BUSCANDO A MI LUNA

El castillo del Lobo Supremo estaba en constante movimiento desde la llegada de Kael y Elena. En los pasillos llenos de historia, ecos de viejas leyendas y susurros que viajaban como el viento, una nueva tensión se sentía. La noticia de que la luna de Kael era una humana transformada, descendiente de la diosa Luna, se esparcía rápidamente entre los clanes y reinos cercanos. Algunos la adoraban, otros cuestionaban su autenticidad. Y los más conservadores simplemente la rechazaban en silencio.

Elena lo sabía. Lo percibía en las miradas que se cruzaban al pasar, en los murmullos que cesaban apenas ella se daba vuelta. No todos estaban listos para aceptarla. Pero tampoco le importaba complacerles. Se mantenía firme, atenta, caminando con la cabeza en alto, consciente de que cada paso que daba tenía un significado mayor: unir dos mundos que habían estado en conflicto durante siglos.

En los jardines, Brisia caminaba sola. Elena había solicitado que la dejaran permanecer en el castillo, aunque su presencia generaba incomodidad evidente en algunos. Era humana, sin habilidades especiales, sin linaje. Solo una amiga leal atrapada en un lugar que no la quería.

—No deberías estar tan lejos del área designada —comentó una voz detrás de ella.

Brisia se volvió y vio a Derek, el beta de Kael. Este hombre serio, con una mirada dura y pocas palabras, la observaba con una expresión que no pudo entender.

—¿Vas a decirme también que no encajo aquí? —respondió ella, dejando claro su descontento.

—No dije eso —replicó él, apartando un poco la mirada—. Solo. . . no quiero que te metas en problemas. Algunos soldados no están acostumbrados a tratar con humanos.

—¿Y tú sí lo estás?

Derek se quedó en silencio. No podía negar que, con el transcurso de los días, algo en Brisia le llamaba la atención. No era su apariencia, aunque sí la encontraba atractiva. Era su valentía. Su manera de moverse entre lobos sin mostrar miedo. Su lealtad inquebrantable hacia Elena.

—Solo intento ayudarte —dijo al fin.

Brisia lo miró durante unos instantes y luego asintió con un suspiro.

—Gracias… supongo.

Desde la torre más elevada, Elena miraba el paisaje. Kael apareció a su lado en silencio, como solía hacerlo. Sin palabras innecesarias, solo con su presencia cálida y poderosa. Ella se giró ligeramente y le sonrió.

—¿Ya han comenzado los preparativos?

—Sí. Mi madre está con los ancianos organizando la ceremonia. —Kael la miró intensamente—. Será algo grandioso. Nunca antes se ha unido el heredero con una luna como tú.

—¿Eso te inquieta?

Kael sacudió la cabeza.

—Me preocupa que te juzguen sin conocerte. Que te hagan daño.

—Estoy acostumbrada. Siempre he sido un error para alguien. Esta vez… al menos sé quién soy. Y por qué estoy aquí.

Kael se acercó y le tomó la mano.

—Deseo que esta ceremonia sea nuestra. Más allá de lo que piensen los demás. Quiero rendir homenaje a lo que somos, al amor que nos tenemos.

Ella lo miró, sintiendo su corazón latir con fuerza.

—Entonces, lo haremos a nuestra manera.

Durante los días siguientes, todo el castillo empezó a cambiar. Se limpiaron altares, se ensayaron cantos antiguos por las noches, y los líderes de las manadas comenzaron a llegar. Amasia se encargó de cuidar de Elena, enseñándole sobre las tradiciones, la simbología sagrada y los pasos del ritual, la jerarquía entre los licántropos y como estaban dividido los renios en manadas y clanes.

—Las lunas se mueven con el viento y se acercan al fuego —decía Amasia mientras trenzaba el cabello blanco de Elena—. Pero tú, Elena… viniste de la luna misma. Por eso tus ojos brillan cuando hablas.

Elena sonrió, aunque la carga en su pecho se sentía cada vez más pesada.

En una de las reuniones nocturnas, Varun llegó con una carta sellada en cera negra.

—El Consejo de las Sombras está al tanto —anunció—. Están. . . divididos. Algunos quieren verla en persona. Otros piensan que la profecía fue malinterpretada. Habrá conflicto.

—Que vengan —respondió Kael con voz firme—. Que me miren a los ojos y me digan que no la ven. Que no sienten lo que es.

Esa noche, mientras las antorchas iluminaban los pasillos vacíos, Elena encontró a Brisia sentada cerca de una fuente, leyendo un libro de antiguos poemas del reino. Derek estaba cerca, vigilando como siempre, pero con una mirada más amable que nunca.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Elena a su amiga.

—Estoy comenzando a sentirme aceptada —dijo Brisia, mirando a Derek de reojo—. Aunque este lugar. . . tiene sus sombras.

—Sí, pero también tiene su luz —contestó Elena, buscando a Kael que los observaba desde un balcón.

El sonido de un cuerno anunció la llegada del último de los clanes. Pronto, los salones estarían llenos. La ceremonia se acercaba, las habitaciones estaba llenas, todos querían conocer a la luna que es descendiente de la diosa, unos por curiosidad y otros solo para comprobar que los mensajes fueron correctos.

Y aunque aún no se había hecho ninguna promesa, todos sabían: La Luna había vuelto a Occidens. Y nada sería igual que antes.