La Villana Quiere Vivir

—Entonces... Si hay una posibilidad...

El príncipe sonrió, satisfecho, pensando que Maikel había comprendido lo imposible que era la situación. Pero su expresión se desfiguró al instante, al ver cómo los ojos ámbar del pequeño comenzaban a brillar con intensidad, mientras un aura oscura emergía a su alrededor, teñida de destellos azulados y rojizos.

—Debo eliminarte... Así, ya no interferirás en mi camino, y me casaré con la tía Cristal.

Una sonrisa torcida se dibujó en el rostro del niño. Tal vez era obra de la magia... o simplemente una alucinación del príncipe Erick. Pero algo estaba claro: había algo muy mal en todo aquello.

—«Porque ella... es mía» —murmuró Maikel con voz extrañamente dispersa.

El príncipe, cada vez más atrapado, comenzó a dar pasos en retroceso. El aura del pequeño Maikel se volvía cada vez más turbia, y en sus años de entrenamiento, Erick jamás había visto a un niño de su edad rodeado de semejantes llamaradas de fuego, donde toda su dulzura anterior se había evaporado para infundirle puro terror.

Dispuesto a enfrentarse a aquella visión —alucinación o no—, desenterró su espada del suelo y apuntó el filo hacia Maikel. Bajo sus pies, el suelo comenzó a agrietarse como un espejo resquebrajado; los fragmentos flotaban mientras todo el jardín se teñía de un negro absoluto. Las plantas desaparecían, el cielo se oscurecía, y todo era tragado por el manto de sombra que desprendía el aura del niño.

Erick alzó la mirada, y sus dedos se crisparon sobre el mango de su espada. Frente a él, la silueta deformada de Maikel emergía envuelta en tonos azules y rojos, exudando una presión tan brutal que le hacía sentir impotente. Gotas frías resbalaban por su frente, y dudaba. Esos ojos ámbar lo miraban como dos cuchillos dispuestos a perforar su alma.

Dudas. Incontables dudas. ¿Atacar o no? ¿Protegerse? ¿Correr?

Pero ya no era el dulce niño de antes. Y cuando la silueta comenzó a avanzar con pasos pesados, el príncipe finalmente reaccionó. Se colocó en posición, firme, como un caballero presto a enfrentar el mal. Reunió todo su coraje y lo concentró en el filo de su hoja.

—¡Detente! ¡No des ni un paso más! —gritó Erick—. ¡Atacaré si sigues avanzando!

Pero el pequeño Maikel no respondió. Su rostro se cuarteaba con líneas negras como grietas profundas, su sonrisa se alargaba mostrando colmillos, y en su frente asomaban cuernos diminutos. La imagen era tan horrenda como imposible.

Y entonces, el príncipe no esperó más.

Su cuerpo se movió por instinto. Llevó su espada en un corte transversal, directo al pecho del menor.

Y solo cuando la hoja se tiñó de rojo, reaccionó.

—Y mientras tanto, en la reunión de Cristal—

—¿Es solo por su madre su luto, señorita Cristal?

—Por mi madre y… —desvié la mirada hacia mis pies— por las heridas del pasado que ya no me volverán a dañar.

Sí, así es.

Los sentimientos que mostraré de ahora en adelante, las decisiones que tome, y las palabras que diga... serán todas mías. No porque alguien más me las imponga.

Así podré decirme, con una sonrisa, que no me arrepiento de nada.

El ahora de Cristal no es el mismo que tenía en el pasado, cuando solo era un personaje más, la típica villana camino a una muerte absurda y sin sentido.

—Hay cosas que no podemos cambiar —dijo la anciana sacerdotisa, mirándome fijamente.

—Soy consciente. Pero el pasado... son solo letras que ya no podemos reescribir. En cambio, el presente es lo que necesitamos para escribir el futuro.

La anciana sonrió, asintiendo con serenidad a mis palabras. Sin embargo, la incomodidad de Vanessa era tan evidente que no pudo contenerse por más tiempo.

—Pero eso no significa que pueda ser emperatriz —dijo con frialdad.

—Eso es cierto —añadió la sacerdotisa con indiferencia—. No son solo las palabras las que nos llevan al trono. Son nuestras acciones las que nos elevan.

—Pero todo es relativo —replicó Vanessa, con un brillo altanero en los ojos—. Usted misma dijo que todas somos solo señoritas que debutaremos pronto.

—Así es. Se preparará un gran baile en su honor. Ese día, todas las jóvenes harán su debut en la sociedad. A partir de ahí, podrán comprometerse… o casarse —explicó la anciana, dejando con calma su taza de té sobre la mesa.

—Por eso es tan importante a quién se le conceda el primer baile —añadió Vanessa, llevándose una mano al pecho como si recitara un decreto real—.

—Bueno, no lo sé —replicó la sacerdotisa con una risa ligera—. En mis tiempos había otras normas. Pero lo que sí sé es que se seleccionará a las damas más distinguidas como candidatas a emperatriz. No todas podrán aspirar al título. El reino elegirá con sabiduría a aquella que pueda llevar al imperio a la gloria y gobernar como una buena luna… para el futuro sol de nuestro imperio.

El futuro sol...

«En la historia original, el sol sería el primer príncipe Erick de Castilla. Pero su hermano menor, Ekiar, acaba aliándose con ciertos grupos y personas influyentes. Con el tiempo, logra hacerse con el trono tras conspiraciones y acuerdos ocultos. La corona del primer príncipe se tambalea, y el pueblo clama por reformas, acusando al trono de negligencia. Cristal, la hija mayor del duque Lawnig, es la primera en entregarlo todo para que el segundo príncipe ascienda… Y, cuando ya no sirve, la desecha como a una muñeca rota.»

Apreté el puño con fuerza sobre mi falda.

«Si ese hombre mantiene los mismos ideales en esta historia, no solo volveré a morir… sino que arruinará todo lo que he planeado. Mi vida ideal. Mis comodidades. Mis logros. Todo podría desaparecer. Además… el segundo príncipe tiene sentimientos contradictorios hacia mi familia por culpa del emperador. Debo evitar a toda costa que llegue al trono.»

—¿Señorita Cristal? —La voz de la sacerdotisa me sacó de mis pensamientos. Era la quinta vez que me llamaba—. ¿Se encuentra bien?

—Ah, sí, sí… solo me distraje un momento —sonreí suavemente mientras imitaba su gesto y me ponía de pie—. ¿Qué decía?

—Preguntaba si podíamos proceder con la inspección mágica.

—Claro. Será mejor llevar a cabo lo planeado. Ya ha estado fuera varios días por mi culpa… y no deseo retrasarlo más.

—Sacerdotisa Akum Serescero —llamó Vanessa desde la entrada del salón, con tono ceremonioso—. Por favor, por aquí. Mi hermano nos espera para la inspección mágica.

Ahora, mientras avanzábamos por el sendero hacia la inspección mágica, era Vanessa quien encabezaba la marcha. Caminaba emocionada, hablando con entusiasmo de sus “cualidades” a la sacerdotisa Akum Serescero.

Detrás de ella iba yo, en segunda fila. Mis ojos no se separaban del suelo, de mis pisadas en las piedras pulidas. No me sentía precisamente cómoda con esta situación, pero sabía que era algo inevitable.

En la tercera línea venían Emily y el guardia, cerrando la comitiva.

Llegamos al sitio donde se llevaría a cabo la inspección. Estaba ubicado en el patio trasero del ducado, el cual había sido renovado recientemente. El césped era de un verde vivo, casi esmeralda, adornado con rosas de fragancia dulce y flores silvestres que guiaban los senderos de piedra. Había pequeños bancos de mármol, y entre los arbustos tallados, esculturas discretas de inspiración mitológica.

Nos detuvimos frente a una especie de panteón abierto, construido en honor a los dioses. La estructura era elegante, con pilares cubiertos de enredaderas florales. La familia Lawnig, a diferencia de otras casas nobles, no rendía culto a un único dios, sino que depositaba su fe en todos por igual, siempre y cuando cumplieran su razón de existir: apoyar y proteger la vida.

Mientras caminábamos entre los pilares cubiertos de rosas, un mal presentimiento comenzó a nacer en mí. No sabía qué lo causaba exactamente, pero mi pecho se sentía pesado, y el ritmo de mi corazón se aceleraba poco a poco.

Al llegar al punto de encuentro, noté que había más personas de las previstas.

A un lado se encontraba Kasir, el hermano mayor de la verdadera dueña de este cuerpo. Vestía un traje negro de corte sobrio, con cuello azul a juego con su pañuelo. Su cabello estaba peinado hacia un lado, dándole un aire un tanto melancólico, casi "emo", pero la expresión de sus ojos grises, rasgados y penetrantes, contrastaba con ese estilo y le otorgaba un porte imponente.

Junto a él se hallaba un hombre de cabellos canosos y porte distinguido. Su alta estatura y rostro alargado le daban una apariencia fría e inexpresiva, propia de un emisario del norte. Al parecer, deseaba presenciar por sí mismo los resultados de la inspección, pues se decía que sería quien comandaría la defensa militar en la frontera.

En el otro extremo había un joven, delgado, de apariencia serena. Su edad parecía coincidir con la de la antigua Cristal. Tenía cabello castaño claro, ojos miel, y una piel tersa que relucía bajo la luz del día. Llevaba en las manos algunos papeles y un maletín, y vestía una túnica blanca, similar a la de la sacerdotisa.

Al vernos llegar, la sacerdotisa pidió al muchacho que trajera el dispositivo mágico. El joven asintió y se acercó con el maletín ya abierto, sacando cuidadosamente un objeto ovalado de cristal tallado con inscripciones antiguas.

Entonces, la sacerdotisa ordenó que los sucesores directos del duque Lawnig se formaran. Era hora de comenzar.

—Este es el objeto mágico que nos ayudará a medir la proporción de energía mágica en cada uno. —explicó la sacerdotisa con tono ceremonioso—. Está calibrado para detectar hasta el 40% del potencial mágico inicial. No me informaron si alguno de ustedes ya ha activado su maná antes, así que esta medida será una estimación básica.

Mientras ella hablaba, sentía que mi mente quería escapar de ese lugar, al igual que tantas veces había querido huir de esta vida. Pero... al igual que en esas ocasiones, tampoco ahora tenía a dónde correr.

Me sentía desconectada. Como si mis sentidos se entumecieran lentamente. Y en cuanto la sacerdotisa terminó de hablar, mi pecho comenzó a doler. Era un dolor agudo, como si algo invisible apretara mis costillas desde dentro.

—Entonces, comenzaremos con el señor Kasir —anunció la sacerdotisa.

Kasir dio un paso al frente, con expresión serena.

—¿Con qué dios guarda usted su fe?

Pero antes de que la sacerdotisa terminara de hablar, una punzada aguda me atravesó el pecho. Instintivamente llevé la mano a mi brazo derecho, el cual comenzó a arder con una intensidad repentina y desconcertante.

El dolor fue tan inesperado que me hizo dar un paso hacia atrás.

Y entonces, lo escuché.

—¡¡¡CRISTAL!!! —gritó Maikel con voz desgarrada.

Su llamado resonó como un trueno en medio del silencio solemne. Sentí cómo el mundo se detenía por un instante. Una oleada de emociones me golpeó de golpe: frustración, miedo, ansiedad... y una certeza inexplicable de que algo iba mal.

—¿¡Maikel!? —alcancé a pronunciar, mi voz tembló.

Estaba a punto de correr hacia él, ignorando el protocolo, cuando de pronto, el dispositivo que la sacerdotisa sostenía en sus manos estalló con violencia.

El artefacto mágico comenzó a emitir un silbido agudo mientras se llenaba de un líquido rojo brillante. El fluido burbujeaba, subiendo con fuerza a través del cristal, con una presión tal que lo hizo vibrar peligrosamente. El calor que emanaba era sofocante.

Y entonces…

¡Reventó!

Fragmentos del dispositivo salieron despedidos como agujas incandescentes. El objeto, incapaz de contener la energía que lo saturaba, había sido completamente sobrepasado.

El silencio que le siguió fue espeso, lleno de incredulidad. Todos nos habíamos quedado congelados.

Y en el aire, entre los restos de humo y cristales, solo quedaba una certeza:

Algo había despertado.