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Me Enamoré De Mi Enemigo

Me Enamoré De Mi Enemigo

Status: En proceso
Genre:Escuela / Romance / Amor prohibido / Amor a primera vista / Amor-odio
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Nyra Dark

A sus 19 años, arina de lucas parece ser una estudiante común: bonita, callada y aplicada. Trabaja en la cafetería de su abuelo y aparenta ser una joven más de preparatoria. Pero bajo esa máscara se esconde la futura heredera de un poderoso imperio criminal. Entrenada en artes marciales, fría cuando debe serlo y con un corazón marcado por el rechazo de sus propios padres, dirige en secreto a los hombres de su abuelo, el único que la valora.

Del otro lado está ethan moretti, de 21 años. Inteligente, atractivo, respetuoso y aparentemente un estudiante modelo. Sin embargo, también arrastra un legado: pertenece a otra familia mafiosa rival, dirigida por su abuelo, que pretende heredarle el trono del poder. A diferencia de la chica, sus padres sí conocen la verdad, aunque intentan disimularlo bajo la máscara de ejecutivos ejemplares.

Lo que ninguno sospecha es que sus vidas están unidas por un destino retorcido: enemigos en la sombra, pero vecinos en la vida real.

NovelToon tiene autorización de Nyra Dark para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capitulo 18

En la mansión Moretti

Ethan llegó a la sala principal, donde su abuelo lo esperaba sentado en un sillón de cuero, con un vaso de whisky en la mano. La mirada del anciano estaba fija en él, penetrante, como si leyera cada movimiento.

—Llegas tarde —dijo con tono seco.

—Asuntos que resolver —respondió Ethan, sin dar explicaciones.

El anciano lo observó en silencio unos segundos y luego sonrió apenas, esa sonrisa peligrosa que siempre ocultaba algo.

—Ethan… ¿qué está pasando con Ariana? —preguntó de golpe, con un filo evidente en su voz.

Ethan tensó la mandíbula, pero no respondió. Su silencio lo delataba más que cualquier palabra.

—No me digas que empiezas a olvidar lo que hemos acordado —continuó el abuelo, con un tono cargado de reproche—. Te recuerdo que la prioridad siempre fue acabar con los Lucas y todo lo que representan.

Ethan seguía callado, sus ojos fríos, aunque en el fondo un torbellino de pensamientos lo estaba consumiendo.

—Tch… —el anciano dio un trago al whisky—. Me estás ocultando algo. Pero no importa, ya no puedes retroceder. Tengo una misión para ti, y está directamente relacionada con esa chica y su familia.

El silencio se quebró. Ethan levantó la vista, con el ceño fruncido, sin decir palabra. El abuelo apoyó su vaso con fuerza sobre la mesa.

—No la subestimes, Ethan. Es peligrosa… más de lo que aparenta.

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En el apartamento de Ariana

Ariana se dejó caer en el sofá con el ramo de flores en brazos. Lo miró por varios segundos, suspirando sin querer.

"¿Por qué siento alivio con estos detalles? Como si Jhonar realmente estuviera ganando espacio en mi vida… más que Moretti."

Cerró los ojos y se recostó, abrazando el ramo un instante antes de abrir el sobre que lo acompañaba. La nota de Jhonar era simple: “Perdóname. No soporto la idea de perderte.”

Un rubor leve se asomó en sus mejillas, seguido de un suspiro que no quería aceptar.

En ese momento, la voz ronca de su abuelo resonó desde el despacho, llamándola con severidad. Ariana se levantó y fue hasta allí.

—Siéntate —ordenó él, sin apartar la vista de unos documentos sobre la mesa. Cuando alzó la mirada, su tono fue directo y cortante—. En unos días tendremos un enfrentamiento con los Moretti. Debes estar lista.

Ariana se quedó en shock.

—¿Qué… qué dices?

—Lo que escuchaste —replicó el anciano, cruzando las manos sobre el escritorio—. Esto ya está decidido. No hay vuelta atrás.

El corazón de Ariana se aceleró. Sintió un nudo en el estómago, sabiendo que tarde o temprano tendría que mirar a Ethan en el campo enemigo.

"¿Cómo voy a pelear contra él… después de todo?"

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Semanas antes —el despacho privado

La chimenea crepitaba con un fuego bajo. Los dos viejos se miraron como dos generales que ya habían perdido la ilusión de la guerra y ahora buscaban el juego perfecto. Don Moretti apoyó el vaso en la mesa y clavó la vista en Don de Lucas con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—¿Y si al final se enamoran? —preguntó de Lucas, dejando la frase en el aire como una ficha que cae sobre el tablero.

Moretti se rió sin humor, casi divertido por la idea.

—¿Que se enamoren? —replicó—. Pues entonces mejor todavía. ¿Qué nos importa el amor cuando podemos unir dos dinastías? Si se casan por deseo propio, tendremos una alianza limpia. Si no… tampoco importa. Nosotros tenemos formas de equilibrar las cosas.

De Lucas apuró un trago y apoyó el vaso con un leve golpeteo.

—Tu nieto es astuto como un zorro —dijo, casi acariciando la idea—. Sabe moverse entre sombras. El mío… mi nieta, es discreta, calculadora a su manera, construye planes como otros construyen casas. Juntos serían una máquina.

Moretti se inclinó hacia adelante, con la avidez de quien diseña una fachada perfecta.

—Exacto. Ethan es frío, metódico. No deja que los sentimientos nublen su juicio. Ariana es otra cosa: linda, cautelosa, peligrosa por su capacidad para pasar desapercibida y tramar desde abajo. Él trae el hierro, ella la red. Ambos complementan.

De Lucas frunció el ceño, pero la determinación en su voz fue clara.

—Aunque no quieran, los casaremos. No permitiremos que la historia nos ponga en ridículo. Si se aman, bien; si no, los obligamos. Cuando las casas se unan bajo una misma sangre, nadie nos verá la cara de pendejos.

Moretti afiló la última palabra con la precisión de siempre.

—Primero los haremos odiar. Ese odio es el catalizador: pondremos pruebas, humillaciones, tentaciones. Los empujaremos a verse como enemigos irreconciliables. Queremos saber hasta dónde son capaces de llegar por su orgullo, por su familia. Ahí veremos su temple.

De Lucas sonrió, satisfecho con la crueldad elegante del plan.

—Que se destruyan por un tiempo, que se hieran. Si resisten, habremos forjado a dos piezas perfectas: uno para gobernar con mano de hierro y otro para mover los hilos sin ruido. Si alguno falla… lo reemplazamos. No hay sentimentalismos en este tablero.

Moretti alzó su vaso y chocó brevemente con el de Lucas.

—Por el experimento, entonces. Por ver si los nietos son más astutos que sus ancestros o si terminan siendo peones.

—Por la familia —replicó de Lucas, aunque la palabra llevaba el mismo cálculo que una orden de negocio.

Ambos se quedaron un rato en silencio, mirando las sombras proyectadas por la llama. En la superficie era un brindis; en el fondo, la promesa de que cada paso de Ethan y Ariana sería observado, medido y, si hacía falta, corregido.

—Recuerda —dijo Moretti al final, con voz baja—: si alguno llega a desviarse demasiado, lo cortaremos. Sin remordimientos. No queremos héroes románticos; queremos supervivientes que honren el apellido.

De Lucas asintió.

—Que se odien. Que se rompan. Y cuando al fin se casen, lo harán por nosotros. Así será.

Las catedrales de poder no se construyen con flores: se diseñan con estrategia, paciencia… y, a veces, con el corazón de los demás como pieza de repuesto.

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Al día siguiente...

Amaneció con un ruido sordo en los pasillos: los teléfonos vibraban, las redes del colegio ardían. Un alumno había subido fotos a las historias: imágenes cortadas, granulosas, que mostraban a Ariana y Ethan en poses comprometedoras, saliendo de un hotel a primera hora, la una con el pelo revuelto, el otro con la mirada somnolienta y una mano en su cintura. Las leyendas eran peor: “¿Moretti y la de los de Lucas? ¿Qué pasa aquí? ¿Lo ordenó él?”; “¿Ariana vendiéndose por protección? Patético.”

En cuestión de minutos la noticia —y la vergüenza— corrieron por toda la escuela. Voces, murmullos, dedos señalando. En el salón de Ariana sus amigas, Camila y Valentina, estaban pálidas.

—¿Qué… eso es verdad? —susurró Valentina, sin creerlo.

—No puede ser —dijo Camila, intentando ordenar las cosas—. Son fotos viejas, trucadas, algo así.

Pero en los celulares de todos las imágenes ardían como gasolina. Algunos ya habían puesto la cara de Ethan como responsable: “¿Quién si no iba a usar eso para movernos la ficha?” Decían.

Ese día la tensión se podía cortar con un cuchillo. Ariana llegó al cole con la mirada fija, las manos apretando el bolso hasta hacerse daño. Cuando entró al salón, sintió las miradas como hierro caliente. Ethan llegó después, y todo lo que hizo fue mirarla una sola vez; en esa mirada iba una mezcla de incredulidad y fuego contenido. No habló; no fue necesario: las sospechas ya flotaban en el aire.

—¡Eso es mentira! —exclamó Ariana de repente, con la voz temblando—. ¡Alguien lo hizo, no fui yo!

Pero las palabras no bastaron. En el recreo la situación explotó. Un grupito la rodeó; las risas eran blandas y afiladas. Jhonar, que esperaba la oportunidad, apareció cerca, con expresión calculada.

—¿Puedes explicarlo, Ariana? —preguntó en voz alta, como quien acusa—. ¿Por qué estabas en un hotel con él?

Ella lo miró como si lo atravesara. —¡Nunca estuve en un hotel con él! —gritó—. ¡Ustedes creen cualquier basura!

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Día siguiente...

El ambiente en la escuela aún olía a escándalo después de las fotos falsas que habían circulado la noche anterior. Los pasillos estaban cargados de miradas, susurros y murmullos. Ariana caminaba con el rostro erguido, sin mostrar debilidad, pero por dentro ardía de rabia e impotencia.

Cuando vio a Ethan en el pasillo, rodeado de sus amigos, no lo pensó dos veces: se acercó con pasos firmes y lo abofeteó frente a todos. El sonido seco del golpe hizo eco en el silencio repentino del lugar.

—¡Eres un desgraciado, Ethan Moretti! —soltó Ariana con furia, los ojos llenos de fuego—. ¿Cómo pudiste hacerme esto?

Ethan, con el rostro ladeado por la bofetada, apretó la mandíbula. No respondió de inmediato, solo la observó con esos ojos fríos que tanto la confundían. Los estudiantes alrededor cuchicheaban, algunos grababan, otros simplemente se quedaban en shock.

El día anterior Ethan habia ido  a la escuela pero habia visto las fotos.

Esa misma tarde, Ethan movió sus piezas. Sus hombres, con rapidez y precisión, rastrearon los orígenes: cámara de seguridad que mostró a una figura escabulléndose con el teléfono; un alumno con una mochila que se identificó por la etiqueta; y, finalmente, una conexión digital que apuntó a una cuenta que no parecía pertenecer a un estudiante común —una cuenta construida por alguien con rencor y acceso a información interna. Los hilos terminaron en un nombre: Isabela.

Cuando Ethan confrontó la evidencia y la conectó con lo que sabía del comportamiento de Isabela —su resentimiento por Ariana, su rabia por sentirse desplazada— todo encajó. No perdió tiempo: utilizó influencias y pruebas para arruinar la credibilidad de la familia de Isabela. Publicó documentos incriminatorios que desataron investigaciones, filtró información que los dejó en escándalo social y económico; hizo que las publicaciones con las fotos desaparecieran de principio a fin. Las historias se borraron, las cuentas se desactivaron, las notas tuyas en el grupo escolar fueron eliminadas como por arte de magia. El daño a la reputación de Isabela y su familia fue directo y brutal: su padre perdió contratos, su madre recibió cartas de despido, rumores corrieron en torno a prácticas poco éticas. Todo eso ocurrió en menos 24 horas.

Horas después, cuando el alboroto se calmó y la mayoría había regresado a clases, Ariana lo buscó para pedirle disculpas ya sabía quien había sido la culpable. Lo encontró en uno de los pasillos menos transitados, decidido a no dejar que esa herida quedara abierta.

—Ethan… —su voz bajó, dolida pero firme—. Yo sé que no fuiste tú quien…

Él la interrumpió de inmediato, con un tono grave:

—Ya basta, Ariana. Se que no fui yo. Todo fue un plan de Isabela. Quiso ensuciar mi nombre y el tuyo al mismo tiempo. Pero ya se solucionó, sus publicaciones desaparecieron y su familia perdió todo. Ese problema ya no existe.

Ariana se quedó en silencio, algo apenada. Por un segundo sintió un alivio extraño, pero también un vacío inmenso.

—Entonces… ¿por qué no me lo dijiste antes? —susurró ella, con los ojos brillantes—. ¿Por qué dejaste que te creyera capaz de algo así?

Ethan la miró fijo, sus facciones tensas, como si librara una batalla interna. Dio un paso hacia ella, bajando la voz hasta hacerla sonar como un veneno que quemaba y al mismo tiempo la protegía:

—Porque al final… —su mirada se endureció, aunque sus ojos gritaban lo contrario— siempre serás una de Lucas.

Ariana abrió la boca, herida, pero Ethan no la dejó hablar. Su voz se volvió más cruel, aunque cada palabra era una mentira que pesaba en su pecho.

—Me arrepiento de haberte protegido. Me arrepiento de no haberte matado aquel día, Ariana de Lucas. Y desde ahora… no vuelvas a dirigirme la palabra.

El silencio fue devastador. Ariana tragó saliva, obligando a su rostro a no mostrar dolor, aunque por dentro su corazón se rompía en mil pedazos.

Ethan giró sobre sus pasos y se alejó, su espalda firme, sin mirar atrás… porque si lo hacía, ella descubriría que en realidad sus ojos estaban llenos de culpa y de un amor que no podía permitirse demostrar.

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La frase cayó como un martillazo. Ariana sintió que el piso se abría bajo sus pies. La bofetada que ella le había dado parecía ahora una ridiculez infantil frente a esa sentencia definitiva.

Pero lo que ella no vio, lo que Ethan guardó para sí, fue que esas palabras eran filo y escudo a la vez: una mentira sangrienta diseñada para detener la escalada, para convencer a los presentes —y a los ojos que observaban más arriba— de que él rompía cualquier vínculo con ella, de que la castigaba para que no la tocaran más. Era una construcción brutal: si la Escuela, los Moretti y los Lucas creían que él la repudiaba, nada más la señalaría por su relación con Ethan; ella quedaría, en apariencia, sola, culpable y expuesta… pero segura de otros ataques. Era protección disfrazada de traición.

Ariana lo escuchó y todo se cerró en su pecho. Creyó cada palabra. El dolor le llegó profundo, no solo por la humillación, sino por la traición de alguien en quien a pesar de todo había puesto, alguna vez, confianza. Se quedó inmóvil, la sangre helada en las venas, con la garganta seca. Intentó hablar, implorar, negarlo, pero no encontró sonido. Por fuera se mantuvo rígida, sin gesto, como una estatua. Por dentro se rompió en mil pedazos.

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El pasillo quedó en silencio después de que Ethan se marchó, sus pasos resonando hasta desvanecerse. Ariana se quedó allí, inmóvil, la respiración entrecortada y los puños apretados con fuerza para no dejar escapar ni una lágrima.

En su pecho sentía un dolor punzante, como si las palabras de Ethan hubieran sido cuchillas. “Me arrepiento de haberte protegido… al final siempre serás una de Lucas”. Esa frase le taladraba la mente, una y otra vez.

De pronto, una voz interrumpió su tormento.

—¿Ves lo que te dije, Ariana? —Jhonar apareció desde la esquina, con el ceño fruncido y la mirada fija en ella—. Ese tipo nunca fue digno de ti.

Ariana levantó la vista, sorprendida. No había notado su presencia.

Jhonar caminó hacia ella con paso decidido, su expresión todavía cargada de enojo. La tomó suavemente del brazo, como intentando demostrar que él sí podía tratarla distinto, pero con esa insistencia suya de querer hacerse notar.

—No entiendo por qué sigues dándole tantas vueltas a alguien como Moretti —continuó con un tono áspero pero contenido—. ¿No escuchaste lo que acaba de decirte? Te insultó en tu cara, te rechazó como si fueras nada.

Ariana bajó la mirada, no quería darle a Jhonar el poder de ver cuán destrozada estaba.

—Jhonar, no es tan simple… —susurró, pero él no la dejó terminar.

—Claro que lo es —la interrumpió, elevando un poco la voz—. Ese idiota nunca te valorará. Pero yo… yo no soy como él. Yo sí sé lo que vales.

Sus palabras sonaban intensas, casi desesperadas, como si estuviera tratando de aprovechar la grieta que Ethan había dejado abierta.

Ariana lo miró por un instante, confundida, con su mente dividida entre el dolor por Ethan y la incomodidad de la insistencia de Jhonar.

—Déjame estar sola, Jhonar… —pidió con voz baja, apenas un hilo de aliento.

Él apretó la mandíbula, molesto, pero no insistió más. Se quedó allí, mirándola como si quisiera grabar en su mente la fragilidad que acababa de presenciar. Y aunque dio un paso atrás, en su interior sonrió con frialdad: sabía que esa herida que Ethan había dejado sería su oportunidad perfecta para acercarse más a Ariana.

En la soledad de la tarde, cuando el bullicio se diluyó y la escuela volvió a su ritmo, Ariana fingió normalidad. Nadie notó que por dentro tenía el corazón hecho pedazos, cuando supiera la verdad de que todo había sido provocado por Isabela y que Ethan había vuelto a destruir a quienes la atacaron —y que sus palabras fueron mentira para protegerla—, se sentiría doblemente herida: por la vergüenza  y por el hecho de haber sido utilizada por él como una pieza sacrificial.

La historia había dado un giro: lo que parecía traición era un acto de guerra y de protección encriptada. Pero para Ariana, en ese momento, solo existía la traición. Y la herida, aunque no mostrara nada en su rostro, ardía como fuego bajo la piel.

Continuará...

1
Briana
😳🫣🫢
felipe_oquendo
10/10
Yaquelin Yaqui
me encanta esta re bueno ☺️
Leonardo Martinez
listo
Leonardo Martinez
bn
Leonardo Martinez
me encanta
Briana
♥️
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