esta hermosa novela se trata de una mujer que dejó de vivir sus sueños juventud por dedicarse a sacar adelante a sus hermanos también nos muestra que que no importa la edad para conseguir el amor.
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capitulo 3
Enrique había decidido salir nuevamente de casa. Mientras caminaba con paso lento, observando todo a su alrededor, pensaba que aquel lugar era realmente espectacular. No se arrepentía de haber comprado aquella hermosa finca. En el camino se había encontrado con hombres y mujeres; todos lo saludaban amablemente, aunque las mujeres siempre le lanzaban miradas coquetas… cosa que para él no era ninguna sorpresa, pues estaba acostumbrado a ese tipo de miradas.
Después de un largo rato, ahí estaba él, en la entrada de aquella finca rodeada de muchas flores amarillas. Pero lo que más le había sorprendido era el nombre que tenía: Gotas de Amor. Sonrió de lado. Vaya… que la mujer sí era romántica.
Abrió la reja con lentitud y, con paso tranquilo, entró. Luego dio tres golpes en la puerta, pero nadie salió. Al notar lo hermosa que era la pequeña finca por dentro, decidió recorrerla. Y durante su recorrido, a lo lejos, vio a la mujer un poco despeinada, sosteniendo un pequeño cerdo entre sus manos.
Él aceleró el paso y, al llegar hasta donde estaba ella, con voz profunda dijo:
—Señora Hernández.
Ella levantó la mirada, sorprendida de verlo ahí.
—Señor Quintero —dijo con una sonrisa tímida—. ¿Qué hace usted por aquí? ¿Necesita algo?
—¿Acaso se le olvida que usted misma me invitó?
Vaya que se le había olvidado… aunque tampoco pensó que él realmente iría. Quizás por eso mismo había hecho la invitación.
—No pensé que viniera —murmuró ella.
—¿Y por qué no lo haría? —respondió él, mirándola directamente, como si escaneara cada parte de su cuerpo.
Mientras él la observaba de esa manera, ella no supo qué hacer. Lo primero que se le ocurrió fue invitarlo a tomar un café.
—Señor Quintero, ¿le gustaría ir a tomar un café?
—Por supuesto.
En ningún momento él cambió su expresión. Mientras caminaban hacia la casa, la mujer le preguntó:
—¿Es usted casado?
Él se giró con lentitud, haciendo que ella se detuviera en seco. Levantó una ceja, hizo una media sonrisa de lado… y le encantó ver la reacción de Victoria. Ella abrió los ojos grandemente, cosa que a él le causó gracia.
—No… ¿cómo cree? —tartamudeó ella—. Lo pregunté porque no trajo ninguna mujer. Pero disculpe mi atrevimiento.
—Pues no, Victoria. No soy casado. Estoy buscando con quién casarme… una mujer que me sea fiel y, sobre todo, que me ame. Que no esté interesada en mi dinero.
Él había estudiado cada expresión de ella. Al entrar en la casa, notó que tenía el tamaño de su habitación —pero no de la finca que había comprado, sino de su enorme casa en la ciudad—. La mujer le dijo:
—Tome asiento.
Mientras él lo hacía, observaba cada cosa. Todo estaba impecable y perfectamente acomodado.
Ella fue a la cocina y no solo preparó café, sino que también le trajo unas pequeñas galletas hechas por ella. Cuando le entregó la taza con la galleta, él notó lo pequeñitas que eran sus manos… y ella, por un instante, dejó volar su mente.
¿Cómo se sentiría estar entre los brazos de ese hombre? Sería fantástico…
Al darse cuenta de lo que estaba imaginando, se reprendió de inmediato. ¿Desde cuándo pensaba así?
El hombre subió la taza con lentitud. Al probar el café, lo saboreó y luego pasó su lengua despacio por sus labios, como si se hubiese quemado y quisiera refrescar la zona. Victoria no perdió ningún movimiento que él hizo. Luego él dejó la taza sobre la mesa, la miró fijamente y preguntó:
—¿Es usted casada?
A pesar de que sabía que ella no lo era, quería interrogarla… o quizás simplemente iniciar una conversación.
Al mirar un cuadro en la pared, preguntó:
—¿Son sus hijos?
Ella sonrió.
—No, son mis hermanos. Y la mujer que está ahí es mi madre.
Él no supo qué decir, así que volvió a llevar la taza a sus labios.
—¿Qué edad tiene usted? —preguntó ella.
—¿Cuántos años crees que tengo?
—No sé… unos 30, quizás 32.
—Pues te equivocas. Soy un hombre de 37 años.
A pesar de que él lucía serio, ella podía asegurar que parecía mucho menor. Seguramente era por esa piel canela que tenía, que no dejaba ver su verdadera edad.
Ella dejó de hacer preguntas. Solo de vez en cuando levantaba la mirada para analizarlo detenidamente. Vaya que sí era un espectáculo de hombre. Esa piel canela, esos ojos café, esos labios gruesos… y ni hablar de la estatura y el cuerpo. Definitivamente parecía un modelo de revista.
Él sabía que ella lo estaba mirando así. Se levantó, se acercó lentamente a ella y la observó de cerca, muy cerca.
—Soy un hombre extremadamente caliente, Victoria —susurró con voz ronca—. Y si me sigues mirando de esa manera… puedes llegar a confundirme.
Se acercó aún más y, junto a su oído, habló con esa voz profunda:
—¿Tienes novio, Victoria?
Ella solo negó con la cabeza.
—Eso es perfecto. Espero que no me estés mintiendo. Quizás… me he comenzado a interesar en ti. Y cuando a mí me gusta una mujer, hago lo que sea por tenerla.
Ella cerró los ojos al escucharlo. Sintió la piel erizarse. Apretó las piernas. Sus pezones se endurecieron. Había contenido la respiración… y él notó cada gesto.
Se inclinó hacia su mejilla y la rozó con lentitud antes de darle un beso suave.
—Hasta luego, Victoria —dijo finalmente, incorporándose.
Ella solo lo observó mientras él se marchaba, completamente impresionada. Cada cosa que él había hecho, cada expresión —siendo siempre la misma— la había dejado confundida. ¿Por qué se sentía tan atraída? ¿Por qué ese gesto despertó tanto deseo en ella? Se suponía que le tenía miedo… ¿por qué estaba sintiendo cosas que no experimentaba desde hacía tantos años?
Se recompuso, respiró hondo e intentó olvidar lo ocurrido. Salió nuevamente de casa y trató de concentrarse en el trabajo.