Mary es una chica muy alegre y llena de sueños, aunque desde pequeña enfrentó muchos obstáculos, siempre es optimista y está con una gran sonrisa, buscándole siempre el lado bueno a todo, una día su vida cambiará, aunque al principio todo parece ir de mal en peor, pronto todo eso pasará a ser parte del camino para su felicidad, pues conocerá a su gran amor, aunque eso todavía no lo sabe, acompañame a vivit esa increíble historia, llena de dolor, lágrimas y felicidad.
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Una amiga incondicional
Pero lo cierto es que la verdad era otra, el joven empresario había llegado a la ciudad por negocios, era el hijo mayor de la familia López, su padre estaba enfermo es por eso que el viajaba a ver cómo van sus empresas, siempre que llegaba a otra ciudad, se sentía solo y quería un poco de compañía y diversión, pero no de cualquier chica, debía ser una linda chica y que quisiera estar con el, lo que no era difícil, ya que cualquier chica caía a sus pies, ya sea por belleza o por su dinero, es por eso que como se costumbre cuando llegaba a está ciudad, se ponía en contacto con Don Napo, quién le ayudaba a encontrar a la chica adecuada, claro a cambió de una generosa propina, pero lo que el chico no imaginaba, era qué, Don Napo, por dinero drogaría a una menor de edad y lo más espeluznante, que la llevaría engañada a esa cabaña, que la dejaría sin voluntad, manipulada como si estuviera consciente, como si decidiera por sí misma.
Al despertar Mary no recordaba nada de lo que sucedió, cuando ya estaba sola, se puso a llorar y llorar de una forma inconsolable, solo pensaba en todo lo malo que pudieron haber hecho con ella, todavía un poco mareada y débil, se levantó del sofa, pero al levantarse noto una pequeña mancha roja en la sábana, su vista se nublo y casi se cae, puesto qué, en ese momento supo con certeza lo que le ocurrió, lloro nuevamente, por al rededor de más de una hora, luego seco sus lágrimas, se levantó, se vistió y salió de aquella cabaña, camino por una hora, por allí no habían casas, no pasaban ni carros, ni personas, estaba completamente lejos, a lo lejos vio un lugar donde pudo tomar un autobús, lo tomo sin rumbo fijo, sin saber a dónde ir, pensó en ir a casa, pero, que les diría a sus padres, los conocía bien y sabía que en vez de apoyarla la iban a culpar, luego pensó en llamar a su hermano Nacho, pero que podía hacer el, estando lejos, por último deslizó la pantalla de su teléfono pensando a quién acudir, cuando de pronto entro una llamada de Mónica, esa llamada fue lo mejor que había pasado en ese día tan horrible.
Mónica, esa señora se había convertido en su gran amiga, claro que también se llevaba muy bien con Ana, pero Mónica era con quién más se sentía cómoda, tal vez era por su forma de ser, tan libre, tan relajada, sin pelos en la lengua, tan diferente a Mary.
Mary y Mónica quedaron en reunirse en la casa de su amiga, Mónica escuchó a Mary sin interrumpirla, dejaba que ella contará con detalle lo que pasó, aunque su voz era temblorosa, a veces atoradas en la garganta. Cuando Mary terminó, ambas permanecieron en silencio, como si el mundo se hubiera detenido a su alrededor.
Mónica entendía todo lo que sufrió la pobre chica y lo que venía después de eso, veía los ojos de Mary y miraba una mezcla de miedo, confusión, vergüenza y una tristeza tan profunda que parecía no pertenecer a una muchacha de su edad.
—Mary… —dijo por fin Mónica con voz suave, casi maternal— escucha niña esto no es tu culpa, nada de lo que pasó lo provocaste tú.
La muchacha bajó la mirada, sus manos temblaban.
—¿Y si no me creen? ¿Y si piensan que… que yo fui porque quise? —susurró Mary, sintiendo el nudo en la garganta que se volvía a formar.
Mónica respiró hondo, ella también temblaba, pero intentaba mantener la calma para que Mary no se alterará más.
—Aunque el mundo no te crea —dijo— yo te creo, y eso importa, pero tienes que saber que hay personas que pueden ayudarte más que yo, esto que te hicieron es un delito, Mary, no eres culpable de nada.
Mary se llevó las manos al rostro, pues, la vergüenza le ardía como una segunda piel.
—Si supieran… si mis papás supieran… —su voz se quebró— no soportaría que la gente hablara de mí, que mis vecinos me vean con lástima… yo no quiero que me miren así, no quiero que piensen que estoy dañada.
Mónica tomó sus manos con suavidad.
—No estás dañada, linda, estás herida, sí, pero las heridas sanan, no eres menos que ayer, no eres menos que nadie y aunque ahora no lo veas, un día vas a sentirte fuerte otra vez.
Entre palabras y sollozos la noche cayó pronto, obligando a Mary a pensar como ir a casa.
—¿Qué hago ahora, Mónica? —preguntó, y su voz sonó como la de una niña buscando un refugio.
Mónica la miró con mucha seriedad, tratando de darle consuelo o brindarle una mano amiga para sostenerse.
—Ahora, lo primero… es que no estés sola, puedes quedarte esta noche en mi casa si quieres, no tienes que decidir nada hoy, ni denunciar, ni contarles a tus padres, ni nada, lo que tú necesites… así será, pero no vas a llevar este peso sola, yo te voy a ayudar.
Mary sintió un alivio tibio en el pecho, un pequeño respiro entre tanta oscuridad, pero sabía que debía ir a casa, o si no, sus padres sospecharían o pensarían lo peor de ella.
—Gracias —susurró.
—Vamos —dijo Mónica poniéndose de pie—. Te llevo a casa, mañana hablaremos con calma.
Mientras caminaban hacia la casa, Mary sintió que sus piernas seguían pesadas, como si cada paso fuera una lucha contra un sentimiento de culpa que no le pertenecía, cada sombra a su alrededor parecía recordarle lo ocurrido, cada rostro desconocido le provocaba la sensación de que todos sabían, de que la juzgaban sin conocerla.
No habló en todo el camino, sus pensamientos no le dejaban en paz, solo escuchó a Mónica, que de vez en cuando le decía que respirara tranquila, que todo iba a estar bien, que esa noche sería para descansar y no para pensar.
Que la rescaten.