Reticiencias De Un Amor

La habitación se quedó en silencio, con todos mirando a Maximiliano con sorpresa y confusión.

Paulina se acercó a él y trató de explicarle, pero él no parecía escuchar. Su mirada seguía fija en mí, con una intensidad que me hacía sentir incómoda.

—¿Qué pasa, hijo?—, preguntó Paulina, tratando de sonar calmada. —Ella es Ava, ¿no la recuerdas?—.

Pero Maximiliano no respondió. En su lugar, repitió su pregunta anterior, con una voz que era casi un mandato.

—¿Quién eres tú?—.

Y luego, sin previo aviso, me pidió que me fuera. —Vete— me dijo, con una voz despiadada y una mirada que parecía atravesarme. —No te conozco—.

Me sentí como si hubiera sido golpeada. ¿Cómo podía pedirme que me fuera de esa manera? ¿Cómo podía no recordarme? Me sentí herida y confundida, y no sabía qué hacer.

Elias se acercó a mí y trató de ponerme una mano en el hombro, pero yo me aparté. No sabía qué estaba pasando, pero sabía que necesitaba salir de allí. Me di la vuelta y salí de la habitación, sintiendo lágrimas de dolor y confusión en mis ojos.

Me senté en la silla del pasillo y dejé que las lágrimas fluyeran libremente. No podía creer que Maximiliano me hubiera hablado de esa manera, después de todo lo que habíamos pasado juntos. Me sentí herida y traicionada, y no entendía por qué estaba actuando así.

—¿Por qué?— Le pregunté a Elías quien acababa de sentarse a mi lado.—¿Por qué no me recuerda? ¿Por qué me trata así?—.

Elias me puso una mano en el hombro. —Ava, ten paciencia—, me dijo con una voz suave. —Acaba de salir de un coma, y quizás eso haya ocasionado una pérdida de memoria. El doctor acaba de decir que es posible que Maximiliano tenga amnesia temporal—.

Me miró con una expresión comprensiva y me apretó el hombro. —No sabemos qué está pasando en su cabeza, Ava. Necesitamos darle tiempo y espacio para que se recupere—.

Me sentí un poco más calmada al escuchar sus palabras. Tenía sentido, después de todo. Un coma podía afectar la memoria y la personalidad de una persona. Me pregunté si eso era lo que estaba pasando con Maximiliano.

—¿Crees que se acordará de mí?—, le pregunté a Elias, sintiendo una mezcla de esperanza y duda.

Elias me sonrió débilmente. —No lo sabemos, Ava. Pero lo importante es que está vivo y que está recibiendo la atención médica que necesita. Vamos a apoyarlo y a darle tiempo para que se recupere—.

Me sentí como si estuviera en un sueño del que no podía despertar. Todo parecía irreal y confuso. No sabía qué hacer ni qué decir. Solo sabía que me dolía el corazón y que necesitaba un momento para procesar todo lo que estaba sucediendo.

Me acerqué a la señora Paulina y Arnold cuando salieron de la habitación.

—¿Cómo está?—, les pregunté, ansiosa por saber más sobre el estado de Maximiliano.

La señora Paulina me miró con una expresión de compasión. —Tiene amnesia temporal, Ava. El doctor dice que es común después de un coma. Necesita tiempo para recuperarse—.

Arnold asintió con la cabeza. —Sí, es un proceso lento, pero estamos seguros de que se recuperará—.

La señora Paulina me puso una mano en el brazo. —Vamos a casa, Ava. El doctor dijo que Maximiliano está bien y que nadie debe quedarse esta noche. Mañana podremos volver a visitarlo—.

Me sentí un poco aliviada al saber que Maximiliano estaba estable, pero todavía me preocupaba su amnesia y cómo afectaría nuestra relación. Asentí con la cabeza sabiendo que tendría que esperar hasta mañana para ver a Maximiliano de nuevo.

La mañana llegó con un nuevo día lleno de posibilidades. Me desperté temprano y me dirigí al baño para empezar mi rutina diaria. Me sumergí en un baño relajante, sintiendo el agua caliente envolver mi cuerpo y calmar mis músculos. Después de un rato, salí del baño y me sequé con una toalla suave.

Me vestí con un vestido azul que llegaba justo por encima de las rodillas, con mangas largas que me cubrían los brazos y un escote en el pecho que dejaba ver un poco de piel. Me sentí elegante y femenina con el vestido, y decidí combinarlo con unas plataformas negras que me daban un poco de altura.

Me miré en el espejo y solté mi largo cabello negro liso, que cayó en cascada por mi espalda. Me gustó cómo se veía, suave y brillante. Me apliqué un poco de maquillaje para realzar mis facciones, y después de unos minutos, estuve lista.

Bajé las escaleras y me dirigí a la cocina para desayunar. La casa estaba silenciosa, excepto por el sonido de los pájaros cantando fuera. Me senté en la mesa y me serví un tazón de cereal con leche, sintiendo el aroma del café recién hecho en la cocina. Me tomé un momento para disfrutar del silencio y la tranquilidad de la mañana antes de enfrentar el día que tenía por delante. Pronto tendría que ir al hospital a visitar a Maximiliano, y no sabía qué esperar.

La señora Paulina entró en la casa y se dirigió directamente al comedor, donde me encontró sentada terminando mi desayuno. Me saludó con una sonrisa y se acercó a mí.

—Buenos días mi niña, ¿Ya estás lista para ir al hospital?— me preguntó, mirándome con una expresión de interés.

Asentí con la cabeza. —Sí, estoy lista—, le respondí.

Me levanté de la mesa y me dirigí a buscar mis cosas para salir. La señora Paulina me siguió y nos encontramos en la entrada de la casa, donde Arnold ya estaba esperando con las llaves del coche en la mano.

—Vamos—, dijo Arnold, abriendo la puerta del coche. —Vamos a ver cómo está Maximiliano hoy—.

Subimos al coche y nos dirigimos al hospital, con la esperanza de que Maximiliano estuviera mejorando y de que pudiéramos ver algún progreso en su recuperación.

Llegamos al hospital, Paulina y yo salimos del auto en la entrada principal.

Arnold nos dijo que ya nos alcanzaba, que iba a dejar el coche en el parqueadero. Asentimos y nos despedimos de él con un gesto, y luego entramos al hospital.

Caminamos por el pasillo blanco y esterilizado, con el sonido de las máquinas y los murmullos de los pacientes y los médicos de fondo. Nos dirigimos directamente a la habitación de Maximiliano, con una mezcla de emociones y expectativas.

Al acercarnos a la habitación, pude sentir una sensación de ansiedad y curiosidad. ¿Cómo estaría Maximiliano hoy? ¿Habría algún cambio en su condición? Paulina me miró y me sonrió ligeramente, como si pudiera leer mis pensamientos. Luego, abrió la puerta de la habitación y entramos.

Al entrar en la habitación, Maximiliano estaba acostado en la camilla, con los ojos cerrados. Pero apenas sintió la puerta abrirse abrió los ojos, miró a su madre, y luego a mí. Su mirada se detuvo en mí y no se apartó, lo que me hizo sentir un poco incómoda.

—Buenos días— dije, tratando de romper el silencio y saludar de manera normal. Me senté en el sofá que había en la habitación, tratando de parecer relajada.

Paulina se acercó a Maximiliano y lo tomó de la mano. —¿Cómo estás, hijo?—, le preguntó, mirándolo con cariño y preocupación.

Maximiliano no respondió de inmediato, su mirada seguía fija en mí. Me sentí un poco nerviosa bajo su intensa mirada, y me pregunté qué estaría pensando. La incertidumbre me hizo sentir un poco ansiosa.