeando bajo mi piel. Iván Volkov. Esa rata.
—¿El stock es bueno? —pregunté, mi voz inexpresiva, el ceño fruncido solo un poco para los ojos de Nabí y Dafne.
—Excelente calidad. Mercancía fresca y lista para exportar. —la clave era clara. Estaba ahí. Iván Volkov estaba en su radar.
—Bien. Mantén los ojos en el paquete. No quiero sorpresas —dije, el tono frío para el oído de mis acompañantes, pero mis entrañas ardían.
—Entendido. Estaremos al tanto del envío.
El semáforo cambió a verde. Volví a acelerar, la velocidad del auto aumentando casi sin darme cuenta. Mis ojos fijos en la carretera, la mansión Lombardi ya en el horizonte. Tenía que dejar a Nabí y Dafne y salir de allí.
Al entrar en la mansión, procuré no mostrar mi prisa. Me detuve en el recibidor, quitándome las gafas.
—Dafne —ordené, mi voz controlada, como si fuera una rutina más—. Prepárame una maleta. Ropa de viaje. Para tres días.
Dafne asintió, su mirada fugaz hacia mí, quizás captando la tensión bajo mi falsa calma.
Sin decir nada más, volví a agarrar mi móvil. Me encerré en mi despacho, dejando la puerta abierta para que Nabí y Dafne me vieran, una distracción. En cuanto la cerré, la máscara se cayó. Marqué el número de Park, quien seguramente seguía con sus hackers, escudriñando el ciberespacio en busca del bastardo que Damián acababa de encontrar.
Park respondió al tercer tono, su voz tensa.
—¿Alguna novedad, Park? —mi voz era un susurro gutural, mi mandíbula apretada.
—Señor, la última señal...
—Olvídalo. Damián lo encontró. Está en Filipinas. Necesito su ubicación exacta. Ahora.
Hubo un silencio al otro lado, la sorpresa de Park era palpable. Se recuperó rápidamente.
—Entendido, señor. ¿Alguna indicación específica sobre la operación?
—Sí. Quiero que reúnas al equipo de extracción. Quiero discreción total. Nadie debe saber que nos movemos. Ni siquiera el viejo Lombardi.
—¿El viejo...? —Park titubeó, algo que rara vez hacía.
—Exacto. Esto es personal. No quiero ruido, no quiero burocracia. Solo quiero a esa rata en mi sótano. Prepara el jet privado para dentro de dos horas. Y, Park, necesito un informe completo sobre sus movimientos recientes. Cada jodido paso que haya dado.
—A la orden, señor. Estaré listo.
Corté la llamada. La ira me consumía, pero se mezclaba con una oleada de satisfacción. Me recosté sobre el escritorio de mi despacho, afincando mis brazos. El móvil fue a parar encima de la madera con un golpe seco. Solté un fuerte suspiro, pasando una mano por mi pelo, obstinado.
Las cortinas de mi despacho siempre se mantenían cerradas, bloqueando el mundo exterior. Pero algo me impulsó a levantarme. Mi instinto me hizo mirar hacia las ventanas. La vista daba al jardín trasero. Había dejado a Nabí hace un momento en la sala principal, y ahora, de la nada, estaba en el jardín. Estaba regando flores que yo ni siquiera sabía que estaban ahí.
Mi expresión, tensa por la ira y la resaca, se relajó un poco. ¿Desde cuándo Nabí había estado sembrando flores en el jardín? La verdad era que mi jardín siempre me había parecido insípido, solo rodeado de un verde solitario y monótono. Pero ahora, ella estaba sembrando trinitarias por todos lados. Las flores aún apenas estaban floreciendo, eran pequeñas, pero sus colores, esos vibrantes púrpuras y fucsias, ya salpicaban el paisaje.
La observé desde la oscuridad de mi despacho, oculto detrás de las pesadas cortinas carmesí. El cabello de Nabí se batía suavemente con el viento, una cascada oscura que contrastaba con el verde circundante. La ropa fina que llevaba en ese momento se pegaba a su cuerpo, marcando su figura con una gracia natural. El agua que regaba en las flores hacía destellar aún más sus ojos, reflejando el sol como si fueran joyas.
Cegado por ella, salí disparado de mi despacho. Mis zapatos resonaron con fuerza en el camino de piedra que llevaba al jardín trasero. Ella me escuchó. Se giró, su mirada confundida mientras me veía acercarme, rápido, decidido. No me detuve. Tomé su rostro entre mis manos, la suavidad de su piel, y le arrebaté un beso.
Era increíble la forma en que ella podía provocarme tantas cosas. Cómo un simple gesto suyo, una sonrisa que ni siquiera era para mí, podía cambiar mi estado de ánimo de la furia más oscura a esta punzada de deseo casi incontrolable. Nabí forcejeó, intentando librarse de mi agarre, sus manos empujando mi pecho. Pero sabía que no la soltaría. Al sentir la futilidad de mi resistencia, terminó cediendo, su cuerpo relajándose un poco contra el mío. Mis manos apretaban su cintura, tirándola más hacia mí, mientras la otra mano sostenía su pequeño rostro, manteniéndola cerca, dominada.
Dentro, muy dentro de mí, me lamentaba. Me carcomía tener que dejarla sola, aunque solo fuera para ir a Filipinas por culpa de un bastardo. La extrañaría, esos putos tres días que estaría sin ella. Sin sentir su tacto contra mi piel, sin la dulzura de sus labios apretados contra los míos, sin ver esos ojos esmeralda que tanto me hipnotizaban, que me mantenían anclado a ella.
...----------------...
...Nabí...
Me mantuve de pie frente a la puerta principal, observando cada movimiento de Daemon. Se colocó su blazer largo, y luego tomó su maleta. Mis ojos lo recorrieron de pies a cabeza. ¿A dónde iría por tres días? ¿Ni una sola explicación? Inmediatamente borré esa nube de ideas. Probablemente iría a ver a alguna amante que tuviera en el extranjero. Quizás, incluso, tendría una familia lejos de Italia de la que nadie supiera, y esta "excusa de trabajo" era su manera de escapar. Mientras tanto, su juguete —yo— me quedaría encerrada en esta enorme mansión, rodeada de hombres de negro y armados, con sirvientas que me atendían en todo.
Daemon se acercó a mí, su mano subiendo para acariciar mi cabello.
—Nos vemos pronto —dijo, su voz tan tranquila como si solo fuera a la tienda de la esquina—. Pórtate bien. No le des trabajo a Park Jun-ho que se queda a cuidarte.
Fruncí el ceño. ¿Una niñera? Miré a Park, que estaba unos pasos detrás de Daemon; mi expresión se suavizó un poco al verlo. Luego, mi mirada volvió a Daemon, y mi rostro se endureció de nuevo. ¿Por qué me dejaba una niñera? ¿Acaso de verdad pensaba que la necesitaba? Pensé que esos días podrían ser un dolor de cabeza, una prisión disfrazada. O quizás... una oportunidad.
Fingí una sonrisa, una máscara perfecta que él pareció aceptar. Asentí levemente. Él me devolvió la sonrisa, esa sonrisa lobuna, y depositó un pequeño beso en mi frente. El chófer abrió la puerta del auto y guardó su maleta en el maletero. El oscuro auto y las camionetas llenas de guardaespaldas desaparecieron detrás del enorme portón de la mansión.
Solté un largo suspiro que no sabía que contenía, y luego, una enorme sonrisa se extendió por mi rostro. Me giré, mirando a Dafne que estaba de pie en las escaleras, una sonrisa idéntica en sus labios. Salimos corriendo, hacia el patio trasero donde estaba la alberca. Agarré el control remoto que encendía las bocinas que Dafne había llevado afuera y la música inundó el aire. Sin dudar, ambas agarramos la ropa que llevábamos puesta y la mandamos a volar, dejándolas caer despreocupadamente. Debajo, nuestros bikinis esperaban la libertad.
Saltamos al agua casi al mismo tiempo, el chapoteo refrescante. El sol de mediodía nos golpeaba el rostro, y la risa llenó el aire mientras el agua tibia de la piscina nos envolvía. Daemon estaba lejos, y por esos tres días, la mansión era nuestra. Nos pusimos a nadar, haciendo carreritas, zambulléndonos y saliendo a la superficie, el cabello empapado pegándose a nuestros rostros.
Las sirvientas aparecieron entonces, rompiendo la burbuja de nuestra alegría, pero de una forma deliciosa. Salieron al patio con bandejas repletas de aperitivos: frutas frescas, pequeños sándwiches y jugos fríos. Park se quedó de pie en la puerta, observándonos. Sonrió con una serenidad inusual en él, luego hizo una reverencia casi imperceptible y nos dejó solas. Su respeto, aunque bajo las órdenes de Daemon, se sentía genuino.
Dafne y yo nos quedamos en la alberca hasta que el cielo comenzó a pintarse de naranja y rosas, tiñendo el agua con los mismos tonos cálidos. Finalmente, con la piel arrugada por el agua y el cansancio feliz en los huesos, subimos a mi habitación. Nos envolvimos en toallas suaves. Me senté frente al tocador, empezando a peinar mi cabello mojado, desenredando con cuidado los nudos. Dafne, a mi lado, se untaba crema corporal en sus piernas, el aroma dulce llenando la habitación.
Y entonces, sin previo aviso, ella comenzó a hablar sobre Daemon.
—¿Cómo conociste a Daemon Lombardi? —preguntó Dafne, sus ojos curiosos en el espejo, observando mi reflejo.
Me encogí de hombros. La verdad era que no lo sabía. No sabía cómo ni por qué mi camino se había cruzado con el de él.
Dafne suspiró, como si mi silencio fuera una respuesta esperada—: Yo comencé a trabajar como sirvienta cuando tenía apenas doce años, junto a mi madre. Ella… ella murió cuando yo tenía quince, por culpa de un cáncer de estómago que tenía. Recuerdo que casi siempre estábamos en la casa principal, la de Leonardo Lombardi. Ahí vivía el viejo, sabes. Pero cuando Leonardo murió, Daemon se vino a esta mansión. Estaba solo, completamente solo. Al poco tiempo, Robert, su tío, ordenó que algunos sirvientes vinieran a atenderlo, y yo estaba entre ellos.
Hizo una pausa, su mirada fija en algún punto distante—: Aquí no hay mayordomo ni ama de llaves, como el viejo Félix en la mansión principal. Daemon es quien da las órdenes directamente, o a veces se las encarga a Park. Pero de todos los sirvientes que quedamos, yo soy la más cercana a él. Y de las pocas que vivimos aquí, en la mansión. Daemon y yo somos casi de la misma edad, ¿sabes? Así que, de alguna manera, crecimos juntos en la misma casa, bajo el mismo techo.
Su voz bajó un poco, volviéndose más íntima—: Creo que soy de las pocas mujeres que no está interesada en él —se burló—, no siento ningún tipo de atracción por él. Lo conocí desde que éramos niños. Vi muchas de sus facetas, Nabí, facetas que no eran del todo buenas. Él... su personalidad ha sido así desde que lo conozco. Es uno de esos hombres fríos que no se relacionan con casi nadie. Vive rodeado de amargura y arrogancia. Por eso me sorprende verte a ti aquí.
Dafne giró su cabeza para mirarme directamente a los ojos en el espejo, su expresión seria.
—Entonces, ¿de dónde lo conoces tú? Porque esta es la primera vez, en todos los años que lo conozco, que lo veo relacionarse directamente con una mujer. Y de esta manera.
La conversación con Dafne me dejó confundida. En mi mente, siempre había una idea inquebrantable: Daemon solo me estaba usando. Él nunca había demostrado nada más allá de una cruda atracción física y un enorme problema de posesividad. No había historia entre nosotros, ni un solo intento de explicación. Simplemente llegó un día de la nada y convirtió mi vida en un desastre aún mayor de lo que ya era.
Dejé el cepillo en el tocador, el sonido suave resonando en la habitación, y me giré para mirar a Dafne directamente. Mis manos se movieron con fluidez, mis gestos convirtiéndose en pregunta: «¿Nunca, en su vida, había estado con una mujer de forma... íntima?»
Dafne me observó, y su expresión se mantuvo completamente segura, sin una pizca de duda. Asintió con la cabeza—: Sí, sí había estado con mujeres, eso es seguro —gesticuló ella, su rostro serio. Luego, continuó, sus manos describiendo lo que sus palabras complementaban— Pero siempre eran aventuras de una noche, sabes. La mayoría de ellas sucedían por la ebriedad de Daemon. Casi nunca estuvo sobrio cuando cogía con cualquier mujer que se le cruzara. Y, si te soy sincera, casi todas ellas usaban juegos sucios para enredarse con él. Querían algo más que una noche.
Asentí, dudosa.
—Todo esto lo sé porque, en todas esas ocasiones —explicó Dafne, su voz un susurro cargado de historia—, Park siempre me buscaba para recoger sus desastres. De hecho, hubo un día… fue de los más horrendos para mí dentro de la mansión. Era el cumpleaños de Robert, habían hecho una fiesta enorme en la mansión principal.
Sus ojos se nublaron un instante, volviéndose distantes.
—Esa vez, una de las sirvientas, que siempre estuvo enamorada de él hasta la locura, le echó algo en su bebida esa noche. Hizo que se drogara como un tonto. Esa mujer quería más que una aventura; se enredó con él con la clara intención de quedarse embarazada.
Dafne bajó la mirada, el recuerdo aún pesando en su voz.
—Pero al final, Park, lo sospechó. Logró evitar que eso sucediera. Sin embargo, cuando ella se dio cuenta de que su plan había fallado, se puso como loca. Se lanzó del balcón. Su cabeza golpeó el concreto de abajo y murió en el acto.
Me sorprendí. Mi mente apenas podía procesar la historia. Nunca había imaginado que existieran mujeres capaces de arriesgar su vida de esa manera por alguien, mucho menos por un hombre que evidentemente no sentía lo mismo por ellas. Era una locura que escapaba a mi comprensión.
—Y hay más —continuó, su voz ahora un murmullo cómplice— Hubo otro día, por ejemplo, cuando cerraron un trato con unos alemanes. La mujer que los representaba le puso el ojo a Daemon desde el inicio. Era realmente bella y, por supuesto, millonaria. Y sabes, por primera vez, Daemon la invitó a esta mansión con una intención muy clara, algo que nunca antes había hecho. Pero creo que no soportó a Daemon —añadió, y esta vez, una burla apenas perceptible asomó en sus labios— Esa noche fue larga para todos los que estábamos en la mansión. Muy, muy larga. A la mañana siguiente, cuando todos se levantaron, Daemon parecía un monstruo de mal humor. Mientras que la mujer... esa mañana salió corriendo de aquí y, lo más impactante, apenas podía caminar. Desde ese día, nadie más la vio. Nunca más.
Dafne se acercó un poco más a mí en el tocador y susurró en mi oído, casi como un secreto travieso: —Los rumores dicen que su miembro es tan grande que ninguna mujer ha podido soportarlo. Por eso, tampoco se toma el atrevimiento de tener más aventuras. Debe sentirse obstinado.
Justo en ese momento, un flashback repentino, vivido, llegó a mi mente. Sentí mis mejillas arder al instante. Mi corazón dio un salto, y miré a Dafne avergonzada. Ella no pareció comprender al principio mi reacción, por lo que continuó, encogiéndose de hombros—: Quizás son solo rumores que corren por cada mansión de la familia. No creo que pueda existir un miembro tan grande que una mujer no pueda soportar.
Apreté la bata de baño que tenía en ese momento, el tacto del algodón en mis dedos, y miré hacia abajo, aturdida. El recuerdo seguía ahí, nítido. Luego, volví a agarrar el cepillo, mis manos temblorosas apenas obedecían, y continué peinando mi cabello, tratando de disipar la imagen de mi mente, de Dafne, de todo.
Sentía la mirada de Dafne quemando sobre mí, pero hacía lo posible por ignorarla, concentrándome en el cepillo, en el cabello mojado. Era inútil. La pregunta de Dafne me hizo sobresaltar, sacándome de mi ensimismamiento.
—¿No estás de acuerdo con lo que digo? —su voz, normalmente tan ligera, se había vuelto un susurro lleno de intriga.
Poco a poco, debió darse cuenta de mi nerviosismo. Mi cara, sin duda, parecía a punto de estallar de la vergüenza. Dafne se llevó las manos a la boca, sus ojos abriéndose en una comprensión repentina.
—¡Oh, Dios mío! ¿De verdad... de verdad lo has visto?
Miraba a todos lados, menos a los ojos de Dafne. Mis nervios se tensaban, la sangre me ardía en las mejillas. La pregunta era demasiado directa, demasiado vergonzosa.
Dafne, al ver mi reacción, no necesitó más. Se respondió a sí misma, un asombro genuino extendiéndose por su rostro. Sus manos volaron a su boca de nuevo, esta vez con una exclamación clara.
—¡Entonces sí! ¡Sí lo has visto! ¡Has estado con Daemon!
Mis ojos se abrieron de par en par. Mis mejillas ardían, y mi corazón latía desbocado. Me puse de pie de un salto, con la intención clara de ir al baño, de huir de esa conversación. Pero Dafne me detuvo en seco, su mano firme en mi brazo. Me giró para mirarla, sus ojos clavados en los míos, una chispa de picardía y curiosidad insaciable.
—¡No, no! —sus manos gesticulaban, arrastrándome con suavidad hacia la cama, donde me sentó de nuevo—. Cuéntame todo. Quiero saber. ¿Es cierto lo que dicen? ¿Cómo fue?
No quería dar explicaciones sobre ese tipo de cosas privadas, sobre algo tan íntimo. Pero el recuerdo aún persistía en mi mente, vívido, y con eso, venían las sensaciones a mi cuerpo. Ese día había sido mi primera vez. Había sido bueno, demasiado bueno. Nunca me imaginé que esa "cosa dolorosa" de la que hablaba Dafne, los rumores que escuchó, fueran ciertos. Porque para mí, no provocó dolor alguno. Para mí, había sido una experiencia... placentera. La vergüenza y el rubor se intensificaban, pero una parte de mí no podía negar la verdad de lo que había sentido.
Dafne, finalmente, se rindió un poco al ver mi resistencia a dar detalles. Soltó un suspiro de frustración divertida, pero no se dio por vencida del todo. Agarró la libreta que solía usar para comunicarse conmigo y me la entregó, junto a un bolígrafo.
—Está bien, está bien —dijo, resignada a mi silencio, pero con una astucia evidente en sus ojos—. No tienes que contarme todo con lujo de detalles. Solo escríbeme aquí: sí o no. Sí: los rumores son ciertos. No: los rumores son falsos y es todo normal en él.
Ninguna de esas respuestas me aclaraba completamente. "Normal" no lo era, no para mí. Pero "doloroso" tampoco. Mis manos temblaban mientras agarraba el bolígrafo. Rápidamente, para salir de la situación, escribí mis palabras, tratando de ser lo más concisa posible, aunque sabía que mi respuesta sería una paradoja para ella. Apenas terminé, me puse de pie de un salto y salí corriendo hacia el baño, cerrando la puerta con un golpe audible detrás de mí.
Escuché el grito emocionado de Dafne al otro lado de la puerta, un grito de pura sorpresa y triunfo. Sabía lo que había leído.
«Los rumores eran ciertos, pero fue muy bueno»