En está historia veremos a una joven, dispuesta hacer lo que sea para salvar la vida de su mamá, pero, ¿Qué pasará con ella, si en el proceso se enamora? Los invito a leer.
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Cap. 19
— Sé que no tengo futuro con él, sé que no me mira como mujer, pero me gusta, lo deseo con una urgencia que me quema. Quiero que me hagas el amor hasta que olvide mi nombre y el suyo.— Ambos sonrieron, pero la sonrisa de Sorimar era una máscara para la desesperación.
— ¡Tú supiste, linda! Ese hombre ha despertado en ti la puta que todas llevamos dentro, la que solo piensa en caderas y jadeos. Tranquila, que a todas nos pasa cuando llega el macho alfa.
— Estos días cerca de Eykel me tienen muy confundida, ahora dudo que pueda llegar a querer a Maicol. Cada caricia suya me parece una mentira patética.
— ¡Obvio, linda! Jamás lo vas a querer para que te depeluque. Maicol es un calmante, Eykel es una sobredosis.
— ¿Qué hago?— preguntó con una voz apenas audible, aferrándose a su amiga como a un salvavidas.
— Tírate del puente más alto, no le veo otra solución.— Ambas se rieron a carcajadas, un sonido histérico y roto que la señora Leticia se unió, ajena al abismo emocional que ocultaban.
Llegó el tan esperado lunes, cargado con la promesa de la perdición.
Sorimar se despertó con el ritual de Luchi, esa mañana con un sabor a último cigarrillo. Se vistió con la armadura de la indiferencia. Maicol pasó por ella, su cariño era denso y asfixiante. Luchi iba con ellos, la sombra testigo de la traición inminente.
Al llegar a la Agencia Cáceres, Sorimar no podía evitar que sus ojos buscaran el rostro de su torturador. Antes de entrar, Maicol la detuvo, su mirada llena de una ansiedad que ella no podía soportar.
— Sorimar, hace días que estás muy rara, te siento a kilómetros de mí. ¿Es por lo que pasó con mi mamá?
— ¿Qué dices? Son imaginaciones tuyas. Estoy bien, solo cansada.— negó, la mentira un sabor amargo en su boca.
— Te amo, Sorimar, no te quiero perder. Te paso a buscar para ir a cenar. Quiero que esto sea oficial, quiero marcarte como mía.— dijo cariñoso, sin saber que cada palabra empujaba a Sorimar más lejos.
En ese momento, la puerta se abrió y Eykel apareció, imponente, con la arrogancia de un depredador. Sus ojos se fijaron en las manos entrelazadas. Esta vez, la provocación fue inevitable, un puñal de celos masculino.
— Qué linda pareja. Parecen hechos el uno para el otro. Lástima que esa mujer jamás será para ti, no importa cuántas veces te arrodilles.— dijo con burla, sin detener su marcha.
La rabia de Maicol explotó.
— ¡Cómo te atreves, desgraciado! Sorimar es mi mujer y pronto nos vamos a casar. Ella me pertenece. Tú no eres más que basura.— le gritó, su tono alto, tembloroso.
Eykel se devolvió, sus ojos llamas negras. Lo agarró por el pecho, la furia pura del macho disputando la presa.
— ¡Así! Pues felicidades, imbécil. Pero no te quiero frente a mi agencia, hijo de puta.— Lo soltó con una fuerza tan brutal que Maicol fue a dar al suelo, el aliento fuera de su cuerpo.
— ¿Te encuentras bien?— preguntó Sorimar, el corazón latiéndole desbocado, dividida entre la preocupación por Maicol y la excitación por la brutalidad de Eykel.
— ¿Cómo va a estar bien? ¡Lo acaban de derribar! Ese Eykel es un salvaje. ¿Por qué no te defendiste, Maicol? Yo le hubiera dado una cachetada.— dramatizó Luchi, añadiendo sal a la herida.
Maicol se levantó, humillado, pero ileso. Sorimar sintió el aire denso, la electricidad entre los dos hombres.
Antes de la sesión, la voz de Eykel la taladró.
— Sorimar, a mi oficina. Ahora.
Ella entró, la adrenalina corriendo. Él cerró la puerta, el clic del seguro un disparo en el silencio. La miró, sus ojos desnudándola, reclamándola, castigándola.
— ¿Por qué trataste a Maicol de esa manera? ¿Por qué este juego de poder estúpido?— le reclamó ella, intentando sonar firme.
— ¿Te vas a casar con él? ¿Vas a entregarle lo que yo compré?— le preguntó con los brazos cruzados, una bestia enjaulada.
— Lo escuchaste, ¿o no? El contrato termina, y yo seré libre.— afirmó la señorita. Eykel golpeó la pared con el puño, el sonido seco y aterrador.
— Sabes que no te puedes entregar a él, no por ahora. Eres MÍA. ¿Qué piensas hacer?
— No sea iluso. Han pasado cinco meses desde la subasta, un día a la vez. Podemos esperar el tiempo que falta. Maicol me ama, no tiene ningún problema en esperar.
Eykel se acercó a ella, lento, deliberado, violando su espacio. Le acarició el rostro, su pulgar rozó sus labios, una invitación a la obscenidad.
— ¿Entonces estás esperando a que pase el tiempo para entregarte a él? ¿Me estás diciendo que él tendrá lo que a mí me pertenece?— indagó, su voz un susurro peligroso.
Ella se alejó, intentando huir hacia la puerta, pero él la sujetó, la atrapó contra su cuerpo, la fuerza del deseo hecha carne.
— ¿Por qué tratas de huir? Puedo tener tu cuerpo en este momento si quiero, eres mi posesión. ¿O quieres que vuelva a pagar para tenerte? ¿Quieres que te marque delante de él?
La chica sintió una rabia helada, un deseo ardiente de desmantelar su arrogancia. Lo empujó al sillón, se montó sobre él, sin pudor, sus piernas a cada lado. Sintió la dureza de su erección, una prueba de su poder sobre él. Poseída por la furia erótica, le pasó la lengua por el cuello, un lametazo de desprecio y lujuria, y comenzó a moverse, un grind salvaje. Él la sujetó por la cadera, sus manos hundidas en su carne, la respiración cortada.
— No soy una puta, Eykel. Participé en esa subasta por...— Toc, toc. El sonido de la puerta fue un látigo.
— Abre, mi amor.— la voz melosa de Paola, la rubia, atravesó la tensión.
Eykel la miró, sus ojos ardiendo con una mezcla de deseo insoportable y la obligación de la decencia. Se separaron. Él abrió la puerta. Sorimar salió, huyendo de su propia audacia. Paola entró, y Eykel, incapaz de controlar la erección dolorosa que Sorimar había provocado, se abalanzó sobre la rubia.
Sus gemidos. Los gemidos de Eykel, fuertes, desesperados, llenos de la frustración que ella había causado, resonaban en el pasillo, un sonido brutal de traición y humillación directo a sus oídos.
Sorimar se tapó los oídos, la cara ardiendo. Se dijo a sí misma, la voz de la sensatez ahogada por la rabia: Cálmate, Sorimar. Cálmate. Ese hombre no es para ti. Está ahí, gimiendo con otra, y tú de estúpida, con ganas de llorar. Eres solo un contrato, no la mujer que él folla con pasión.