❄️En lo profundo de los bosques nevados de Noruega, oculto entre pinos milenarios y auroras heladas, existe un castillo blanco como la luna: silencioso, olvidado por el mundo, custodiado por un único dragón que ha vivido demasiado tiempo en soledad.
Sylarok Vemithor Frankford, un príncipe de sangre de dragón antiguo, parece un joven de veinticinco años... pero ha vivido más de dos siglos sin envejecer, sin amar, sin pertenecer. Su alma es fría como su aliento de hielo, su vida, una rutina congelada entre libros, armas y secretos.
Hasta que una muchacha cae inconsciente en su bosque, desmayada sobre la nieve como un copo a punto de morir.
Celeste, una nómada de mirada estrellada y corazón herido, huye de su pasado, de los bárbaros que arrasaron su familia, y del invierno que amenaza con consumirla.
Y Sylarok aprenderá que no hay armadura más frágil que el hielo cuando el calor del amor comienza a derretirlo.
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Sospechas.
Celeste llega a su habitación con el corazón galopando. Cierra la puerta, se apoya en ella y deja escapar un largo y dramático suspiro.
—Ok, Celeste… respira. No es como si acabaras de acostarte con un hombre que dice ser un dragón... y que además tiene una biblioteca con libros antiguos, escamas doradas, y un castillo en medio de quién sabe qué territorio. —Se mira al espejo—. Oh, mierda. Sí lo hiciste.
Se metió a la ducha para despejarse. El agua caliente ayudó un poco, pero cuando se talló el pecho notó algo raro. La noche anterior, estaba casi segura de haber visto una luz en ella y escamas doradas brillar sobre la piel de él.
Ahora, nada.
—Seguramente lo imaginaste —murmura, frotándose el sitio—. La gente no va por ahí diciendo "hola, soy un dragón" y luego te calienta como si fueran las brasas de Mordor.
Salió del baño envuelta en una toalla y se cambió por algo sencillo, piensa que con su primera paga debería comprarse algún vestido, solo tiene cuatro que le regaló el príncipe. Se peina y echa el pei e en su bolsillo.
Quería hacer el desayuno. Algo delicioso, simple, normal. Si podía freír unos huevos sin que una criatura mágica se metiera en su cocina, tal vez podría recuperar algo de su cordura.
Mientras se vestía, vio al búho en su repisa, el mismo que siempre la observaba con esos ojazos redondos y sabiondos.
—¿Tú sabías que era un dragón? —le pregunta—¿No lo soñé?
El búho solo la miró. Parpadeó. Nada más.
—¿Y qué significa cuando crees que viste escamas en su cuerpo? ¿Tengo que preocuparme?
El búho giró la cabeza a un lado. Celeste chasqueó la lengua.
—Gracias por tu silencio sabio. De gran ayuda.
Bajó las escaleras y fue directo a la cocina. Estaba decidida a ignorar lo raro de la situación. Iba a cocinar, comer y no pensar en cuerpos desnudos, escamas brillantes ni voces roncas que decían “fue una noche cálida”.
"Dios ese tamaño no es de humanos"—piensa mientras se sonroja al recordar cada detalle de su cuerpo masculino.
Entró a la cocina… y ahí estaba él.
Sylarok.
Con ropa, para variar. Una camisa negra, pantalones sencillos. Sentado en la mesa del comedor, leyendo un libro como si no fuera una criatura mítica que te desarma emocionalmente por las noches y te roba la paz mental por las mañanas.
Celeste se quedó quieta un segundo, observándolo por encima del marco de la puerta.
Ahora que lo pensaba…
—No conozco a sus amigos. Nunca lo he visto con nadie, un príncipe siempre tiene personas lamiendo los pies—murmura—. No le gusta la gente. Come carne casi cruda hasta en el desayuno. Y no lo he visto con los ojos rojos ni dorados desde anoche…
Entró con pasos suaves, y mientras encendía la estufa y sacaba carne, lo espiaba disimuladamente por encima de la sartén.
Nada. Ni brillo, ni escama, ni ojo demoníaco. Solo Sylarok, absorto en su libro.
Celeste frunció el ceño y se asomó un poco más, disimulando.
“Veamos si se le asoma algo por el cuello…” pensó.
Nada. Ni una maldita escamita. Ni un brillo sospechoso. Solo cuello perfecto. Maldición.
Servir el desayuno le ayudó a enfocar su energía. Colocó un plato delante de él y lo miró con cautela.
—¿Quieres… que te peine el pelo?
Sylarok alza una ceja, divertido.
—¿Me estás ofreciendo arreglarme como si fuera un perro lanudo?
—No, solo… pensé que estaría enredado. Y tú… no pareces de los que se peinan solos.
—Vaya, qué concepto tan elevado tienes de mí —respondió con una sonrisa torcida—. Está bien. Péiname. A ver qué me haces.
Ella se colocó detrás de él con un peine en la mano que sacó de su bolsillo. Mientras lo desenredaba con cuidado, miraba cada centímetro con atención, buscando una escama, una marca rara, una pista.
Nada. Piel suave, cabello grueso, sedoso, plateado y sí… demasiado atractivo para su paz mental.
—Tú… te ves muy cómodo...como si no te importara nada de lo que pasó anoche No vas a decir nada?—pregunta para romper el silencio.
—No hay nada que decir...solo que me encantó y estoy dispuesto a repetirlo —dijo con tono solemne.
—Claro, claro… perdón, Su Majestad.... ¿Qué?
De pronto, sin aviso, él la jaló con suavidad del brazo y la sentó en su regazo. Celeste quedó con la nariz a centímetros de la suya, su corazón tamborileando como un idiota nervioso.
—¿Buscas algo? —le murmura, con esa voz profunda que le hacía vibrar hasta los talones—. ¿O tienes alguna pregunta?
—¿Yo? ¿Preguntar? ¿Por qué? Yo no… ¿quién necesita respuestas? A mí me encanta el misterio. ¡Soy fan de los acertijos! —dijo rápido, sin respirar.
—Ajá… —dijo Sylarok, acercando su rostro un poco más—. Entonces no has notado nada extraño, ¿cierto?
Ella traga saliva. Él la estaba analizando, sin dejar de sonreír.
—Depende de qué llamas extraño. ¿Te refieres a los ojos que cambian de color? ¿La piel dorada que aparece y desaparece? ¿El hecho de que pareces ser un dragón y yo parezco estar desarrollando una adicción malsana a tu olor?
—Tú lo dijiste, no yo.
—¡Lo soñé! Lo de las escamas. Lo del brillo en mi pecho. Fue el vino frutal. Seguro tenía algo raro. ¡Eso fue! Los dragones reales tienen garras y boca llena de dientes filosos, una piel áspera, tu no te ves asi para nada.
Sylarok la observa unos segundos más, luego suspira con resignación… y un poco de diversión.
—Estás adorable cuando estás confundida.
—Y tú estás muy calmado para ser un presunto dragón que se pasea como modelo de revista.
—¿Te molesta?
—Me molesta no entender nada. Me molesta no saber qué me hiciste. Me molesta no saber si estoy cambiando o si solo fue… una noche.
Él le acarició la mejilla.
—¿Y si no fue solo una noche?
Celeste sintió que el mundo giraba otra vez.
Antes de que pudiera responder, el búho en la ventana ululó, y Ryujin asomó la cabeza desde la biblioteca:
—¿Ya le dijiste que no está loca? ¿O vas a esperar a que le crezca una cola para admitirlo?
Sylarok cerró los ojos con resignación.
—Ryujin…
—¡Lo siento! ¡Me voy! —gritó desde lejos—. Solo dejo esto aquí: si anoche se fusionaron y tuvieron sexö, es probable que hoy le pique la espalda y le salgan escamas.
Celeste se giró horrorizada.
—¿QUÉEEE?
Sylarok rió por lo bajo, todavía sin soltarla.
—Tranquila. Aún no te van a salir alas.
Ella lo miró con ojos desorbitados.
—¿"AÚN"?