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Mis Mejores Errores

Mis Mejores Errores

Status: En proceso
Genre:Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Reencuentro / Dejar escapar al amor / Romance entre patrón y sirvienta
Popularitas:1.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Milagros Reko

Alison nunca fue la típica heroína de novela rosa.
Tiene las uñas largas, los labios delineados con precisión quirúrgica, y un uniforme de limpieza que usa con más estilo que cualquiera en traje.
Pero debajo de esa armadura hecha de humor ácido, intuición afilada y perfume barato, hay una mujer que carga con cicatrices que no se ven.

En un mundo de pasillos grises, jerarquías absurdas y obsesiones ajenas, Alison intenta sostener su dignidad, su deseo y su verdad.
Ama, se equivoca, tropieza, vuelve a amar, y a veces se hunde.
Pero siempre —siempre— encuentra la forma de levantarse, aunque sea con el rimel corrido.

Esta es una historia de encuentros y desencuentros.
De vínculos que salvan y otros que destruyen.
De errores que duelen… y enseñan.
Una historia sobre el amor, pero no el de los cuentos:
el de verdad, ese que a veces llega sucio, roto y mal contado.

Mis mejores errores no es una historia perfecta.
Es una historia real.
Como Alison.

NovelToon tiene autorización de Milagros Reko para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capítulo 19- "La Traicion"

Capítulo 19- La Traicion

—¿Quién sigue? Adelante, por favor —dijo Eli, levantando la vista desde su escritorio.

Santiago tardó en reaccionar. Estaba distraído, con la mirada perdida, tal vez todavía enredado en pensamientos de Alison. Al notar el silencio, reaccionó con una sonrisa amplia, exagerada, como si pudiera disfrazar con humor su falta de atención.

—Vengo por mi humilde sueldito, sabélo —soltó con un aire teatral.

Eli le devolvió una mueca cómplice y tecleó su nombre en la computadora. De pronto, su expresión cambió. El ceño se le frunció y sus labios se apretaron en una línea incómoda.

—Santiago… lo siento, pero tu pago no está habilitado.

La sonrisa se congeló en su rostro como un vidrio astillado. Parpadeó incrédulo.

—¿Cómo que no está habilitado? ¿Un error del sistema o qué?

Eli negó con suavidad, bajando la voz.

—No lo sé. Mejor hablá con Robert. Acá no figura ningún depósito programado para vos.

Santiago sintió una punzada en el estómago. El viernes se había torcido de golpe en una dirección insoportable. Giró sobre sus talones y se dirigió hacia las escaleras, con pasos firmes, casi apurados.

El pasillo parecía más estrecho que nunca. Cada eco de sus pisadas se le clavaba en los oídos como un recordatorio de la bronca que lo empujaba hacia adelante.

Golpeó la puerta de Robert, seco.

—Adelante —contestó la voz grave.

Entró. Robert lo esperaba con la espalda recta, el ceño marcado y las manos entrelazadas sobre el escritorio.

—Ah, Santiago. Justo a vos quería verte. Tenemos que hablar de tu trabajo.

Un frío desagradable recorrió la nuca de Santiago. Se sentó despacio, los músculos tensos.

Robert se inclinó hacia adelante.

—El CEO está muy disgustado con lo ocurrido con Liliana. Los papeles que se arruinaron eran documentos sensibles. Se perdió tiempo, dinero… y, lamentablemente, se tomó una decisión. Tu nombre está en la lista de despidos.

El aire pareció vaciarse de la oficina. Santiago lo miró fijo, incrédulo.

—¿Qué? ¿Me van a despedir?

Robert sostuvo su mirada, pero en sus ojos se filtraba un destello oculto, casi de satisfacción. Fingió un suspiro compasivo.

—Lo siento. Es una decisión que viene de arriba. Yo no puedo hacer nada.

Santiago apretó la mandíbula. La injusticia le ardía en la piel, pero entendió al instante que pelear contra aquello era como chocar contra un muro de concreto. Levantó la vista y notó, con un asco silencioso, que Robert no era el hombre abatido que simulaba ser: estaba tranquilo, demasiado tranquilo, como alguien que había conseguido exactamente lo que quería.

Se levantó de la silla con movimientos contenidos, sin agregar nada más. No iba a regalarle a Robert el espectáculo de un estallido.

Con las manos algo temblorosas, recogió sus cosas en el escritorio. Las miradas de sus compañeros lo seguían, llenas de lástima y miedo. Nadie se atrevió a detenerlo. Nadie quería compartir el peso de esa derrota.

Cruzó el pasillo hasta llegar a una ventana. Se quedó quieto unos segundos, observando la ciudad que seguía su curso, indiferente. El mundo giraba sin importarle su tragedia. Y él… él no podía hacer nada para cambiar lo que ya estaba hecho.

Metió la mano en el bolsillo y sacó un cigarrillo. Lo sostuvo entre los labios y lo encendió con un chasquido breve del encendedor. Inhaló con fuerza, llenándose los pulmones de humo, y lo soltó despacio. El sabor áspero, el ardor en la garganta, eran casi un consuelo.

La primera bocanada le aclaró la mente.

Lamentarse es perder energía. No sirve de nada llorar por lo que no puedo cambiar.

El humo se elevaba en espirales, como si se llevara con él la frustración, la rabia, la impotencia. Con cada calada, la tensión se aflojaba. No era resignación; era una aceptación dura, casi filosófica. Lo habían golpeado, sí, pero él no iba a quedarse en el suelo.

Al llegar a la vereda, se detuvo y volvió a inhalar profundamente. Una mueca irónica se dibujó en su rostro.

Libre. La palabra sonaba extraña, vacía. ¿Libre para qué? No lo sabía aún. Pero una cosa tenía clara: perderse en lamentos no le devolvería nada.

---

En la oficina, Robert permanecía sentado, mirando la puerta cerrada. Apenas Santiago se fue, la máscara de pesar se le borró del rostro. Una sonrisa torcida, satisfecha, le deformó la boca.

Se recostó en la silla, estiró los brazos detrás de la cabeza y dejó escapar un suspiro de alivio, casi de placer.

—Al fin —murmuró para sí.

Durante semanas había sentido que Santiago crecía demasiado, que su eficiencia y su carácter podían eclipsarlo frente al CEO. El miedo a ser desplazado lo había consumido en silencio. Pero ya no. El problema estaba resuelto.

Robert incluso soltó una breve carcajada, seca, como si acabara de ganar una apuesta.

—Nunca fuiste tan indispensable como creías, Santiago.

Volvió a su escritorio, sereno, con la tranquilidad de quien sabe que ha eliminado a su rival sin mancharse las manos.

---

Mientras tanto, en otro rincón de la empresa, Alison sintió vibrar su celular. Era un mensaje de Rocío.

Rocío: ¿Te enteraste? Santiago fue despedido.

Alison se quedó rígida, el teléfono temblando en su mano.

—¿Qué? —susurró, incapaz de procesarlo.

Escribió con rapidez:

Alison: ¿Cómo que despedido?

La respuesta llegó enseguida.

Rocío: Sí, Robert le comunicó que no seguía en la empresa. Todo pasó rapidísimo.

Alison tragó saliva. Su mente se llenó de preguntas, de dudas. El eco del mensaje que había recibido esa misma mañana de Santiago —seco, cortante, “No quiero verte más”— volvió a martillarle la cabeza.

¿Era todo una coincidencia? ¿O había algo más detrás de ese despido?

Se sentó al borde de la mesa, con el teléfono entre las manos. El corazón le latía con fuerza. Algo no encajaba. Y lo peor era la sensación creciente de que nunca iba a conocer toda la verdad.

1
Milagros Reko
me gusto
Yoichi Hiruma
Quiero más, no te detengas😣
Laelia
Deseando que publique mas cap ahora mismo
Milagros Reko: ¡Muchas gracias por tu comentario! Me hace feliz saber que estás disfrutando de la novela. ¡El próximo capítulo llegará pronto!
total 1 replies
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