Con Una Foto Te Conocí

Tres días después, Adrien recuperó su celular, ya completamente reparado. Edith insistió en que lo aceptara, pese a no tener listas las fotos, asegurando que no habría ningún problema en entregárselo antes de completar el trato. Al principio, Adrien dudó en recibirlo, pero terminó aceptando con la condición de que le entregaría las fotografías la semana siguiente.

Sentado en el sillón de su casa, Adrien decide marcarle a su hermano; prometió que lo contactaría tan pronto su teléfono —el cual quedó casi como nuevo— fuera restaurado. El bip al otro lado de la línea suena por un largo rato; al final, nadie responde. Adrien revisa el reloj colgado en la pared: son las dos de la tarde. El turno de su hermano empieza a las cuatro, debería de estar en su tiempo libre. Vuelve a intentarlo. Una vez más, espera hasta que, medio minuto después, la voz de su hermano sale del altavoz.

—¿Adrien? Perdón, no vi que eras tú —de fondo se oyen pasos apresurados, el choque de sartenes y el bullicio característico de una cocina.

—¿Es un mal momento? —A juzgar por el ruido, es evidente que Alan no está descansando.

—Pues... —De pronto, se escucha un estruendo, seguido de gritos y voces en pánico—. Mejor te marco después.

La llamada se corta. Adrien mira el celular, preguntándose qué habrá pasado. Se escuchó como si una olla, o algo grande de metal, hubiera caído. Su hermano sonaba ansioso. Seguramente, al estar a cargo del restaurante de un reconocido hotel, la carga de trabajo aumentó. Aunque ya han pasado ocho años desde que sus padres fallecieron, siente que Alan no ha parado ni un solo momento. ¿Frenará solo cuando se convierta en un chef de fama mundial? Probablemente no. La vida de su hermano ya tomó un rumbo que difícilmente será interrumpido.

En el silencio de su hogar, Adrien se recuesta y mira hacia el techo. Incluso si ya está acostumbrado, hay ocasiones en que la tranquilidad del departamento le resulta un poco inquietante. No hay movimiento de ningún tipo. Aun así, es raro que se detenga a pensar demasiado en ello. Tal vez sea porque Kai perturbó la paz del lugar el viernes pasado. Si bien no es la primera persona a la que Adrien invita, solo Kai se atrevió a actuar como un tifón en una casa ajena.

Girando de lado, Adrien dirige la mirada hacia el casco rosa que reposa sobre la mesa. Debería devolverlo; para él no tiene ninguna utilidad. Pero… Kai no parecía muy interesado en recuperarlo. Quizá esté equivocado, pero si ese casco despierta en Kai recuerdos dolorosos, ¿no sería mejor conservarlo por un tiempo? O puede que no sea gran cosa y solo esté haciendo suposiciones sin fundamento. Ni siquiera está seguro de por qué se preocupa por un tema que, ciertamente, no le concierne.

Para distraerse, Adrien toma de nuevo su celular y opta por revisar las redes. Hace días que no entraba; le resulta más cómodo usar las apps desde su teléfono que desde la computadora. Lo primero que ve son algunas fotos y estados de sus conocidos y amigos. Dylan publicó una imagen mostrando un llavero con el logo de su banda favorita. Edith, por su parte, actualizó su estado con una frase... ¿motivadora? El mensaje dice: “Si alguien quiere ayudarme a mejorar mi vida, puede hacerlo. Pero no acepto consejos, solo efectivo”. Definitivamente, suena como algo que ella diría.

Mientras sigue navegando, pasando de una publicación a otra, repentinamente se le ocurre buscar la cuenta de Kai. Apuesto a que su perfil es público; será fácil de encontrar. Tras pensarlo un par de segundos, abre el navegador y escribe su nombre. Tal como sospechaba, aparece primero en la lista de sugerencias. Al entrar a su perfil, lo primero que le llama la atención es la enorme cantidad de seguidores que tiene. Claro, cómo no iba a tener tantos, con lo popular que es.

Adrien comienza a deslizar hacia abajo… y entonces se topa con algo inesperado: Kai casi no tiene publicaciones.

La verdad, esperaba encontrar cientos de fotos suyas presumiendo su cuerpo atlético o algo por el estilo. Pero no hay nada de eso. La última imagen en la que aparece fue publicada, según la fecha, hace tres años. El resto son solo fotos casuales de paisajes. Adrien ha escuchado que las redes sociales suelen revelar bastante sobre la vida personal de la gente, pero en el caso de Kai, no hay nada que realmente ayude a conocerlo mejor. Lo único que Adrien logra “descubrir” es que Kai es mitad coreano, gracias a la breve descripción en su biografía. Pero eso no es algo especialmente revelador; cualquiera podría deducirlo, ya que su nombre combina apellidos de distinta nacionalidad.

Incorporándose, se levanta para tomar el papel que Kai le había dado anteriormente, el cual guardó en el bolsillo frontal de su mochila. Al sacarlo, copia la dirección en su teléfono. El navegador le muestra la ubicación de un parque urbano. Cuando Kai mencionó que quería las fotos en un espacio abierto, no imaginó que se refería a un parque.

...“No me parece un mal sitio.”...

Eso fue lo que pensó Adrien, sin saber que se arrepentiría apenas cinco segundos después, al presionar el ícono de indicaciones.

Según el navegador, en auto, el trayecto tomaría cerca de una hora y media desde su ubicación. Él no tiene auto. Y en autobús… ¡aproximadamente tres horas! ¿Tan lejos? Solo espera que no se trate de una broma, porque sería de muy mal gusto hacer todo ese recorrido para nada. Aunque, para ser justos, Kai ya demostró que cumple lo que promete… o al menos lo hizo con lo del teléfono. Adrien suspira. No le queda de otra: tendrá que confiar en su palabra.

Por suerte, cuando su hermano le devolvió la llamada en la noche, Adrien aprovechó para contarle sus planes, y Alan se ofreció a llevarlo. Él sí tenía auto. Sin embargo, solo podría dejarlo, ya que debía presentarse temprano en el trabajo porque habría un evento importante en el hotel. Eso significaba que Adrien tendría que arreglárselas por su cuenta en el regreso.“Es mejor que nada”, se dijo para darse ánimos.