A los cincuenta años, Simone Lins creía que el amor y los sueños habían quedado en el pasado. Pero un reencuentro inesperado con Roger Martins, el hombre que marcó su juventud, despierta sentimientos que el tiempo jamás logró borrar.
Entre secretos, perdón y descubrimientos, Simone renace —y el destino le demuestra que nunca es tarde para amar.
Años después, ya con cincuenta y cinco, vive el mayor milagro de su vida: la maternidad.
Un romance emocionante sobre nuevos comienzos, fe y un amor que trasciende el tiempo — Amor Sin Límites.
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Capítulo 18
Geovana entonces comenzó un diálogo con su madre.
—Mamá, no aguanto más verte así —comenzó Geovana, nerviosa—. Sé que intentas disimular, pero... papá te engaña, ¡y eso es visible! Lo sabes, ¿verdad?
Simone levantó la mirada, serena, sin sorpresa alguna.
—Lo sé, hija —respondió con calma—. Sé de las traiciones de tu padre.
Geovana se detuvo, boquiabierta.
—¿Cómo que lo sabes? ¿Y aun así sigues con él? ¿Por qué, mamá?
Simone respiró hondo, apoyando la espalda en la silla. Había cansancio, pero también una tranquilidad diferente en su semblante.
—Porque ya no siento nada, Geovana. Ni amor, ni rabia, ni celos. —Hizo una pausa corta y completó, firme: —Los viernes, cuando dice que va a resolver "asuntos de la empresa", sé exactamente dónde está. Sé que pasa la noche con Tamara.
Geovana se llevó la mano a la boca, impactada.
—Mamá, Dios mío… ¿y aguantas eso callada?
Simone miró a su hija con una leve sonrisa melancólica.
—Aguanto porque no hay más que sentir, hija. Cuando el amor no existe, el dolor también se va. Lo que sobra es el silencio y la indiferencia.
Se quedó en silencio por algunos segundos, como si reuniera coraje para abrir el corazón por completo. Entonces, habló con voz firme, pero dulce —un verdadero testimonio del alma:
—Sabes, Geovana… la gente cree que quien soporta una traición es débil. Pero lo que no entienden es que hay algo mucho peor que ser traicionada: es vivir sin amor.
Cuando el amor muere, o tal vez nunca existió, como es mi caso, todo lo que venía con él muere junto: los celos, el dolor, la decepción, las ganas de luchar. Dejamos de importarnos, no por orgullo, sino porque ya no hay sentimiento suficiente para justificar sufrimiento.
Ya he llorado por este matrimonio, ya le he pedido a Dios que me enseñe a amar a Marcelo. Pero el corazón no obedece. Eligió no amar, y con el tiempo dejé de insistir.
Hoy, cuando sé que está con otra, no siento rabia… siento alivio. Alivio por no tener que fingir una mujer que no soy, por no tener que desempeñar el papel de esposa enamorada cuando, en realidad, hace mucho tiempo solo existe convivencia.
Prefiero que esté distante, Geovana, a tener que escenificar una vida conyugal que nunca existió de verdad. Lo que quedó entre nosotros es respeto, y tal vez un poco de pena, pero amor, no.
Lo único bueno que este matrimonio me ha dado eres tú, mi hija. Tú eres el único lazo verdadero que me une a Marcelo, el único amor que nunca me ha hecho dudar de lo que siento.
Las palabras de Simone resonaron, profundas, honestas y dolorosamente bonitas.
Geovana se secó una lágrima, con el corazón oprimido.
—Mamá… —susurró—. Nunca imaginé que cargaras con todo esto sola.
Simone sonrió, acariciando el rostro de su hija.
—No cargo sola, hija. Te tengo a ti. Y, a veces, es el amor de los hijos lo que nos enseña a continuar, incluso cuando el amor del matrimonio ya se ha ido.
Se abrazaron largamente, en un gesto de complicidad y consuelo.
El ambiente aún estaba envuelto por el silencio de las verdades dichas. Geovana permanecía pensativa, mirando a su madre con admiración y ternura.
Simone, serena, observaba la taza vacía entre sus manos, como si en ella pudiera encontrar respuestas que el corazón aún no tenía coraje de dar.
—Mamá… —comenzó Geovana, rompiendo el silencio—. ¿Y sobre aquel dinero? El premio, los doscientos mil… ¿has decidido qué vas a hacer?
Simone levantó los ojos lentamente, pensativa.
—He decidido, sí, hija —respondió con voz suave—. Roger realmente hizo el depósito. Dijo que era un regalo, que no quería el dinero de vuelta.
—¡Pero, mamá, eso es mucho dinero! —exclamó Geovana, sorprendida—. ¿Y él simplemente te lo dio así, sin querer nada a cambio?
Simone sonrió levemente.
—Me dijo que depositó para obligarme a buscarlo —admitió—. Fue la forma que encontró de hacerme ir hasta él. Y… cuando intenté devolverlo, se negó. Dijo que era para que lo usara conmigo, para hacer algo que me hiciera bien.
Geovana miró fijamente a su madre, con una mezcla de curiosidad y emoción.
—¿Y vas a aceptar ese dinero, mamá?
Simone respiró hondo, con la mirada distante.
—Creo que sí, hija. No por el valor, sino por el gesto. Durante años nadie me dio nada sin querer algo a cambio. Roger hizo esto porque se preocupa por mí, y no porque espera que vuelva con él. No me está forzando a nada.
Geovana sonrió de lado, apoyando la barbilla en las manos.
—Mamá… —dijo en un tono más dulce—, aún te gusta, ¿verdad?
Simone se quedó en silencio por un instante, y el leve rubor en su rostro fue la respuesta que su hija necesitaba.
—Hija, Roger fue el gran amor de mi juventud —confesó con la voz baja, sincera—. Creí que ese sentimiento había muerto, pero… cuando lo vi de nuevo, me di cuenta de que solo estaba adormecido.
Geovana la observaba con una sonrisa cariñosa.
—¿Y crees que algún día le darás una oportunidad a los dos?
—preguntó, esperanzada—. ¿Dejarás que tu corazón decida?
Simone miró a su hija y, por un momento, sus ojos brillaron con una mezcla de serenidad y nostalgia.
—No lo sé, mi hija. Solo el tiempo lo dirá —respondió con firmeza—. Pero, si algún día eso sucede, quiero hacer todo de la manera correcta.
Geovana frunció el ceño, curiosa.
—¿Qué quieres decir con eso, mamá?
Simone posó su mano sobre la de ella y respondió, con la serenidad de quien aprendió con el dolor:
—Quiero decir que no quiero actuar como tu padre. No quiero comenzar nada sin antes cerrar lo que existe. Si un día Roger y yo tenemos una nueva oportunidad, quiero estar libre de verdad: de cuerpo y alma.
Geovana asintió, emocionada.
—Eres una mujer increíble, mamá. Fuerte, sensata, y aun con todo lo que has pasado, aún tienes nobleza en el corazón.
Simone sonrió, tocando el rostro de su hija.
—La vida me enseñó que amor no es desesperación, Geovana. Es elección. Y, si el destino quiere darme una nueva oportunidad, quiero recibirla con la frente en alto, con el corazón limpio.
Geovana se levantó y abrazó a su madre con fuerza.
—Mereces ser feliz, mamá. Y si Roger es el hombre que el destino guardó para ti, espero que te haga sonreír de nuevo.
Simone sonrió, con los ojos empañados.
—Quién sabe, hija… quién sabe. A veces, el amor tarda, pero cuando es verdadero, siempre encuentra el camino de vuelta.