🔥 JUEGOS PICANTES: Volver A La Soltería 🔥
Cuatro mujeres.
Un pacto:
Nada de lágrimas por idiotas.
Solo risas, copas en alto…
Y nuevas reglas en la cama.
El juego cambió.
Y ellas están listas para ganar.
JUEGOS PICANTES: Volver a la soltería.
Una novela para reír, gozar y recordar quién manda.
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3. En la comisaría.
Narrador omnisciente
La insistencia del teléfono a esa hora de la noche, hace que el pulso de Monic Benavides se acelere tanto que es incapaz de tomar el teléfono sin temblar.
—Residencia Sánchez- Benavides, ¿quién habla? —pregunta temerosa, temiendo lo peor.
"¿Un accidente? ¿Algo le pasó a Miguel?"
—¡Monic! ¡Soy yo, Leticia! —responde la voz de su amiga, entrecortada y acelerada.
Monic cierra los ojos aliviada, lo que le dura unos segundos. No es el hospital ni la policía con malas noticias sobre Miguel. Pero algo anda mal. Leticia suena... diferente.
—¿Leticia? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás?
—En la comisaría, amiga. Fue una tontería. Un malentendido con unos idiotas... Necesito que vengas por mí —explica Leticia, apurada, como si alguien pudiera escucharla.
—¿En la comisaría? ¿Qué demonios hiciste ahora?
—Nada grave, ¡te lo juro! Pero necesito salir de aquí antes de que la prensa aparezca. Y no tengo a nadie más a quien llamar... Ayúdame, Monic, por favor.
Monic se pasa la mano por el cabello, desordenando. Suspira y mira la hora en el reloj de pared. Las manecillas marcan las 11:37 de la noche.
—Dame unos minutos, ¿sí? Necesito llamar a una niñera. Miguel no contesta nunca cuando está en... "Reuniones importantes". —Su voz se torna amarga al final. Leticia lo nota.
—Reuniones, claro… —dice Leticia en un tono cargado de insinuación, pero sin añadir más.
—Ya hablaremos de eso... —dice mirando por la ventana—. Déjame organizarme por los niños y voy para allá.
Cuelga luego de que Leticia le dé el nombre de la comisaria donde está y marca el número de Miguel otra vez.
El teléfono suena tres veces antes de irse directo al buzón de voz. Aprieta los labios con fuerza, sintiendo una oleada de rabia mezclada con inseguridad. Lleva meses sospechando que algo anda mal, pero cada vez que intenta confrontarlo, Miguel la evade con excusas y sonrisas forzadas.
—Idiota… —murmura, colgando el teléfono bruscamente.
Monic vuelve a sentarse, se frota las sienes y busca el número de la niñera en su agenda.
En la comisaría, Leticia Casallas se cruza de brazos mientras un oficial la empuja sin demasiada ceremonia de regreso a la celda común. La puerta de metal se cierra con un rechinido que hace eco en el pasillo.
Dentro, unas cuantas mujeres se acomodan en los bancos contra las paredes. Una de ellas, alta y con el cabello teñido de rubio platinado, discute con un policía en voz alta.
—¡Te digo que fue defensa propia! —gruñe la mujer, con las manos en la cintura—. Ese cabrón quería largarse sin pagar. ¿Yo qué se supone que haga? ¿Despedirlo con una sonrisa?
—Vamos, Cherry, ¿cuántas veces vas a usar la misma excusa? Deberías ser más amable con tus clientes si quieres conservar el negocio.
Cherry da un paso al frente, clavándole la mirada.
—¿Sabes qué? ¡Que te lo lleves tú a la cama la próxima vez! Seguro que lo haces mejor con lo que te pagan aquí.
Leticia sonríe de lado, apoyándose contra los barrotes.
—¿Y tú quién eres? No tienes pinta de pertenecer a este lugar —comenta, cruzando los brazos.
Leticia se encoge de hombros.
—Un mal día, nada más. Tú eres Cherry, ¿cierto? El oficial parecía conocerte bien.
—No tanto como cree. Pero sí, Cherry, a tus órdenes —responde con una sonrisa irónica, extendiendo una mano.
Leticia la estrecha y señala el banco vacío.
—Cuéntame, ¿al menos valió la pena el altercado?
Cherry bufa con fuerza, rodando los ojos.
—Por supuesto que no. Le subí la tarifa porque el muy desgraciado la tenía chiquita y ni siquiera sabía usarla.
Leticia se echa a reír, cubriéndose la boca para no hacer demasiado ruido.
—¡Ay, por favor! Yo lo he hecho gratis con uno así durante años. ¿Te imaginas lo que es eso?
Cherry la observa por un segundo antes de estallar en carcajadas. Ambas ríen con ganas, hasta que una de las otras mujeres las mira mal, chasqueando la lengua.
—Bueno, ahora ya lo sabes. Hay que saber cobrar. Al menos tú deberías aplicarlo —bromea Cherry, dándole un codazo amigable.
Leticia asiente, todavía sonriendo…
—No tuve elección, mi padre decidió el maldito matrimonio… Mateo parecía un hombre gentil, trabajador y servicial.
Cherry levanta una ceja y suelta con ironía:
—Me imagino que eso fue hasta que peló el cobre.
Leticia frunce el ceño, dejando ver que no entiende.
—Ay, güera, lo que te falta es mundo —dice Cherry, respirando hondo—. Hasta que enseñó su verdadero rostro.
Leticia asiente y sonríe con amargura.
—Sí. Al principio acepté mi suerte y, con el tiempo, decidí darle una oportunidad a Mateo. En la empresa automotriz que mi padre me dejó, los hijos de puta no me aceptaron como CEO porque, según ellos, dirigir una empresa era cosa de hombres. Como si un p£ne y un par de pelotas te hicieran más inteligente.
Cherry suelta una carcajada.
—Pero tú tienes una lengua afilada. Y, sinceramente, creo que tienes más huevos que ellos.
Leticia baja la mirada, esboza una sonrisa de medio lado y sacude la cabeza con ironía.
—Puede que sí… pero esos hijos de su… —respira hondo, conteniendo la rabia— no me dejan ocupar el lugar que me corresponde. Al final, Mateo pasa de ser el hijo de un pobre diablo a quedarse con mi puesto como CEO… y darse la gran vida.
Cherry resopla y chasquea la lengua.
—Pero el desgraciado pito chiquito te debe tener en un altar.
Leticia suelta una risa amarga.
—Ya quisiera. Salta como una maldita pulga de cama en cama, mientras yo parto el lomo trabajando… y ese cabrón solo firma y se lleva los halagos.
Aprieta la mandíbula y se pasa una mano por el rostro, respirando hondo, tratando de contener la furia y la frustración que la carcomen. Deja escapar una risa sin humor.
—El imbécil cree que acostándose con cuanta p£rra se le cruce en el camino le va a crecer el chitø.
Hace una pausa, cruza los brazos y habla con total ironía.
—Pero eso sí, el cabrón sí salió fértil… En la primera cøgida me hizo mellizos. Me tocó mandar a sellar la fábrica.
LETICIA CASALLAS