En un mundo donde las brujas fueron las guardianas de la magia, la codicia humana y la ambición demoníaca quebraron el equilibrio ancestral. Veydrath yace bajo ruinas disfrazadas de imperios, y el legado de la Suprema Aetherion se desvanece con el paso de los siglos. De ese silencio surge Synera, el Oráculo, una creación condenada a vagar entre la obediencia y el vacío, arrastrando en su interior un eco de la voluntad de su creadora. Sin alma y sin destino propio, despierta en un mundo que ya no la recuerda, atada a una promesa imposible: encontrar al Caos. Ese Caos tiene un nombre: Kenja, un joven envuelto en misterio, inocente e impredecible, llamado a ser salvación o condena. Juntos deberán enfrentar demonios, imperios corrompidos y verdades olvidadas, mientras descubren que el poder más temible no es la magia ni la guerra, sino lo que late en sus propios corazones.
NovelToon tiene autorización de Kevin J. Rivera S. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPÍTULO XVI: El Misterio de Sharksoul
— Synera —
Pensé que mi misión de encontrar al caos había terminado, pero es un viaje que apenas está por comenzar. Ahora no solo tengo una misión que cumplir, sino también una promesa que mantener. Soy ajena a si de verdad pueda cumplirla o no, pero lo haré.
A la mañana siguiente, desperté con el sonido metálico de una espada cortando el aire. Afuera, Kenja entrenaba. Lo observé un momento desde la ventana: su cuerpo tenso, movimientos bruscos, como si estuviera luchando con algo más que su reflejo. Su nueva espada... aún no he tenido el placer de examinarla, pero parece tener historia, como todo lo que carga ese chico.
Antes de salir, me fumo un cigarrillo mañanero y me echo un poco de polvo de hongo mágico en la lengua. La ida de Frayi me dejó con dolor de cabeza, y nada mejor que mis vicios para sentirme viva... o al menos despierta.
—Nada como un buen vicio para espantar la realidad —murmuro con una sonrisa traviesa, exhalando el humo que se disuelve como un suspiro en el aire.
Me encamino al jardín, aún descalza y con la mente medio nublada.
—Kenja—
El aire estaba quieto, pero en mi interior todo era caos.
Blandía la espada con fuerza, una y otra vez, como si cada golpe pudiera arrancarme los recuerdos, como si el filo pudiera silenciar la voz que no dejaba de repetir su nombre —Frayi...
Mi agarre se tensa. La hoja silba al cortar el viento, pero no hay enemigo frente a mí. Solo memorias.
El filo choca con el tronco de un árbol viejo, dejando una marca profunda. Mi respiración se agita. Me duele. Todo me duele. No el cuerpo. El alma.
“¿Por qué tuviste que irte? ¿Por qué me dejaste con tantas palabras sin decir?”
Doy un giro, ataco de nuevo. Otra estocada. Otro corte más en la corteza. Imagino su rostro, su sonrisa suave, su risa que alguna vez me calmaba. Ahora solo me atormenta.
—No debiste... irte así —susurro.
Sigo entrenando, más rápido, más agresivo, como si la velocidad me hiciera olvidar. El sudor cae por mi cuello, mis músculos gritan, pero no me detengo.
Él cuido de mí. Me amo. Y, aun así, no pude detenerlo.
Una lágrima cae, pero no la detengo. Ya no hay fuerza para eso.
Entonces escucho un sonido a mi espalda… una risa suave, casi burlona. Giro apenas, y allí está. No es Frayi. Es Synera.
—Vaya… estás intenso esta mañana —dice, dejando escapar una fina estela de humo de su cigarrillo.
No respondo. Bajo la espada lentamente, mis manos aún tiemblan. No es cansancio físico. Es lo que me arde por dentro, lo que me consume y no me deja en paz.
Y entonces, su voz cortó el silencio como una brisa descarada.
—Synera—
—¿Acaso no vas a decirme ni buenos días, alma en pena? —solté con sarcasmo mientras me apoyaba en el marco de la puerta.
Kenja ni siquiera me miró. Seguía golpeando la espada contra el tronco, como si de allí fuera a sacar respuestas.
Exhalé el humo de mi cigarrillo con dramatismo, y con precisión quirúrgica se lo lancé directo al pecho. El cigarro todavía encendido rebotó sobre su piel sudada, haciéndolo dar un salto.
—¡¿Estás loca o qué?! ¡Eso quema! —gritó, dándose una palmada.
—¡Mira, mocoso insolente! Estoy aquí, parada, hablándote como toda una dama, y tú haciéndote el sordo. ¿Qué te pasa, eh? —reclamé, cruzando los brazos con evidente fastidio.
—¿Ah, sí? Perdón… no me di cuenta de que había una bruja medio desnuda gritándome desde la puerta —respondió con ese tonito sarcástico que me daban ganas de patearle el ego.
Sin dejar pasar la oportunidad, me inclino ligeramente hacia adelante, llevando la cadera un poco a un lado y levantando apenas el borde de mi babydoll, dejando entrever un toque atrevido. Mi sonrisa ladina se dibuja con picardía mientras mi voz se desliza cargada de provocación:
—¿Y tú realmente crees que una mujer tan divina como yo no merece… aunque sea un poquito de atención? —río suavemente, alargando cada palabra con un deje de travesura que casi hace que el aire entre nosotros chispee.
Kenja se queda pasmado, más rojo que un tomate.
—¡¿Qué dices?! ¡¿Por qué eres así?! ¡Estás loca, bruja pervertida! —grita, cubriéndose los ojos como si fuera a desmayarse.
—¡Ay, por favor! No seas tan mojigato… Un poquito de pierna y ya te desmayas —resoplo, cruzándome de brazos con falsa indignación.
—¡Siempre tienes que ser tan vulgar! —gruñe él, girando la cabeza para no mirarme.
—Ay, sí, drama queen, supéralo… Por cierto, tráeme esa espadota —digo, señalando con el dedo—. La quiero mirar más de cerca. La espada, Kenja. La es-PA-da, ¿entendido?
—¡Sí, sí! ¡Ya entendí! —gruñó mientras se apresuraba a buscarla.
—Niño tonto… no aguantas ni un poquito de diversión —digo, suspirando y cruzando los brazos, divertida por cómo se le nota la vergüenza en cada reacción exagerada.
Kenja bufó y trajo la espada. Al llegar, la enterró en el suelo frente a mí con fuerza, como si estuviera dejando claro que era su territorio.
Me agaché para observarla más de cerca, fascinada por cada detalle del diseño a lo largo de la hoja. Era… distinta.
Cuando estiré la mano para tocarla, una descarga recorrió mis dedos. Me estremecí y retrocedí con un quejido, sacudiendo la mano.
—¡Auch! —fruncí el ceño, mirando la espada con más interés que miedo—. Vaya… eso fue un poco grosero.
—¿Qué pasa? —preguntó Kenja, frunciendo el ceño, con un dejo de preocupación.
—No se deja tocar… interesante —murmuré mientras la rodeaba, hablando más para mí misma que para él—. Ajá… hmmm… muy curiosa… sí, sí…
Kenja me observaba como si estuviera a punto de estallar.
—O-oye… ¿qué… qué pasa? ¡Es genial, ¿no?! —balbuceó, nervioso.
—No es solo "genial", niño. Es… única. Jamás había visto algo así. —dije, dejando que mis ojos brillaran de emoción—. Mira estas runas en la empuñadura… parecen… responder solo a ti.
—¿Runas? ¿Responden a mí? —repitió, con una mezcla de asombro e incredulidad.
—Sí… pero hay algo más… —susurré, ladeando la cabeza como si escuchara un secreto que nadie más podía percibir.
—¿Algo más? ¿Qué cosa? —preguntó, ya más nervioso que curioso, con las manos temblando un poco.
Me puse de pie, chasqueando los dedos con teatralidad.
—Llévala a mi habitación. Ponla sobre la mesa. Allí podré examinarla con calma… sin que me electrocuté como si fuera un pequeño demonio eléctrico —dije, con una sonrisa traviesa.
—…No le hables así a mi espada —murmuró Kenja, alzando una ceja con cierto reproche.
—Shhh… tú solo tráela. Yo me encargo de la magia —le guiñé un ojo, dejando que se sonrojara ligeramente.
Kenja colocó la espada cuidadosamente sobre la mesa de mi habitación, aun mirándola con respeto, casi como si temiera que le hablara.
Yo, por mi parte, chasqueé los dedos con estilo.
En un parpadeo, mi atuendo cambió por completo: unas pantimedias negras decoraban mis piernas, unos tacones altos resonaban con elegancia en el suelo, y una bata blanca cubría apenas mi babydoll. Llevaba el cabello recogido en un moño pulcro y unos lentes enormes y redondos aparecieron mágicamente sobre mi nariz. Parecía una científica... una científica peligrosamente sexy.
—¡Ahhh! —exclamó Kenja, con los ojos como platos—. ¿Cómo... cómo haces eso? En serio, ¿cómo?
—Ay, por favor —respondí girando sobre mis tacones como en una pasarela improvisada—. Una examinación de este nivel merece un atuendo especial. Esto no es cualquier espada, cariño, es un misterio con filo.
—...Pareces más lista cuando haces esas cosas raras —murmuró Kenja, aún sin saber dónde mirar.
—Y más sexy también, admítelo —le guiñé un ojo antes de acercarme a la mesa como toda una experta—. Ahora sí... vamos a ver qué secretos escondes, belleza afilada.
Coloqué una mano sobre la espada con una precisión tan calculada que parecía que conocía cada rincón de su filo. Me tomé un momento, respiré hondo, y pronuncié el hechizo con toda la seriedad que la ocasión requería:
— Zahran!
Un círculo mágico se abrió ante nosotros, brillando con una luz tenue, como si estuviera invitando a la oscuridad a entrar. Inmediatamente, una interfaz mágica se desplegó en el aire, mostrando los detalles del arma, y me quedé hipnotizada.
— Así que este es el regalo que te dio Aetherion... interesante —murmuré, con la voz entre asombrada y un poco divertida.
Kenja, que estaba casi saltando de emoción, se inclinó hacia mí con los ojos brillando.
— ¿Qué dice? ¿Qué dice? Dime, ¡dime! —preguntó, casi chorreando de anticipación.
— ¡Te explico! —respondí con un gesto elegante, como si estuviera presentando una fórmula mágica del más alto nivel. Claro, no iba a perder la oportunidad de lucir como la experta que soy—.
—Según el escaneo mágico, su nombre es Sharksoul. Pero atención… esta arma no es solo un mandoble cualquiera. ¡No, no! —hizo una pausa, gesticulando con entusiasmo—. Guarda las almas de los seres que captura. Y no hablo de cualquier alma… ¡no! Hablamos de almas de todos los rangos, de distintas magias, razas, especies… ¡un verdadero buffet espiritual!
Kenja me miró con ojos desorbitados, casi comiéndose cada palabra.
— ¿Y qué más? ¿Qué más? —dijo, con una emoción casi infantil.
—¡Paciencia! —respondí, levantando un dedo como si mi mera voluntad pudiera calmar su impaciencia—. Verás… podrás invocar a estos espíritus en el campo de batalla. Te ayudarán… pero cuidado: se alimentan de tu maná.
—¿Maná? —preguntó, entre curioso y nervioso.
—Sí —asentí—. Y según cuánta energía tengas, el espíritu será más o menos poderoso. Cuanto más fuerte seas, ¡más impresionantes serán las criaturas que podrás invocar! —sonreí con emoción, gesticulando con dramatismo—. Es… como un menú… de criaturas sobrenaturales, listo para servirse en batalla.
— ¡Eso suena increíble! —Kenja no pudo evitar interrumpir, casi chillando—. ¡Dime más!
— Ah, bueno, si insistes... —respondí con una sonrisa traviesa, pensando en cómo seguir jugando con él—. Eso es solo el principio. Pero claro, todo esto tiene su precio...
Kenja estaba pegado a mí como un perro esperando que le lanzaran un trozo de carne.
—¡Dime más! ¡Por favor, por favor! —suplico, los ojos brillando y las manos temblando de emoción.
Coloqué ambas manos detrás de mi espalda, mirándolo con una sonrisa ligera, aún intrigada por lo que acababa de descubrir. La espada, Sharksoul, permanecía acostada sobre la mesa, quieta y firme, pero al intentar tocarla antes, me había rechazado con una descarga mágica, como si se negara a ser manipulada por alguien que no fuera Kenja.
—Esta... —comencé, mientras observaba la interfaz mágica proyectada frente a nosotros—. Es un arma de altísimo nivel. Única en su tipo. No hay nada como ella en todo Veydrath.
Kenja me miraba con los ojos muy abiertos, casi sin parpadear.
—¿De veras? ¿Tan poderosa? —preguntó, la emoción todavía marcada en su voz.
—Sí… y lo más curioso de todo es que desconozco a quién perteneció antes —dije, pasando un dedo por el aire, como si quisiera enfatizar el misterio de la situación—. Lo que sí sé es que Aetherion, por alguna razón, pensó que tú serías la persona indicada para manejarla.
Kenja frunció el ceño, tratando de encajar las piezas del rompecabezas.
—¿Aetherion… pensó eso de mí? —preguntó, sorprendido, pero sintiendo también el peso de la responsabilidad.
—Sí —asentí, con la mirada pensativa—. Ella siempre ha estado un paso adelante de todos. Por eso sabía perfectamente que tú eras el adecuado. Quizás por tu fuerza, tu voluntad… o algo más. Pero aún así, debo admitir que me sorprende que esta arma te haya elegido a ti.
Silencio…
Un silencio denso, como si todo el universo contuviera la respiración, esperando que la verdad se revelara. Kenja parecía estar digiriendo la magnitud de lo que acababa de escuchar.
—¿Y cuántas almas tiene dentro? ¿Cuántos espíritus puede invocar? —preguntó, incapaz de ocultar la curiosidad que le brillaba en los ojos.
Suspiré, un poco más seria esta vez, mientras pensaba en cómo explicar lo que desconocía.
—Eso… es algo que también desconozco —respondí, frotándome la barbilla con aire pensativo—. No hay un registro claro de cuántas almas almacena ni de cómo se deben usar exactamente. Es un misterio… y parte de la gracia del proceso.
—Lo que sí puedo decirte es esto: cuando te enfrentes a algo realmente peligroso, lo descubrirás por ti mismo. El vínculo con la espada no es inmediato, pero con tiempo y práctica, aprenderás a sacarle el máximo provecho.
Kenja parecía procesar todo lo que le había dicho, asintiendo lentamente, pero no completamente convencido.
— ¿Y cómo sé si realmente puedo controlar un espíritu? —preguntó, casi con una pizca de duda.
— Bueno... —dije con una sonrisa juguetona, mirando la espada—. Tal vez deberías intentar invocar a uno de bajo nivel, para empezar. Hazlo por simple curiosidad. No sé cómo funcionará, pero podrías empezar por probar algo pequeño. Un espíritu débil o parecido. Solo no me hagas responsable si invocas algo que no puedas manejar.
Kenja asintió, con los ojos fijos en la espada.
—De acuerdo… intentaré con uno pequeño —murmuró, casi para sí mismo.
Sonreí, dejando que el silencio hablara por nosotros. Sharksoul descansaba sobre la mesa, tranquila pero llena de secretos.
El comienzo de algo mucho más grande acababa de iniciar.