La Mexicana Del Capo

Dante

–Me mentiste –dice Gabriele mientras estamos conversando en su oficina.

Sonrío. –Omitir información no es mentir. Además, no quería darte más problemas, solo soluciones. Soy el mejor, ¿verdad?

Mi amigo ríe. –Sin duda te has ganado el premio al amigo del año. Sobre todo, cuando me ayudaste cuando Serra tenía a Sofi –masculla furioso.

–La hermosa Sofía está bien y Serra está muerto. Deberías trabajar en aprender a olvidar lo que te hace daño.

–Sabes que yo no funciono así.

–Lo sé, mi amigo –digo al recordar todo lo que hizo por vengar la muerte de su madre.

–¿Y qué tal con Francisca?

–¿A qué te refieres?

Sus ojos se estrechan en los bordes y ya sé que me tiene. –No eres muy bueno simulando. Esa mujer te gusta y me atrevería a decir que es más que eso. La forma en que la miras… Estás obsesionado, mi amigo.

–Lo sé.

–No hagas nada que pueda poner en riesgo esta sociedad. Haremos una fortuna, sobre todo, ahora que La Triada nos aceptó como proveedores. Además, está comprometida para casarse con otro hombre.

–Ya no. Rompieron su compromiso –digo con una enorme sonrisa.

–No tienes remedio. Me agradan ella y su hermana. Pero una advertencia, Francisca es dura. Si no vas con cuidado ella será la que cortará tus bolas.

Ambos reímos.

–Las llevaré a casa.

Gabriele me mira atentamente. –Esperas que María apruebe a Francisca.

–No necesito que la apruebe. Pero siento verdadera curiosidad de qué pensará mi nona de Fran –digo con una sonrisa cuando pienso en mi nona–. ¿Cómo te sientes con lo que pasó en el parto de mi ahijado?

Su ceño se frunce de inmediato. –Estuve a nada de perder a mi Sofi… No voy a volver a pasar por algo así.

–¿A qué te refieres?

Se levanta de su sillón y mira hacia el ventanal. –El corazón de Sofi es débil, no puede soportar la anestesia general, y no voy a ser yo quien la envíe de nuevo a la Clínica.

–Sigo sin entender.

–Me haré una vasectomía.

–¿Te harás qué?

–Una vasectomía –dice girándose hacia mí–. No voy a correr el riesgo de que quede embarazada nuevamente.

–¿Sofía lo sabe?

–Lo hablaré con ella.

–¿Duele? –pregunto sin poder evitar hacer una mueca.

–No puede dolerme más que el dolor que me provoca pensar en perder a mi mujer.

Me levanto y golpeo su hombro. –Te admiro, mi amigo. Yo no sé si podría hacer algo así por alguna mujer.

Me mira con una media sonrisa. –Estás tan obsesionado con Francisca, que estoy seguro que te cortarías la polla si ella te lo pidiera.

Quiero negar sus palabras, pero no lo hago, porque la verdad no estoy seguro de poder decirle que no a Fran.

–Estás en graves problemas, mi amigo.

–Lo sé –concuerdo a regañadientes.

–Volvamos a la sala –dice y lo sigo.

Las mujeres se encuentran conversando muy entretenidas mientras mi ahijado está en los brazos de Fran, quien no deja de mirarlo y hacer gestos dulces con su bello rostro.

Definitivamente me cortaría cualquier parte de mi cuerpo por ella. Incluso mi parte favorita.

Se ve preciosa y tan lejana, que quisiera correr para alcanzarla, tomar su mano y no dejarla apartarse de mi lado. Pero sé que Fran cortaría su mano con tal de ser libre nuevamente.

Gabriele besa la cima de la cabeza de su esposa. –¿Mía?

–Está durmiendo, cariño –responde Sofía–. Inés me ayudó a acostarla mientras Francisca cuidaba a Leo. ¿No son fantásticas?

–Lo son –responde mi amigo antes de darle un beso rápido a su esposa.

–Creo que debemos partir –les digo a las chicas–. Mañana quiero llevarlas al Central Park.

Fran se levanta y le entrega mi ahijado a Sofía. –Gracias por su hospitalidad.

–Espero que volvamos a vernos pronto –dice Sofía ilusionada.

–Lo harán –digo–. Francisca es nuestra socia y nos veremos seguido.

–Y tú –dice mi hermosa amiga acercándose a mí–. Déjate ver más seguido, México se adueñó de ti.

–O mi hermana quizá –dice Inés logrando que Fran la mire molesta y yo me ría.

Después de eso nos despedimos y nos subimos a la VAN.

Llegó el momento de llevarlas a mi territorio.

*****

–Que bella casa –exclama Inés al entrar.

–Es la casa de mi familia.

–¿No tienes un lugar propio? –pregunta Fran.

–No lo he necesitado. Viajo mucho. Y cuando estoy en la ciudad me gusta disfrutar de la compañía de mi familia y de la mano de mi nona.

–¿Dónde están? –pregunta Fran mirando a su alrededor.

Dejo sus maletas sobre el suelo antes de responder: –Mis padres están de vacaciones. Mi hermano está en Texas, pero debería estar aquí mañana por la mañana, tenemos una reunión. Y mi nona debe estar durmiendo. ¿Necesitan algo?

–No, nada.

–Síganme –les pido y las guio a sus habitaciones–. Estarán una al lado de la otra. Mi habitación está al principio del pasillo, cualquier cosa que necesiten no duden en ir a buscarme –agrego mirando con intensidad a Fran–. Lo que sea que necesiten.

Inés pone los ojos en blanco. –¿Podrían no ser tan obvios? Fran, en caso de que no entiendas, Dante quiere que vayas a dormir con él –dice antes de entrar a su habitación y cerrar la puerta.

–Sí que es lista –digo admirado.

–¿Es cierto?

Sonrío. –¿Tú que crees?

–Dante…

–Lo sé. Era solo una inocente broma. Bueno, no tan inocente –digo mientras levanto mi mano y acaricio con delicadeza su mejilla golpeada–. Te deseo y sé que tú también me deseas. Me lo demostraste el día que saliste huyendo.

–No puedo darte lo que quieres.

–¿Segura? –pregunto mientras paso mi pulgar sobre su labio inferior–. Porque creo que tú eres todo lo que quiero en este momento y quizá eres lo que querré siempre.

Fran traga con dificultad. –Eres tan intenso.

Sonrío. –Como un buen café. La intensidad da el sabor a todo –devuelvo. Me acerco a su hermoso rostro y beso su mejilla, demorándome unos segundos para respirarla. Respirar ese olor a caramelo–. Que duermas bien –agrego antes de alejarme.

Fran toma mi mano, impidiendo que me aleje. –Siempre tienes que salirte con la tuya, ¿no? –pregunta con una hermosa sonrisa–. Más te vale que valga la pena –amenaza antes de acercar mi rostro al suyo.