Griselda murió… o eso cree. Despertó en una habitación blanca donde una figura enigmática le ofreció una nueva vida. Pero lo que parecía un renacer se convierte en una trampa: ha sido enviada a un mundo de cuentos de hadas, donde la magia reina… y las mentiras también.
Ahora es Griselda de Montclair, una figura secundaria en el cuento de “Cenicienta”… solo que esta versión es muy diferente a la que recuerdas. Suertucienta —como la llama con mordaz ironía— no es una víctima, sino una joven manipuladora que lleva años saboteando a la familia Montclair desde las sombras.
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capítulo 18
La puerta se cerró con un suave clic detrás de ellos. El silencio se apoderó de la habitación, roto solo por el sutil crujido de los pasos de Griselda al retroceder, aún con las mejillas encendidas. La tenue luz de los candelabros dibujaba sombras cálidas en las paredes, haciendo que todo pareciera parte de un sueño, uno que ambos llevaban tiempo esperando.
Filip no dijo nada al principio. Solo la miró. Con una mirada suave, profunda, que la desarmaba más que cualquier palabra. Y entonces, caminó hasta ella.
—¿Estás segura? —susurró, a solo unos centímetros, su voz ronca por la emoción—. Puedo esperar lo que necesites… no hay prisa.
Griselda lo miró, con las pestañas bajas, la respiración entrecortada por los nervios. Luego alzó la mirada y con una sonrisa temblorosa, contestó:
—Te he esperado toda mi vida, Filip. ¿Por qué habría de hacerte esperar más… si mi corazón ya es tuyo?
El príncipe la tomó con ternura por la cintura, acariciando su mejilla con la yema de los dedos. Era increíblemente cuidadoso, como si temiera romper algo sagrado.
—Eres hermosa —murmuró—. No sólo por fuera… por dentro. Me haces sentir que todo lo que viví antes de ti fue solo para encontrar el camino hasta aquí.
Sus labios se encontraron en un beso lento, cargado de cariño, no de urgencia. Un roce tierno, apenas un susurro entre sus bocas, pero suficiente para que el corazón de Griselda latiera con fuerza. Cerró los ojos, entregándose a ese momento, sabiendo que cada caricia era un pacto silencioso, una promesa sin palabras.
Filip no se apresuró. La ayudó a quitarse la capa con cuidado, deslizando los broches dorados sin romper el contacto visual. Ella respondió de la misma forma, acariciando con manos temblorosas el cuello de su camisa, explorando con respeto, con amor.
Cuando por fin se encontraron en la intimidad del lecho, bajo las sábanas suaves que olían a lavanda y a noche estrellada, Griselda se recostó a su lado, apoyando la cabeza sobre su pecho. Escuchó su corazón. Fuerte. Constante. Palpitante por ella.
—Nunca pensé que alguien como tú... pudiera enamorarse de alguien como yo —confesó, casi en un susurro.
Filip la rodeó con los brazos y besó su frente.
—Y yo nunca imaginé que encontraría todo lo que buscaba... en una mujer que no se parece a ninguna otra.
Los movimientos fueron lentos, dulces. No hubo nervios que dominaran el momento, solo ternura. Se entregaron el uno al otro sin máscaras, sin títulos, sin pasado. Solo ellos. Solo amor.
—Te amo —dijo ella, con la voz entrecortada.
—Yo también te amo. Para siempre —contestó él, sin vacilar.
Y esa noche, no fue solo la consumación de un amor. Fue el inicio de una nueva vida. Una vida en la que Griselda no sería más la "ex-gorda" ignorada por la corte, ni la hija renegada de la duquesa, ni la hermana de Suertucienta. Era, por fin, ella misma.
La prometida del príncipe.
La dueña de su corazón.
La mujer que había ganado su lugar…