Una mujer de mediana edad que de repente se da cuenta que lo ha perdido todo, momentos de tristeza que se mezclan con alegrias del pasado.
Un futuro incierto, un nuevo comienzo y la vida que hará de las suyas en el camino.
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Amor de hermanos
Samanta dio un pequeño brinco y se giró rápidamente.
Allí, cruzado de brazos, con una ceja alzada y una expresión entre severa e irónica, estaba Alessandro Moretti.
El dueño del centro cultural, su jefe.
Se le cortó la respiración un segundo. Luego, intentó recomponerse, alisando automáticamente la falda de su vestido y adoptando una postura más formal.
—Señor Moretti... —murmuró, sintiendo cómo el calor le subía a las mejillas —No estoy dejando mi puesto, solo... supervisaba las actividades que aún se están llevando a cabo en la institución —improvisó, sabiendo que era una excusa bastante pobre.
Alessandro no respondió de inmediato. Sus ojos, intensos, parecieron evaluarla en silencio durante unos segundos casi eternos. Luego, hizo una mueca que podría verse como una media sonrisa apenas perceptible.
—¿Supervisar incluye espiar recitales privados? —preguntó con sarcasmo, inclinando apenas la cabeza hacia el aula donde Andy seguía tocando, ajeno a la escena.
Samanta sintió que su rostro ardía aún más.
—Sólo me tomé un minuto, necesitaba caminar un poco —se defendió, esta vez con más firmeza.
El hombre asintió levemente, sin dejar de mirarla con esa intensidad que la incomodaba y fascinaba a la vez.
—Tenga cuidado, señora Cortés —añadió en un tono bajo —Aquí, un minuto puede convertirse en toda una eternidad.
Sin esperar respuesta, Alessandro se alejó pasillo abajo, dejando a Samanta allí, con el corazón acelerado y la sensación de que acababa de cruzar una línea invisible que ni siquiera sabía que existía.
Se llevó una mano al pecho, respirando hondo.
¿Qué era eso que acababa de pasar?
(Samanta)
La tarde había avanzado, y en la casa se sentía un extraño silencio, como si todos estuviéramos caminando sobre cristales.
Después del mal rato que pasé gracias al señor Moretti, regresé a casa preparé algo liviano para cenar con los chicos, y ninguno mencionó lo que había pasado por la mañana. Hablamos del colegio, de mi empleo, Luana se auto invitó para ver si le gustaba alguno de los talleres del centro y cuando terminamos de cenar. Ellos se fueron a sus habitaciones y yo me encerré en la cocina para preparar cosas para la semana, dándoles espacio a los chicos. A veces, uno solo necesita tiempo para pensar.
Luana estaba en su habitación, pero después de un rato la vi salir, abrazando un cojín contra su pecho. Se detuvo en el pasillo, mirando hacia el cuarto de Alex. Dudó, pero finalmente llamó suavemente a la puerta.
—¿Alex? ¿Puedo pasar?
—Sí —se oyó su voz desde adentro.
Luana entró cerrando despacio. Alex estaba acostado sobre la cama, mirando el techo, con las manos entrelazadas sobre el abdomen. Parecía más grande de lo que realmente era, pero también más pequeño, vulnerable.
Luana se sentó a su lado, en el borde de la cama, abrazando el cojín como si fuera un escudo. Desde mi posición podía verlos.
Durante un rato ninguno de los dos habló. Me acerqué a la puerta, no para invadir su privacidad si no para entender sus sentimientos.
—¿Estás muy enojado? —preguntó ella en voz baja.
Alex soltó una risa corta, amarga.
—Estoy... no sé. Confundido, más que nada.
Luana bajó la mirada, acariciando el borde del cojín.
—Yo también.
Hubo un silencio denso.
—¿Tú quieres seguir viéndolo? —preguntó Alex, girando la cabeza hacia ella.
Luana se encogió de hombros.
—No sé. Me duele todo esto, pero... es papá. Aunque haya hecho cosas feas, sigue siendo nuestro papá.
Alex suspiró largamente, cerrando los ojos.
—Yo... siento que no quiero verlo, al menos por un tiempo —admitió —Me da rabia pensar que nos mintió, que engañó a mamá, que armó otra vida como si nada...
—No armó otra vida sin nosotros —lo corrigió Luana en voz bajita —Sólo armó una vida doble y... no supo cómo manejarlo.
Alex sonrió apenas, triste.
Luana sonrió un poquito también, pero enseguida su expresión se volvió seria.
—¿Te acuerdas cuando mamá nos decía que las personas buenas también cometen errores? —preguntó —Que nadie es completamente bueno o completamente malo.
Alex asintió lentamente.
—Creo que este es uno de esos momentos —dijo Luana —Podemos estar enojados, pero también podemos quererlo. No es todo blanco o negro.
Alex se quedó mirándola unos segundos, como si la viera de verdad por primera vez en mucho tiempo. Luego le revolvió el cabello con cariño.
—Tienes razón, enana —murmuró —Siempre fuiste más madura que yo.
Luana rió un poco, aliviada.
—Tú eres el mejor hermano del mundo —le dijo— Siempre vas a ser mi favorito, aunque seas un gruñón.
Alex soltó una carcajada genuina esta vez, y tendió el brazo para abrazarla.
—¡Soy el único hermano que tienes! —replicó aún sonriente —Y tú eres la mejor enana que me pudo tocar como hermana.
Se abrazaron, y por primera vez en todo el día, la herida abierta empezó a doler un poquito menos. Me retiré de la puerta con mi corazón un poco más tranquilo.
Aproximadamente una hora después desde la cocina, con un trapo en la mano, escuché las risas apagadas y los murmullos provenientes del cuarto de Alex. Me asomé al pasillo en puntas de pie, movida por la ternura y la curiosidad.
La puerta todavía estaba entreabierta.
Desde donde estaba, pude verlos: Alex acostado de costado, abrazando a Luana, que se había acomodado junto a él como cuando eran pequeños y la protegía de las pesadillas. Ambos sonreían con esa complicidad que sólo se da entre hermanos que han compartido todo, lo bueno y lo malo.
No quise interrumpirlos. Me apoyé en el marco de la puerta, en silencio, con el corazón apretado de amor por ellos. A pesar de todo lo que estaban viviendo, de las heridas y las verdades difíciles, mis hijos seguían siendo eso: hermanos, un equipo, su refugio mutuo.
Me llevé una mano a la boca, conteniendo las lágrimas.
Parte de mí quería correr a abrazarlos, decirles que todo iba a estar bien, que los protegería de todo mal. Pero otra parte sabía que ese momento era de ellos, y que aprender a consolarse mutuamente era parte de su crecimiento.
Me quedé un rato más, en la sombra del pasillo, observándolos, grabándome esa imagen en la memoria.
Luego, me alejé en silencio, volviendo a la cocina, dejando que el amor hiciera su trabajo.
Seguiré leyendo
Gracias @Angel @azul