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Florecer De Las Cenizas

Florecer De Las Cenizas

Status: En proceso
Genre:Autosuperación / Traiciones y engaños / Cambio de Imagen
Popularitas:4.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Orne Murino

A veces perderlo todo es la única manera de encontrarse a uno mismo

NovelToon tiene autorización de Orne Murino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 3: El abrazo que la sostuvo

El silencio de la casa se volvió insoportable. Antes, cada rincón estaba lleno de los sonidos de la rutina: las llaves de Martín tintineando en el llavero, la cafetera que burbujeaba temprano, el crujido de las páginas del diario mientras desayunaba. Ahora, todo era vacío. El aire parecía más denso, como si el dolor hubiera impregnado las paredes y se negara a dejarla respirar.

Juliana pasó los primeros días después de la confrontación en un estado extraño, como suspendida entre la negación y el desconcierto. El rostro de Martín, con su mirada esquiva y las palabras que se le habían escapado, volvía una y otra vez en forma de flashazos. Había noches en las que despertaba sobresaltada, convencida de que todo había sido una pesadilla, y extendía la mano hacia el costado de la cama para comprobarlo. El espacio vacío le devolvía la verdad como una bofetada: él ya no estaba.

El insomnio se convirtió en su compañía más cruel. Acostada boca arriba, contaba las grietas del techo, repasaba una y otra vez la conversación que había destrozado su mundo. En su cabeza sonaban preguntas que no encontraban respuesta: ¿Qué hice mal? ¿En qué momento se rompió lo nuestro? ¿Por qué no me di cuenta? Su autoestima se desmoronaba poco a poco, como si cada lágrima arrastrara un pedazo de la mujer fuerte que siempre había sido.

Durante el día, se refugiaba en la empresa, pero sin la energía que la caracterizaba. Sus empleados la miraban con cautela, sin animarse a preguntar. Ella se limitaba a firmar papeles, responder con monosílabos y encerrarse en su oficina fingiendo llamadas. No quería hablar, no quería enfrentar la compasión de los demás. Cuando llegaba a casa, dejaba caer la cartera en el sillón y se sumergía en la penumbra. Ni siquiera prendía la televisión: el ruido le resultaba insoportable.

Las noches se volvían interminables. La cama, demasiado grande. El reloj, demasiado lento. El eco de sus propios sollozos la desarmaba. Había momentos en los que pensaba en levantarse y llamar a Martín, suplicarle explicaciones, una tregua, algo que aliviara el vacío. Pero el orgullo, herido y sangrante, la detenía. Él me traicionó. Él rompió todo. Y volvía a hundirse en la almohada, abrazándose a sí misma para no sentir tanto frío.

En ese estado la encontró Micaela, su amiga de toda la vida. No avisó, no preguntó. Simplemente apareció una tarde, golpeando la puerta con fuerza hasta que Juliana, con los ojos hinchados y el pelo revuelto, se resignó a abrir. Mica entró como un torbellino, cargada con una bolsa de comida y una botella de vino.

—No me digas nada, ya sé todo —dijo apenas cruzó el umbral, dejándole la bolsa en la mesa del comedor.

Juliana intentó esbozar una sonrisa, pero lo único que consiguió fue que se le quebrara la voz. Un nudo en la garganta la paralizó y, sin poder contenerse, se derrumbó en los brazos de su amiga. El llanto que había estado conteniendo estalló con una fuerza descomunal, como si se le hubiera roto la represa. Mica la abrazó con firmeza, acariciándole el pelo, repitiendo un “tranquila, estoy acá” que funcionó como un bálsamo.

Después de varios minutos, Juliana logró calmarse lo suficiente para hablar. Se sentaron en el sillón, con la botella ya abierta y dos copas a medio llenar. Entre sorbos y bocados de empanadas, empezó a contarle todo: la sospecha, el momento del descubrimiento, la mirada de Martín, la sensación de que el mundo se le había derrumbado.

—No entiendo, Mica. Yo lo daba todo por él. Aguanté sus horarios, sus silencios, hasta sus desplantes… Siempre pensé que era pasajero, que valía la pena porque lo amaba. Y ahora resulta que… —la voz se le quebró otra vez— …que había otra.

Mica la escuchaba en silencio, sin interrumpir, con esa capacidad de acompañar que siempre había tenido. Cuando Juliana terminó, exhausta y con los ojos rojos, se acomodó para mirarla de frente.

—Juli, ¿vos te das cuenta de lo que estás diciendo? Pasaste años sosteniendo algo que te estaba apagando. Te esforzaste por una relación que él no valoró. Y ahora que se cayó la máscara, ¿vas a seguir castigándote?

Juliana bajó la mirada.

—No sé cómo seguir… Siento que me sacaron el piso.

—Lo sé, y es lógico. Pero mirate, Juli. Sos hermosa, inteligente, tenés una empresa que manejás con una garra que admiro. Sos mucho más que “la esposa de Martín”. Tenés que reencontrarte con vos misma.

La frase quedó flotando en el aire. Juliana la saboreó como quien prueba un vino fuerte, al principio con resistencia, después con una leve calidez que se expandía.

—¿Y si no puedo? —susurró.

—Podés. Y si no, yo voy a estar para empujarte. Porque la Juliana que yo conozco no se rinde. Puede que esté rota ahora, pero también sé que de esas grietas puede salir la mujer más fuerte que jamás hayas imaginado.

Juliana la miró, con las lágrimas asomando de nuevo, pero esta vez no eran solo de dolor. Había un destello de esperanza en su interior, como una chispa que todavía no se había apagado del todo. Mica, con su risa contagiosa y su energía desbordante, le recordó que la vida no terminaba con la traición de un hombre. Que aún había mucho por reconstruir.

Pasaron horas hablando, recordando anécdotas de juventud, riéndose entre lágrimas. Mica logró arrancarle carcajadas a Juliana con sus ocurrencias, y por primera vez en días, la casa se llenó de un sonido distinto al llanto. Cuando se despidieron, con un abrazo largo y apretado, Juliana sintió que algo había cambiado. No era la solución a todo su dolor, pero era un primer paso.

Esa noche, al acostarse, el insomnio volvió, pero ya no con la misma crudeza. En lugar de repasar una y otra vez la traición, Juliana pensó en las palabras de Mica, en la posibilidad de un renacer. Se prometió a sí misma, entre susurros, que iba a intentarlo. Que tal vez el dolor podía transformarse en fuerza.

Y con esa idea en mente, logró cerrar los ojos y descansar, aunque fuera solo un par de horas, con el corazón un poco más liviano.

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Maritza Suarez
👍
Lorena Itriago
Martín no estaba preso? no entiendo porque está en su departamento?
Lorena Itriago
tengo una duda Micaela y Camila son la misma persona?
Edith Villamizar
Hola inicio de ésta historia 🌹
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