Desterrado. Marcado. Silenciado.
Kael fue expulsado de su manada acusado de traición, tras una emboscada que acabó con la vida del Alfa —su padrastro— y la Luna —su madre—. Desde entonces, vive apartado en las sombras del bosque, con cicatrices que hablan más que su voz perdida.
Naia, una joven humana traída al mundo sobrenatural como moneda de pago por su propia madre, ha sobrevivido a la crueldad del conde Vaelric, un vampiro sin alma que se alimenta de humanos ignorando las antiguas leyes. Ella logra lo imposible: huir.
Herida y agotada, cae en el territorio del lobo exiliado.
Kael debería entregarla. Debería mantenerse lejos. Pero no puede.
Lo que comienza como un refugio se transforma en un vínculo imposible. Y cuando el pasado los alcanza— con el nuevo Alfa, su medio hermano sediento de poder, y Vaelric dispuesto a recuperar lo que cree suyo— Kael ya no puede quedarse al margen.
Porque esta vez, no está dispuesto a ceder...
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Incomodidad
(Naia)
El crujido leve de sus pasos me anunció su llegada antes de verlo entrar. Levanté la mirada y allí estaba él, ocupando con su presencia toda la entrada de la cueva. Dejó la Bolsa que traía sobre la mesa y sacó de ella un paquete, algo envuelto con cuidado.
Mi corazón se aceleró sin razón lógica. Lo vi acercarse despacio, como si temiera asustarme, y luego dejar aquel paquete junto a mí. No dijo nada —nunca lo hacía—, pero sus ojos me miraron con una calma que me desarmó.
Con dedos inseguros deshice el nudo. Dentro había ropa: prendas de mujer limpias, suaves, que olían a bosque y a humo de leña.
—¿Es para mí? —pregunté en un hilo de voz.
Él asintió.
Una oleada de gratitud me recorrió, tan fuerte que me humedeció los ojos. Sin embargo, junto a ella, nació otra sensación, más extraña y punzante. ¿De dónde había sacado esas ropas? ¿A quién habían pertenecido antes?
Por un segundo me asaltó la idea de que quizá fueran de una mujer. ¿Alguien importante para él? ¿Una compañera? ¿Una amante? La sola posibilidad me apretó el pecho de un modo incómodo, casi irracional. No tenía derecho a sentir eso, apenas lo conocía. Y aun así, la idea me dolió.
—¿Y de dónde las sacaste? —pregunté con curiosidad mientras veía con más detalle el contenido del paquete.
Kael tomó un trozo de carbón y escribió sobre una tela que una amiga se las había dado, y yo me pregunté ¿qué tipo de amiga sería esa?.Noté calor en mis mejillas y tuve que apartar la vista para que no descubriera aquella punzada absurda de celos que no comprendía.
—Gracias… —logré decir, aunque la voz me tembló.
Cuando lo miré de nuevo, él estaba inclinado junto al fuego, alimentando las llamas con un gesto tranquilo. No parecía tener idea de la tormenta que me había provocado.
Lo observé en silencio. Aquel hombre era un enigma, pero un enigma que me hacía sentir segura y vulnerable al mismo tiempo. Y mientras doblaba con cuidado cada prenda, no pude evitar preguntarme quién había sido antes de encontrarme en el bosque… y si había alguien más en su vida que ocuparía un lugar que yo nunca podría llenar.
Sostuve la ropa entre mis manos durante unos segundos más, como si necesitara tiempo para asimilar el gesto. No quería cambiarme delante de él, pero tampoco quería pedirle que se marchara… había en mí una contradicción imposible de explicar.
—Voy a… —murmuré, señalando un rincón de la cueva.
Él entendió. Dio media vuelta, se quedó junto al fuego, y fingió ocuparse de él. Pero yo podía sentir su presencia, esa energía silenciosa que parecía llenar todos los espacios.
Me aparté lo suficiente para tener un poco de intimidad y, con rapidez torpe, comencé a cambiarme. La tela limpia rozó mi piel y sentí una ola de gratitud. Era como si, al ponerme esas prendas, pudiera dejar atrás un poco de lo que había vivido.
Cuando me giré, creyendo que él aún estaba distraído con las llamas, me encontré con sus ojos observandome.
Él no había querido mirarme —lo supe por la forma en que bajó la vista enseguida—, pero lo había hecho. En ese instante, me había observado con la atención de quien contempla algo nuevo. ¿Será qué nunca vio a una mujer desnuda? me pregunté.
Una oleada de calor me recorrió el cuerpo. Pero recordé qué Kael ya me había visto desnuda, vulnerable y cubierta de barro y heridas. Aquella noche yo era apenas un despojo humano, y sus manos, al lavarme, fueron las de alguien que cuida con respeto.
Ahora era distinto. Mis moretones se habían desvanecido, las marcas apenas se notaban, y yo me sentía más viva que nunca. Por primera vez, vi en sus ojos algo que me estremeció: no compasión, sino… reconocimiento.
Me llevé una mano al cabello, intentando disimular la torpeza de mis gestos.
—¿Ocurre algo? —pregunté, con una sonrisa nerviosa, como si necesitara justificar aquella mirada que me había atravesado.
Él negó suavemente con la cabeza, apartando los ojos hacia las llamas. Pero yo había visto suficiente. La forma en que me había detallado, en silencio, como si descubriera una faceta nueva de mí… como si, de pronto, yo fuera alguien hermoso.
Y entonces lo sentí otra vez: esa punzada absurda en el pecho. No solo por la ropa ni por el misterio de su pasado, sino porque, por primera vez, tuve miedo de lo que podría significar para mí la mirada de aquel hombre.
(Kael)
Después de un rato, Naia se llevó la tela contra el pecho y me dio a entender que iba a cambiarse con un murmullo tan bajo que apenas lo escuché. Yo asentí en silencio y me giré, dándole espacio, pero las sombras que se reflejaban por el fuego me hicieron sentir curioso y no pude evitar darme vuelta y observarla unos segundos.
Ella se quitó la playera que hasta entonces había usado, la mía, y por un instante me quedé inmóvil. La primera vez que la vi desnuda fue en medio del barro, inconsciente, marcada por la fiebre y las heridas. Entonces no la observé como mujer, sino como alguien al borde de perderse. Ahora era distinto.
Las magulladuras habían desaparecido, su piel ya no mostraba moretones ni rastros de dolor. La claridad del fuego iluminaba la curva de sus hombros, la delicadeza de su espalda y la suavidad de cada línea que antes el sufrimiento había opacado. Era hermosa. Terriblemente hermosa.
Me descubrí observándola más de lo que debía, con una atención que me quemaba por dentro. No era solo gratitud lo que sentía al verla sana, sino algo más profundo, algo que no podía nombrar y que me resultaba peligroso. Ella no me pertenecía, ni debía hacerlo jamás. Yo no había nacido para tener lo que otros tenían…
Apreté los puños, obligándome a apartar la vista. Mi madre siempre decía que los dioses tenían un propósito incluso para las criaturas como yo, pero en ese momento temí que el destino jugara conmigo, poniéndola frente a mí con esa fragilidad que me hacía querer protegerla más allá de lo razonable.
Respiré hondo, cerrando los ojos por un instante, y cuando los abrí, sus ojos se encontraron con los míos, ella ya vestía la ropa.
—¿Ocurre algo? —preguntó. Yo negué con la cabeza apartando mis ojos nuevamente hacia las llamas.
Me regaló una sonrisa ligera, sin notar el torbellino que se estaba formando en mi interior.