Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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Cuatro Bestias.
El ambiente sigue pesado. Aleksei no deja de mirar a Vladimir; ambos mantienen la mirada firme, como queriendo imponerse. Es una batalla de titanes: ninguno está dispuesto a ceder.
—Lo mejor es que se quede aquí —habla el ruso mayor con calma, aunque la amenaza es clara.
Aleksei entorna los ojos; no hay duda de que seguirá luchando.
—Ella trabaja conmigo. Allá está su contrato. Lo que pasó fue un error —ahora Aleksei levanta el tono, y un gruñido escapa de los labios de Vladimir.
—No te importó al ponerla en riesgo. Así no es como hacemos las cosas, y lo sabes.
Uno ataca, el otro se defiende y contraataca. Mikhail sigue interesado en como ella se siente y Dimitri se concentra en su teléfono. Al parecer, esto pasa seguido en el grupo: diferencias de opinión.
Ginevra se queda con la mirada fija en ambos hombres, uno frente al otro. La diferencia de tamaño no es mucha: Vladimir tiene unos centímetros más que Aleksei, aunque el segundo parece un lobo a punto de atacar. Su postura, el mentón elevado, la manera en que muerde cada palabra, y sus puños apretados que dejan los nudillos sin color… todo en él es amenaza contenida. Aunque Vladimir no se queda atrás.
Está molesto y quiere que se haga su voluntad. No grita ni se altera, pero sus ojos lo dicen todo. Esa manera de levantar los hombros y ensanchar la espalda es tan erótica para ella que, por momentos, desvía la vista.
Se están peleando por el trabajo que desempeña. ¿Cómo sería si lo hicieran por ella en sí… y por su cuerpo?
Sus ojos detallan a todos en esa sala, y no puede decidir. Mikhail es un hombre que le roba la respiración solo con tenerlo cerca. Aleksei la hace retorcerse cada vez que saca su lado posesivo. Vladimir, aunque apenas lo ha tratado hoy, ya muestra esas ganas de protegerla y darle el cuidado que ella anhela, porque jamás lo tuvo de niña. Y luego está la bomba sexy que no para de morderse el labio cuando conecta su mirada con la de ella: Dimitri, un símbolo sexual andante. Su cuerpo, tallado a mano, hace que quiera pasarle la lengua por cada relieve.
_¡Ginevra! La misión, por favor. ¿Puedes dejar tu perversión de lado?_ Tampoco te vas a casar. ¡Elige una víctima!_ —grita su "Pepe Grillo personal", que no es un insecto, sino una mujer que suda deseo.
Contiene la carcajada que se le atraganta en la garganta y se responde a sí misma lo que acaba de decir la voz en su cabeza:
_La víctima aquí soy yo. Ellos son los depredadores…_
Suspira profundo para no delatarse, y le cuesta aún más teniendo a Mikhail cerca. Ahora Dimitri le toca el cabello para ver el golpe, aunque parece más perdido en la belleza de la mujer que en la herida.
Cuando regresa su mirada a las bestias que discuten y ve cómo el hombro de Aleksei se mueve ligeramente hacia atrás —en señal de que va a lanzar un golpe o empujar a Vladimir—, ella se levanta y se queja al hacerlo, buscando atención.
—Señores… ay… —ese quejido los altera, y la pelea queda de lado, sin importancia.
—Ginevra, siéntate ahora —la voz de Mikhail es severa, pero ella no lo hace.
—Cometí un error. Puedo renunciar y listo. No deben estar discutiendo, no pasa nada. Gracias por su apoyo, pero estoy bien —observa a Vladimir y da un paso hacia él—. ¿Podría pedir que envíen mi auto a mi casa? Ya le doy la dirección.
Como si nada, se dirige al escritorio y anota algo en un papel.
—Tenga —le entrega el papel al ruso mayor—. Tendré su abrigo limpio cuando me vayan a dejar el auto.
Los cuatro hombres están hechizados. Esa manera de desenvolverse ante ellos, sin miedo, los sorprende.
—Señor Orlov, gracias por enseñarme mucho en tan poco tiempo —su mirada se suaviza un poco—. Tiene mi palabra de que no diré nada. Entiendo la gravedad del negocio, y tiene mi permiso de lastimarme si lo hago.
Eso termina por dejarles la boca en el suelo a todos. Su seguridad es lo más sexy que puede existir para esos cuatro hombres que no saben qué decir.
Dirige sus pasos a la puerta, y es allí cuando reaccionan.
—De ninguna manera. Tú no te vas. Y deja de decir idioteces: nadie te va a lastimar —exclama Mikhail.
Dimitri relame sus labios, mirándola embobado.
—Habla por ti —murmura sin descaro. Ahora mismo, en su cabeza bailan imágenes de esa mujer siendo reprendida por su insolencia.
—Dimitri, no seas imbécil —Vladimir se acerca a la mujer y le extiende la mano. Ella la ve grande, venosa, dura por un momento, y toma su pequeña mano entre la del ruso. Es hasta una imagen graciosa.
—Vamos a calmarnos —respira profundo, recuperando la cordura. Se supone que es el más centrado de los cuatro.
—Todos debemos tener en cuenta que las cosas deben cambiar —rodea su escritorio y se sienta, dejando ver toda su imponencia cuando se recuesta y su mirada queda fija en los demás—. Siéntense.
La orden es directa, fría y medida. Su voz es como una amenaza velada.
Los otros dudan por un momento. Después saben lo que tienen que hacer y se sientan. Aleksei no está muy contento; le molesta que Vladimir quiera actuar como líder cuando cada quien lo es a su manera.
Ginevra se siente pequeña al lado de las cuatro torres que prácticamente la rodean, porque ella está en el centro.
—Antes de que ocurriera esto, ya se le había notificado a Aleksei sobre tu participación, a pesar de que no sabíamos quién eras —explica con calma Vladimir, entrelazando los dedos. En su voz no hay rudeza, pero eso no lo hace menos intimidante—. Esto debe cambiar. Debes meterte más en los negocios. Sabes demasiado.
En sus palabras hay una ligera amenaza disfrazada.
—Tendrás que venir más seguido a cada empresa. Solo irás a las demás cuando sea estrictamente necesario.
Ella no duda. Se mantiene altiva y serena. El ambiente está lleno de cuatro olores predominantes y diferentes.
—Pero se quedará en mi empresa. Allí comenzó —zanja Aleksei, sin lugar a discusión.
—Por mí está bien. Pero quiero comenzar mañana mismo —comenta ella.
Un “¡no!” colectivo corta el aire.
Muchas bendiciones y sobre todo sanación a la nena.
Gracias por este capítulo a pesar de la situación actual de salud.
Abrazos