Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.
¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?
La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.
Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.
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EL PRECIO DEL SACRIFICIO
AL DIA SIGUIENTE
La noche cayó como un manto espeso sobre la mansión Bianchini, trayendo
consigo una calma sospechosa. Fernanda lo sentía. No era paz…
era el silencio que antecede a la tormenta. Había aprendido a leer el lenguaje
de esa casa: los pasos de los sirvientes, los portazos lejanos, el zumbido
constante de los teléfonos en clave.
Pero esa noche, todo era demasiado callado.
Sentada junto a la ventana de su habitación, observaba el jardín trasero.
La luna colgaba como un testigo mudo, pálida y distante.
En su regazo, una carta sin abrir que Francesco le había dejado horas antes.
No había palabras románticas, ni confesiones, solo una advertencia.
“Esta noche, no bajes. Pase lo que pase. Y si escuchas gritos… no salgas.”
Francesco. Siempre distante. Siempre correcto.
Nunca cruzaba el límite, aunque a veces sus ojos decían más de lo que su boca callaba.
Era un hombre dividido entre la sangre y el deber. Entre Fernanda y Nicolaok.
Pero ella ya no esperaba salvadores. Solo deseaba que Isabella siguiera con vida.
En otra parte de la ciudad, Isabella respiraba agitada en una habitación improvisada.
El refugio no era más que un sótano con paredes de piedra húmeda y una
lámpara colgante que parpadeaba. La persecución no había cesado.
Había logrado escapar de la última emboscada por segundos, pero el precio
había sido alto: perdió contacto con el intermediario
que la guiaba y se había quedado sola en Marsella.
Sus dedos temblorosos repasaban un mapa arrugado con rutas tachadas.
Cada línea era un camino cerrado.
Cada punto rojo, un lugar que ya no era seguro. Solo quedaba uno.
El contacto de emergencia: Matvey, un viejo amigo de sus padres que si
había escondido del radar de los Bianchini desde hacía más de una década.
Era su última carta. Si fallaba, Isabella sabía que sería cuestión de días antes de que cayera.
La tensión en la mansión era casi palpable. Fernanda no sabía cuánto tiempo había pasado
desde que cerró la puerta con llave.
Afuera se escucharon voces… luego gritos. Después, silencio.
Un silencio denso, lleno de presagios.
Y entonces, un golpe seco.
No pudo evitarlo. Corrió hacia el pasillo y bajó las escaleras.
Francesco estaba allí, arrodillado frente al
cuerpo de uno de los empleados más antiguos de la casa: Enzo.
El viejo mayordomo que siempre le había llevado el té a escondidas.
Enzo yacía en el suelo, con la camisa empapada en sangre.
Francesco le sujetaba la cabeza con fuerza, como si al sostenerlo pudiera impedirle morir.
—Fernanda: ¡¿Qué hiciste?!
gritó Fernanda al ver que Nicolaok estaba unos
pasos más atrás, con las manos manchadas.
Nicolaok giró lentamente hacia ella. Su rostro estaba inmóvil, sin rastro de emoción.
Era como si no sintiera nada. Como si lo que acababa de pasar no tuviera importancia.
—Nicolaok: Intentó envenenarme
dijo simplemente.
—Le falló el pulso con la dosis.
—Fernanda: ¡Mentira!
soltó Fernanda, corriendo hacia Enzo.
—¡Él no haría eso! ¡Jamás!
Franchesco la sujetó con fuerza antes de que tocara el cuerpo.
—Franchesco: Ya no puedes hacer nada.
le dijo, firme pero con una voz apagada.
—Ya es tarde.
—Fernanda: ¿Tarde para qué?
respondió ella, con la garganta quebrada.
—Franchesco: Para salvarlo. Y para salvarte a ti… si sigues desafiando a Nicolaok
añadió, bajando la voz.
Nicolaok no dijo nada más. Se giró hacia Franchesco y le lanzó una mirada cargada
de algo indescifrable: no era enojo, ni decepción. Era algo más profundo… una advertencia.
Luego subió las escaleras sin volverse.
Fernanda y Franchesco quedaron solos junto al cadáver.
—Franchesco: No fue por ti
dijo Francesco en voz baja.
— Él sabía lo de Isabella. Sabía que Enzo te ayudaba a mandar cartas,
que cubría tus escapadas. Nicolaok ya lo
sabía, solo necesitaba un pretexto para matarlo.
—Fernanda: ¿Y tú no hiciste nada?
Fernanda lo miró con rabia contenida
— ¡¿Solo lo dejaste morir?!
—Franchesco: No tengo poder sobre Nicolaok
dijo él con los dientes apretados.
— Y si me hubiera opuesto, ahora yo estaría muerto también.
Fernanda no respondió. Solo se alejó, subía lentamente las escaleras.
Esa noche no durmió. Pensó en Enzo, en su mirada cálida, en las palabras
suaves con las que solía consolarla de niña. Pensó en cuántos más morirían por protegerla.
Y sobre todo, pensó en Nicolaok.
Días después, un funeral silencioso en el jardín trasero fue lo único que quedó de Enzo.
Nicolaok no asistió. Franchesco lanzó la última palada de tierra y se quedó solo junto a la tumba.
Fernanda lo observaba desde la distancia.
Sabía que él también había perdido a alguien importante.
Pero Franchesco no lloraba. Solo se quedó allí, de pie, con
las manos cruzadas, el ceño tenso y la mirada perdida.
—Fernanda: Gracias
dijo Fernanda, acercándose.
—Por no decir nada de Isabella.
Francesco bajó la cabeza.
—Franchesco: Nunca lo haría.
—Fernanda:¿Por mí?
preguntó con suavidad.
Francesco la miró por primera vez esa tarde. Su voz fue baja, cargada
de una tristeza que Fernanda nunca le había oído.
—Franchesco: Por él. Porque es mi hermano
Porr que no quiero que lo destruya lo poco que aún queda de bueno en él… si es que queda algo.
Ella bajó la vista. Por un segundo, deseó abrazarlo. Pero no lo hizo.
Porque sabía que Franchesco era una grieta, no una salida.
Y si se acercaba demasiado, ambos se quebrarían.
Esa noche, Fernanda se sentó frente al escritorio de su cuarto.
Abrió una hoja limpia. Escribió una sola frase:
“Uno por uno, me han quitado todo. Ahora es mi turno.”
Y escondió la carta en el doble fondo del cajón. Sabía que el sacrificio de Enzo no sería en vano.
Él había muerto por ella. Y ahora, ella viviría por los que no pudieron.
La guerra no había comenzado aún. Pero Fernanda ya se estaba preparando para ella.