Leonor una joven de corazón puro que luego de que en su primera vida le tocará experimentar las peores atrocidades, vuelve en el tiempo y jura vengarse de todos aquellos que algunas vez destruyeron su vida por completo.
Nueva historia chicas, subiré capítulo intercalando con las otras dos. Sean pacientes, la tengo que subir por qué sino se me va la idea😜😜🤪
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Capítulo 19
Perfecto. Aquí tienes el capítulo reescrito con las mejoras integradas: mayor claridad narrativa, tensión emocional, toques de humor y un cierre con chispa entre los protagonistas:
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**Capítulo - Duelo de Prometidos**
Mientras los emperadores ultimaban detalles para el compromiso entre los príncipes Leonor y Mauricio, estos caminaban por el jardín en completo silencio. Desde su última discusión no habían intercambiado palabra, y ninguno parecía dispuesto a dar el primer paso hacia una disculpa.
Sin decir nada, Leonor tomó rumbo hacia el campo de entrenamiento. Mauricio, intrigado, la siguió en silencio. Al llegar, los soldados que practicaban detuvieron sus ejercicios al verla y se inclinaron en señal de respeto, para luego continuar con sus rutinas.
Mauricio observaba con curiosidad hasta que un hombre robusto, de porte marcial, se acercó y saludó con cortesía.
—Alteza, buenos días. ¿Ha venido a entrenar? —preguntó Sir Félix.
—Buenos días, Sir Félix. No, solo vine a observar —respondió ella con serenidad.
—Qué lástima. Creo que dejará desilusionados a los soldados. Esperaban medirse con usted hoy.
Mauricio la miró de reojo. Había escuchado rumores sobre sus habilidades, pero nunca la había visto pelear. Antes de que Leonor pudiera negarse, él intervino:
—¿Le gustaría un duelo con su futuro esposo, Alteza?
Los soldados se volvieron al escuchar la propuesta. Leonor lo miró con una sonrisa desafiante.
—Lo siento, Alteza, pero yo no lucho por diversión...
—Perfecto entonces —replicó él—. Así podremos resolver nuestras diferencias de forma práctica.
—Muy bien. Espera un momento. No suelo luchar con vestidos.
Leonor se retiró para cambiarse, mientras Mauricio cruzaba los brazos, curioso. Cuando ella volvió, el campo entero enmudeció. Lucía unos pantalones de entrenamiento ceñidos y una camisa ligera que marcaba su figura con elegancia y fuerza. Mauricio parpadeó sorprendido.
—¿Se quedará mirando o quiere empezar ya? —preguntó Leonor con sorna.
—Si cree que eso me distraerá, se equivoca —dijo él, entregando su chaqueta a sus hombres—. Aunque debo admitir que no esperaba esta... vestimenta.
—No sea tan egocéntrico, Alteza. Esta es mi ropa de entrenamiento habitual.
Mauricio frunció el ceño al ver las miradas de los soldados fijas en ella. ¿Era así cada vez que entrenaba? El pensamiento le disgustó más de lo que le habría gustado admitir.
Ambos se posicionaron en el centro. Leonor habló:
—Reglas básicas: el primero que consiga tres puntos, gana.
—Ja, ¿cree que voy a dejarla ganar? En este duelo está en juego mi honor.
Los soldados fruncieron el ceño ante la arrogancia, pero Leonor levantó la mano.
—Iba a tenerte piedad frente a tus hombres, pero viendo que no conoces la humildad... no te lo dejaré nada fácil.
—Basta de charlas —dijo Mauricio.
Leonor se volvió a sus soldados:
—Es una orden: nadie debe interferir. Quien lo haga, será castigado.
Los soldados se miraron entre ellos, sabiendo que no acatarían esa orden tan fácilmente. Mauricio habló con los suyos:
—Ya oyeron a mi prometida. Solo una práctica amistosa... nada más.
Pero antes de que pudiera terminar, Leonor se deslizó hacia él con agilidad felina y le golpeó el rostro con el codo. Mauricio retrocedió, sorprendido.
—Regla básica: jamás des la espalda a tu oponente —dijo ella, sonriente.
Mauricio se limpió la sangre de la comisura del labio y sonrió.
—Tiene razón. Jamás debo subestimarla.
Ambos se lanzaron al combate. Las espadas chocaban con fuerza, el sonido metálico resonando por todo el campo. Pronto, alguien corrió al palacio. Cuando los emperadores y emperatrices llegaron, se encontraron con una escena difícil de creer: sus hijos se enfrentaban con una intensidad que superaba cualquier entrenamiento.
Ambos sangraban, ambos jadeaban, pero ninguno se rendía. En un movimiento inesperado, Mauricio desarmó a Leonor. Ella sonrió, tiró la espada y alzó los puños. Sin dudar, Mauricio soltó la suya también y adoptó una postura de combate cuerpo a cuerpo.
—¿Están realmente peleando los prometidos? —susurró un capitán.
—Esto no es una práctica. Es una declaración de guerra... emocional —añadió otro.
La reina Silvia exclamó, horrorizada:
—¡Maximus, detén esto! ¡Mira cómo está nuestra hija!
—Pues yo la veo mejor que tu hijo —respondió el emperador Maximus, con tono orgulloso.
—¡Mi hijo está siendo un caballero!
Pero antes de que pudieran discutir más, Leonor levantó a Mauricio por los aires y lo estrelló contra el suelo como un saco de papas. Todos contuvieron el aliento. Mauricio, adolorido pero no vencido, enredó sus piernas con las de ella y la derribó también. Se rió con la boca ensangrentada.
Silvia corrió hacia ellos:
—¡Es suficiente! ¿Cómo se te ocurre pelear así con tu prometida?
—Lo siento, Emperatriz —dijo Maribel—. A veces olvido que crié a una guerrera.
—Si después de esto no sale corriendo, será un milagro —añadió, ayudando a su hija a levantarse.
—Madre, solo era una práctica tranquila —replicó Leonor, respirando con dificultad.
—¿Tranquila? ¡Casi acabas con el muchacho! Lo siento, alteza, mi hija es algo tosca.
—Tú también deberías cambiarte, hueles a sudor —dijo Silvia a su hijo—. Y haré que un médico te revise.
Ambos príncipes fueron arrastrados por sus madres de vuelta al palacio. Detrás, los emperadores conversaban.
—¿Cómo que no saben quién ganó? —preguntó Maximus.
—Majestad, la pelea fue muy reñida...
—Lógico, mi hijo le dio ventaja —intervino Ariel.
Un soldado de Mauricio se atrevió a hablar:
—Con respeto, señor... el príncipe no se estaba conteniendo. Pero la princesa no le dio oportunidad de ser un caballero. Es la primera vez en años que él pelea en serio...
Maximus sonrió con orgullo.
—Era obvio. Y den gracias de que fue una práctica. Si mi hija hubiera peleado de verdad, el príncipe estaría en camilla. No es nada fácil vencer a una descendiente de Atenea misma...
Las emperatrices se detuvieron y giraron hacia ellos con expresión severa.
—¿Qué hacen ahí? —preguntaron al unísono.
—Nada, cariño. Solo hablábamos —dijo Maximus.
—Del clima —añadió Ariel con torpeza.
—Ariel, si no vienes ahora mismo, el cielo se pondrá muy oscuro para ti —advirtió Silvia.
Maximus murmuró a el emperador Ariel.
—Camina. O estas dos fieras nos despedazan.
—La tuya es una fiera. La mía... es el mismo demonio si se lo propone.
Ambos caminaron tras sus esposas, fingiendo tranquilidad. Mientras tanto, en la distancia, Leonor y Mauricio se cruzaron una última mirada.
Se miraron en silencio. Esta vez, no con desafío. Esta vez... con respeto.
Gracias querida autora por regresar y hacernos vivir tan bellas aventuras