DESNUDA EN TU PIEL

Mientras tanto en la empresa, el aire en la sala de juntas estaba cargado de una tención que casi se podía cortar con un cuchillo. La habitación con su mesa de caoba pulida y sillas de cuero, estaba diseñada para proyectar poder, pero hoy era el escenario de un enfrentamiento que iba más allá de los negocios. Salvatore, estaba de pie cerca de la ventana con los brazos cruzados y la mandíbula ligeramente apretada, su postura era rígida como si estuviera conteniendo una tormenta. Frente a él, sentado en una de las sillas estaba Marco, su hermano mayor con una pierna cruzada y una sonrisa burlona que no le llegaba los ojos. En la cabecera de la mesa estaba Franco, su padre, el patriarca observaba a sus hijos con una mezcla de cansancio y autoridad; con las manos entrelazadas sobre la mesa y el peso de los años de liderazgo que se le hacían visible en las arrugas de su rostro.

Franco rompió el silencio, con una voz grave y directa, como siempre —¿ Y bien, Salvatore? ¿Recuperaste la mercancía?— preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante, sus ojos grises idénticos a los de su hijo, lo observaban con una intensidad que exigía respuestas.

Salvatore no respondió de inmediato. Sus ojos se desviaron hacia su hermano, que tamborileaba los dedos en la mesa con una calma inquietante.

— Ya está recuperada— respondió, finalmente con un tono seco y casi cortante— Si era lo único que quería saber,no era necesario que vinieras aquí a preguntármelo personalmente. Podrías haberlo hecho como siempre, y mandarme a tu perro faldero— dijo, e hizo una pausa dejando que la última frase colgará en el aire, mientras su mirada se deslizaba hacia Marco con un desafío implícito.

Marco finalmente lo miró, dejando que su sonrisa se ampliará. Con un brillo frío en sus ojos se inclinó hacia adelante, apoyándon los codos en la mesa y lo miró directamente.

 —¿Y sabes quién más los ayudó a robarla, hermanito? —preguntó, con sarcasmo que era más una provocación que una pregunta— Porque, no sé, parece que alguien tuvo que darles información para que los Moretti supieran exactamente dónde y cuándo atacar.

Salvatore los fulminó con la mirada, y sus ojos se oscurecieron mientras apretaba los puños a los costados —No creo que deba decírtelo —respondió, en baja pero cargada de veneno—Tú, más que nadie, sabes cómo obtuvieron el la información restante ¿o no? .

El aire entre ellos se volvió eléctrico, como si un relámpago invisible hubiera penetrado el techo. Marco no apartó la mirada, su sonrisa ahora era más descarada, casi desafiante, mientras se recostaba en la silla con una lentitud deliberada. —¿Cómo lo sabría yo? —dijo, levantando una mano en un gesto que pretendía ser despreocupado pero que destilaba arrogancia— Después de todo, el encargo era tuyo, Salvatore. Pero supongo que ahora, con tu pequeña esposa ocupando toda tu atención, no prestaste atención a tus deberes, ¿verdad?

Salvatore apretó la mandíbula, y el músculo de su mejilla tembló visiblemente mientras daba un paso hacia adelante —Ten más cuidado con lo que dices, Marco —le advirtió — No la metas en esto...si tienes alguna queja o algo que decir sobre cómo manejo el negocio, dilo directamente, sin tus jueguitos de mierda.

Marco soltó una risa corta, sin humor, y se puso de pie lentamente, apoyando las manos en la mesa para inclinarse hacia su hermano. —Oh, por supuesto que tengo muchas... pero muchas quejas hermanito. ¿De verdad crees que puedes seguir jugando al jefe intocable? —dijo, con un tono ahora más afilado, cada palabra era un dardo envenenado— Perdiste tres contenedores. ¡Tres! ¿Y quieres que crea que fue solo un descuido? Tal vez si no estuvieras tan ocupado jugando a las casitas con tu nueva mujercita, esto no habría pasado.

Salvatore de otro paso hacia él y sus ojos brillaron con una Furia que apenas podía contener — No hagas que me olvide de que somos hermanos, Marco— gruñó, con una voz tan baja que parecía un rugido— Porque de lo contrario, te juro que no respondo

Franco, que hasta el momento había permanecido en silencio, golpeó la mesa con la palma de la mano, y aquel sonido resonó en la sala como un disparo.

—¡Ya basta, los dos! —bramó, su voz autoritaria corto aquella discusión como una guillotina—Si el problema ya está resuelto, no hay más de que hablar. dejen sus peleas de niños para otro momento.

Marco indignado y enojado, giró la cabeza hacia su padre dejando que su expresión se endureciera —¿¡Eso es todo!? Claro por supuesto—dijo, con sarcasmo mientras se enderezaba—Lo dejas pasar porque es él. Si hubiera sido yo el que cometiera el error, me hubieras expulsado de la familia— hizo una pausa, y su mirada se desvió hacia Salvatore con un desprecio apenas disimulado — Pero qué mierda digo, se me olvidó que tienes a tu hijo favorito, ¿o no papá?

Franco no respondió de inmediato. Sus ojos se estrecharon, y aunque su rostro permaneció impasible, había una tención en su postura que delataba su incomodidad. Salvatore, por su parte, no dijo nada, pero su mirada hacia Marco era puro hielo, como si estuviera a punto de saltar aquella mesa y ajustar cuentas de una vez por todas.

Marco soltó un bufido, sacudiendo la cabeza.

—Siempre igual...fanculo a tutti— murmuró, lanzándole una última mirada cargada de odio Salvatore antes de dirigirse a la puerta. La abrió con fuerza y salió dando un portazo qué hizo vibrar los cuadros en las paredes.

El silencio que siguió fue pesado, como si la habitación misma estuviera conteniendo el aliento. Franco se recostó en su silla, frotándose la frente con una mano claramente agotado. —Treinta años, y todavía no madura —dijo, casi para sí mismo, con la voz teñida de de resignación— Así es como pretende que lo deje a cargo de todo. Es igual de quisquilloso que su madre.

Franco soltó un suspiro, un sonido cansado que llenó el espacio entre ellos; luego se puso de pie ajustándose el saco con un movimiento lento casi mecánico —Bueno, es hora de irme —dijo —Nos vemos luego.

Con eso, salió de la oficina, dejando a Salvatore solo en la sala. Él se quedó allí, por un momento mirando la puerta cerrada, el eco de las palabras de Marco y el peso de la mirada de su padre aún estaban en su mente. La lucha por el control de la familia estaba lejos de terminar, y cada palabra, cada mirada, era un recordatorio de que, en este mundo, no había espacio para errores... ni para reconciliaciones.