FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.
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Capítulo 3
Al este de la mansión reinaba el silencio y la tensión. Solo el sonido de los aparatos llenaba el ambiente.
—Abuelo... —murmuró, mirando al hombre tendido en la cama de hospital.
El esfuerzo de Dom Enrique era visible, aun así, sus ojos aún tenían la intensidad que el mundo aprendió a temer.
—Fernando… tú… viniste...
—Claro que sí. Estoy aquí.
El anciano intentó esbozar una sonrisa, pero fue solo una contracción involuntaria en la comisura de la boca. Un médico se acercó, observó los signos vitales, luego se alejó en silencio. Todos sabían que el tiempo era corto.
—Necesitas… ser fuerte... —susurró el hombre, con dificultad.
Fernando sujetó la mano huesuda de su abuelo, sintiendo la piel helada. Como una película, recordó cuando salió de la presencia de su abuelo y cerró la puerta de golpe sin mirar atrás…
—Aún podemos conversar. Puede recuperarse… hay médicos aquí, todo estará bien…
Don Enrique cerró los ojos por un momento, como si buscara fuerzas en lo más profundo de sí. Cuando volvió a abrirlos, el brillo ya era más débil.
—Te vi crecer... ser moldeado... para este momento. No lo tires todo por una mujer. La familia... siempre en... primero...
Las últimas palabras salieron con esfuerzo.
—¿Abuelo? —Fernando se acercó más—. Abuelo, estoy aquí. Quédate conmigo. No te vayas ahora...
Pero era tarde.
El sonido continuo y agudo del monitor cardíaco cortó el silencio de la sala como una cuchilla.
Don Enrique López se había ido.
Fernando sintió que las piernas le fallaban. Por un instante, todo giró. La mano de su abuelo aún estaba en la suya, pero el calor se había ido. Bajó la cabeza, y lágrimas, que se había negado a derramar desde la muerte de sus padres, finalmente escaparon.
No solo por nostalgia, sino por todo lo que quedó por decir. Por todo lo que nunca se entendió entre ellos.
El cuerpo de Don Enrique López fue velado en la propia mansión, como era tradición…
Una multitud silenciosa pasó por el salón principal decorado con flores blancas y el ataúd barnizado en el centro. Políticos, empresarios, líderes de otras familias...
Todos venían a rendir homenaje al hombre que, durante décadas, fue temido y respetado en igual medida.
Fernando permaneció todo el tiempo al lado del cuerpo, de pie, en silencio. Sus hermanos y su abuela, la matriarca de la familia, se dividían entre quedarse al lado del ataúd y circular entre los invitados, recibiendo las condolencias.
Valeria García... Valeria era lo opuesto a Elena, que estaba presente, discreta, sentada al lado de su padre, Arturo Gutiérrez. Vestida toda de negro y con los ojos bajos, a sus 20 años, era una joven moldeada para el matrimonio.
En cambio, la novia de Fernando López, estaba radiante en su dolor contenido. Saludaba a personas importantes con la naturalidad de una primera dama. En los bastidores, ya era tratada como la futura esposa del nuevo jefe de la organización. Hablaba con firmeza, sonreía con elegancia, como si ya perteneciera a esa posición. Parecía, en fin, en su hábitat.
Fernando observaba todo, en silencio, amarrado a su dolor.
A la mañana siguiente del entierro, María Del Pilar llamó a Raúl, el secretario personal del difunto marido.
—Cuando Fernando se despierte, tráelo para mí.
La matriarca estaba en la biblioteca con una taza de té calmante en las manos, el rostro abatido, cuando Fernando cerró la puerta tras de sí, la abuela le indicó que se sentara frente a ella.
—Él te amaba, ¿sabes eso, verdad? —dijo ella, rompiendo el silencio.
Fernando asintió, con un leve movimiento de cabeza.
—A su manera —respondió él, en un murmullo.
María Del Pilar observó a su nieto durante un largo tiempo antes de hablar:
—Aún no es hora de decidir nada. Los consejeros esperan para saber cómo será el futuro de la organización.
—Ya he renunciado al liderazgo...
—Shh... deja de ser "acalorado". Sabes que Alejandro no sirve para ser el jefe, no está listo ni desea eso.
—¡No me casaré con la hija de los Gutiérrez!
La matriarca respiró hondo, luego dijo con firmeza:
—Quiero que hables con Valeria. Dile que no vas a asumir el liderazgo. Sé firme. Quiero que veas con tus propios ojos lo que hace con esa información.
—Abuela, esto es...
—Una prueba —interrumpió ella—. Necesito que sepas, de una vez por todas, con quién estás tratando. Tu abuelo intentó alertarte hasta el final, ahora es tu turno de verlo por ti mismo.
Fernando se quedó en silencio.
Parte de él ya sabía la respuesta, pero parte aún quería aferrarse a alguna esperanza.
Dos días después del entierro, Fernando salió de la mansión y fue al apartamento lujoso donde mantenía a Valeria, el mismo apartamento donde tantas veces se pelearon, pero también se reconciliaron.
Él la amaba desde siempre y ella también lo amaba, él estaba seguro de eso, pero al verla tomando champán en medio de la tarde, hizo que acatara el pedido de su abuela.
Valeria se levantó del sofá y fue hacia él, animada, con un vestido ajustado, tacones altos y el mismo perfume que él siempre encontró demasiado dulce.
—Pensé que vendrías antes —dijo ella, melosa, dándole un leve beso.
Fernando no lo correspondió. Se sentaron en el sofá. Él mantuvo el tono controlado.
—Los consejeros se reunirán en los próximos días. Pero ya he tomado mi decisión.
Valeria se inclinó hacia adelante, interesada.
—¿Y cuál es?
Él respiró hondo, en el fondo tenía miedo de decepcionarse.
—No me quedaré con el liderazgo. No quiero seguir ese camino. Me alejaré de los negocios de la familia de una vez.
La sonrisa de ella se congeló en el rostro. Los ojos brillaron por un instante... No de emoción, sino de incredulidad.
—¿Cómo así? Tú... ¿estás bromeando?
—No. Es definitivo. La abuela asumirá hasta que Alejandro esté listo. Quiero otra vida. Sin involucramiento con la organización. Una vida solo nuestra, simple y verdadera.
Valeria García se levantó, caminando hacia la ventana como la última vez. Pero ahora no era por contemplación, sino por pánico disfrazado.
—¿Quieres que viva contigo como... como qué? ¿Un hombre común? ¿Lejos de todo?
—Nos amamos, eso basta...
Ella no respondió de inmediato, pero cuando Fernando se acercó, intentando envolverla en un abrazo, ella se apartó de él.
—Gracias por ser tan esclarecedor —dijo ella con burla—. Ahora sal. Necesito pensar... Vuelve mañana.
Fernando sintió que perdería el suelo. Su abuela no podía estar en lo cierto. Estaba seguro de que su novia solo estaba nerviosa... Tal vez estuviera en esos días...
Él solo besó su frente cariñosamente y salió, volvería al otro día y todo se resolvería...